Introducción
Hace muchos años, mientras paseábamos por el huerto de la casa de nuestros amigos Carmen y Damián en Estopiñan (Ribagorza, Aragón), ellos nos iban relatando algunas historias familiares que hacían referencia al paso de sus antepasados por esa casa, por ese campo. Nosotros, Verónica y yo, escuchábamos atentamente y les explicábamos que con suerte apenas sabíamos ciertas cosas de nuestros abuelos, pero poco más. Recuerdo sentir envidia sana.
Con el tiempo fui descubriendo que mucha gente en Cataluña perfectamente puede ordenar su árbol genealógico. Saben de dónde vienen sus antepasados, qué oficios han tenido, en definitiva, qué vida han vivido.
Cuando llegamos a Barcelona en 1991, especialmente los primeros tiempos, muchas veces nos poníamos en la piel de nuestros abuelos (salvando las distancias con una época en la que no había aviones, ni internet y la gente era muy pobre) para entender qué habían sentido cuando se fueron al otro lado del Atlántico. El nuestro, ciertamente, era un viaje de vuelta, pero por supuesto bajo otras condiciones y otras motivaciones.
Siempre me impactó la frase atribuida al escritor mexicano Octavio Paz que dijo: “Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los mayas y los argentinos de los barcos”. En efecto, fue así, hubo una masiva migración de Europa a la Argentina desde finales del siglo XIX hasta después de la segunda guerra mundial. De manera que toda esta gente no tenía lazos con la tierra de acogida. La población, especialmente de la ciudad de Buenos Aires, se formaba mayoritariamente por inmigrantes europeos.
Los nacidos en Argentina somos fundamentalmente hijos o nietos de inmigrantes que mantenemos lazos muy fuertes con Europa. Italianos, españoles y un gran etcétera. Europa es un espejo en el que mirarse. Se dice en broma, que los argentinos somos italianos, que hablamos español y que queremos ser franceses. Hay algo de orgullo en ello, orgullo más que cuestionable. Especialmente cuando vemos los desastres ocurridos en Europa durante el siglo XX, tierra de guerras y nacionalismos. Sin lugar a dudas, hay mucho de nostalgia y de idealización.
La mayor parte de toda esta gente emigraba por encontrar en Argentina un mundo mejor. Buscaban dejar atrás la pobreza. Y también las guerras. La guerra civil de España que mandó al exilio a tantos republicanos, la segunda guerra mundial que desplazo a ingentes cantidades.
Entre tantos cientos de miles de personas se encontraban los judíos, que también buscaban escapar de la pobreza, pero que además a muchos los movía otra razón, buscaban escapar de la muerte. Especialmente los miles que vivían en zonas donde habían pogroms y que emigraron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Los judíos y el exilio
Era una forma de segundo exilio, de gente que en otras generaciones ya se había exiliado. No por una condición política (exilio moderno) sino por ser judíos. Es una historia que se remonta a casi dos mil años. Que comienza cuando los romanos echaron a los judíos de las tierras en las que en la actualidad está el Estado de Israel. Jerusalem fue destruida y comenzó lo que los judíos llamaron Galut (exilio) Esto llevo a muchos a Europa. Esta historia a partir de allí se fue repitiendo. Comunidades enteras tuvieron que emigrar de un lugar a otro porque eran echados precisamente por mantener su condición de judíos, esto ocurrió en Inglaterra, Francia, España, Alemania, Portugal, etc.
A los judíos no se les permitía ser dueños de la tierra. Esto los obligaba a estar en una situación de transitoriedad, dificultaba el arraigo. Se les permitía vivir en comunidad, se los encerraba (ghettos, el primero en Venecia, de allí el nombre), en esa época eso era lo normal, no estaba mal visto, se les cedía alguna zona alejada, ya que no se quería que se mezclaran con las poblaciones nativas, como mucho se les permitía cierto intercambio a aquellos que podían aportar algo necesario (médicos, prestamistas, comerciantes) En algunos casos, los ghettos estaban abiertos durante el día, pero por la noche se cerraban. Al mismo tiempo los judíos no se querían mezclar para mantener los rasgos propios. Esto comienza a cambiar cuando los judíos empiezan a ser reconocidos como ciudadanos en Francia y en Alemania.
Sumemos a esto otro rasgo de las comunidades judías: lugar donde iban progresaban, se las arreglaban para sobrevivir, trabajar, producir cultura. Cuando emigraban sólo podían llevar algunas pertenencias, con lo cual el saber, el conocimiento, los idiomas, el saber comerciar, el arte, la música, eran útiles en cualquier lugar y los acompañaba.
