Falleció Tabaré Vazquez, ex Presidente de Uruguay. Era un socialista convencido, proveniente de un hogar humilde, formado en el sistema de educación pública en un país de un arraigado sesgo laicista, de absoluta separación estatal de todas las confesiones religiosas y, a pesar de ser la mayor parte de su población bautizada en la fe católica, especialmente neutral con relación a la Iglesia Católica. Era de izquierda y masón declarado. Un ateo, al que, según una de sus últimas declaraciones públicas, le hubiese gustado creer en Dios.
Pero Tabaré era, por sobre todas las cosas, médico. Y más aun, dotado de gran inteligencia y sentido común, era un hombre de bien.
Por eso, en su momento, veto la ley de aborto que se quiso introducir en Uruguay (fue finalmente puesta en vigencia luego de que Tabaré dejase la presidencia) dando razón al Papa Francisco cuando afirmó que el aborto no importa una cuestión religiosa sino moral. Así también lo sostiene, apoyado en extensos y fundados argumentos científicos y sociales, el libro del ex Presidente fallecido, Veto al aborto.
El decreto de veto, del 14 de noviembre de 2008, además de fundarse en razones de normativa constitucional, en definitiva las mismas que obligan en la Argentina, entre otras cuestiones, señala:
1)”Hay consenso en que el aborto es un mal social que hay que evitar. Sin embargo, en los países en que se ha liberalizado el aborto, éstos han aumentado. En Estados Unidos, en los primeros diez años, se triplicó, y la cifra se mantiene: la costumbre se instaló. Lo mismo sucedió en España”;
2) “El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados. Por eso se debe proteger más a los más débiles”.
Nuestro Ministro de Salud no piensa lo mismo. Con ocasión del actual debate sobre el proyecto de ley de aborto a voluntad, ha dicho: “…la células son vida pero no estamos hablando de personas. Si no, sería el mayor genocidio mundial el que está haciendo todo el mundo legalizando el aborto”.
Precisamente el Código Civil considera a ese conjunto de células como “personas”, siempre que el feto nazca con vida, para lo cual no hay que matarlo. También lo hace la Convención Americana sobre Derechos Humanos, que dice que el concebido es persona y que persona y ser humano son términos equivalentes.
¿En todo el mundo legalizan el aborto? No es cierto, y donde lo han hecho, ello no es pacífico, como en Estados Unidos, incluso 35 años después de su admisión. De todas maneras, el mundo del norte (donde las naciones abortistas son mayoritarias) no goza de buenos antecedentes en materia de protección de la vida humana. Nagasaki, Hiroshima, los campos de exterminio, las dos guerras mundiales (salvajes como nunca en la historia) con un “descanso” entre sí de sólo 20 años, Vietnam, las masacres estalinistas, la casi guerra nuclear (Corea, crisis de los misiles), la detente por el terror, el secuestro de poblaciones enteras para someterlas a la esclavitud, etc., no son precisamente buenos ejemplos de naciones defensoras de la vida, ni siquiera defensoras de la inclusión y el trato humanitario (v.gr., cuestión de los migrantes).
¿Ha advertido el Ministro que su frase podría ser transformada en afirmativa? Es decir, si el concebido es un ser humano, se está cometiendo el mayor “genocidio” (en el sentido de crimen masivo; de todos modos, esta es la expresión que utiliza el Ministro) de la historia. ¿Se arriesga el Ministro de Saludo a impulsar una hipótesis de este tipo?
¿No debería ser esta cuestión debatida con mayor profundidad a nivel científico antes que a nivel político?
¿Y si estamos dando vía libre al genocidio? Pero, en este caso, a un genocidio que ni siquiera puede excusarse en alguna supuesta, aunque falsa, culpa del exterminado, como en El Proceso kafkiano, donde el “Sr. K” era juzgado sin que ni él ni sus acusadores y jueces conociesen la imputación.
Rodolfo Barra / Infobae