La eliminación de un científico nuclear puede haber salvado innumerables vidas







«Irán jamás renunciará a lo que considera su derecho absoluto a ser un Estado dotado de armamento nuclear; ni con el régimen actual ni con ningún otro»

Con impepinable predictibilidad, el portavoz de Exteriores de la UE, Peter Sano, así como otros europeos apaciguadores con Irán se precipitaron a condenar la eliminación, el pasado 27 de noviembre, del científico nuclear iraní Mohsen Fakhrizadeh. Al hacerlo, demostraron una impactante indiferencia ante la destrucción, el sufrimiento y la muerte que podría infligir el régimen totalitario iraní gracias a la perniciosa expertise de Fajrizadé.

Desde el otro lado del Atlántico se sumaron al coro gente como el exdirector de la CIA John O. Brennan, que describió la eliminación de Fajrizadé como “terrorismo con patrocinio Estatal” y una “clamorosa violación de la legalidad internacional”. El caso es que Brennan estaba en la sala de mandos de la Casa Blanca cuando EEUU lanzó la operación por la que se dio muerte a Osama ben Laden en territorio soberano de Pakistán. Presumiblemente, no le susurró al presidente Obama que el Equipo Seis de los SEAL estaban violando la legalidad internacional.

Como asesor antiterrorista de Obama y director de la CIA, Brennan capitaneó y justificó públicamente un vasto programa de eliminaciones selectivas mediante ataques con drones en lugares como Pakistán, Afganistán o el Yemen. Hace unos años compartí reuniones con Brennan en las que éste ensalzaba la utilidad y legitimidad de las eliminaciones selectivas de terroristas.

En un aparente intento de reconciliar sus posiciones actuales con las que defendía cuando estaba en la Administración, Brennan ha afirmado que la eliminación de Fajrizadé es algo “muy diferente de los ataques contra líderes y operativos terroristas de grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico”.

Aunque tachó de ilegal la eliminación selectiva de Fajrizadé, las objeciones de Brennan parecen más centradas en el temor a “represalias letales” y a “una nueva ronda de conflictividad regional”, que él considera probable. Este es también el aparente trasfondo de la preocupación, muy extendida entre la izquierda, de la muerte de Fajrizadé haga más problemático el retorno de la Administración Biden al acuerdo nuclear con Irán, es decir, al Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC).

La tesis de Brennan revela la objeción más común a las eliminaciones selectivas. Tiene menos que ver con la a menudo cuestionada legalidad de las mismas –en la guerra, jamás han estado absolutamente prohibidas– que con la legalidad, moralidad o pertinencia de la política exterior al amparo de la cual se ejecutan.

Esto a su vez lleva a debates sobre qué es y qué no es una guerra y sobre el estatus tanto de los actores estatales como de los no estatales. Brennan dice que las eliminaciones selectivas son legales contra combatientes ilegítimos, como por ejemplo los operativos terroristas, pero no contra funcionarios de Estados soberanos en tiempo de paz, lo cual implica en este caso asumir que los autores de la muerte de Fajrizadé no estaban en guerra contra Irán.

He aquí una interpretación incorrecta de la realidad, dado que la guerra ya no puede ser definida como un enfrentamiento convencional en tierra, mar y aire. La línea entre la paz y la guerra ha sido difuminada deliberadamente por países como Irán o Rusia, que con frecuencia recurren a terceros para golpear a sus enemigos, y por actores no estatales con una capacidad inaudita para la violencia global, como el Estado Islámico o Al Qaeda.

Bajo la consigna de “¡Muerte de América!”, Irán lleva en guerra contra EEUU, Israel y sus aliados occidentales desde la revolución islámica de 1979. En ella, se sirve de grupos satélites para matar a cientos de americanos en lugares como Irak, Afganistán o el Líbano o para perpetrar ataques terroristas en Oriente Medio, Europa, EEUU y Latinoamérica. Teherán respalda al régimen asesino del presidente Bashar Asad en Siria, apoya materialmente al Estado Islámico y al Talibán y ha acogido y dado facilidades a miembros destacados de Al Qaeda, uno de los cuales, Abu Muhamad al Masri, fue eliminado en la capital de la República Islámica a mediados de noviembre.

Irán está inmersa en una guerra concertada contra Israel con la declarada intención de acabar con el Estado judío. Ha financiado y dirigido ataques contra Israel desde Gaza, el Líbano y Siria, en el propio Israel y contra ciudadanos y funcionarios israelíes fuera de Oriente Medio. Ha desarrollado un vasto complejo misilístico en el sur del Líbano desplegando miles de cohetes que apuntan a Israel. Ha tratado de montar una base de operaciones para atacar a Israel desde Siria. Ha fomentado, financiado y pertrechado a la insurgencia yemení, mediante la cual libra una guerra por delegación contra Arabia Saudí, contra cuyas instalaciones petrolíferas ha lanzado ataques con drones y misiles de crucero.

