La batalla de rumores y desinformación durante la Segunda Guerra Mundial

Los británicos lanzaron una campaña de propaganda con 8.000 bulos para minar la moral de los nazis
A mediados de 1941 los ingleses propagaron que habían importado 200 tiburones come hombres de Australia y los habían soltado en el Canal de la Mancha para que se comieran a los alemanes caídos al agua durante una eventual invasión. Sin embargo, el rumor pasó sin pena ni gloria, a diferencia de otro chisme que triunfó por todo lo alto con solo siete palabras: “los ingleses pueden prender fuego al mar”.

Según cuenta Marc Argemí en el libro Rumors en guerra (A Contravent), una documentada recopilación de los rumores que se intercambiaron británicos y alemanes durante la II Guerra Mundial, el bulo que se puso en circulación el 27 de septiembre de 1940 decía: “Los británicos tienen una nueva arma. Se trata de una mina que se lanza desde un avión. A diferencia de otras minas, no explota, sino que extiende una capa finísima de un líquido inflamable y volátil sobre la superficie del agua en un área enorme. La acción siguiente de la mina es prender fuego a este líquido, provocando una enorme llama”.

Unos meses antes, el 16 de julio de 1940 Churchill había aprobado –cuenta Argemí en su libro, tras rastrear los documentos originales del Political Warfare Executive (PWE), el principal órgano de propaganda británico en la II Guerra Mundial–, la creación de un nuevo organismo que expandiera bulos y chismes entre el enemigo para minar su moral.

Mientras la propaganda convencional recogía informaciones más o menos oficiales desde el punto de vista inglés, la propaganda que se podía llamar negra se diseminaba en las zonas conquistadas por el enemigo y tenía por objeto torpedear la maquinaria de guerra alemana con la introducción clandestina de información de la que nadie se hacía cargo.

Lo mismo hacían los germanos. Por ejemplo, para sembrar cizaña en EE.UU., los nazis hicieron correr el rumor según el cual en la primera línea del frente no había soldados británicos, sino que las posiciones más difíciles estaban defendidas por unidades provenientes de las colonias del imperio británico. El objetivo era que el pueblo norteamericano recelara de los ingleses y de la posibilidad de que Gran Bretaña relegara a sus soldados a papeles inferiores en caso de que decidieran ayudarlos.

Para desarrollar la campaña de «rumores inspirados», es decir, de bulos con fines militares, se creó secretamente en agosto de 1941 el PWE, aunque finalmente se admitió su existencia el 11 de septiembre de 1941 en una respuesta parlamentaria. Públicamente se presentó como un departamento dentro del Foreign Office: el Political Intelligence Departament, cuyo cuartel general se estableció en Woburn Abbey, una gran mansión a 50 kilómetros de Londres. 

El principal objetivo del PWE fue hacer circular propaganda negra con métodos poco ortodoxos. El nombre escogido para los rumores surgidos de esta factoría de habladurías fue sibs, palabra procedente del latín sibilare, que significa cuchichear. A juzgar por los documentos que se conservan, es difícil apuntar cuántos rumores se inventaron y distribuyeron a lo largo de la guerra, pero el Special Operations Executive estima que fueron más de 8.000.

Al principio, explica Argemí en el libro Rumors en guerra, los rumores no seguían una numeración, pero posteriormente se estableció un sistema según el cual se añadía una letra a cada número, siguiendo series de, normalmente, 999 rumores por cada letra. El ritmo de los números era de menos a más y el de las letras al contrario: de detrás a adelante. Así, se comenzó con la letra S y se continuó con la R, la Q, la P, la N, la L, la K y la J. La serie de la S superó los 1.126 rumores, aunque lo normal fue que cada letra englobara 999 rumores. ¿Cómo debía ser un buen rumor? Como un caramelo envenenado: dulce y atractivo al gusto, pero con una dosis de veneno mortal que no fuera evidente al principio.
Uno de los rumores más exitosos tuvo que ver con uno de los navíos más conocidos de la marina británica, el Ark Royal, que padeció un bombardeo nazi aparentemente letal. Los alemanes condecoraron al piloto que hizo blanco en la cubierta, hundiendo (presuntamente) al barco. Pero, en realidad, el Ark Royal solo fue parcialmente dañado y se pudo recuperar.

