De todas las cobardías que un sujeto puede sentir frente a otro la peor de ellas es la cobardía moral donde condesciende con la vana ilusión de que lo va a eximir de todo maltrato. Un ejemplo ominoso de ello fue la del clérigo Eugenio Pacelli, devenido el Papa Pio Xll el 2 de marzo de 1939. Su papado nace junto al apogeo del dictador Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
Gran admirador de Alemania dado que vivió en ese país durante doce años, adulador del Führer, deseándole en diferentes cartas que triunfe en su gesta como líder de los alemanes y salve a los cristianos del avance de los ateos bolcheviques. Con este acto de cobardía moral pensó que así salvaría su reinado, que las bombas no caerían sobre su fortaleza, el Vaticano, y que los curas en Alemania serían protegidos del nazismo.
Se lo acusó de ese silencio canalla dado que nunca alzó la voz, ni por los judíos deportados desde Roma a los campos de concentración, ni por ningún judío masacrado en toda Europa. Más de un clérigo se regodeó de dichas deportaciones y exterminios saldando así su deuda frente a los “asesinos de Cristo”, no acatando ni oyendo sus propios mandamientos en cuanto a las enseñanzas de los dogmas de la fe cristiana.
Pero la historia y el tiempo no perdonan y a la larga todos estos actos viles fueron saliendo a la luz. Tenemos así el telegrama enviado a la Santa Sede el 30 de julio de 1942 por Harold Tittman, representante americano ante el Vaticano donde dice: “en mis recientes informes al departamento, he llamado la atención sobre el hecho de que la ausencia de toda protesta pública por parte de la Santa Sede contra las atrocidades nazis pone en peligro su prestigio moral y mina la fe en la Iglesia y en la misma persona del Santo Padre”.
Cabe destacar que ya el 20 de enero de 1942 se había decretado “La Solución Final” para la cuestión judía en la Conferencia de Wannsee, eufemismo que equivalía a exterminio de dicha “raza”, hecho que no le fue ajeno a la Iglesia. Su silencio lo tomamos como signo de adhesión, debido a ello este hombre, nos referimos a Pio Xll, bien le mereció ser nominado “El Papa de Hitler”, y aunque haya retracciones y arrepentimientos, la historia lo recordará con este “honorable” título dado que nadie nos habría de devolver a nuestros seis millones de muertos, más bien masacrados vilmente por el simple hecho de ser judíos y no ser parte de una casta de hombres, ni cristianos, ni arios puros ni superiores.
Friederich Nietzsche que ha sido mal interpretado por el nazismo cuando éste hace una lectura errónea y acomodaticia de su concepto de Superhombre y su contrario, escrito que fue publicado por su hermana tras su muerte y que él nunca quiso que saliera a la luz precisamente porque temía su mala interpretación pero, en fin, con su edición las cartas ya estaban echadas. Lo que lamentablemente no toma en cuenta el nazismo es de su otro escrito, un tratado brillante editado a un año antes de su prematura muerte y que lleva por título Die Götzer Dëmmerung, El ocaso de los ídolos, a diferencia de Wagner que va a escribir su ópera “El ocaso de los Dioses”.
Nietzsche relaciona el concepto de Idolo con el de Verdad entonces, sería la caída de las viejas verdades idolatradas, a ese ocaso se va a referir y hace una profunda crítica a la sustentación moral de los viejos valores que los piensa ya caducos. El va a trastocar los valores y verdades del pasado haciendo que caigan las máscaras de la apariencia y las adulaciones del lenguaje como una posición miserable e infatuada del sujeto, entendiéndose por infatuación el querer sostener una nada interior rodeado de un vacío banal.
Tomando esa definición bien la podemos ubicar en la persona de Pio Xll, en su uso artero, mentiroso y adulador de sus misivas a Hitler enalteciendo sus gestas bélicas, haciendo caso omiso de que se trataba de un tirano y asesino de la humanidad y que, por cierto, habría de marcar un nuevo paradigma de Mal en la Historia del mundo occidental.
