Parasha y Haftara Shemot

Parashá Shemot – Nombres

Libro Shemot / Éxodo (1:1 a 6:16)

Resumen de la Parasha

La parashá Shemot correspondiente al segundo libro de nuestra Torá, Shemot (Éxodo), comienza recordándonos los nombres de los hijos de Yaacob.  Su descendencia fue fecunda y se multiplicaron. 

Un nuevo Faraón surgió en Egipto que no conocía lo que Yosef había logrado para Egipto, y temía que los Hijos de Israel se volvieran más fuertes que el pueblo egipcio y por ello inició una política opresora hasta llegar a convertirlos en esclavos.  Así fueron obligados a edificar fortalezas y las ciudades de Pitom y Ramsés.  Pero los judíos continuaban creciendo aún más, el numero de nacimientos sigue incrementándose.  Entonces el Faraón ordenó a las parteras hebreas a que todo varón hebreo recién nacido, fuera arrojado al río Nilo.  Pero las parteras no hicieron lo ordenado por el Faraón, dejando así vivir a los niños, bajo la excusa de que las mujeres hebreas daban a luz antes de que ellas llegaran.

Dos miembros de la tribu de Leví, Amran y Iojéved ya eran padres de dos hijos, Miriam y Aarón.  Pero Iojéved, en tiempos del decreto del Faraón dio a luz a un otro varón, que fue escondido durante los primeros tres meses de vida y luego colocado dentro de una canasta entre los juncos de la ribera del río.  Su hermana Miriam quedó cerca de ella y observó cuando se acercó a la canasta, la hija del Faraón.  Esta vio que había dentro de ella un niño y adoptó al bebe a pesar de que se dio cuenta de que era un hebreo.  Miriam se acercó para ofrecerle una nodriza para amamantarlo, a lo aquella accedió.  Así Iojéved alimentó y crió a su propio hijo.  Fue creciendo y luego fue llevado al palacio real donde se puso el nombre de Moshé, que significa «sacado de las aguas». 

Ya grande, Moshé observó la opresión y sufrimiento de sus hermanos.  Vio como un capataz egipcio golpeaba con dureza a un hebreo.  Moshé, que observó si había alguien cerca, decidió matar al egipcio y lo enterró en la arena.  Al día siguiente, vio a dos israelitas discutiendo, y quiso intervenir para apaciguarlos, a lo que uno de ellos le respondió si él los juzgaría y mataría como lo hizo con el egipcio.  Moshé comprendió que se sabía lo acontecido y que debía huir, ya que su vida estaba en peligro.  Huyó hacia Midián, llegó a un pozo donde ayudó a las hijas de Itró a abrevar sus ovejas.  Fue invitado a vivir con ellos e Itró le dio por mujer a su hija Tzipora.  Tuvieron dos hijos, Guershom y Eliézer.

Mientras tanto, el Faraón había fallecido y su sucesor continuó con la opresión hacia los hebreos, aumentándola.  Los judíos pedían ayuda al Eterno.  Hashem recordó su Pacto con Abraham.  Mientras Moshé apacentaba las ovejas de su suegro Itró, vio una zarza que ardía sin consumirse, y el Todopoderoso por primera vez le habló y le ordenó quitarse su calzado pues estaba en tierra sagrada.  Le ordenó ir al Faraón para liberar a Su pueblo, a lo que Moshé consideró que él no era digno para esa misión.  Hashem le prometió que Él daría Su ayuda Divina.  Ante la pregunta de Moshé sobre cuando los hebreos le preguntaran el nombre del Eterno, Le respondió que debía decir: «Yo soy el que soy».  Moshé debía informar a los ancianos sobre su aparición y que debían presentarse ante el Faraón para pedirle dejara salir al pueblo para ofrecer sacrificios al Eterno en el desierto.  También le indicó que el Faraón no los dejaría ir y que luego Él extendería su mano para forzar al Faraón a dejar salir al pueblo.

