El acuerdo para normalizar las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos denota sin lugar a duda el ocaso de una era y el nacimiento de otra nueva, incluyendo la aceptación del Estado judío por parte del mundo árabe como un actor político, económico y militar legítimo en la región.
Entre tanto, los palestinos, profundamente divididos, observan impotentes e indignados como sus hermanos árabes hacen fila para mejorar sus vínculos con Israel.
De hecho, algunos líderes palestinos han depositado sus esperanzas en un eventual triunfo del Partido Demócrata en las próximas elecciones norteamericanas, el 4 de noviembre, que haga retroceder el tren de la historia, cuando en realidad es precisamente el temor al ascenso del entorno del senador Joe Biden lo que ha precipitado la alianza entre Jerusalén y Abu Dabi.
Estados Unidos está abiertamente decidido a retirarse de la región. Simultáneamente, la presión del régimen de los ayatolas chiís iraníes y de los islamistas Hermanos Musulmanes en su versión turca, parece haber arrojado a los árabes a los brazos de Israel.
Evidentemente, de las tres principales potencias regionales: Irán, Turquía e Israel, ninguna es árabe.
De hecho, la nueva generación de jóvenes árabes parece en general más preocupada por las amenazas externas y por mejorar las condiciones de vida concretas que en las grandes narrativas ideológicas.
Tal como notara el periodista Avi Issacharoff, “ni siquiera Hamás es el mismo”. Como lo muestra en la última escalada de violencia, el grupo terrorista islámico volvió a centrar sus demandas en cuestiones concretas de gobernabilidad, fundamentalmente en recibir ayuda para combatir la creciente propagación del coronavirus en la Franja de Gaza, aumentar la asistencia monetaria que provee Qatar, el alivio del bloqueo y una serie de proyectos de infraestructura para reducir el desempleo en el enclave costero.
El primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha señalado tras el anuncio del acuerdo con Emiratos que los palestinos han perdido su poder de veto para el establecimiento de relaciones entre Israel y el mundo árabe.
En este sentido, la apertura del espacio aéreo de Arabia Saudita y Bahréin a los aviones comerciales israelíes que cubrirán el trayecto entre Tel Aviv y Dubái o Abu Dabi, parece apenas la punta del iceberg de un proceso que se desarrolla bajo la superficie y que parece no tener vuelta atrás.
Por Pablo Sklarevich, Aurora