Estas características, efecto de la segregación, se convertían en un problema. Los vecinos siempre estaban en tensión. Esto se traducía en antisemitismo, que no es otra cosa que segregar al que posee un rasgo diferente, al extranjero.
Se decía, pues, que los judíos se bebían la sangre de los niños, que hacían rituales, que estafaban, que mataban personas. Todo servía para justificar su persecución y para manipular a la gente. De manera que no era difícil a los gobernantes, la nobleza, la iglesia, manipular a la gente para que los odien.
Evidentemente Hitler no inventó nada, lo perfeccionó y lo industrializó. Por eso habló de “Solución final”. Los judíos eran un problema y lo de final era porque las soluciones anteriores no habían servido del todo: Expulsiones, inquisición, pogroms.
Este rodeo permite ver lo que estaba en el origen de la migración de los judíos de Europa. América se veía como una tabla de salvación para tanta gente, en su mayoría masas de gente que vivían en condiciones de mucha precariedad.
Entre los judíos, había y ciertamente hay aún, una tensión interna, aquellos que cuestionan cierto destino de migrantes y que buscan integrarse como sea a la sociedad en la que residen y aquellos que siempre viven con la idea de que en algún momento habrán de marchar. Evidentemente no se trata de una oposición binaria, sino que hay un amplio abanico de matices. Ocurre también, que a lo largo de la vida de la gente estas posiciones pueden variar en función por ejemplo de contingencias, del momento vital.
Esta cuestión de una u otra manera se juega en todas las familias judías. Cuando se celebra la pascua judía (Pesaj) que recuerda la liberación de la esclavitud se dice “el año que viene en Jerusalem”, la idea mítica de la vuelta que a la vez supone otra migración con lo de renuncia que eso significa.
En el siglo XIX con el auge de los nacionalismos en Europa, surge un movimiento que busca cambiar el paradigma y si encontrar un lazo a la tierra como forma de salida a ese destino. Esto se convierte en una idea política potente que se convierte en realidad con la creación del Estado de Israel en 1948. Sin embargo, vemos que 70 años después de la creación de este Estado, este rasgo de “migrante” se mantiene. Son muchos los judíos, incluidos muchos israelíes, que viven y están establecidos fuera de Israel, y que no tienen entre sus planes ir a vivir a Israel.
En épocas pasadas de identidades sólidas, en oposición a la modernidad líquida de hoy en día (Z. Bauman), se hablaba de conflicto de doble identidad: Por ejemplo, se podía ser argentino o ser judío, se trataba de elegir. Sabemos hoy que esto no tiene sentido. El concepto de identidad para la gente es menos consistente, aunque obviamente en épocas de globalización hay cierta nostalgia del terruño, de lo idéntico a uno, que como no, emerge nuevamente en Europa (Escocia, Cataluña, extrema derecha en varios países)
El concepto de la identidad, es un concepto relativamente moderno desarrollado por la psicología americana y que no se sostiene mucho, más que por creencias.
Uno de los ataques más furibundos de los antisemitas es que los judíos forman parte de un poder global para controlar el mundo (comunismo, capitalismo). Así se asocia lo judío a aquello que se contrapone a una identidad local. En cierta forma los judíos inventaron la globalización antes de que esta exista.
En cualquier caso, podríamos decir que la idea de migrar de una u otra manera, es decir como aceptación o como rechazo está en el ADN simbólico de muchos judíos.
Después de los atentados en Paris en el Hyper Casher en el año 2015, muchos judíos franceses empezaron seriamente a plantearse marcharse de Francia. Esto no significó que en su mayoría lo hicieran, pero se despertaron sensaciones pasadas.
En realidad, en la actualidad, la idea de migración no está necesariamente relacionada con el antisemitismo. Hay la idea de buscar un horizonte mejor. Se detecta en infinidad de familias judías. Hay como un empuje a ello.
Mi familia es un buen ejemplo de esto, en dos generaciones, muchos de los primos ya no seguimos en el mismo lugar al que los abuelos emigraron. El compromiso con el país en el que nacimos, en el sentido identitario, para algunos es más relativo, esto no significa que no sea importante, que no nos importe.
En cambio, nos unen a esa tierra las vivencias de la infancia, la lengua, historias vividas. Lo explica claramente el poeta Rainer Maria Rilke que dijo: “la verdadera patria del hombre es la infancia”.
Si hacemos una foto familiar de hoy en día, mi familia está esparcida por un montón de países y ciudades: Argentina, USA, Israel, México, Francia, España. Y seguramente la cosa no quede acá.
Obviamente, toda esta explicación, no justifica las razones y las causas de cada migración, que son particulares de cada uno. Es probablemente una condición necesaria, pero claramente no es suficiente. Hay razones subjetivas para marcharse y para quedarse, ni mejores ni peores. En todo caso, me interesa transmitir que las condiciones materiales son una cuestión menos relevante que las subjetivas en la toma de cualquier decisión. Y a veces detrás de una decisión pueden jugarse causas que desconocemos y que con el tiempo podemos entenderlas.
El Imperio Ruso
Volviendo a mi familia, cuando era chico pensaba que habían venido de Rusia. Así me contaban. Imperio Ruso, Unión Soviética, Rusia, todos sinónimos de la época. Un dato interesante que refuerza esto es que en Argentina a los judíos se los llama “rusos” (de pequeño muchos amigos me llamaban así)
La primera vez que tomé conciencia de que Rusia incluía muchos países, algunos de ellos muy distintos, fue cuando mi hermano Adolfo vino de visita a Buenos Aires (vivía en Israel) con Malka, su mujer. Ella había nacido en Moldavia, que en ese entonces para nosotros era Rusia. Sería el año 1979, es decir aún el mundo se regía bajo la tensión de la Guerra Fría. Se había ido de Kishinev hacía unos años, y obviamente no podía volver ni tenía lazos con su país.
Un día le propusimos algo que pensamos que la alegraría mucho. La llevamos al Cine Cosmos que estaba en la Avenida Corrientes. Se trataba de un cine, que cosa rara en Buenos Aires y en plena dictadura militar, sólo pasaba películas de la Unión Soviética subtituladas (muy buenas, por cierto)
Nuestra gran sorpresa fue, cuando al comenzar la película, Malka nos dice que lo que hablaban los actores no era ruso sino georgiano. Ella por supuesto lo entendía y estaba muy agradecida.
Ese día aprendí varias cosas: que la política era mucho más compleja de cómo nos la pintaban en esa época. Que Rusia era “imperialista” (este era un adjetivo que sólo se reservaba para Estados Unidos), de hecho, poco tiempo después iniciaría la invasión a Afganistán. Y que mis abuelos no venían de Rusia, sino que en la actualidad esa región era un país que se llamaba Ucrania. Todo esto se hizo más patente con la caída del muro de Berlín.
Sabía por mi mamá que sus padres venían de Odessa. En el caso de mis abuelos paternos también sabemos que vinieron de esa misma zona y que mi abuela, decían, había tenido estudios secundarios, o sea que jugaba otra liga.
Los apellidos
Sin embargo, había muchos interrogantes. Ahora podríamos pensar en que poco interés en la familia por contar historias, en hablar de los propios mitos familiares. Estamos construidos de esos retazos que nos vienen dados y que se suma a lo que reconstruimos o interpretamos de ellos, a veces hay poco de lo que agarrarse, de hecho, cada uno se construye una propia vida. No hay un destino marcado. Pero de dónde venimos, cómo se nos espera, qué lugar venimos a ocupar, sin lugar a dudas es importante. Y de esos retazos que tenemos intentamos armar una historia, que no deja de ser interpretación. Es como un puzle, pero que cada uno lo arma a su manera.
En nuestro caso me propuse partir desde allí, de lo poco que sabemos y conversar con distintos integrantes de la familia que pudieran aportar algún elemento para esta construcción.
Hace muchos años, visitando el museo de la Diáspora en Tel Aviv, supe que mi apellido paterno tenía un origen que se podía reconocer. En la Edad Media se impuso la costumbre que la gente tuviera un apellido para designar a su propia familia. En general los apellidos eran definidos, en función del oficio del padre de familia, en función de una localidad o mayoritariamente para reconocer la filiación: “hijo de…”. Mi apellido original era Itzcovich (así se llamaban mis tíos) En nuestro caso el apellido viene de: “Itzco” que viene de Isaac, Itzak y “vich” que es hijo en ruso: hijo de Itzhak, hijo de Isaac. Es decir que el primer Izcovich/Itzcovich fue seguramente hijo de un Isaac.
Cuando mi padre nace (en 1920, en Argentina), sus padres lo inscriben y en el registro se comete un error tipográfico muy frecuente en esa época. Seguramente ellos no sabían leer y escribir en castellano y el empleado del registro entendió mal y quitó la letra T de manera que el Itzcovich pasó a ser Izcovich. Cosas de la vida y de las lenguas. Cuando mi hermano Adolfo fue a vivir a Israel en el año 1976, el apellido automáticamente volvió a pronunciarse Itzcovich. En hebreo no hay la letra zeta, pero si la letra tzadik.
La familia de mi papá vivía en Argentina, en un pueblo cerca de Bahía Blanca llamado Saldungaray. Mi papá, Abraham, nació en Médanos, un pueblo vecino. Eran colonias agrícolas en la que vivían muchos inmigrantes trabajando en el campo. Habían llegado desde Odessa a finales del siglo XIX probablemente ayudados por filántropos como el Barón Hirsch y de manera planificada por el gobierno argentino.
En el caso del apellido de mi mamá hay una sustitución. Todos mis tíos y primos se llaman Schejtman (la mayoría de los registros en internet están en inglés y usan el apellido Schechtman, que se pronuncia igual), en cambio cuando anotaron a mi mamá en el registro argentino, probablemente mis abuelos tampoco sabían leer y escribir en castellano, y el empleado puso Scherman, de ahí que nuestro segundo apellido sea distinto al de mis primos.
Según pude averiguar, la primera parte: “schejt” deriva de la persona que realiza el ritual de schejitá o sea el que mata a las vacas según el ritual de la kashrut. Es decir que Schejtman, era el nombre de una persona cuyo oficio era practicar la shejitá. No parece ser un apellido de origen ruso, lo cual nos indica que probablemente en generaciones anteriores hubo una migración desde Europa Central.
Siguiendo con los abuelos maternos, otro descubrimiento: Odessa era una gran ciudad. Después de Moscú y San Petersburgo, era la tercera ciudad más grande del imperio ruso. Tenía comunicación ferroviaria y marítima, agua corriente, alcantarillado, la Universidad, muchas bibliotecas, museos, la Ópera, teatros y cines, hipódromo, parques, hoteles de lujo, infinidad de cafés y restaurantes. Era uno de los centros de la burguesía europea y de la cultura de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Famosa, entre otras cosas, porque allí se rodó la película el Acorazado Potemkin del gran cineasta ruso Serguei Einsestein.
Sin embargo, descubrí que mis abuelos no eran exactamente de Odessa. Era algo que suponía. Era la forma de explicar a la gente en Buenos Aires, de dónde venían, era una referencia. De hecho, sabemos que era gente muy humilde, de pueblo pequeño, como la mayoría de los judíos que emigraron en esa época.
Sería como si yo en la actualidad a gente que no conoce Cataluña le digo que vivo en Barcelona, cuando en realidad vivo en Sant Cugat del Valles. A alguien que vive fuera esta ciudad probablemente no le dice nada. Hoy en día si alguien me pregunta de dónde soy, le digo de Buenos Aires, como máximo: de las afueras de la capital. No digo Villa Ballester, porque seguramente nadie sabría ubicarlo.
¿Qué más sabemos de la historia?
El barco que los llevó a la Argentina partió de Génova. El grupo lo componían Adolfo y Sara y seis hijos (mi mamá ya nació en Buenos Aires): Abraham, Berta, Marcos, Moishe, Sofía y Jaime.
Mi hermano Adolfo me cuenta, que sabía que tardaron alrededor de 10 meses en llegar. Esto lo confirma mi tía Sara, a quien le contaron que el periplo duró alrededor de un año. Estamos hablando de que desde Odessa a Génova hay una distancia de más de dos mil kilómetros, atravesando varios países.
No sabemos qué medio utilizaron para este viaje, pero pensemos que no existían prácticamente los coches (en esa época sólo los tenían los ricos), de manera que seguramente habrá sido en un carro con caballos. El otro medio para realizar algunos tramos podría haber sido el tren y no descartamos por historias que escuchamos, que también hicieron trayectos a pie. No nos olvidemos que seguramente aún no había terminado la primera guerra mundial y que debieron de atravesar montañas y condiciones muy difíciles. La abuela hizo gran parte del viaje embarazada. Clarita, mi prima, recuerda unos almohadones que había en su casa que eran recuerdo de aquel éxodo, que el abuelo usó para que la abuela viajara más cómoda.
El tío Jaime nació durante el viaje, mientras estaban en Génova. A todos los que consulté me dijeron que sabían que el parto fue bajo condiciones lamentables (hay quien me explicó que fue en un baño)
Según explica la tía Sara, un hermano del abuelo que también estaba allí con su familia en Génova, consiguió la visa para Estados Unidos. Allí se separaron. Quizás fue antes e hicieron recorridos distintos porque los barcos que iban a Nueva York salían desde Hamburgo. Yo recuerdo que mi mamá me contó que la intención era ir a USA pero que los abuelos no consiguieron visa.
Años después estos parientes visitaron a la familia en Buenos Aires. Me cuentan que la tía Berta los visitó en Estados Unidos (recuerdo haber visto una foto). Hemos perdido el rastro de ellos y de sus descendientes. Mi mamá se reencontró con una prima en Israel, de la que tampoco sabemos nada.
Cuando la familia llegó a Buenos Aires, un conocido los dejó establecerse en una especie de corralón, en el barrio de la Paternal. El tío Moishe, contó que el lugar donde se instalaron era como la imagen de un “pesebre”, estaba fuera de la vivienda en la que habitaba otra familia y convivían con animales. Pensemos que hablamos de los años 20 del siglo pasado y que ellos eran tremendamente humildes. Tío Moishe recordaba el arroyo Maldonado y que su hermano Marcos siempre lo protegía cuando jugaban con otros niños y de los potenciales peligros a los que se podían enfrentar.
Con lo que el abuelo fue ganando como albañil, pudieron mudarse a su primera casa, que estaba en el barrio de Villa Urquiza (que aparentemente construyó el abuelo con la ayuda de Marcos), en la calle Bebedero (con el tiempo cambió de nombre)
Según me cuenta mi primo Carlos, la tía Berta conoció a su esposo Bernardo porque eran vecinos. Bernardo presentó a Paulina y a Abraham, mis padres.
La siguiente casa ya fue en Villa Ballester (San Martin), ciudad en la que casi todos pasamos nuestra infancia (Moishe y su familia, relativamente cerca, en José León Suarez). Nosotros en la calle Azopardo, creo que en el número 733, cerca del Liceo Militar. Los Wengier se establecieron en Esquel, en la Patagonia, además recuerdo que tenían un apartamento en la calle Paso, en el barrio del Once.
El origen de esta historia
A estas alturas nos preguntamos: ¿qué pasó con la casa que dejaron atrás?, ¿qué pasó con el resto de la familia?, ¿y la familia que se fue a USA?, ¿y los bisabuelos?, ¿se quedaron?, ¿ya habían muerto?, ¿de dónde eran?, ¿cuántas generaciones vivieron allí?, ¿y antes?, ¿y más acá, ¿cuál fue el itinerario hasta Génova?, ¿cuándo embarcaron?, ¿cómo fue el viaje?, ¿cómo fueron los primeros días en Buenos Aires?
Muchas preguntas que nos hacemos pero que seguramente nunca tendrán respuesta.
La prima Clarita me cuenta que hay guardada en algún lugar que ella no recuerda, correspondencia en idish. Aparentemente la abuela se carteaba con su familia. Cuando ella encuentre estas cartas veremos de traducirlas, ver que nos dicen y ver si aportan más luz.
Volviendo a Odessa, la preguntas que siempre flotaban eran: ¿cuál era el pueblo en el que habían vivido?, y ¿qué los llevo a salir de allí, a marcharse al otro lado del mundo?
De chico escuché una historia, contada por mi madre, que siempre me impactó. Mi hipótesis es que esta historia, está vinculada a la decisión de partir, es seguramente lo que precipitó el acto de emigrar. Se trata de una historia que conocemos todos los primos (probablemente la única compartida por todos):
“Llegaban al pueblo las tropas zaristas (probablemente Cosacos). Entraban a las casas a atacar a la gente. Adolfo y Sara, junto sus hijos, se escondían en un altillo que había construido mi abuelo (la prima Ana cuenta la misma versión, pero con una diferencia: que se escondían en un sótano). En un momento mi tío Moishe que era muy pequeño, se puso a llorar. Su mamá le tapó la boca para que no se oiga ningún sonido. El tío se puso azul porque no podía respirar, casi se muere. Se quedaron así hasta que se marcharon”
Recuerdo esta anécdota contaba por mi mamá. La explicaba de una manera que me parecía exagerada. Cuando escuché esta historia por primera vez me parecía una escena irreal. No podía creer que fuera cierta.
Se trataba de una situación dramática, límite. De vida o muerte.
Hay más historias de este estilo, como cuando van caminando en la nieve, ya se habían marchado y Sofía, una de las niñas, se cae. Nuevamente el dramatismo del relato va acompañado del comentario que se jugaban la vida en estos accidentes.
Ana relata una historia que escuchó, que aporta algo de humor (si esto es posible): El abuelo destilaba alguna bebida alcohólica con un alambique casero (esto era muy común) e invitaba, cuando podía, a algún soldado a beber con la idea de sacarle información acerca de los pogroms.
Con los años descubrí que en esa zona hubo varios ataques a poblaciones judías, en los que murieron miles de personas.
Pogrom es una palabra rusa que sirve para designar los ataques a poblados judíos. Este tipo de ataques, en realidad habían tenido lugar en muchas ciudades en Europa desde la edad media (desde cuando se tiene registro). Por ejemplo, se saben de episodios muy graves ocurridos en Tolon, Barcelona, Basilea, Estrasburgo, entre otras ciudades.
Se calcula que entre 1881y 1920 hubo en Ucrania 1,326 pogroms. Vemos en los testimonios, como los judíos se tenían que auto organizar para defenderse porque no había ninguna autoridad que los defendiera.
Después de 1919 y antes de la segunda guerra mundial murieron asesinados más de 30.000 judíos sólo en ese país. Eran perpetrados por grupos armados nacionalistas, como el Ejército Blanco liderado por Anton Denkin, que atacaba a los judíos con el argumento de que eran comunistas. Este murió en USA en 1947 y su cuerpo fue trasladado a Rusia en 2005 donde recibió los honores de héroe por parte de Vladimir Putin.
Sin dudas lo que llevó a mi familia a marcharse de su casa, de su pueblo era la amenaza real de ser asesinados, por el sólo hecho de ser judíos. Sin embargo, no todos se marcharon.
En la familia se hablaba poco de estas cosas. Era un rasgo común de todas las familias llegadas de Europa. Probablemente, y es mi interpretación, había un deseo tan fuerte de integrarse a la nueva sociedad, que Europa quedaba atrás. Este viaje era para siempre, la separación era para siempre. El mecanismo era pasar página para integrarse y progresar lo más rápido posible. Mi mamá, Paulina, ya nació en la Argentina, en noviembre de 1925, fue la única de su familia, el resto de sus hermanos habían nacido en Europa. De manera que ella no estaba tan tocada por la experiencia de la migración. Antes había fallecido Sofía a causa de las quemaduras fruto de un accidente con fuego.
Reconozcamos que el esfuerzo dio sus frutos, especialmente si miramos desde donde se partió y donde estamos hoy en día todos los primos, el progreso fue evidente y se dio en un país que a pesar de sus tantas dificultades lo posibilitó, al menos en esa época. Las historias de los inmigrantes son historias de mucho esfuerzo.
Leyendo el libro de Michael Gold “Judíos sin dinero, una historia del Lower East Side”, que refleja experiencias similares pero en Estados Unidos, el autor nos acerca de una manera muy nítida a lo que los judíos llegados a Nueva York pensaban, vivían y sentían. Y es notable, cómo al mismo tiempo que había una voluntad enorme por sobrevivir, por progresar, por integrarse y adaptarse rápidamente al nuevo mundo en el que se encontraban (otros códigos, otro idioma, otro paisaje) convivían con una terrible sensación de nostalgia por algo perdido. Pensemos en gente que eran campesinos, de golpe viviendo en una gran ciudad (Nueva York, Buenos Aires). Se trataba de soportar esa pérdida y avanzar, no caer. Esto suponía renunciar a lo que ya no se tenía.
Como no podía ser de otra manera, esta renuncia, ocurrió en la transmisión a la siguiente generación. En Buenos Ares con la llegada de los inmigrantes había teatro, libros y diarios en idish. Cuando llega la generación siguiente eso desaparece. Los actores, los escritores, los artistas ya se integran al medio porteño.
Así es como se pierde el idish, que era el idioma de los judíos venidos de Europa. Prácticamente se dejó de hablar con la siguiente generación. La tercera (la mía) ya lo desconocía casi por completo. Yo creo que conozco no más de 10 palabras porque tuve la oportunidad de conocer a mi abuela que murió cuando yo tenía 5 años.
