Pero ese edificio comenzó a derrumbarse en la década de 1970, cuando la crisis petrolera, entre otros factores, hizo que comenzaran a aumentar al mismo tiempo los precios y la desocupación. Entonces fue el momento de gloria de las políticas monetarias y el reflujo del gasto estatal hacia las políticas de austeridad. Fue la nueva ortodoxia que reinó durante los siguientes cuarenta años.
Hasta que llegó la pandemia. En lo que va del año, el mundo (incluyendo a los países desarrollados y emergentes) lleva gastado o redujo impuestos por el equivalente a US$ 12 billones (casi 12% del PIB global) para combatir la pandemia. En medio de una recesión global no menor al 5%, está claro que esta cantidad de recursos colosales sólo pueden obtenerse por medio del endeudamiento o de la emisión monetaria. En la eurozona, el déficit fiscal de este año se calcula en cerca de un billón de euros, o 9% del PIB del bloque de 19 países. Esto es 10 veces más que el déficit del año pasado. Y cuando la economía repunte en 2021, si es que lo hace, todavía la UE está planeando tener un déficit de 700.000 millones de euros (6,6% del PIB).
En gran contraste con tiempos recientes, estas extravagancias fiscales gozan ahora del beneplácito de los organismos financieros internacionales. El FMI y el Banco Mundial, que recientemente realizaron su reunión anual, son ahora los principales impulsores del gasto y están sepultando las recomendaciones de austeridad fiscal que tanto los entusiasmaba hasta hace pocos años.
Carmen Reinhart, la economista jefa del Banco Mundial, dijo recientemente una frase que se hizo famosa: “Primero hay que ganar la guerra, después se verá cómo se paga”. Reinhart, junto con Kenneth Rogoff, fue una de las principales defensoras de la austeridad fiscal y de los límites al endeudamiento en un célebre artículo que escribieron en 2010 (Growth in a time of debt) y que sirvió de fundamento teórico para exigir austeridad a países como Grecia, cuyas economías habían quedado heridas de muerte durante la Gran Recesión de 2008/2009.
La tesis de ese artículo sostenía que niveles de deuda pública superiores al 90% del PIB eran sumamente dañinas para las economías. Reinhart ahora propone que los países con acceso al crédito recurran a él sin culpa. El propio FMI está alentando a los países a endeudarse y gastar lo que sea necesario hasta salir de la crisis. Kristalina Giorgieva hasta utilizó una frase de Dostoievsky para impulsar esta política, impensable hasta hace poco: “Sólo una cosa importa, ser capaz de animarse”.
El gasto deficitario que se financia con deuda tiene una ventaja en estos tiempos y se llama tasas de interés cercanas a cero. Muchos países desarrollados pueden hoy darse el lujo de pagar los servicios de mayores niveles de deuda sin poner en peligro sus finanzas de largo plazo, dado que las economías pueden crecer a mayor velocidad que la deuda. Este punto fue señalado por primera vez a fines de 2019 por Olivier Blanchard, un respetado académico y ex economista jefe del FMI.
En cualquier caso, la austeridad está sufriendo el golpe de un considerable “fuego amigo”. El 16 de octubre, el Financial Times publicó un extenso análisis sobre la economía mundial titulado “la semana en que se sepultó a la austeridad”. En un editorial unos días antes, el diario financiero británico había asegurado que la creciente aceptación del FMI y el Banco Mundial a que los países que lo necesiten se endeuden más representa el último clavo en el ataúd de la doctrina de la austeridad. La muerte de la austeridad no es para lamentar, agregó. De hecho, la última década de estas políticas terminaron en las experiencias “populistas” de Donald Trump en Estados Unidos y Boris Johonson en Gran Bretaña. Ambos políticos propusieron reducciones de impuestos sin demasiadas iniciativas de reducciones de gastos.
Para el economista y columnista del FT Martin Sandbu estos cambios en la ponderación de las políticas monetarias y fiscales están alumbrando un nuevo tipo de pensamiento económico. Se trata de una línea argumental que refuta lo que hasta hace poco tiempo se consideraba un lugar común: que la intervención de los gobiernos en la economía, aunque fuera por una buena causa, debía tener siempre un costo en términos de menor eficiencia y crecimiento. “Esto no quiere decir que el Estado tenga que ser más grande. Pero sí significa que los sectores público y privado tienen intereses menos opuestos de lo que se supuso durante décadas de políticas económicas”, escribió.
Después de 1945, el supuesto fue primero que el Estado sabía hacer mejor las cosas que el sector privado. Después esto se revirtió por completo, con la famosa teoría del “Estado bobo”, bastante popularizada en la Argentina. Siguiendo el consejo de Ronald Reagan, el gobierno debía hacerse a un lado para dejar paso al impetuoso sector privado. La pandemia está acelerando ahora una transición a un pensamiento de síntesis. Según Sandbu, se trata de una visión del mundo económico que se basa en encontrar formas en las que la intervención del gobierno puede guiar una mejor respuesta del sector privado. En este sentido, dice, “la planificación económica y el estado activista están de vuelta”. Interesantes ideas a tener en cuenta en la Argentina, donde la doctrina de la austeridad todavía tiene buena prensa
El Economista