Esta guerra global que dura ya décadas está organizada y controlada por los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), cuyo comandante, Qasem Soleimani, fue eliminado por EEUU el pasado enero en Bagdad, mediante un ataque con drones. Los CGRI son considerados una organización terrorista por EEUU y otros países. Fajrizadé era general de brigada de los CGRI, así que no sólo era un destacado comandante militar en un país que está en guerra contra EEUU y sus aliados, sino un terrorista internacionalmente proscrito.

Más aún: fue el fundador y durante largo tiempo el director del ilegal programa iraní de armas nucleares, que controlan los CGRI. La Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) de la ONU confirmó que dirigió el programa Amad, que pretendía desarrollar armamento nuclear bajo la pretensión de que en realidad era un proyecto civil de energía. Amad fue archivado en 2003 pero reemplazado por la Organización para la Investigación y la Innovación Defensiva (OIID), que Fajrizadé presidió hasta que fue ultimado. La labor realizada en Amad, OIID y otros organismos secretos fue dada a conocer luego de que el Mosad israelí se hiciera en Teherán con un vasto archivo nuclear (2018), al cual tuve acceso el año pasado.

Lo acuciante de la amenaza nuclear iraní fue reconocido por el presidente Obama, que en 2012 se comprometió a prevenirla por la fuerza militar si fuera necesario. Como su línea roja en lo relacionado con el empleo de armas químicas por parte del presidente Asad en Siria, sus garantías se esfumaron en las negociaciones para el PAIC (2015), que, lejos de detener el programa iraní, le allanaba el camino.

La aprensión de Obama ante el peligro iraní la compartían los países que reconocían que la amenaza no afectaba sólo a Oriente Medio, dado que Irán seguía tratando de hacerse con misiles de largo alcance capaces de portar cabezas nucleares. También sabían que el programa iraní podía desencadenar una carrera de armas nucleares –ya en curso– en Oriente Medio, y en la que podrían implicarse países como Arabia Saudí, Turquía y Egipto.

Irán jamás renunciará a lo que considera su derecho absoluto a ser un Estado dotado de armamento nuclear; ni con el régimen actual ni con ningún otro. El archivo nuclear intervenido demuestra que, aunque Teherán negara insistentemente tener un programa nuclear, lo llevó adelante, en contravención del Tratado de No Proliferación –que suscribió en 1970– y de los compromisos que contrajo en el PAIC. Además, ha adoptado medidas para seguir con él. Irán mintió a la AIEA, como queda de manifiesto en el referido archivo.

Pese a las protestas en contrario, el PAIC jamás pretendió impedir que Irán se hiciera con armas nucleares, y no se diseñó para ello. Sus cláusulas transitorias significaban que, en el mejor de los casos, el acuerdo podía demorar unos pocos años la adquisición iraní de armamento atómico, lo que expone a las generaciones futuras a un contexto mucho más peligroso. Cualquier retorno al PAIC por parte de la Administración Biden, como pretenden Brennan y otros concebibles altos cargos del próximo Gobierno, no será para reforzar el acuerdo sino para hacerlo aún más deleznable.

Salvo un altamente impredecible cambio de régimen, no hay más alternativa que la coerción. Israel acabó con el programa nuclear iraquí (1981) y con el sirio (2007) mediante sendos ataques aéreos. Que fueron condenados en su día por EEUU y por los países europeos, si bien posteriormente se reconoció que fueron cruciales para la seguridad regional: cuando hubo que repeler la invasión kuwaití de Sadam Husein y acabar con el Estado Islámico en Siria.

Irán ha aprendido de esas lecciones del pasado, y un ataque aéreo contra su programa nuclear sería más dificultoso y sangriento, aunque no cabe excluirlo si fuera necesario. Mientras, se ha lanzado una campaña –que nadie se atribuye– para contener las ambiciones nucleares de Teherán, que ha incluido ciberataques como el del virus Stuxnet, sabotajes, operaciones encubiertas contra instalaciones nucleares y la eliminación selectiva de científicos nucleares como Fajrizadé, probablemente la más relevante tanto en términos de disuasión como de denegación de expertise. La efectividad potencial de dichas acciones se incrementó con la campaña de sanciones económicas ideada por el presidente Trump para ejercer “máxima presión” sobre Teherán. Todo ello representa la mejor alternativa para retardar el programa nuclear iraní, así como la contención de sus agresiones no nucleares.

Quienes critican esta posición no asumen el peligro que representa un Irán dotado de armas nucleares, para la región y para el resto del mundo; erróneamente piensan que su programa nuclear puede ser frenado por medios diplomáticos y no tienen mayores problemas con la idea de que haya una dictadura fanática dotada de armamento atómico. Brennan y sus semejantes europeos parecen creer que Irán puede ser contenido mediante el apaciguamiento y la negociación, en vez de con poderío militar y voluntad política. Eso es no comprender la mentalidad y el ideario de la dirigencia iraní. El camino propuesto por los apaciguadores sólo puede llevar a un mayor derramamiento de sangre, a más violencia y sufrimiento que la muerte de un terrorista proscrito en una calle iraní.

Fichard Kemp / © Revista El Medio

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