Aniversario de su fallecimiento
Las historias de los salvadores del Holocausto tienen dos grandes puntos en común. Todos se resistieron a integrar el bando del horror, arriesgando lo que eran y tenían. Ninguno, del modo que fuera, quedó exento del alto precio que acarrean las acciones más nobles en ciertos períodos de la historia.
Lo apasionante de estas historias de solidaridad y coraje cívico es descubrir y conocer los caminos que transitaron cada uno de estos héroes y lo particular de cada gesta.
Tomemos el caso de Giorgio Perlasca (Como, 1910 – Padua, 1992), ”Cónsul” español en Budapest entre Diciembre de 1944 y Enero de 1945. El 15 de agosto se cumple un nuevo aniversario de su fallecimiento.
Fiel a su condición de simpatizante de las ideas nacionalistas de Gabriele D’Annunzio, se postuló como voluntario para pelear del lado de Francisco Franco en la guerra civil española. Finalizado el conflicto regresó a Italia en donde lo sorprendió el comienzo de la segunda guerra mundial y la alianza entre Mussolini y Hitler. Fue en ese momento cuando Perlasca abandonó el fascismo y decidió permanecer leal sólo al Rey Victor Emanuel III. El viejo rencor hacia Alemania, país contra el cual Italia había peleado en la primera guerra, y las leyes raciales alemanas de 1935 pusieron un límite a su exacerbado patriotismo. «No era ni fascista ni anti-fascista; era anti-nazi.», contaría mucho después.
El otoño de 1943 lo sorprende en Budapest como delegado oficial del gobierno italiano con status de diplomático. Había sido enviado a los países del este europeo con la misión de comprar carne para el ejército. El 8 de octubre el general estadounidense Dwight Eisenhower anuncia la rendición incondicinal de Italia a las fuerzas aliadas. Perlasca entonces hace público su juramento al monarca italiano lo que le cuesta la libertad. El gobierno húngaro, amenazado por Alemania, lo toma como prisionero y lo recluye en un castillo reservado para diplomáticos. Luego de unos meses de cautiverio aprovechó un pase médico que le permitía viajar dentro de Budapest para escaparse y pedir asilo en la embajada de España, el país de sus aventuras juveniles. Súbitamente Giorgio paso a llamarse Jorge, con los mismos derechos que un ciudadano español.
De inmediato comenzó a colaborar con las acciones de rescate de judíos que ejecutaba Ángel Sanz Briz, el cónsul al mando de la legación, en colaboración estrecha con otras misiones diplomáticas como las de Suiza, Suecia, Portugal y el Vaticano.
Cuando Sanz Briz se vió obligado a abandonar Hungría a finales de 1944, para no reconocer al nuevo gobierno pro-nazi de Ferenc Szalasi, las autoridades tuvieron la oportunidad de avanzar sobre las casas de protección españolas en donde se albergaban judíos perseguidos. De inmediato, y para evitar lo peor, Perlasca hizo creer al Ministerio del Interior que Sanz Briz lo había nombrado su sucesor.
Se autonombró embajador de España. En un papel con membrete oficial redactó su designación como representante del gobierno de Franco. Entregó el documento falso a las autoridades de la cancillería húngara que lo aceptaron sin reservas. Acto seguido, puso bajo su custodia a miles de refugiados ocultos en las casas españolas y, al igual que Raoul Wallenberg, negoció con los sabuesos nazis para bajar de los trenes a la mayor cantidad de personas condenadas al exterminio en Auschwitz.
…»Los familiares de los españoles en Hungría requieren su presencia en España. Hasta que se reanuden las comunicaciones y el viaje sea posible, permanecerán aquí bajo la protección del gobierno de España.», decían sus cartas de protección basándose en una ley de 1924 por la cual se otorgaba la ciudadanía española a todos los judíos sefaradíes.
Con el Ejército Rojo en Budapest y la certeza de que alrededor de 5.200 judíos estaban a salvo, Perlasca inició el retorno a Italia.
«Jorge» guardó en secreto su increíble aventura por más de treinta años, hasta que un grupo de mujeres de una comunidad judía en Hungría comenzó a rastrear al diplomático que había salvado sus vidas.
Antes de morir, el 15 de agosto de 1992, en Padua, ciudad en la que había crecido, Perlasca regaló a la memoria de las naciones su valioso testimonio.
Gracias al film «Perlasca an Italian hero», y a libros como el del periodista Enrico Deaglio, «La Banalità del bene. Storia di Giorgio Perlasca», el mundo conoce hoy la historia de este héroe singular.
La Fundación Raoul Wallenberg ha celebrado la vida y la obra de Perlasca de numerosas maneras a lo largo de décadas. En 2004, por ejemplo, instaló en la embajada de España en Buenos Aires una muestra fotográfica que lo recordó junto a diplomáticos españoles que auxiliaron a judíos durante el Holocausto. Ahora, en un nuevo aniversario de su fallecimiento, el consejo directivo ha aprobado la designación de un comité que evaluará futuros tributos para que la llama de su memoria se mantenga encendida.
Baruj TenembaumFundación Raoul Wallenberg