Es célebre la polémica en el mundo de la cultura respecto a la condición de verdad analítica o verdad mítica de las historias del Génesis, primer libro de la Torah, de la Biblia cristiana y del Corán islámico. Es el mismo libro como es la misma la raíz.
Para que sea más visible esta división de posturas observemos la historia que cuenta el Génesis sobre el primer hombre y la primera mujer. Si abordamos el análisis con las herramientas del pensamiento científico veremos rápidamente los problemas insalvables con que uno se topa. La primera pareja, Adán y Eva, tuvieron dos hijos varones. Si el texto fuera literal y apelara al pensamiento realista, ¿cómo lograron los hijos seguir la cadena reproductiva y poblar la tierra? Los teólogos suelen argumentar que cada hijo representa una comunidad y nunca un individuo. Pero entonces no sería exacto que el Edén estuviera poblado sólo por la familia original. Habría una metáfora.
No obstante, el mismo estudioso nos diría que la historia de Adán y Eva no es un mito. Algo sagrado tocamos al decirlo. Mircea Eliade afirma que un mito es una historia verdadera en lenguaje metafórico. Y si dos sujetos representan dos comunidades, en ese relato prevalece la metáfora. Y si el hombre creyente considera que su libro sagrado es veraz, no sólo tiene lenguaje metafórico, la historia también revela una verdad.
¿Es o no es un mito? ¿Se utiliza la razón y el plano literal para comprender la historia o el sentido último está puesto en el plano simbólico y apela a la inteligencia analógica?
Veamos: Adán y Eva han sido llamados a ser por un Creador de una potencia infinita que basta que nombre o piense algo para convertirlo en realidad. Luego, le advirtió a Adán que gozara todo lo que el Jardín le ofreciera excepto los frutos del árbol prohibido. Excepto, la manzana de la tentación.
Todos conocemos la historia por más que jamás hayamos recorrido el Génesis. Pero el efecto que produjo la literalización del relato desalentó a mucha gente en el propósito de pensarlo como lo que es, una metáfora. Quienes insistieron en la alegoría y el pensamiento simbólico, habrán hallado el límite en la pregunta ¿Cómo comprender que el mismo Dios que pone el gusto por la manzana y el árbol que la da, en el Edén, luego castigue a quienes se dejan tentar por ella?
Explicación mítica.
El árbol prohibido por Dios a Adán no es el árbol de la sexualidad. No hay en el relato un interés en censurar al sexo. El “pecado original” deviene de una desobediencia que nada tiene que ver con eso. Es una desobediencia intelectual.
En cambio, el texto menciona al tabú como el “Arbol de la Sabiduría”. Los frutos de la sabiduría es lo que Dios les ordena evitar. Pero esos frutos no son el conocimiento de las cosas de la vida, sino aquellos secretos que los griegos habían nombrado como la “granada” de Perséfone. Es decir, el conocimiento secreto al que sólo acceden quienes ya han dejado la vida.
Podría sonar a un celo egoísta de Dios o de los dioses que no desean que el hombre comparta con ellos el saber. Tal parece ser el motivo por el cual Prometeo es penado, después de regalarles a los hombres el mismo saber de los dioses, el secreto del fuego o las semillas de sabiduría. Esa información, según creían los griegos, sólo podía recibirse en el Hades, el sitio al que iban los muertos.
Pero si ese conocimiento hace insoportable la vida, la exhortación a no comer el fruto sería una advertencia como la que hacemos a un niño pequeño cuando se dispone a jugar con fuego.
En la mitología griega, Perséfone es raptada por Hades, el dios del inframundo y llevada al Tártaro, donde se le ofrece la granada, fruto de sabiduría que se conoce en la muerte, ¡aunque ella esté viva! Esa degustación le impide volver al mundo de los vivos, motivo por el cual se hace necesario el acuerdo entre el raptor/esposo y su madre para que pase un periodo anual en compañía de cada uno.
Podríamos recordar el libro de nuestra poeta Olga Orozco llamado “Los juegos peligrosos” y estaríamos hablando de lo mismo: conocimiento esotérico, misterios nigromantes, saberes que no se pueden conocer por vía natural desde las capacidades humanas.
Quien los revela en el Génesis es la serpiente. Ella sabe que esa desobediencia traerá la caída e irrumpirá la muerte y el dolor como consecuencia. Sabe que Adán y Eva están escogiendo su expulsión del Paraíso. No siempre los iniciadores son tan conscientes del mal que producen. Ni siempre los tentados toman la decisión incorrecta.
Porque la falta es una decisión libre de las criaturas.
¿Qué cambiaría eso? ¿El Dios que creó puso como vocación el deseo de saber en sus criaturas y luego les impone la pena por haber sentido curiosidad?
Dentro del jardín del Edén la pareja tenía todo lo necesario y más. No hacía falta y hasta era dañino conocer los secretos del más allá. Los mitos proponen el mismo concepto y así también lo recoge Homero en la Odisea.
Cuando Ulises desciende al Hades en busca del consejo de Tiresias se va topando con algunos muertos que, animados por la sangre que les da de beber el héroe, le revelan misterios, ya no metafísicos ni filosóficos, sino personales. Toda clase de información que, lejos de endulzar la vida, la amargarían irremediablemente. ¿Cuántos de nosotros resistiríamos conocer el día y la hora de nuestra muerte, o de alguien querido? Imaginen presagiar con certeza una tragedia, como le pasó a Carl Jung, con la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo podríamos dormir si manejáramos la información que Benjamín Solari Parravicini ilustraba en psicografías sin comprender siquiera que estaba presagiando el futuro?
Ser un profeta ha de ser algo muy poco placentero. Sin embargo, muchos lo desean.
Por eso Némesis, la diosa acude a donde está Ulises y le prohíbe seguir dando de beber a los muertos porque ésa sería la forma de arruinar para siempre al héroe haciéndole conocer verdades que era preferible que ignorara.
¿Por qué nos dicen que el pecado original es la soberbia, entonces? Tanto Ulises cuanto cualquier persona que tenga ansiedad por conocer el futuro y emprenda acciones para dar con esas respuestas, en algún punto, comete un acto de soberbia, porque aspira y fuerza el contacto con algo que está más allá de su naturaleza humana. Adán y Eva se entregan a la tentación de querer adquirir la sabiduría del todo, el conocimiento infinito. Pero como el infinito no cabe en la capacidad finita del hombre, la incongruencia inquieta, desespera y hasta enloquece.
Este hecho revela que no se trata de un castigo divino el exilio del Paraíso, sino deviene de la simple conciencia de cuestiones que el intelecto y la emoción humana no pueden manejar correctamente sin angustiarse al extremo.
Lezama Lima, poeta cubano, gustaba referirse al ejercicio “plutónico” de buscar saberes. En ocasiones, es infernal enterarse de ciertas verdades. Es conveniente tener cuidado con lo que uno desea saber, porque puede que logre conocerlo y deba llevarlo para siempre sobre la espalda del espíritu.
Gisela Colombo / La Arena