LA TORRE DE BABEL
Entre los episodios que consignan la Biblia, la Torah, el Corán, o como queramos llamarle a ese conjunto de libros confesionales de idéntica raíz, está el relato de la “Torre de Babel”.
En el Génesis aparece esta historia que afecta al bisnieto de Noé. Noé había construido un arca en la que transportó, durante una tormenta que cubrió gran parte de la tierra habitable, una pareja de cada especie para restablecerlas después a partir de esos dos ejemplares.
A él llegó la orden de Dios de construir la nave y de hacer puntillosamente todo lo que fue cumpliendo. Noé era un hombre justo y piadoso. La humanidad en general estaba olvidada de Dios y requirió un cimbronazo que los regresara a la senda correcta. Así leyó la historia el episodio desde la visión mítica.
Sólo pasaron algunas generaciones antes de que Nimrod se erigiera en líder de “Babel”, según se narra. La enseñanza catastrófica del diluvio no alcanzó del todo para curar a los hombres.
En efecto, Nemrod o Nimrod, nieto de Cam, el hijo de Noé, fue terrateniente de los legados que recibió de sus antepasados. El afán expansionista lo llevó a ganar más tierras y forjarse como un gobernante. Se cree que su reino estaba constituido por varias ciudades: Babel, que conocemos como “Babilonia” en la bibliografía; Uruk; Calneh; Accad y Sinar, referida en la Biblia (Génesis 10: 8-10; 1 Crónicas 1: 10; Miqueas 5: 5).
Aunque el texto bíblico no mencione esta relación, el vínculo entre Nemrod y Babel, está en la tradición desde hace milenios, como verdad probada. Para la “mitología bíblica” Nemrod es quien manda a construir y dirige las tareas que alzan la Torre de Babel. (Génesis 10:10-124). Su nombre se volvió proverbial como un “poderoso cazador en oposición a YHWH (Jehová)”.
Y otras fuentes como el historiador Flavio Josefo supo aportar algo más de lo que sabemos de Nemrod. “…fue Nemrod quien los incitó a tal afrenta y menosprecio hacia Dios. […] Los persuadió de que no le atribuyeran [el éxito] a Dios, como si fuera por medio de él que habían obtenido felicidad, si no a creer que fue su propio esfuerzo lo que les alcanzó esa felicidad” […]. Ya casi un símbolo de la soberbia original.
Nemrod se supone que convenció a sus súbditos de que era cobardía el someterse a la voluntad divina. Para probar la autonomía del hombre y el poder del soberano, el pueblo construyó una torre. En muy poco tiempo alzaron un edificio colosal, tan fuerte como lo permitían los medios humanos.
Cuando Dios vio que actuaron tontamente, no quiso destruirlos. Todavía no habían nacido los sabios que llegarían más tarde. No obstante, hizo que nuevas circunstancias causaran un tumulto entre ellos. Y comenzó a infiltrar diferencias idiomáticas que complicaron cada vez más la comunicación entre los que trabajaban en la obra.
De ello sin dudas se derivaron batallas y también el mito de la creación de los diferentes idiomas.
A este acto de soberbia, de indiferencia ante los mandatos de Dios (que es el peor pecado para las religiones monoteístas) se imputan la construcción del edificio, las desinteligencias entre pueblos, la proliferación de idiomas y otros tantos males.
El pensamiento mítico siempre interpreta las catástrofes como castigos divinos por la soberbia humana. Ya Platón consideraba que habíamos caído en el cuerpo/cárcel como consecuencia de desobedecerles. La mayoría de las epidemias de la historia se transitaron con esta visión. La muerte de tantos aqueos antes de llegar a las playas de Troya, pensada como un castigo de Apolo (La Ilíada), es un emblema de ello. Como sucede en Micenas, con Orestes; en Argos, con Fedón; con la esterilidad de la sociedad espartana por Menelao o incluso con Edipo y sus horrores en Tebas.
También en la cultura primitiva americana hay muchas pruebas de que profesaban una idea similar. Sólo una señal de esto es el texto de Guamán Poma de Ayala, cronista de Indias y nativo, quien confiesa explícitamente que la epidemia de viruela y los daños que provocó en la Conquista, fueron penas impuestas por los dioses.
Otros pueblos en las más diversas latitudes, abrazaban la misma creencia.
Increíblemente hoy se escuchan opiniones que proponen la pandemia como un castigo. Ya no de Dios ni de los dioses, sino del “planeta”, a causa del maltrato que el hombre moderno le ha dado. Es posible que sea discutible, o que no lo sea. No es aquí donde debamos dilucidarlo.
Pero no deja de impresionar cómo en el inconsciente de las sociedades del siglo XXI sigue fervorosa la mirada mítica y emerge cada vez que puede, a pesar del racionalismo que impera casi siempre.
Gisela Colombo