Haftará Vaieshev – Amos 2:6-3:8

 

Esta es la Haftará que acompaña a la parashá de los sueños de Iosef.

Amós, que vivió en el siglo VIII aec, no se consideraba a sí mismo como un profeta sino más bien como un criador de ganado y un dueño de sicomoros. Su amplia profecía lo muestra muy sensible a cualquier tipo de crueldad, poniendo el acento en las transgresiones y en el maltrato del hombre por el hombre y antepone a esto los preceptos de la Torá en nombre de D’s.

“Si Israel no vive de acuerdo a la Torá no es mejor pueblo que los etíopes o los filisteos”.

“Su libro termina con el vaticinio de días de hambre y sed en la tierra: mas no hambre de pan ni sed de agua, sino para escuchar las palabras de A’d”. (Rab Edery, z’l)

Es en este punto donde encontramos una referencia a la parashá (2:6), cuando refiriéndose a la historia de Iosef y sus hermanos nos recuerda que “…porque ellos han vendido por plata al justo”.

El justo, Iosef hatzadik, como lo conoce nuestra tradición. Justo porque supo revertir dentro de él lo que había ocurrido, porque pudo volver hacia D’s y reconocer que su “profecía”, aquella que le traían sus sueños y le decían que todos iban a reverenciarlos, debía tener otra comprensión y su ego debía reconocer un valor mucho más importante y fundamental que él mismo.

Tal como nos recuerda nuestro profeta, D’s nos invita permanentemente a hacer Teshuvá, a mirar dentro nuestro, a tener el beneficio de comprender que los preceptos que el judaísmo llama ben adam la javeró, o sea el cuidado entre el hombre y su prójimo, son los que verdaderamente convocan a D’s para acompañarnos en nuestro camino.

Quizás lo más fundamental sea poder pensar que cuando nos colocamos en el centro de nuestras necesidades y deseos, sin mirar a nuestro alrededor, nos vemos investidos de la túnica de Iosef y corremos el riesgo de creernos los mejores ante los que todos se inclinarán. Esto es la idolatría misma, nosotros nos ofrecemos como ídolos y perdemos de vista que tenemos semejantes.

Si esta Haftará y su relación con la parashá nos llevaran a reveer dentro de nosotros mismos a qué ídolos adoramos, tendríamos la posibilidad de hacer Teshuvá como el profeta nos propone, como Iosef lo logró y el mundo se nos ampliaría maravillosamente, evitaríamos que todo quede encerrado dentro del marco del nitrato de plata que es el espejo.

Ese que nos muestra los engaños si sabemos verlos y que conducen a historias donde buscando justicia se cometen incestos, tal como la historia de Iehudá y Tamar que nos relata la parashá y a la que de alguna manera hace alusión Amós.

Nuestros sabios nos enseñan que ningún poder tiene la fuerza para evadir la profecía ya que “… las palabras de los profetas nos conmueven e inspiran a través de milenios y centurias”.

Nunca son casuales los hechos que nos acompañan y que luego los vemos como históricos. No fue casual el desmoronamiento de aquella época, de su sociedad desgarrada. Tampoco son casuales los hechos con los que convivimos.

Si D’s, tal como el profeta nos recuerda, destruyó a los emoritas que eran el pueblo más fuerte y soberbio de los siete pueblos de esa época, según se nos relata, ya sabemos que no debemos imitarlos porque ese destino ya estaría escrito. La Torá nos ofrece un sistema de bienestar, nos invita a encontrar en cada prójimo algo de nosotros mismos, de nuestros defectos y virtudes. Ayudarnos a ser mejores los unos con los otros pareciera ser el camino para poder asentarnos en nuestra tierra.

Norma Dembo

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