En cambio, se conservaron ciertas tradiciones judías, la gastronomía y la idea de comunidad. La comida judía juega un papel clave. Las familias se reunían (y aún se reúnen en cualquier parte del mundo) en función del calendario de festividades judías (Rosh hashana, Pesaj, después del ayuno de Iom Kippur) alrededor de una mesa para degustar platos, que nosotros de chicos pensábamos que eran judíos hasta que descubrimos ya de grandes que no era otra cosa que la interpretación que hacían los judíos de las gastronomías con las que habían convivido.
Yo crecí como todos los niños. Viviendo ciertamente el presente y sin interés por la historia familiar, por saber acerca de los antepasados. Estos ya estaban pasados, no nos importaba. No queríamos saber de los sufrimientos pasados en la vieja Europa. Las historias familiares, es decir el año cero comenzaban con el descenso de los barcos y poco más.
En mi caso se sumó que yo soy el menor de cuatro hermanos con una gran diferencia de edad. Y que mi mamá era la pequeña de su familia también con mucha diferencia, En cualquier caso, no era un tema que generara interés en casa, ni tampoco en general en ninguna.
La decisión como un acto:
Probablemente es ya de grande cuando empiezan a surgir muchas preguntas.
Hay una pregunta que para mí está en el centro de la cuestión y que conecta la decisión de mis abuelos, con la mía propia de emigrar a Barcelona, y que creo es lo que me empujó a indagar hasta poder escribir estas notas:
¿Qué hace que una persona tome la decisión de irse de su ciudad, de su país en un momento determinado?
La decisión como acto marca claramente un antes y un después, al margen de los condicionamientos materiales, lo que se juega es la pura decisión, de dar un paso muy difícil, y que no tiene garantías de que vaya a salir bien.
Mis abuelos se marcharon, sin embargo, otras personas en igualdad de condiciones y coyuntura, se quedaron. Quiere decir que hay algo de la decisión subjetiva en juego. En el caso de los que se quedaron probablemente no fue la mejor decisión, aunque obviamente no se los puede juzgar. Después de los pogroms vino el comunismo y después los nazis que ejecutaron a miles de judíos. Al acabar la guerra nuevamente el comunismo lo tapó todo con la fuerza del terror. Se reconstruyeron las ciudades, pero no se hablaba de esto. Recién con la caída del muro se vuelve a hablar.
Aún en situaciones terriblemente límites como la de mis abuelos vemos que hay distintos tipos de respuestas. He conocido otros ejemplos que giran alrededor de esta pregunta.
Un amigo italiano me contó que su padre y sus tíos, que vivían en Milán, el mismo día que Mussolini publica las leyes raciales en Italia con las cuales podía enviar a los judíos a los campos de concentración, se reúnen por la noche y toman la decisión que al día siguiente irían a varios consulados a conseguir visas para poder marchar. La decisión que toman es marchar al primer país que se las otorgue. Consiguen visas para Uruguay y es allí donde pasan la segunda guerra mundial evitando así ser deportados.
Un profesor universitario judío que vive en Riga, me contó que sus padres escucharon en la radio que al día siguiente las tropas nazis entraban a la ciudad. De inmediato cogieron lo que pudieron y se marcharon ese mismo día hacia el este, hacia Siberia donde pasaron la guerra y de esta forma se salvaron que los maten junto a los 30.000 judíos que vivían allí y que los alemanes masacraron en 1941.
Otro ejemplo, pero de signo contrario lo podemos leer en el libro “Tú no eres como otras madres”, donde Angelika Schrobsdorff, relata la historia de su madre Else Kirschner, judía berlinesa, que a pesar de los consejos de amigos y familia, no se decide a marchar, aun viendo como su vida en la Alemania nazi se va degradando por su condición de judía.
Hay algo que se juega en la decisión que tiene que ver con cortar algo, con cierto desapego, lo cual en sí mismo no es bueno. Hay en definitiva una decisión forzada. Una decisión, que pretende buscar una mejor vida, o encontrar respuestas a ciertas preguntas.
He conocido todo tipo de inmigrantes en Barcelona y he constatado que la forma en resolver los problemas de la vida cotidiana e instalarse en la nueva ciudad muchas veces está ligado a cómo se jugó la decisión de emigrar. Fue una decisión meditada, propia, fue un arranque, fue una expulsión. Hay una enorme variedad de posibilidades que van a marcar la vida del inmigrante más allá de las condiciones del contexto.
Volviendo a los abuelos
Toda esta historia de búsqueda de los orígenes familiares, este relato, comienza como las buenas historias, con un encuentro.