Sin embargo, los ingleses se mantuvieron en silencio y prefirieron no desmentir la proeza anunciada a bombo y platillo por el enemigo. Transcurridos unos meses, el Ark Royal fue bombardeado de nuevo y, esta vez sí, hundido. Pero… ¿cómo podían responder los nazis ante este nuevo éxito? ¿Volviéndolo a reivindicar o ignorándolo? ¿Condecorando a un segundo piloto por una acción que se daba por hecha desde hacía meses? Un rumor británico fabricado por el PWE entró en acción en ese momento.

El chisme hizo circular la idea de que tanto la primera como la segunda reivindicación alemana de haber hundido al Ark Royal eran ciertas, dando como motivo que el Reino Unido, antes de la guerra, había roto la Convención Naval Anglogermánica al construir un duplicado del Ark Royal. El caramelito envenenado que se les ofrecía a los alemanes era que habían conseguido, efectivamente, dos victorias. El veneno era la observación de que si había dos Ark Royal podía haber todavía en el mar dos de cada uno de los otros barcos más importantes de la Gran Bretaña.

Según los documentos existentes en el Archivo Nacional del Reino Unido, en los cursos de entrenamiento que llevaba a cabo el Special Operations Executive (SOE) se ofrecían instrucciones sobre cómo fabricar rumores, según detalla en su tercera página el documento Métodos de guerra moral.

Un buen rumor debía de apelar a los deseos y sentimientos que flotaban en el ambiente. Es decir, debía de decir aquello que la gente a la cual se dirigía quería escuchar. También debía de tener cierto grado de verosimilitud, para que la mezcla de verdad y ficción proporcionara “plausibilidad”. La combinación más buscada eran datos reales (total o mayoritariamente) que llevaran a una interpretación falsa. Asimismo, los rumores no debían de ser muy largos ni propensos a exageraciones excesivas.

A modo de curiosidad, en ocasiones se crearon rumores tan buenos y verosímiles que acabaron acertando lo que sucedería. Esto fue lo que ocurrió, por ejemplo, en enero de 1941 cuando se creó el siguiente rumor: “El ejército norteamericano está entrenando una tropa de paracaidistas esquiadores para entrar en Noruega”. Sin embargo, los responsables de aprobarlo no lo hicieron. “Este rumor no puede ser aprobado porque es cierto”, según consta en el archivo nacional británico.

España no fue ajena a la propagación de rumores, por lo que se propagaron algunos muy afilados para despertar la atención de los hispanos. Marc Argemí recoge en su libro dos rumores que, adecuadamente combinados, aspiraban a torpedear el imaginario español y su amor por las fiestas. El rumor Q/563 sostenía lo siguiente: “Los planes de guerra de Hitler incluyen la imposición de neopaganismo en toda Europa y la supresión del cristianismo”. Por su parte, el rumor Q/564 afirmaba: “Esto quiere decir que habrá solamente cuatro días de fiesta al año”.

Otro ejemplo de rumor expandido por España fue el numerado como P/53: “Los alemanes disponen de un centro de experimentación agrícola en Blans (sic, por Blanes), en la costa catalana. Este es el centro donde se han de llevar a cabo experimentos para extraer veneno de las plantas. Ha muerto tanta gente trabajando en centros similares de Alemania que ahora los están desarrollando en otros países”.

Un posible resumen de la guerra de rumores que tuvo lugar en la II Guerra Mundial y de otras investigaciones como The fourth arm: psychological warfare 1938-1945 (La cuarta división: guerra psicológica 1938-1945), obra de Charles Cruickshank, es que los rumores aportan una brizna de esperanza cuando no queda nadie en quien confiar. El rumor puede ser la antesala de la noticia, un aviso de desgracias o el preludio de buenas noticias. “El rumor es la vida misma”, concluye Argemí en su libro.

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