La emergencia de Turquía como actor fundamental en el más reciente estallido de violencia en la disputada región caucasiana de Nagorno-Karabaj ha de enmarcarse en el contexto de las ambiciones del presidente turco, Receo Tayyip Erdogan, de recrear el Imperio otomano.
Mientras los combates entre la cristiana Armenia y la musulmana Azerbaiyán ganan intensidad, Erdogan suministra a esta última armas y mercenarios en su campaña por el control del referido enclave. También se está sugiriendo que en los bombardeos sobre posiciones armenias se están empleando bombas turcas de racimo.
Además, se está acusando a Ankara de enviar rebeldes sirios a Azerbaiyán para que se sumen al esfuerzo bélico.
El apoyo turco a Azerbaiyán, que podría resultar decisivo, obedece a la determinación erdoganita de recrear la gloria del Imperio musulmán, que hizo de Turquía el centro del mundo musulmán.
Aunque el territorio de la actual Azerbaiyán jamás estuvo bajo control directo otomano, las tribus locales estuvieron sometidas al influjo de los musulmanes turcos, al punto de que muchos azeríes hablan hoy una suerte de dialecto turco.
En tiempos más recientes, los vínculos entre Turquía y Azerbaiyán han resultado en la realización de frecuentes maniobras militares conjuntas.
Como no desperdicia una sola ocasión para expandir la influencia turca en el mundo musulmán, Erdogan se dispuso enseguida a respaldar a Azerbaiyán en su apuesta por controlar Nagorno-Karabaj. Sólo unas horas después de que estallara el conflicto, el presidente turco tuiteo: «Como siempre, el pueblo turco apoyará con todos nuestros medios a nuestros hermanos azeríes»; y añadió que Armenia es «la mayor amenaza a la paz regional».
La disputa sobre Nagorno Karabaj se remonta al colapso de la URSS, a principios de los años 90 del siglo pasado, cuando el territorio, cuya población es mayoritariamente armenia, optó por liberarse del control de la vecina Azerbaiyán, de mayoría musulmana chií.
A resultas de ello hubo una acerba guerra entre Azerbaiyán y Armenia en 1992 –luego de que ambos países se independizaran de la URSS–, en la que se estima murieron 30.000 personas.
Desde el alto el fuego auspiciado por Rusia en 1994, en la región ha imperado una inestable tregua.
El actual estallido de violencia–el más grave desde la guerra– empezó a finales del mes pasado, luego de que Azerbaiyán fuera acusada de lanzar un ataque a gran escala contra posiciones armenias, lo que llevó a una movilización igualmente a gran escala de las fuerzas armenias.
Se estima que han muerto ya más de 300 personas y que miles han abandonado sus hogares.
El apoyo turco a Azerbaiyán no es sorprendente, dada la proverbialmente problemática relación de Turquía con el pueblo armenio, no en vano los turcos han sido acusados de la expulsión y el asesinato masivo de 1,5 millones de armenios en los últimos días del Imperio otomano, en los estertores de la Primera Guerra Mundial.
Aun así, la intervención de Erdogan en Nagorno-Karabaj le enfrenta con la otra gran potencia con aspiraciones a ganar peso en la región: Rusia.
Rusia ve en Armenia un aliado regional importante, y tiene una gran base militar en la segunda mayor ciudad del país caucasiano, Gyumri.
En consecuencia, Erdogan necesita proceder con cautela. De lo contrario, podría encontrar en los intereses rusos en el Cáucaso un obstáculo formidable para la recomposición de la gloria otomana.
Gatestone
Erdogan y sus ‘hermanos’ árabes
Ni el idioma turco moderno ni el de los otomanos han ido nunca cortos de proverbios racistas denigratorios para con los árabes y su cultura. Eso se acabó, dijo Recep Tayyip Erdogan, el líder islamista que gobierna Turquía desde 2002. Erdogan tomó la costumbre de referirse a los árabes –incluso a su némesis regional, el presidente sirio Bashar Asad– como “mis hermanos”, a fin de forjar un pacto arabo-musulman, una umma moderna bajo liderazgo turco, como en tiempos otomanos, y plantar cara a Israel en la región y a Occidente en el mundo entero. En 2010, la cadena estatal TRT incluso lanzó un canal en árabe, TRT Arabi. Por desgracia para Erdogan, su intento de fusionar el islam con el antisionismo parece haber fracasado.
