La tía Bashke
Entre las figuras humanas que gravitaron en mi niñez ocupa un lugar de privilegio la de mi tía BASHKE, hermana de papá.
De buena presencia y ojos celestes y despiertos. Bashke era culta e inteligente en medida superlativa. Tenía mucha energía vital y representaba una fuente de buenos consejos. Era una apasionada lectora y estaba actualizada en todo lo que sucedía en este hermoso mundo que Dios ha creado. Regularmente hacía escapadas a Moisés Ville para vernos.
Antes del advenimiento del Estado de Israel sus hijos, Shmuel y Aliza con su esposo e hija hicieron alia pasando a integrar el Kibutz Negba, famoso en la Guerra de Liberación por los combates por cada palmo. Ellos se enrolaron en el Palmaj y pasaron por todas las etapas de la formación del Estado, siendo ejemplo del sionismo realizador.
La tía Bashke y el tío Arque no permanecieron lamentando y llorando el haber quedado solos, sino que decidieron seguir tras los pasos de los hijos, que emigraron a Israel precisamente no para deleitarse en placeres, sino para tomar parte en la Guerra de Liberación. La tía se estableció en Jerusalém, ciudad que amaba de alma; en ella se sentía como pez en el agua.
Al recordarla la asocio con Tehila, nombre de la protagonista de un cuento de Shai Agnon; encuentro puntos en común entre ambas. La tía Bashke solía mantener largas conversaciones conmigo, interesándose en aspectos relevantes de mi vida. Crio y educó a sus dos hijos en forma magistral e implantó en ellos el amor por la lectura y el saber.
En los presentes días que corren, evocando recuerdos de infancia, me llegó la funesta noticia de su muerte a los 97 años, longeva como sus padres, mis abuelos. Según lo mencionado anteriormente el señor Iosef Mendelson solía visitarnos en Santa Elena. Un segundo propósito de su visita consistía en conversar con la tía Bashke con quien mucho simpatizaba.
La tía fundó en Jerusalém un círculo femenino de estudio e investigación del Tanaj con la esposa del tercer presidente de Israel Rajel Shazar Z»L, y con un grupo de cultas mujeres. Este círculo fue célebre en Israel. Publicó también artículos literarios en revistas destinadas a la Mujer. La tía integraba un grupo de lectura cuyo propósito consistía en seleccionar textos literarios, leerlos y analizarlos.
Grande fué su aporte, como voluntaria, a la absorción de inmigrantes en las Maabarót (campos de transición), principalmente de los judíos yemenitas. Con paciencia ilimitada enseñó a leer y escribir a las mujeres analfabetas. Algunas de ellas mantenían con la tía una relación epistolar luego que ella se mudara de Jerusalém a Beer-Sheva. Bendita sea su memoria.
SAUL BLUGERMAN
David y Betsabé
En los años en que cursé la primaria en la escuela hebrea «Iahadut» el tema sexo era casi tabú para nosotros los niños. La brecha generacional entre padres e hijos era grande y poco se hablaba del sexo en la casa o en el colegio.
Un buen día nos hallábamos estudiando «Tanáj» (Biblia). Los bancos eran para dos y lo compartíamos Itke Iedlin Z»L y yo. Itke falleció hace algunos años atrás en el kibutz Merfalsim. Dios la dotó de belleza y de una voz agradable de canario. El tema de la clase era el capítulo 14 de Samuel II. Luego que el Moré hubo salteado los capítulos 11,12, y 13 nos resultaba dificultoso entender la sucesión de los hechos.
Entonces los dos decidimos leer lo que se nos quería ocultar. Teníamos a la sazón doce años. A medida que avanzabamos en la lectura de lo sucedido en el Capítulo 1 entre David y Bat-Sheva (Betsabé), comenzamos a deleitarnos ampliamente porque en realidad habíamos hallado lo que suponíamos. El Moré avanzaba en sus explicaciones del Capítulo 14, y nosotros disfrutábamos mientras tanto de algo que interesa a grandes y más aún a niños. Y mientras nos encontrábamos sumidos en una lectura acelerada y nerviosa, se acercó a nosotros el Moré, puso su mano sobre el Tanaj y preguntó: – Qué están leyendo de pronto, mientras estoy explicando el Capítulo 14?
Permanecímos shockeados e inhibidos sin responder palabra. El castigo fue para mí una suspensión a clase para el día siguiente. Si mal no recuerdo, el Moré fue más benévolo con Itke por razones sentimentales. Llegué a casa antes de la hora acostumbrada y al verme mis padres preguntaron extrañados por lo sucedido. Les conté pero cambiando un detalle: dije que la suspensión me fué impuesta por tres días.
