Los “niños” de la Shoá nos están dejando





Beit Ha Knéset Hagadol, Budapest, Hungría. El segundo más grande del mundo. Las hojas que se observan colgadas del árbol son de plata y en ellos están escritos los nombres de los asesinados por los nazis en Hungría 

Han pasado más de 70 años de finalizada la Segunda Guerra Mundial y esos niños, a los que el nazismo les robó la infancia, hoy ya adultos y ancianos, poco a poco nos van dejando, y con su partida, el testimonio vivo de que el Holocausto existió, que la barbarie nazi no fue un invento de propaganda sionista como pretenden enunciar los antisemitas y el mundo árabe, van de a poco desapareciendo, y que ese mundo concentracionario donde fueron hacinados no ha sido una ficción sino que forma parte de la página más oscura del siglo XX.
En lo que va del año nos han dejado dos “niños” que fueron llevados a Auschwitz por su condición de judíos. El 31 de marzo el húngaro Imre Kertesz con 84 años de edad, Premio Nobel de Literatura en 2002, y el 2 de julio, Elie Wiesel, con 87 años, Premio Nobel de la Paz en 1986, fallecen en el mismo año de 2016.  Ambos han escrito haciendo público su padecer para que el mundo no olvide ni niegue que los campos de concentración fueron obra de la mente humana, la puesta en acto de la máxima brutalidad llevada a cabo por un pueblo culto y estudioso como lo han sido los alemanes del siglo XlX. Ellos usaron toda su inteligencia, formación académica y su tecnología al servicio del Mal. Y éste es un punto interesante a investigar, que cuando al ser humano se le da el permiso, se lo autoriza a ejercer el Mal sin ningún castigo a cambio, siglos de cultura quedan sepultados dado que es la barbarie la que triunfa, puesto que la una no es sin la otra tal como lo ha expresado Walter Benjamín .

Y es así cómo el nazismo en sus 12 años de gobierno borró de un plumazo lo conquistado por el hombre y su sueño de libertad y de igualdad en 1789 con la Revolución Francesa, el de humanizar las diferencias, también establece el siglo de las luces y que éste empujó al romanticismo alemán, pero lamentablemente este romanticismo envenenó el espíritu teutón empujando a una idealización desmedida e irreal y que concluiría en el sujeto nazi y su ideología del super-hombre, el ario haciendo contrapunto con el supuesto infla-humano, llamado “el judío”, luego será el eslavo y el gitano, todos ocupando ese lugar de deshecho, de basura , argumento necesario para ser usados como carne de experimentación para un rédito económico y así poder surgir de las cenizas la nueva Alemania del nazismo y su incipiente industria armamentística, bélica, farmacéutica y médica.


Dentro de este contexto histórico y tras una guerra perdida, la Gran Guerra de 1914-18, con la estrechez territorial acordado por el Tratado de Versalles, es que Alemania declara el 1° de septiembre de 1939 la Segunda Guerra Mundial para ampliar sus fronteras precisando del eterno chivo expiatorio para impulsar a las masas a cometer todo tipo de atrocidades en nombre de la patria y su líder, nos referimos al judío, nominándolo esta vez de bacilo, rata, y demás denostaciones injuriantes con el fin de apropiarse primero de su patrimonio, luego usarlo como mano de obra esclava y finalmente arrancarle la vida, pues era preciso que no quedaran testigos de semejante barbarie, y es así como surge el invento “práctico” y conveniente de las cámaras de gas para llevar a cabo una masacre masiva.

Los judíos húngaros fueron los más sorprendidos con la invasión alemana a su territorio dado que no pasaron por guetos previos, sino que ya sobre una guerra totalmente perdida son deportados directamente a Auschwitz en 1944.

Esa ha sido la historia tanto de Imre Kertesz como de Elie Wiesel, con la salvedad de que el primero, un niño de 14 años es capturado en una razia estudiantil siendo el único de su familia que es enviado a Auschwitz, mientras que Elie Wiesel es deportado con toda su familia.  Las que primero son enviadas a las cámaras de gas son su madre y su pequeña hermana Tzipora de 7 años pues esa era la política de los nazis, los niños iban directamente a los hornos junto a sus madres porque no eran productivos.

