Sin embargo, en un rincón lejano de la tierra se encontraba el país más grande del planeta, Rusia, que desde el siglo XVI había ganado grandes extensiones territoriales, alcanzaba los 8 millones de km cuadrados debido a todas las victorias militares de sus distintos zares.

Pese a su enorme tamaño, a Rusia no habían llegado las ideas de Copérnico, Isaac Newton o Galileo, no había llegado el arte de Miguel Ángel, Da Vinci o Donatello, no había llegado ni el microscopio ni el telescopio, en Rusia nadie veía ni las células más pequeñas, ni la geometría de las estrellas.

Rusia vivía así, sumergida en el atraso, su población vivía principalmente en los campos y sus casas hechas de madera estaban muy lejos de las majestuosas construcciones de Europa. La sociedad se concentraba en lograr suficientes cosechas para el frío invierno y en ser buenos cristianos de aquella poderosa iglesia ortodoxa.

Desde el año 1613 gobernaba en Rusia la misma familia, Miguel I, Alejo I, Fjódor III, Ivan V, todos, todos pertenecientes a la misma dinastía Romanov y supuestamente todos elegidos por Dios, sin embargo, la supuesta elección divina no había dotado a los zares de ambición por el progreso, y mientras dichos monarcas disfrutaban a diario lujos innecesarios, la población rusa pobre y bastante sufrida, se mantenía aislada del resto del mundo ignorando el retraso en el que vivía.

Pero esto cambió en 1682, cuando un hombre llamado Pedro ascendió al trono, sus planes para Rusia eran ambiciosos y en cuanto su edad se lo permitió Pedro se dedicó a llevar toda la modernidad posible a su enorme nación.

Se dispuso a viajar alrededor de Europa Occidental y por primera vez en la historia un ruso pudo darse cuenta del atraso en el que su país vivía. El continente europeo le mostró a Pedro otras formas de vestir y de convivir, pero sobre todo, vio aquellas majestuosas construcciones levantadas en distintas ciudades y por supuesto que quedó perplejo cuando vio el imponente palacio de Versalles.

Así pues regresó a Rusia y Pedro comenzó su más grande proyecto: reclutó a miles de hombres y se abocó a la construcción de una ciudad que llevaría su nombre, San Petersburgo.

Sin embargo, al ver los hermosos palacios que hoy se levantan en esta ciudad, debemos ver también las miles de personas que perdieron la vida en el proceso de construcción, pues los trabajadores morían al cimentar en aquellas tierras pantanosas mientras que el autoritario Zar no mostraba ni la más mínima piedad, ningún interés por las vidas perdidas, pues aquella belleza arquitectónica nunca antes vista era impresionante, tanto, que Pedro Alekséievich comenzó a ser llamado Pedro el Grande.

La ciudad de San Petesburgo era majestuosa pero no todos los rusos podían visitarla, pues para los judíos pisar esta ciudad estaba estrictamente prohibido, Pedro había establecido de manera muy tajante que los judíos que quisieran instalarse en las ciudades tenían que someterse a una conversión al cristianismo y ante el ofrecimiento la mayor parte de los judíos continuaron con su judaísmo.

Quedaba claro que en Rusia la modernidad existía sólo en los ladrillos.

Nadia Cattan / Enlace judío