Como mi padre se hallaba demasiado atareado con el campo en aquellos días, no concurrió al colegio a informarse al respecto. Al cabo del segundo día se apareció en nuestra casa el Moré Draznin en persona. Al distinguir su imagen comencé a rezar en mi corazón implorando a Dios que la tierra se parta y me trague cómo a Koraj y sus seguidores en el desierto. La conversación que a continuación se desarrolló resulta sobreentendida. No gocé de ella. Cuando el Moré se hubo marchado me agarró mi padre y me propinó una buena paliza, pero sobre la sentadera no había ninguna tabla protectora, como aconteció con «Motl el hijo del Jazan Cantor) Peisi» – escrito por Sholem Aleijem, al intentar pegarle el Rabi para «darle una buena lección»; este milagro a mí no me sucedió y «cobré» como es debido de las pesadas manos de mi padre, semejantes a mazasos.
En la Tnuá «Dror» – Matitiahu
Vivencias agradables e interesantes pertenecen a la época en la que fui miembro del Movimiento Juvenil «Dror«. En la Tnua (Movimiento) nos enseñaron importantes principios que atañen a las relaciones interhumanas. Dichos principios nos sirvieron de guía hasta el día de hoy, y dejaron impreso un sello característico en todos los que alguna vez pasamos por una Tnuá.
Teníamos plena conciencia que el trabajo es sumamente importante para templar el espíritu del ser humano, y es inadmisible que unos pocos acumulen fortunas mientras otros se están desgastando y carecen de todo. Aprendimos que cada uno debe ser solidario con el prójimo y debe estar dispuesto a cualquier sacrificio por él, siendo su amigo. Entrar a la sede de la Tnuá era como entrar a casa. Uno se sentía envuelto en una atmósfera de calidez y familiaridad. Las charlas que nuestros Madrijim nos daban permanecen en algún lugar de nuestra memoria.
Entre los que tuve, se destaca la imágen de Matitiahu, el hijo de nuestro Moré Draznin y su niño mimado. Matitiáhu sobresalía por su altura de entre los demás, en el más amplio sentido de la palabra, tal como dice en el libro Samuel I sobre el rey Saul.
Al comenzar su trabajo como Madríj contaba diecinueve años de edad. Nos causaba admiración su erudición en cualquier tema que trataba con nosotros. El inscribió un glorioso capítulo en la historia judía de Moisés Ville y de los Movimientos Jalutzianos al hacer alia a Eretz Israel con otros dos compañeros de la Tnuá (Movimiento), en 1944 si mal no recuerdo. Apenas hubo llegado a Eretz Israel se ofreció como voluntario en el Palmaj (Fuerzas de choque de la Hagana) llegando a obtener el grado de oficial.
Al poco tiempo el diario «De Idishe Tzaiutung» publicó en primera página una fotografía donde aparecen Matitiáhu y otros dos compañeros entrenándose en tiro. Todos estábamos rebosantes de orgullo con nuestro Moisés Ville.
Lamentablemente su vida no fué prolongada. Una terrible enfermedad lo aniquiló a los treinta y tres años. Dejó una viuda y dos hermosas hijas. Su esposa se llamaba Bat Sheva Zaliaznik, una de mis compañeras de clase que reside en Israel. En Matitiáhu se cumplió lo que dice el versículo: «Los actos de los padres los heredaron los hijos», (Como sabemos, esto no siempre se cumple). Fue idealista como su padre y se apegaba a toda consigna que debía cumplir. Al ir al autobús para iniciar su viaje a la Tierra Prometida, fue acompañado por los judíos de Moisés Ville que lloraban emocionados. Tengo presente la escena con claridad. Aquella época fue el período de oro del pueblo. Matitiáhu fue punta de lanza de la Alia que comenzó después de su partida, cuando surgió Medinat Israel.
SAUL BLUGERMAN
Hermanos de barco.
Llegué a la Argentina el 31 de agosto de 1928. Tenía 15 años de edad. Viajamos con mi mamá, que en realidad era mi madrastra, y mis hermanitos. Yo nací en el año 1912. Papá quedó viudo cuando yo tenía nueve meses. Al año él se casó con esta señora. Él vino a la Argentina en el año 1923. Vino a trabajar y le fue bastante bien.
En Polonia, precisamente nosotros vinimos de Varsovia, papá tenía un molino, pero no le estaba yendo bien, era un buen mecánico, se las ingeniaba, y aquí trabajó como mecánico de autos.
Siendo chica me gustaba cantar, bailar y zapatear, era una nena muy pícara y atraía a la gente. Es así que papá me llevaba al teatro. Siendo más grande, me presenté a trabajar en los años 1926 y 1927 en el teatro de Ida Kaminska: cantaba en el coro. En realidad, en casa no me dejaban que yo vaya a trabajar al teatro, pero papá ya se había venido a la Argentina, y yo no estaba haciendo nada malo. Nosotros vivíamos en la calle Kamelitzka y Gueiche.