Los diplomáticos turcos declaran oficialmente que el reciente acuerdo de normalización entre Emiratos e Israel es una traición de Abu Dabi a la “causa palestina”. Esta reacción procedente de Ankara semeja ridícula, pues la propia Turquía tiene relaciones diplomáticas con Israel desde 1949. Por lo visto, a los islamistas turcos no les importa hacer papelones.
En su edición del 10 de septiembre, Yeni Akit, un periódico rabiosamente islamista y erdoganista, denuncio que “los saudíes compiten con los emiratíes en traición [a la causa palestina]” por la histórica decisión de Arabia Saudí [así como de Baréin] de permitir a todos los vuelos procedentes de o con destino Israel surcar su espacio aéreo. De nuevo, el problema es que Israel es uno de los 138 países con los que Turquía tiene acuerdos para la utilización de sus respectivos espacios aéreos.
Siguiendo esta lógica, las relaciones diplomáticas con Israel y la autorización para que Israel se sirva del espacio aéreo propio sólo puede disfrutarlas un único país musulmán: Turquía. Si los demás lo hacen, son unos traidores.
Esta retórica refleja el creciente aislamiento de Turquía en el mundo arabo-musulmán (Qatar es caso aparte), luego de años de marginación en el seno de la OTAN. Así las cosas, Ankara puede adjudicarse el bizarro título de Apestado de la Alianza Atlántica y el Mundo Islámico.
Esto es lo que Ankara cosecha desde hace años, pero Erdogan se niega cerrilmente a revaluar sus posiciones.
A principios de 2019, seis países, incluida la Autoridad Palestina (pariente ideológicamente inmediato de Erdogan), convinieron en formar el Foro del Gas del Mediterraneo. En una reunión celebrada en aquel mes de julio en El Cairo, los ministros de Energía de Egipto, Chipre, Grecia, Israel, Italia y la AP, así como un delegado del Ministerio de Energía de Jordania, anunciaron que formarían un comité para elevar el Foro a la categoría de organización internacional respetuosa de los derechos de sus países miembros sobre sus propios recursos naturales. Erdogan se sintió traicionado por sus hermanos palestinos, pero se consoló con que los felones no eran de su amada Hamás.
En octubre de 2019, la Liga Árabe condeno la operación militar transfronteriza llevada a cabo por Turquía en el norte de Siria como “una invasión del territorio de un Estado árabe y una agresión a su soberanía”. La Liga se planteó tomar medidas contra Turquía en los ámbitos de la economía, la inversión, la cultura, el turismo y la cooperación militar. Asimismo, demandó al Consejo de Seguridad de la ONU que adoptara “las medidas necesarias para detener la agresión turca y [asegurar] la inmediata retirada [turca] de territorio sitio”. Para profunda vergüenza de Ankara, su aliado regional más estrecho, Qatar, no bloqueó el comunicado condenatorio de la Liga.
La reacción turca fue típicamente pueril. El director de comunicaciones de Erdogan, Fahrettin Altun, afirmo que la Liga Árabe “no habla por el mundo árabe”, y un rabioso Erdogan clamo: “Todos vosotros [los países árabes] no hacéis una Turquía”. He aquí un apartamiento notable de la retórica de “nuestros hermanos árabes”.
Diríase que en el mundo de fantasía turco sólo los islamistas turcos o aquellos que cuenten con el beneplácito de Ankara pueden hablar en representación del mundo árabe. Peor aún: Erdogan y compañía creen que pueden vender su mercancía en la calle árabe si la envuelven en retórica antisionista y hamasista.
El pasado 9 de septiembre la Liga Árabe condenó a Turquía (así como a Irán) por su “interferencia en la región y en la causa palestina”. En una cumbre de cancilleres de la Liga, el ministro de Exteriores de Egipto, Sameh Shukry, dijo que su país “no permanecerá imperturbable ante la avaricia turca, que se está desplegando especialmente en el norte de Irak, en Libia y en Siria”. Una vez más, Ankara rechazo de plano todas las decisiones adoptadas por la Liga.
Murat Yetkin, destacado periodista turco que cuenta con su propio Yetkin Report, escribio recientemente:
Con la excepción de Libia y Qatar, lo que une a los árabes ya no es el sentimiento antiisraelí sino el antiturco.
Revista El Medio