Con un vestido de seda de damasco gris, envuelta en una capa de armiño y acompañada por sus damas de honor, Ana Bolena se encaminó al patíbulo donde, minutos más tarde, un verdugo le cortaría la cabeza.
La calma y la seguridad con las que pronunció sus últimas palabras tocaron la fibra de gran parte del gentío que se había congregado en la Torre de Londres para presenciar su ejecución.
«No he venido aquí para acusar a nadie, sino que rezo a Dios para que salve a mi rey soberano y al de ustedes, y le dé mucho tiempo para reinar, pues es uno de los mejores príncipes en el mundo, quien siempre me trató tan bien que no podía ser mejor. Por lo tanto, me someto a la muerte con buena voluntad, pidiendo humildemente el perdón de todo el mundo».
«(…) Y así tomo mi partida del mundo y de todos ustedes, y cordialmente les pido que recen por mí. Oh Señor ten misericordia de mí, a Dios encomiendo mi alma», se despidió Bolena.
Acto seguido, un verdugo traído especialmente de Calais, Francia, levantó su espada en alto y de un golpe certero le cercenó la cabeza.
Así, un 19 de mayo de 1536, concluyó la vida de la segunda esposa de Enrique VIII de Inglaterra, la primera reina inglesa en ser ejecutada, acusada de adulterio, brujería y traición.
Sus últimos días —desde su arresto, juicio y ejecución, que se desarrollaron a lo largo de apenas 17 días— se conocen con lujo de detalle, gracias sobre todo a los relatos de los embajadores de la corte que transmitían las noticias a sus propios monarcas.
Sin embargo, una serie de textos tan aburridos como extraordinarios contenidos en un libro de la época, y que salieron recientemente a la luz, confirman que Enrique VIII planificó hasta los más mínimos pormenores de la ejecución de Bolena para que todo se hiciera sin contratiempos y a toda prisa.
«Lo que encontramos en este libro son aspectos bastante mundanos de la organización del día de la ejecución», le explica a BBC Mundo Sean Cunningham, director de registros medievales de los Archivos Nacionales y especialista de la dinastía Tudor.
Instrucciones al detalle
El libro al que el historiador hace referencia (Tudor warrant book, en inglés) es uno de muchos que se encuentran en los Archivos Nacionales en el bario de Richmond, en el oeste de Londres, que contienen la minucia burocrática de los crímenes del siglo XVI.
«Revela también que el gobierno es implacable en su intención de que se cumpla con todo y que esto se haga de la manera más oficial posible».
La razón por la que estos registros han sobrevivido es porque podían servir como referencia futura, para dejar por escrito que «cuando se ejecutase a una reina, estos son los procedimientos que hay que cumplir, y así es como nosotros gestionamos todo el proceso».
«No es que nos digan algo que probablemente no supiésemos antes, o que no hubiésemos inferido, pero es interesante verlo en blanco y negro, sobre la página, mostrándonos las instrucciones para que la decapitación se lleve a cabo en el momento justo, en el lugar indicado, donde cada persona sabe qué trabajo tiene que hacer», agrega Cunningham.
El asegurarse de que todo saliese de acuerdo al plan era crucial por que la ejecución fue un escándalo (además de tema de discusión en todas las cortes europeas), y las autoridades estaban preocupadas por cómo podría reaccionar la población.
Fuera de la vista del público
Aunque Bolena fue condenada a morir «en la hoguera o decapitada», el documento dirigido al alguacil de la Torre, Sir William Kingston, estipula que el rey, «movido por la piedad», ordenó la decapitación, un método menos doloroso que la hoguera.
No obstante, «parece que el día de la ejecución se olvidaron de cerrar las puertas, y cerca de mil personas entraron para ver su decapitación», señala el historiador.
Otra detalle que no se cumplió de acuerdo a las detalladas instrucciones de Enrique VIII tiene que ver con el lugar de la ejecución: por algún motivo que se desconoce no tuvo lugar en la Torre Verde, donde incluso hoy día se indica como el sitio donde ocurrió, sino en otra zona del complejo.
Pasar página por no darle un hijo
En cuanto a las acusaciones contra Bolena, la mayoría de los historiadores coinciden en que son falsas.
El gran «crimen» de la reina fue no darle un hijo varón, el heredero que Enrique VIII buscaba con desesperación para perpetuar su poder y su dinastía.
De ahí su apuro por concluir la etapa Bolena.
«La presión está creciendo sobre él y eso lo lleva a hacer cosas crueles e impulsivas. Lo único que le preocupa a Enrique es él mismo y su futuro, y el hecho de que en 3 años (lo que duró su relación) Bolena no le dio un hijo varón, y por ello quiere pasar capítulo», dice Cunningham.
Tal es así que un día después de que rodara la cabeza de Ana Bolena, Enrique VIII anunció su compromiso con Jane Seymour, la única de sus seis esposas que le dio el hijo que buscaba.
Aún así, fue Isabel I, la hija que tuvo con Ana Bolena, la que se convirtió en una de las grandes monarcas de la historia de Inglaterra.
Si hubiese sido hombre…
Aunque Enrique VIII se olvidó de Bolena una vez que la eliminó (literalmente) de su vida, ella continuó y continúa aún despertando interés en el público.
Para Cunningham la fascinación que genera se debe «primero a que ella solo es la segunda reina inglesa desde la conquista. Proveniente de la nobleza y la aristocracia de Inglaterra, es vista como alguien que rompe la tradición de los reyes ingleses que utilizaban el matrimonio como una forma de alianza para establecer relaciones internacionales».
«Pero también al hecho de que se ubica en una posición en la que puede ser reina, y utiliza las dificultades de Enrique VIII con Catalina de Aragón (su primera esposa) como una oportunidad para posicionarse mejor».
«Además una mujer moderna que pasó tiempo en Francia, en las cortes y es una operadora muy experimentada en un medio aristocrático».
«Si hubiese sido un hombre, la habrían reconocido sus grandes habilidades para navegar estas dinámicas de poder que son un campo minado para la gente».