Mi prima Edith, la única prima de mi misma edad, con quien de pequeños compartimos muchos juegos en mi casa y en la suya, vino de visita a Barcelona (vive en Israel). Fue un encuentro precioso. Mientras conversábamos le dije que me daba pena no saber de dónde eran nuestros abuelos, me refería al lugar preciso. A lo que ella me respondió: “esto es muy fácil, tengo escaneados los documentos de mi papa (tío Moishe) y allí dice donde nació”. Eureka! pensé.
A los pocos días, apenas volvió a su casa, me lo envió por e mail y efectivamente allí estaba. Un pequeño pueblo, no demasiado lejos de Odessa llamado Savran, en la región de Podolia.
La hija del tío Abraham, Raquel, a quien yo no conocía, me confirma por e mail que a ella le consta que la familia vivía en Balta, según le había dicho su padre. Tuvimos la suerte de confirmarlo con la tía Sara, a quien Clarita le preguntó y grabó en un mensaje de WhatsApp. Ella sabía que venían de Bolto (Balta en idish). Además, en el documento del tío Marcos figura como lugar de nacimiento Podolia, que es la región.
Mirando el mapa vemos que Balta está a pocos kilómetros de Savran. De manera que se trata de uno o del otro pueblo.
Tenemos una respuesta que dice Podolia (la región) que es correcta, dos respuestas que son más específicas y dan el nombre de la ciudad de Balta, que vienen de explicaciones orales, y un documento (el de Moishe) que dice Savran. Esto nos hace inferir que el origen es Balta. Ahora, ¿por qué razón el documento de Moishe dice Savran? No tenemos idea.
Podolia hace frontera con Moldavia, y luego está Rumania. Un día el hermano de Malka, que había conocido a mi mamá y que se comunicaba con ella en idish, me contó que claramente el acento y sus giros idiomáticos eran propios de esa región, como los judíos rumanos y moldavos (como él). Este es un dato muy importante.
A partir de allí internet ayudó mucho. Gracias a Google maps encontré los pequeños pueblos que fueron reconstruidos después de la segunda guerra mundial y que conservan cementerios judíos. En el caso de Balta me confirman, además, que aún hay una pequeña comunidad judía.
Me cuentan que a finales del siglo pasado en la región de Podolia había unos 100 mil judíos. En estos dos pueblos los judíos eran aproximadamente el 60-70% de la población. Muchos emigraron a América (del sur y del norte) y muchos a lo en esa época era Palestina. Por lo que leí, el movimiento sionista en esa región era muy importante y quienes emigraron fueron parte de las famosas Aliot a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Los que se quedaron, en su mayoría murieron asesinados por los nazis.
Según mis cálculos ya casi se cumplen 100 años de ese éxodo de la vieja Europa a la joven América. Sabemos que Moishe nació el 5 de noviembre de 1916, podemos calcular como mínimo aproximadamente otro año para el nacimiento de Sofía y otro para Jaime. De manera que seguramente llegaron a Buenos Aires a finales de 1918 o durante 1919 aproximadamente. Paulina nació el 18 de noviembre de 1925.
El viaje
Este texto sirve de introducción para el viaje que planeo hacer (si todo va bien) en algún momento de 2018. Viaje que quizás nos dé un poco más de luz. Aunque ya, y gracias a todos los que contribuyeron (Edith, Edgardo, Adolfo, Carlitos, Clarita, Raquel, Silvia y Ana), valió la pena para que podamos poner cierto orden a este rompecabezas.
Evidentemente todo esto no es algo cerrado ni mucho menos. Nos gusta la expresión “work in progress”, es decir está abierto a nuevas ediciones con lo que puedan aportar de novedoso los primos que se sumen y por qué no en el futuro lo que puedan agregar las nuevas generaciones.
Notas:
Para saber más acerca de los pogroms recomendamos estas páginas:
http://study.com/academy/lesson/pogroms-in-russia-kishinev-odessa.html
https://en.wikipedia.org/wiki/Anti-Jewish_pogroms_in_the_Russian_Empire
En el siguiente link se puede leer el relato detallado de una maestra acerca de un pogrom ocurrido en Savran. Describe con detalles y de forma dramática una serie de ataques a la población judía ocurrido en diciembre de 1919:
http://search.archives.jdc.org/multimedia/Documents/NY_AR1921/00022/NY_AR1921_00247.pdf
Relato de un pogrom ocurrido en Savran en el año 1917:
http://mindfullmeandering.blogspot.com.es/2013/08/savran-pogrom.html