El templo que guarda el sepulcro fue en su origen una humilde iglesia bizantina, utilizada por monjes franciscanos que fueron expulsados por los musulmanes en el siglo XVI. La iglesia se convirtió así en una mezquita dedicada al Rey David. Hoy en día, y tras la reforma de los cruzados, la sala de la tumba funciona como sinagoga, pero acoge a fieles de estas tres religiones.
Visitar la tumba de David
Cada día, cientos de peregrinos atraviesan el patio del antiguo monasterio franciscano para adentrarse en la sala que alberga la tumba del Rey David. Aunque los historiadores siguen buscando la tumba del rey guerrero, las escrituras religiosas y la tradición han convertido este lugar en la tumba de David desde siglo X.
Una gran menorá dorada recibe a los visitantes al entrar a la sala, que dispone de dos zonas de oración diferenciadas para hombres y mujeres, como marca la tradición judía. A pesar de la solemnidad del lugar, la afluencia de peregrinos a veces rompe con las oraciones frente al sarcófago de David, cubierto por una túnica azul con inscripciones en hebreo.
El Cenáculo
En el piso superior del edificio está la sala donde se celebró la última cena: el Cenáculo. Según la tradición cristiana, fue en este lugar cerca del Monte Sión donde Jesucristo celebró la Eucaristía y cenó con sus doce discípulos antes de que los romanos lo arrestaran.
El Cenáculo es un enorme salón abovedado sin apenas decoración. La única ornamentación visible son las inscripciones árabes de las ventanas y un Mihrab o altar musulmán orientado a la Meca.
Lo que en el siglo XV llegó a ser una importante mezquita hoy en día es un lugar sagrado para los peregrinos cristianos, que acuden a rezar al lugar donde tuvo lugar la última cena y el Pentecostés.