Hay lugares que permanecen escondidos durante siglos. Sitios históricos que resisten el paso del tiempo y se mantienen invisibles sin querer ser descubiertos. Como Machu Picchu en Perú, que estuvo oculto por más de 500 años hasta que el hacendado cusqueño Agustín Lizárraga descubrió la ciudad perdida de los Incas en 1902; o la antigua ciudad romana de Pompeya, que fue sepultada por la violenta erupción del volcán Vesubio en el año 79 y fue redescubierta más de un milenio y medio después, en 1748, de manera casual; o la tumba de Tutankamón, que captó la atención del mundo, en 1922, cuando Howard Carter halló la sepultura del faraón egipcio tres mil años después de su muerte.
Estas zonas de interés arqueológico tal vez no existirían, como tantas otras que fueron destruidas en nombre del avance de la civilización, de no ser por los exploradores que muchas veces dejaron hasta la vida para escribir en los libros de historia sus excepcionales hallazgos.
Realizaban un largo proceso de deshidratación y ahumado que hizo conocidos a sus difuntos como «las momias de fuego»
Un hecho parecido ocurrió en la ciudad de Kabayan, ubicada en el norte de Filipinas, con la llegada de los españoles a la isla de Luzón en el siglo XVI. Allí conocieron a la tribu local Ibaloi y el rito ancestral de la momificación de sus muertos.
Pero los miembros de este pueblo no embalsamaban a los individuos comolo hacian los egipcios, sino que utilizaban una manera peculiar de tratar los restos mortales de sus seres queridos. Realizaban un largo proceso de deshidratación y ahumado que hizo conocidos a sus difuntos como «las momias de fuego».
Los españoles convirtieron a los Ibaloi a la fe cristiana y estos abandonaron sus prácticas de momificación aunque dejaron ocultos a sus ancestros en las cuevas de Kabayan. Durante más de 400 años, «las momias de fuego» permanecieron escondidas y protegidas por las generaciones posteriores que siempre supieron de su existencia pero las dejaron descansar en paz en sus nichos de piedras naturales. Y los muertos se transformaron en los protectores de la tribu y de sus lugares sagrados.
A principios del siglo XX, con el comienzo la industria maderera y la tala masiva de árboles en las montañas de alrededor de Kabayan, fueron descubiertas algunas cavernas que contenían los restos de los antepasados de los Ibaloi y «las momias de fuego» ganaron fama arqueológica.
¿Cómo era el proceso de momificación?
El embalsamamiento se iniciaba antes de la muerte del individuo. Se le hacía ingerir una serie de bebidas con una concentración muy alta de sal para iniciar la deshidratación. Una vez que moría, el cuerpo se lavaba y se colocaba en posición fetal, tal cual había nacido. Se dejaba a la persona dentro de un ataúd suspendido sobre una hoguera para que el calor y el humo de la leña penetrasen en el organismo y fueran secándolo poco a poco.
Otra parte del proceso de secado interno era soplar humo de tabaco en la boca del difunto para, según la creencia, eliminar todos los líquidos de los órganos internos. Luego, se embadurnaba la piel con un ungüento especial hecho a base de hierbas, en un proceso que podía durar hasta seis meses. Una vez momificado, el cuerpo se vestía con la ropa tradicional de la tribu y era trasladado a la cueva donde se procedía al ritual funerario de la despedida.
A principios del siglo XX, con el descubrimiento de las cavernas, también comenzaron los robos de «las momias de fuego». El caso más resonante fue la sustracción del distinguido jefe tribal conocido como Apo Annu, un gran cazador considerado mitad humano y mitad dios. Para los Ibaloi, la ausencia de su líder significó el inicio de una época de sequías y malas cosechas.
La momia de Apo Annu estuvo perdida durante de décadas en las que cambió varias veces de manos hasta que, en 1984, un coleccionista de antigüedades donó el cuerpo embalsamado al Museo Nacional en Manila, que lo devolvió a los Ibaloi. Hoy en día, el jefe tribal descansa en paz en su cueva, mientras otras 80 momias esperan poder regresar al lugar desde donde fueron extraidas.
En la actualidad, aunque la momificación ya no se practica entre los Ibaloi, la tribu considera a las cuevas de Kabayan como un territorio sagrado. La zona continúa en peligro por los saqueadores de tumbas y, por eso, fue designada como uno de los 100 sitios más amenazados del mundo por la organización sin fines de lucro World Monuments Fund y funcionarios locales conocen la existencia de entre 50 y 80 momias más pero no revelarán su ubicación por temor al vandalismo.
Los lugareños todavía realizan rituales para rendir homenaje a sus antepasados, con ofrendas de ginebra y platos de pollo, para que «las momias de fuego» tengan garantizados los alimentos y la diversión en la vida del más allá. Y también participan de manera activa en el esfuerzo de conservación de las cuevas para asegurar preservación de su historia.