Haftarat Vaietzé

 

Nuestro profeta vivió en la época del reinado de Joroboam II, entre los años 786-746 a.e.c.

Fue el primero de los llamados profetas menores, pero a la vez el mayor de los tres profetas contemporáneos a él: Amós, Isaías y Mijá.

Este período fue un momento de degradación moral y religiosa, llevaron a Oshéa a considerar los bienes materiales como la idolatría misma en esos momentos.

La profecía de Oshea es una de las más difíciles de interpretar de todo el Tanaj. Se lo considera el profeta de la justicia y el amor, tomando tal como otros profetas lo hicieron, la idea del intenso amor entre D’s y el pueblo de Israel, como una especial pareja de esposos.

Nos habla de un amor celestial rodeado de pasiones humanas. En estas pasiones se hacen presentes “otros dioses”, aquellos que aceptan compartir su trono con otras deidades, no es así el caso de Di-s, ya que Su amor es total y completo.

También nos habla de la Teshuvá, donde pone toda la esperanza en el regreso del pueblo y en el regreso de cada uno a A’d y la posibilidad de la unión de Israel.

Así como en ese momento el pueblo estaba dividido en dos reinos hoy tambien tenemos divisiones, y nuestro pueblo esta divido por diferentes ideas. Nos vemos diferentes a otras comunidades y a otras maneras de judaísmo que hasta hacen que muchas veces que nos desconozcamos unos a otros.

Así es como se forman “grietas”, nuestras “tribus” se dividen, se apartan unas de otras y hasta se desconocen creyendo que la verdad acerca de cómo amar a D’s y cumplir sus preceptos tiene una marca registrada y que si no se hace de esa manera no es aceptada y se arrogan el derecho de decir qué es válido y qué no.

Estas interpretaciones sobre la manera “correcta” de vincularse con lo divino no debería ser materia de juicio entre nosotros sino que debemos dejarlo a Di-s. Nosotros debemos ocuparnos de no discriminar.

Al inicio de Bereshit leímos la historia de Caín y Abel, nos preguntamos una y otra vez qué fue lo que hizo que D’s aceptara la ofrenda de Abel y no la de Caín, y podríamos pensar que fue justamente la forma de hacerla llegar, esa kavaná que puso Abel, donde la Torá nos dice que Abel también puso su ofrenda: gam u… y también, y ese u en la lectura se eleva al cielo.

Que podamos elevarnos también en cada acto que hagamos, aún en el que nos parezca más insignificante y haciendo Teshuvá nos encontremos con lo mejor de nuestros orígenes y de nosotros mismos. Quizás resulte ser una buena forma para dejar la idolatría de cada día de lado.

Fabian Holcman

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