Judería USA vs. judería israelí: dos tribus distintas, dos líderes diferentes




Entre los datos menos sorprendentes del momento se encuentran los de la encuesta del Pew Research Center que informa de que un considerable 70% de los judíos norteamericanos piensa votar al exvicepresidente Joe Biden, frente a un 27% que se decanta por la reelección del presidente Donald Trump. Estos números muestran que, pese a todo lo sucedido en estos tumultuosos cuatro años, nada ha hecho cambiar las concepciones de los votantes judíos: en 2016, las encuestas a pie de urna arrojaron unos resultados similares, con un 71% de judíos respaldando a Hillay Clinton y un 24% a Trump.

Igualmente previsibles han sido los resultados de otros dos sondeos. Según el de la revista Ami, los judíos norteamericanos que se identidifican con la corriente ortodoxa respaldan a Trump frente a Biden por un fenomenal 83 a 13%. Según el de i24News, el 63% de los israelíes prefieren a Trump y sólo un 19% a Biden. Esta última encuesta podría considerarse fruto del interés propio israelí. Pero en torno a la mitad de los encuestados dejaron asimismo claro que piensan que sus primos estadounidenses están equivocados: el 48% afirmó que los judíos de EEUU hacían mal en apoyar al Partido Demócrata, frente al 35% que dijo que le parecía una decisión correcta.

Que los israelíes quieran a un presidente que les quiere tanto difícilmente resulte chocante, de la misma forma que a la mayoría de los ciudadanos del Estado judío no le gusta el presidente Barack Obama por mucho que a la mayoría de los judíos americanos sí.

Pero, más allá de esa obvia conclusión, ¿Cómo explicamos estas marcadas diferencias? La respuesta fácil pasa por incidir meramente en que la mayoría de los judíos norteamericanos son progresistas, mientras que los ortodoxos y los israelíes se alinean con la derecha. Eso es cierto, pero la respuesta ha de ir mucho más allá. Las cifras que estamos manejando dan poca cuenta de las cuestiones candentes o de los méritos de uno y otro candidato pero lo dicen todo sobre las diferencias entre ortodoxos y no ortodoxos, así como de la distinta naturaleza de las sociedades norteamericana e israelí, y de sus respectivas culturas políticas.

Lo único en lo que merece la pena detenerse de la encuesta del Pew es en el hecho de que son legión los seguidores de Biden y Trump a los que cuesta un mundo comprender a los del otro bando. Para la mayoría de los que son progresistas y demócratas leales, la elección no tiene tanto que ver con Biden como con echar a Trump, al que consideran no sólo equivocado sino la encarnación del mal.

Los seguidores de Biden simplemente no entienden que haya judíos que apoyen a Trump, al que consideran una amenaza para su seguridad. Aunque rechazan sus políticas conservadoras, también consideran su estilo, sus maneras y su retórica como lo peor de la sociedad norteamericana, así como una manifestación de un odio que vinculan con la violencia contra los judíos y con el temor de que otro mandato de Trump conduzca a un régimen autoritario de corte fascista. No es casualidad que el Consejo Demócrata Judío haya producto anuncios en los que más o menos se acusa a Trump de ser un nazi, pese a la naturaleza ofensiva de esa analogía profundamente inapropiada. 

Los judíos que apoyan a Trump están igual de estupefactos. Atienden al bagaje del presidente y se preguntan cómo puede haber judíos que se le opongan, cuando se trata del presidente más proisraelí que haya tenido EEUU jamás, así como el que más medidas contra el antisemitismo –especialmente en los campus universitarios– ha adoptado. Por lo demás, confían en alguien tan relacionado con los judíos que su hija es conversa al judaísmo, sus nietos son judíos y cuenta con judíos en puestos de gran relevancia, que le han ayudado a dar forma a sus políticas.

Pero nada de esto explica realmente la manera en que vota la judería americana.

En el cogollo de la diferencia entre los judíos de Biden y los de Trump está la fe. Los judíos progresistas que consideran indiscutible votar a Biden son en gran medida el fruto de una cultura más interesada en los aspectos universales del judaísmo y de la identidad judía que en los particulares. 

Para una abrumadora mayoría de los judíos no ortodoxos, la agenda progresista de justicia social del Partido Demócrata encaja con lo que consideran esencial del judaísmo. El viejo y en cierta forma injusto chiste que dice que el judaísmo reformista y no ortodoxo es poco menos que la plataforma del Partido Demócrata sigue siendo parcialmente cierto. Aunque un creciente número de judíos de izquierdas se han sumado a grupos antisonistas, aún son muchos los judíos progresistas a los que preocupan Israel y la seguridad del propio Estado judío; ahora bien, no es ni mucho menos una de sus grandes prioridades.

En cambio, los judíos ortodoxos y el pequeño número de no ortodoxos que se identifican como políticamente conservadores ven en el apoyo a Israel una prueba de fuego. Las posiciones de Trump sobre Israel son para ellos definitivas. Es igualmente cierto que numerosos judíos ortodoxos simplemente no se identifican con la clase de judaísmo tikun olam que profesan los progreistas.

La sociedad norteamericana es, por definición, no sectaria, mientras que Israel es un Estado-nación cuyo propósito es procurar un hogar seguro para un pueblo específico que ha sido perseguido durante veinte siglos. El ethos americano está enraizado en valores universales que buscan derribar las barreras entre los pueblos y los credos. Como la mayoría de las otras naciones del planeta, Israel es una expresión de particularismo. Su prioridad es reconstituir y defender la soberanía judía en la patria ancestral de los judíos, no ser la última y mejor esperanza para el mundo.

Ni los ortodoxos ni la mayoría de los israelíes rechazan necesariamente los valores universalistas. Pero dan la misma importancia a preservar la vida judía y el Estado judío, y la simpatía de Trump contribuye a equilibrar la balanza.

Hay todo tipo de razones para motivar a los votantes judíos, incluidos los fallos del presidente, así como la naturaleza iliberal del cada vez más influyente ala izquierda de los demócratas. Sin embargo, la llamativa división en torno a las elecciones también remite a algo largamente negado por quienes, con la mejor de las intenciones, quieren pintar a los judíos americanos y a los israelíes como miembros de una familia muy unida.

Los eslóganes de “Somos uno” que se utilizaron en su día para promover la filantropía judía fueron siempre más aspiracionales que descriptivos. Los judíos americanos y los judíos israelíes son parte del mismo pueblo, pero pertenecen a tribus diferentes, con concepciones y prioridades que, aunque no siempre entran en conflicto, son distintas. Lo mismo cabe decir de los ortodoxos y de los que no lo son. Quienes quieran explicar por qué unos y otros ven las elecciones norteamericanas de manera tan distinta deben por fin reconocer que se trata de una división tribal, no familiar.

 

Jonathan S.Tobin  / Revista El Medio

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