Mapa de la costa oeste del África ecuatorial en el que se muestra la Ensenada de Bonny, epicentro del misterioso microsismo.
Si yo fuera la escritora Luz Gabás, titularía este artículo como su último libro: “El latido de la Tierra”, pero como no soy ella, me he decido por algo más serio para el titular. Y es que efectivamente, la Tierra late con una exactitud digna de un maestro relojero. Nada que podamos escuchar sin ayuda claro, sólo un tenue y extraño “beep” que sucede cada 26 segundos. En realidad debería ser imperceptible pero claro, los sismólogos de todos los continentes cuentan con instrumentos sensibilísimos que llevan captando el misterioso pulso desde comienzos de la década de 1960. ¿Qué lo provoca? Nadie lo sabe a ciencia cierta, de hecho los científicos solo se han puesto de acuerdo para darle un nombre: “microsismo”.
La historia comienza como digo en la década de los 70, cuando Jack Oliver (del Observatorio Geológico Lamont-Doherty, Universidad de Columbia) detecta la palpitación por primera vez. Debemos aclarar que este investigador no era un “cualquiera”. La teoría de la tectónica de placas (hoy en día totalmente aceptada) debe parte de su unánime respaldo a las primeras evidencias encontradas por Oliver.
En realidad Oliver hizo algo más que detectarlo, también descubrió que el fenómeno venía de algún lugar del océano Atlántico situado al sur del ecuador, y que era más fuerte durante los meses de verano del hemisferio norte. Si no pudo rastrear más exactamente el origen del microsismo fue simplemente porque no contaba con el instrumental adecuado. ¡Ay si hubiera contado con sismógrafos digitales o computadoras! En aquellos tiempos los datos se consultaban comprobando papeles y más papeles.
En 1980, en tanto, Gary Holcomb, del Servicio Geológico de los Estados Unidos estudió más detalladamente el fenómeno, y se dio cuenta de que el microsismo se hacía más fuerte durante las tormentas. Lamentablemente, los trabajos de Oliver y Holcomb cayeron en el olvido durante casi tres décadas.
Entonces, un buen día de 2005 el por entonces estudiante de graduado Greg Bensen, que se encontraba trabajando en el laboratorio de la Universidad de Colorado en Boulder, recibió la visita de sus tutores: Mike Ritzwoller y Nikolai Shapiro. “Enséñanos en qué andas trabajando”, le pidieron.
Las gráficas que les mostró indicaban la presencia de una extraña y fuerte señal que partía de un lugar lejano. Reconoció que no tenía explicación para aquello, pero se tranquilizó al ver igual de perplejos a sus tutores. Juntos, se dedicaron a examinar la señal desde todos los ángulos posibles. ¿Era un error de análisis o de instrumental? ¿Había realmente actividad sísmica?
Tirando del hilo, los tres científicos fueron capaces de triangular el pulso hasta su origen y lo ubicaron en el Golfo de Guinea, frente a la costa occidental de África. Es a ellos también a quien debemos que el trabajo de Oliver y Holcomb haya vuelto a ver la luz para recibir el crédito debido. De hecho el trío les rindió honores en un trabajo publicado en 2006 en la revista Geophysical Research Letter.
¿Qué causa esa señal periódica? Nadie lo sabe a ciencia cierta aunque hay al menos dos facciones involucradas en el debate, desde los que creen que las olas del océano podrían estar detrás del fenómeno, hasta los que defienden que se genera por actividad volcánica. Veamos de dónde vienen ambas hipótesis.
Hace aproximadamente seis años, otro estudiante de graduado llamado Garrett Euler (esta vez en el laboratorio Doug Wiens de la Universidad Washington en San Luis, Misuri) se unió a la lista de nombres propios relacionados con nuestra historia. Euler, pudo estrechar la búsqueda del punto de origen aún más, al situarlo en una parte del golfo de Guinea llamada Ensenada de Bonny. Además, ofreció argumentos que podrían explicar el origen de la misma.
En opinión de Euler, las olas que golpeaban la costa podrían ser las causantes del microsismo. Cuando las olas viajan a través del océano, la diferencia de presión que estas ejercen sobre el fondo oceánico no tiene demasiado efecto. Sin embargo, cuando las olas golpean la plataforma continental (un lugar donde el suelo sólido se encuentra a mucha menor profundidad) la presión que estas ejercen puede lograr que el fondo oceánico se deforme generando pulsos sísmicos que reflejan su acción como un eco. Euler hizo público su hallazgo durante una conferencia que la Sociedad Sismológica Estadounidense organizó en 2013.
¿Tenemos ya explicación? Pues no, como os decía el trabajo de Euler no ha convencido a todo el mundo. De hecho, ese mismo año, un equipo dirigido por Yingjie Xia (instituto de Geodesia y Geofísica de Wuhan, China) propuso una alternativa a las olas: los volcanes. La explicación de los chinos se basa en la proximidad de la isla de São Tomé (y de su volcán) a la Ensenada de Bonny.
Sea como sea, ninguna de las dos explicaciones aclara por qué el microsismo se genera ahí y no en cualquier otro lugar donde las condiciones sean similares. Existen múltiples zonas de baja profundidad en la plataforma continental costera sometidas al impacto de las olas, por no hablar del número de volcanes marinos conocidos. ¿Qué tiene de especial la ensenada de Bonny?
Nadie lo sabe. El misterio está ahí a la espera de que algún otro nombre se sume a la lista de los protagonistas de la historia del microsismo, esta vez – con suerte – para dar con una explicación del fenómeno que no despierte objeciones.
¿Te atreves tú? Podría ser un proyecto maravilloso de fin de carrera en geología. Y si quieres visitar la zona in situ ni siquiera tendrías que preocuparte por el idioma, ya que en Guinea Ecuatorial se habla español.
En fin, reconforta saber que mientras esperamos la llegada del “elegido” la Tierra continúa latiendo de forma tenue y constante, cada 26 segundos, desde la costa de Guinea.
Miguel Artime/ Discover Magazine