El avanza en su determinación y habla de la caída de los ídolos en relación a que no se sostienen de verdades sino de meras ilusiones, escribirá: “el juicio moral pertenece, con el religioso, a un grado de ignorancia en el que falta hasta el concepto de la lo real, o la destrucción entre lo real y lo imaginario, de modo que “verdad” en semejante caso significa simplemente cosas que hoy llamamos “imaginaciones”.
Para Nietzsche la moral está basada en una actitud de “resentimiento”, y yo agregaría también de envidia, de ahí que él se opone a la moral kantiana de “para todos por igual” y va a defender, al igual que el psicoanálisis, una posición ética que considera el goce particularizado, en el uno por uno, hecho que no sólo lo podemos aplicar a la particularidad de cada inconsciente sino en respetar las diferencias étnicas, de raza y de creencias religiosas, hecho que por cierto lo que caracterizó al nazismo en su máxima expresión fue la de aniquilar y borrar de la faz de la tierra a todo aquel que no cuadrara en su medida de ario puro, siendo los judíos los que ocuparan el primer lugar en cuanto a la discriminación y masacre, tampoco se habrían de eximir los gitanos, eslavos, negros, homosexuales, enfermos mentales y defectuosos de nacimiento, siendo los primeros asesinados con gas los propios alemanes pues no eran redituables, al igual que los ancianos, a la economía del Tercer Reich.
Nietzsche con su escrito intenta hacerle la guerra a la ignorancia, en sorprender a los ingenuos con sus creencias en ídolos y su idolatría, tanto de religiosos como de políticos, y nos pone a todos a tener que hacer un trabajo en cuanto a tener que leer las realidades, esa letra chica de entre líneas, de agudizar la mirada y advertir al oído, que no nos dejemos embaucar con discursos ensordecedores y arteros, tanto de los clérigos en sus púlpitos como de las arengas mentirosas de los políticos buscadores de clientelismos para captar nuevos votos, de esos ilusos que aún adoran y glorifican a sus totems, de todo eso es que nos quiere advertir.
Y en esa orientación verdadera, fuera de toda “moral”, apelando al nudo de la verdad, es que nos va a decir, sin ambages, un joven filósofo que ya no tiene nada que ocultar pues sabe que se está muriendo entonces dice: “aún el más valiente de nosotros, rara vez tiene el valor para enfrentarse a lo que realmente sabe”. Pensamiento extraordinario que lo tomamos dado que está en la misma orientación al que apelamos de hacer los psicoanalistas en el trabajo del inconsciente de cada sujeto, que se atreva a mirar su real, su verdad de frente y que se asuma tal cual es, siendo “ese” y no otro.
Este es su reto y su legado y nos invita a hacer ese esfuerzo, de no dejarnos embaucar ya nunca más de falsos ídolos, de discursos mentirosos, de tiranos disfrazados de corderos, y poder leer sin tapujos qué verdades portan o encierran sus arengas, tanto de los políticos como los de cualquier creencia dogmática, y de no hacerlo seremos responsables del mundo como legado que dejaremos a las generaciones venideras, dado que no podemos sucumbir ni dejarnos vencer otra vez puesto que no siempre se puede barajar y dar de vuelta.
Si esta ha sido su advertencia, tampoco debemos olvidar los ardides y tretas mentirosas que nos ha legado el nazismo y la manipulación de las masas que bien ha logrado su Ministro de Propaganda el Dr. en filosofía Goebbels. El se ufanó de construir una imagen, un mito en la persona de su Führer.
Entonces, para que la Historia no se repita debemos leer muy bien los mensajes engañosos con el intento de doblegar y someter a las masas populacheras, debido a ello voy a recordar las palabras de Goebbels pronunciadas en 1929, en la construcción del huevo de la serpiente cuando refiere: “creemos que el Destino le ha elegido para señalar el camino al pueblo alemán.
Estas palabras pueden ser aplicadas totalmente hoy en día sobre cualquier demagogo que tome el mando de su nación, pero lo que sería imperdonable es que otra vez una masa ignorante les crea y se deje sucumbir, fascinar y embaucar ante tantas mentiras de corte totalitario siendo así cómplices de destruir el futuro pensante y cultural de las próximas generaciones, sabe decir, de sus propios hijos también
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