Elie Wiesel con 15 años fue testigo de la barbarie del siglo XX, le tocó ser padre de su padre debiéndolo arrastrar en esa infinita marcha de la muerte en el crudo invierno de 1945 hasta que finalmente muere en sus brazos, debiendo soportar de por vida su terrible pensamiento de “por fin me liberé de él”, frase sin retorno una vez que se la ha dicho.

El nazismo nos lleva a interrogar lo más oscuro y ominoso del ser humano, eso que acontece cuando cada individuo se enfrenta a su propio límite sin ambages, sin máscaras.

El primer instante ni bien llega a Auschwitz, habrá de marcar toda la vida de Elie Wiesel y de Imre Kertesz también, y ahí ese deseo y esa obligación de no olvidar, no perdonar y de ser paladín del la justicia y defensor de la libertad.

Tomamos sus propias palabras, las de Elie, cuando describe: “Jamás olvidaré esa noche, esa primera noche en el campo que hizo de mi vida una sola larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré esa humareda. Jamás olvidaré las caritas de los chicos que vi convertirse en volutas bajo un mudo azur. Jamás olvidaré esas llamas que consumieron para siempre mi Fe. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y a mis sueños que adquirieron el rostro del desierto. Jamás lo olvidaré, aunque me condenaran a vivir tanto como Dios. Jamás”.

Ese día se hace adulto abruptamente. Descubre que ya ningún padre podrá defender ni proteger a sus hijos. Dejó de implorar tanto a Dios como a su padre. Ahora descubrirá que está sólo en el mundo y que cada cual sobreviviría en ese mudo concentracionario no por la mano de Dios sino por una cuota de azar, de no morir por inanición o porque un nazi de forma fortuita no lo envíe a las cámaras de gas.

Elie Wiesel nunca perdonó a su padre por decidir no escapar junto a su familia ni bien entran los nazis en Hungría dado que tuvieron la oportunidad de hacerlo pues la mucama que trabajaba en su casa les había ofrecido esconderlos en el granero de su familia en las afueras de la ciudad, ofrecimiento que el padre rechazó.

Imre Kertesz tampoco perdonó a su padre porque es debido a su Nombre, “en Nombre del Padre” como judío es que este hijo, no siendo creyente ni practicante del judaísmo, pagó por su condición de judío en Auschwitz, y es debido a ello que decide no traer hijos al mundo porque según él, no les dará elección pues portarán su apellido.

Marcas de la Shoá, donde cada sobreviviente jugó y eligió su destino de manera diferente. Unos no trayendo hijos al mundo, otros poblándolo de ellos como una forma de decir “les hemos ganado a los nazis que quisieron aniquilarnos, aquí está nuestra descendencia”. Otros no creyendo en Dios pues piensan que los abandonó, en cambio otros haciéndose creyentes porque piensan que gracias a El han sobrevivido.

La Historia está escrita, hemos leído y oído a los que han sobrevivido, ahora es responsabilidad del mundo ver qué hace con la enseñanza que nos ha dejado tal masacre, tal barbarie, para que no se repita nunca más.

Gracias Elie Wiesel por tu sabiduría, por tu amor, ahora podrás descansar en paz y somos nosotros los responsables de mantener viva la antorcha de la memoria para que no se apague y que el testimonio sea una flama viva como cuidado, y una enseñanza a las futuras generaciones, la de nuestros hijos y los hijos de ellos. Que el mundo tenga suficiente sabiduría para no volver a despertar al genio maligno dormido, no desaparecido dado que la pulsión de muerte existe, es por estructura y nos compete a todos, así que esperamos que los políticos y sus estrategias tengan la suficiente inteligencia y diplomacia para mantener al Mal acallado y no darle argumentos para que el Dragón dormido expanda otra vez su flama y nos vuelva a consumir.


Dra. Bejla Rubin / Aurora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *