La ley judía (la Halajá) determina que el difunto debe enterrarse en la tierra porque la Torá dice de la tierra vienes y a la tierra volverás. Nuestros cuerpos son sagrados y no nos pertenecen, le pertenecen a Di-s.
El cuerpo es el vehículo del alma para llevar a cabo buenos actos (mitzvot), para el entierro el cuerpo es cuidado y lavado con estima y santidad. Se lo entiende como sagrado, como el templo del alma y como el medio a través del cual hacemos el bien en este mundo.
Según la ley judía, un objeto que facilitó el cumplimiento de una mitzvá debe ser tratado con respeto, y no puede ser desechado por casualidad. Por ejemplo: papeles sobre los que están escritas palabras de la Torá, puntas de tzitzit o tiras de cuero de tefillin. Estos artículos deben ser enterrados con el debido respeto. Esta idea se aplica muchísimo más a un cuerpo.
Es importante señalar que, según la ley judía, una persona sólo es responsable por sus acciones cuando las realiza a voluntad y con pleno conocimiento de sus implicancias. Por eso, todo lo dicho anteriormente no aplica a un individuo que ha sido cremado contra su propia voluntad.
Luego de la Shoá, muchos judíos con conciencia juntaron cenizas de los crematorios de los campos de exterminio y las enterraron con respeto en cementerios judíos.
El alma del hombre viene de Di-s quien «sopló en su nariz el aliento de la vida» y cuando su misión terrenal se ha cumplido, es devuelta a Di-s, vuelve a su origen.
El cuerpo, por otra parte, es tomado de la tierra (“Di-s formó al hombre del polvo de la tierra”) y debe entonces regresar a la tierra. Esto se expresa en las palabras de Di-s a Adam, el primer hombre “Eres polvo, y al polvo retornarás”.
También se dice que cuando llegue el Mesías todos los cuerpos de los judíos rodarán hasta Jerusalem y resucitarán allí. Es por ello que tienen que estar enterrados en un cementerio judío y con el cuerpo completo. Es una idea más que extraña pero es una de las versiones antiguas.
Este concepto se reitera en Devarim,14 donde se nos encomienda enterrar a los difuntos: “Debes enterrarlo en el día”. El Talmud de Ierushaláim explica que esto nos demanda enterrar el cuerpo entero, no luego de que haya sido reducido por cremación o cualquier otro medio: “Debes enterrarlo entero, no en partes. De este verso extrapolamos que el mandamiento no se cumple si la persona fue enterrada de forma parcial”.
La cremación destruye la mayor parte del cuerpo y el entierro de la carne se torna imposible, lo que viola el mandamiento bíblico.
Este principio general y esta ley gobiernan muchas de nuestras normas, como las que prohíben la automutilación o los tatuajes y nos requieren hacer todo lo posible para alejarnos del peligro, a través de una higiene apropiada, no consumir drogas o sustancias dañinas, comer adecuadamente y cuestiones similares. Este principio se aplica también luego de la muerte: toda mutilación del difunto está prohibida.
Esta es también una de las razones por las que la ley judía no permite autopsias o incluso trasplantes de órganos, salvo en circunstancias extremas.
El mayor respeto por la santidad del cuerpo humano también es la preocupación suprema que impregna el proceso de preparar al difunto para el entierro. El funeral se programa para lo antes posible –lo ideal es el mismo día de la defunción– para que el cuerpo alcance pronto su descanso eterno.
El honor de cuidar al cuerpo se reserva por tradición a los miembros más respetados de la comunidad, de quienes se esperan los máximos niveles de decoro, privacidad y respeto a lo largo de todo el proceso.
Para la ley judía, el cuerpo humano pertenece a su Creador. La persona sólo lo tiene en usufructo, es guardiana del cuerpo, pero no tiene derecho a dañarlo de ninguna forma. El cuerpo debe ser “devuelto” entero, tal como se lo recibió.
Además, “Di-s creó al hombre a su imagen y semejanza”. Cualquier violación del cuerpo humano se considera, entonces, una violación a Di-s mismo.