El día en que murió la paz en Israel





25 años después del asesinato de Isaac Rabin, cae en el olvido la vía de salida política al conflicto.

Todos los israelíes que han cumplido 40 años recuerdan con claridad qué hacían la noche en que Isaac Rabin fue asesinado. “Yo era un adolescente el 4 de noviembre de 1995. Mi familia de nacionalistas religiosos celebró la muerte del primer ministro con cantos y bailes”, evoca Yehuda Shaul, cofundador de Rompiendo el Silencio, ONG pacifista de veteranos del Ejército. “Estaba en la misma plaza de Tel Aviv donde él fue tiroteado durante un acto politico”, rememora el historiador Meir Margalit, de 68 años. “No puedo olvidar la sensación de desamparo que me invadió tras los disparos del extremista judío Yigal Amir. Fue una noche de pesadilla”.
Un cuarto de siglo después del magnicidio que dio un vuelco a la historia del Estado judío, el proceso de paz lanzado por el jefe de Gobierno laborista con los Acuerdos de Oslo (1993) apenas ha tenido eco en las marchas que durante el fin de semana le han recordado en varias ciudades. “Aquí mismo era donde incitaba a la violencia Benjamín Netanyahu, entonces líder de la oposición y enemigo declarado de la paz con los palestinos”, decía este sábado el profesor universitario Eli Steinitz, de 47 años, mientras señalaba el balcón en el que el líder del conservador partido Likud arengaba a sus partidarios hace 25 años. Los miles de manifestantes que el sábado se congregaron de la céntrica plaza de Sión de Jerusalén reclamaban una semana más la dimisión del actual primer ministro, procesado por corrupción –en esta ocasión acompañados de fotografías de Rabin en homenaje a su memoria–, pero el olvido de la era de la “paz por territorios” era patente en pancartas y consignas.

“Ahora podemos decir con certeza que el asesinato de Rabin supuso la muerte de la paz”, reflexiona en voz alta el escritor Assaf Gavron, de 51 años. “Por supuesto, no todo lo que ha ocurrido desde entonces obedece a ese hecho, pero la brecha que divide la sociedad israelí se ha agrandado de forma irremediable”. Como recuerda el analista político Daniel Kupervaser, la derecha nacionalista liderada por Netanyahu atacó furiosamente al líder laborista por los Acuerdos de Oslo.

 “Paradójicamente, estos pactos suponen ahora el salvavidas político del líder del Likud, que mantiene un cómodo statu quo, sin solución de los dos Estados ni tener que hacerse cargo de tres millones de palestinos en un Estado binacional”, argumenta este comentarista nacido en Argentina en 1946.
Kupervaser considera que el mayor legado de Rabin –oficial en la guerra de la independencia israelí (1948-1949) y jefe del Ejército en la Guerra de los Seis Días (1967)– es haber demostrado a los ciudadanos que Israel puede defenderse por sí solo. “Antes de ser abatido por las balas, llegó a la conclusión de que los conflictos con los países vecinos se deben solucionar mediante negociaciones, no con las armas”, apunta el analista.
Para Yehuda Shaul, que fue comandante de una unidad militar en Cisjordania antes de afiliarse al movimiento pacifista, “el reconocimiento político de la minoría árabe (20% de la población) fue su más revolucionario legado”. “Rabin fue la excepción a la regla en la historia de Israel al contar con los ciudadanos de origen palestino en un momento de esperanza”, recalca el responsable de Rompiendo el Silencio.
La izquierda había triunfado con claridad en las urnas en 1992 gracias al empuje del laborismo (34% de los votos) y de los pacifistas del movimiento Meretz (10%). Pero solo gracias al apoyo externo de los partidos árabes (4%) Rabin pudo ser investido y negociar los Acuerdos de Oslo. Desde entonces, la alternativa progresista de poder se ha ido desvaneciendo el Israel.
El Partido Laborista obtuvo menos del 6% de los votos en las legislativas del pasado mes de marzo, en coalición con Meretz y un pequeño partido centrista.
Cartel de Isaac Rabin, el sábado en una manifestación contra Netanyahu en Jerusalén.
“Mi generación ya no verá la paz”, lamenta Meir Margalit, profesor del centro universitario Ono en la aglomeración de Tel Aviv. “El asesinato de Rabin representó la extinción de una esperanza y el fin de una utopía”. La inmigración de cerca de un millón de judíos procedentes de la antigua Unión Soviética en la década de los noventa del siglo pasado —con un sesgo marcadamente conservador— escoró hacia la derecha al electorado israelí.
El estallido de la Segunda Intifada (2000-2005) y la ola de atentados palestinos contras civiles judíos acabó de inclinar definitivamente la balanza en contra de la izquierda. Lejos queda la era hegemónica del laborismo, que entre 1948, en el nacimiento del Estado de Israel, y 1977, con el resurgir del nacionalismo en las urnas, encabezó todos los Gobiernos.
La ocupación de los territorios palestinos y la vía política de los dos Estados ya no acapara el debate en la sociedad israelí un cuarto de siglo después del magnicidio de Rabin. La escisión entre las castas que configuran una compleja sociedad –judíos y árabes, laicos y religiosos, askenazíes (occidentales) y sefardíes (orientales)– se ha ampliado durante la pandemia, con acusaciones cruzadas entre los distintos sectores.
El largo decenio de Gobiernos bajo control casi exclusivo de Netanyahu –que han estado salpicados por los casos de corrupción– ha conducido a rupturas como la Ley del Estado Judío, una noma acusada por la oposición de relegar a las minorías a la condición de ciudadanos de segunda clase. Una encuesta del Instituto para la Democracia en Israel en la conmemoración del asesinato de 1995 refleja que solo una tercera parte de los votantes conservadores y una quinta parte de los ultrarreligiosos creen que se debe seguir recordando en la actualidad de forma institucional a Rabin, un gobernante que fue galardonado con el premio Nobel de la Paz.
Incitación a la violencia

El pasado viernes, cuando Israel conmemoraba el aniversario del asesinato de acuerdo con el calendario judío, 25.000 velas iluminaron en su memoria la plaza del Ayuntamiento de Tel Aviv, que hoy lleva su nombre. Casi a la misma hora, Netanyahu intervenía en la Kneset (Parlamento) en un acto de homenaje para denunciar que la “incitación a la violencia aún persiste en Israel”, esta vez contra él y su propia familia.
Además reiterar algunas amenazas que se estrellan contra la muralla de guardaespaldas que le rodea, venía a reconocer que el proceso por tres casos de soborno y fraude empieza a pasarle factura. El fiscal general de Israel, Avichai Mandelblit, acaba de invocar un “conflicto de intereses” para recortar los poderes del primer ministro, quien ya no podrá intervenir en la designación de altos cargos judiciales. “Que siga ocupando el cargo mientras está siendo encausado supone una situación excepcional”, advierte el fiscal general ante el inicio efectivo de la vista contra Netanyahu a partir de enero.
“Me temo que Israel no ha aprendido la lección de la muerte de mi padre”, lamentaba Yuval Rabin, de 65 años, en declaraciones citadas por The Times of Israel. “Esa misma sensación de incitación a la violencia sigue hoy en la calle, en las redes sociales, en la retórica de los políticos”.
Juan Carlos Sanz / El País

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