En casa se hablaba el «idish», pero yo estudié la primaria y algunos años en el Gimnasium. La parte judía, porque yo sé leer idish y hebreo, con una «rebetzin» (esposa del rabino). Hasta los 11 años no sabía que mi mamá había fallecido. Una tía un día me dijo que pida permiso porque me iba a llevar a un lado. Ese día caminamos mucho, cuando llegamos al cementerio yo sabía leer, y cuando nos paramos delante de una lápida, pregunté quién era esa señora. Mi tía me contestó: «Ésta es tu madre». Yo, por supuesto, le dije que mi mamá estaba en casa. Acepté la realidad pero me enfermé durante un tiempo, nunca conté adonde había ido ese día. Mamá tenía 22 arios cuando murió; papá tenía 23 años.
Antes de venir a la Argentina, me fui a despedir de mis abuelos maternos; ellos vivían en un pueblo que se llamaba Kalushin. Eran pequeños y adorables.
En la Argentina conocí a unos primos hermanos de mi mamá. Parece ser que yo me parecía mucho a ella. Ellos no me llamaban por mi nombre, Ida, sino con el nombre de mi mamá, Rivke. A su vez yo le puse a mi hijita el mismo nombre Rivka. Mucha familia quedó en Polonia; mi mamá tenía cuatro hermanos, no quedó nadie; todos murieron en la guerra.
Papá me adoraba, yo era muy coqueta, y a él le agradaba que yo lo acompañase; solía regalarme medias de seda. La señora de papá, a quien yo quería mucho, como a mis hermanitos, era muy linda, parecía una gitana, pero era muy ignorante y analfabeta.
El barco que nos trajo de Cherburgo se llamaba Almanzora. Yo pasaba días enteros leyendo un libro en castellano y polaco, mientras cuidaba de mis hermanos más pequeños. En ese mismo vapor viajaba mi futuro esposo. Jaime se acercó muchas veces a jugar con mis hermanitos y a charlar conmigo. El tenía 21 años de edad, había terminado el servicio militar, y viajaba a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes. En el viaje, durante las paradas que hizo el barco, los chicos bajaban a comprarse chucherías; pero cuando llegamos a Brasil, resultó que no teníamos más dinero.
Fue entonces que Jaime ofreció a mi mamá prestarle unos dólares. No me olvido. Eran cuatro dólares, mucha plata en ese momento. En el puerto de Buenos Aires, mi papa nos esperaba. Mamá le contó lo sucedido, y es así que papá, además de devolverle el préstamo, lo invitó como «shif-bruder»(hermano de barco), que venga a casa. Igualmente no lo vi hasta pasado un año. Cuando nos volvimos a ver, él no me reconoció. Yo había dejado de ser una «grine» (gringa) para convertirme en una criolla.
Nuevamente pasó un tiempo largo hasta que lo volví a ver. Papá se extrañó de su ausencia, y me preguntó si yo lo había ofendido. Al cabo de otro año nos volvimos a ver. A mí me interesaba una persona honesta, trabajadora y bien parecida. Hay un dicho: a mentsh ken majn guelt, ober guelt ken nisht majn a mentsh» (una persona puede hacer plata, pero la plata no puede hacer una persona). Cuando salimos nos encontramos en una plaza. Él no me reconocía de encuentro a encuentro. Me hice un vestido y tapado color verde. Cuando se hizo tarde, yo lo encaré y le pregunté si él había venido con un fin, y que me lo diga, y si no, que quedáramos simplemente como amigos. Jaime dijo que a los ocho días me iba a contestar.
Así fue que en el año 1931 nos comprometimos y al año nos casamos. Nos gustaba el teatro, el cine. Yo trabajé con él en su taller de costura. Fuimos muy felices, tuvimos dos hijos: un varón y una nena. Tengo nietos e, incluso, bisnietos.
De la familia conformada por papá y la segunda señora, seis hermanos, no vive ninguno hoy en día. Siendo yo la mayor, tengo días mejores y otros no tanto, pero siento que mi verdadera madre me protege. De papá guardo los mejores recuerdos. Era un hombre muy generoso. Solía ir al «shil» (sinagoga) de la calle Médanos. En una oportunidad, observó que sus pisos estaban deteriorados y que nadie se daba cuenta de ello. Me consultó y le aconsejé: «Sé vos el primero en desembolsar y vas a ver que el resto de la gente te va a acompañar». Papá me dijo que yo era una persona inteligente «a guebifte a kligue».
AIDA KAMIEN DE PNIEWICZ