Las científicas del Conicet Daiana Capdevila y María Eugenia Segretin recibieron el «Premio Ben Barres», que otorga eLife, una organización sin fines de lucro que brinda apoyo económico a proyectos de investigación liderados por grupos invisibilizados en la ciencia ya sea por género, etnia u origen.
Las investigadoras trabajan en la Fundación Instituto Leloir (FIL) y en el Instituto de Ingeniería Genética y Biología Molecular «Dr. Héctor N. Torres» (Ingebi) y participan de investigaciones internacionales sobre el efecto de la modificación de las proteínas en virus y microorganismos.
«Este premio busca visibilizar la ciencia de calidad que hacemos todas las personas invisibilizadas en el sistema científico, las personas que comienzan sus carreras independientes, mujeres y disidencias», valoró Capdevila respecto del premio que lleva el nombre de un reconocido neurocientífico trans fallecido en 2017.
Capdevila, quien este año recibió también el Premio Nacional L’Oréal-Unesco, celebró que el aporte económico del galardón «es una ayuda económica importante que nos permite seguir pensando que podemos hacer ciencia de punta, en un momento en el que todavía esperamos que los subsidios en el país recuperen su valor ya que alcanzan para experimentos muy acotados».
Segretin, que integra el Ingebi «Dr. Héctor N. Torres», coincidió en que «recibir este premio nos permitirá acceder a las tecnologías de vanguardia para abordar el objetivo de nuestra investigación, además de generar un contexto beneficioso para el establecimiento de nuevas colaboraciones y de futuros desafíos».
La organización eLife, que otorga el galardón, fue fundada por el Instituto Médico Howard Hughes, de Estados Unidos; la Sociedad Max Planck, de Alemania y el Wellcome Trust, del Reino Unido. Publicar un avance de investigación en la revista homónima de la organización es condición para poder obtener el reconocimiento.
Capdevilla y el estudio de la proteína AdcR
En 2018, cuando realizaba su beca posdoctoral en Estados Unidos, Capdevila y otros colegas de la Universidad de Indiana publicaron un trabajo en esa revista que describe cambios a nivel atómico que ocurren en una proteína llamada AdcR presente en el neumococo (Streptococcus pneumoniae), un microorganismo que causa desde infecciones del oído y sinusitis hasta neumonías y meningitis, dos de las principales causas de morbilidad y mortalidad en niños y adultos mayores.
«En el laboratorio estudiamos sistemas modelo para entender cómo las proteínas de las bacterias toman nuevas ‘formas’ en respuesta al estrés. Nuestros sistemas modelo son justamente las proteínas que miden el estrés. Cuando la bacteria trata de infectar el cuerpo humano hay un montón de fuentes de estrés que cambian y las bacterias que sobreviven son las que cuentan con la capacidad de adaptarse; esa capacidad se ve reflejada en ciertas propiedades de las proteínas que estudiamos», describió Capdevila.
La investigadora subrayó que, «en particular proponemos que es su flexibilidad interna lo que facilita la aparición de nuevas funciones, dando lugar a la resistencia tanto a antibióticos como al sistema inmune. Esa hipótesis, que es algo provocadora, es lo que esperamos poder testear gracias a este premio».
El Streptococcus pneumoniae es uno de los patógenos que figura en la lista de prioridades de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el desarrollo de nuevos fármacos.
Segretin y una proteína que no es una papa
También en 2018, Segretin participó como coautora en un trabajo publicado en eLife liderado por colegas del Reino Unido en el Imperial College London y en The Sainsbury Laboratory, en Norwich, en el que se describe cómo una «proteína efectora» de un tipo de parásito llamado Phytophthora infestans (que produce una enfermedad conocida como tizón tardío de la papa) es liberada al interior de la célula vegetal para manipular su maquinaria interna en beneficio propio y en detrimento de la planta.
«Desde la etapa doctoral, me resultó atractiva la estrategia de utilizar a la ingeniería genética para desarrollar cultivos que sean resistentes a distintas enfermedades causadas por virus y por unos microorganismos llamados «filamentosos» que incluyen a los hongos y a los oomicetes», describió Segretin.
La científica explicó que «unos años después comencé a interesarme especialmente en el patógeno de plantas Phytophthora infestans, el oomycete responsable de la gran hambruna irlandesa, y que representa una amenaza constante para la producción de papa a nivel mundial; de no ser controlado, y si las condiciones ambientales son propicias, este patógeno puede destruir campos cultivados con papa en una semana».
La investigadora explicó que «en particular, constituye un serio problema en nuestro país dado que las dos variedades de papa más cultivadas en Argentina (Spunta y Kennebec), son susceptibles a Phytophthora infestans».
«Actualmente el control de la enfermedad requiere de reiteradas aplicaciones de fungicidas, con las desventajas asociadas. El desafío actual es generar conocimiento y utilizarlo para el desarrollo de estrategias novedosas que permitan proteger a los cultivos frente a diversos patógenos, con menor impacto ambiental y mayor eficiencia», señaló.
Y concluyó: «En ese camino, mi objetivo es estudiar la variabilidad local de este patógeno en Argentina, en particular el repertorio de unas proteínas llamadas efectores que resultan claves en la interacción planta-patógeno».
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