Moshé dudó si le creerían, pero el Todopoderoso le demostró su poderío transformando su vara en una serpiente, le indicó poner su mano sobre el pecho y le apareció a Moshé lepra y luego milagrosamente, sanó.  También el Eterno le dijo si los israelitas no le creyeran, debía tomar agua del río Nilo y al verterla sobre tierra seca, se transformaría en sangre.  Moshé señaló su falta de «palabras», ya que padecía de problemas de habla, a lo que el Eterno indicó que su hermano Aharón sería su vocero.

Moshé contó lo sucedido a su suegro Itró, quien le contestó que fuera a sacar a sus hermanos de Egipto.  Moshé partió con su familia y se encontró con su hermano Aharón en el monte Horeb y le contó todas las palabras del Eterno y luego los ancianos creyeron en Hashem.

Moshé y Aharón fueron ante el Faraón y le solicitaron dejara salir al pueblo a ofrecer sacrificios al Eterno en el desierto, pero se negó ante el pedido e impuso decretos más duros contra los judíos.  A partir de ese momento no recibirían paja para fabricar los ladrillos, pero debían continuar elaborándolos.  Nuevamente los ruegos ante el Faraón fueron rechazados.  El Todopoderoso aseguró a Moshé que ante Su mano fuerte, el Faraón finalmente dejaría salir al puebo. 

HAFTARÁ SHEMOT

Isaías 27:6–28:13–29:22-23

LABRANDONOS UN BUEN NOMBRE

» En los días venideros afirmará sus raíces Iaacov, brotará y florecerá Israel y quedará colmada la faz del universo de fruto»

Con esta haftará que acompaña a nuestra parashá, comenzamos un nuevo libro, el libro de los nombres, el libro de Shemot.

En un camino que se ha iniciado con Abraham rompiendo los ídolos, escuchando la palabra de D’s, dejando de adorar lo que los ojos ven para escuchar, para entender.
Llegando a Iaacov, Israel, bendiciendo a todos y cada uno de sus hijos.
Y desde ahí el camino hacia la ley, hacia la constitución como pueblo, hacia aquello que es alimentado por el deseo de libertad.
Dura lucha la que tenemos dentro de cada uno de nosotros, porque bien sabemos que existe frecuentemente algo que podríamos llamar la vocación de ser esclavo, de vivir sometido a otro, otros, a ideas que no son exactamente las propias.
Construir para otros, para el faraón de turno, es no escucharnos a nosotros mismos, es no poder escuchar a D’s, de eso está hecha la vocación de esclavitud.
Y entendemos también que nos habla de un paralelismo con Moshé.
Aparece como el hombre que habla otro idioma, ya que el pueblo rechaza la palabra de D’s.
El mensaje que no quisieron escuchar, dice: «…Esta es la quietud, hacer reposar al extenuado…»
«…Empero ellos no quisieron escuchar». ( vers. 12)
El mensaje de A’d fragmentado, dividido y, por ende, tergiversado, no será jamás fuente de salvación sino de lo contrario.
Todo lo que se escucha fragmentadamente, tendenciosamente, no es verdad, es una verdad a medias, por lo tanto, una mentira.
Quizás lo más difícil es escucharnos a nosotros mismos, escuchar nuestras verdades sin fragmentarlas.
Quizás porque se trata de algo que presenta una realidad diferente a la que esperamos, porque no estamos preparados para enfrentarnos con lo que nos trae, sobre todo, porque no estamos dispuestos, muchas veces, a enfrentarnos con nuestras propias verdades internas, porque no estamos dispuestos a escucharnos a nosotros mismos, a poner en juego nuestro ego.
Sólo terminaríamos llevando a cabo construcciones para otros, pirámides en lugar de sucot.
Tener un buen nombre, construirnos un buen nombre, es el mayor capital al que podemos aspirar, para ello habrá que luchar como Iaacov, para ser Israel, con nosotros mismos como Moshé para hacernos entender.
Realizar nuestras propias construcciones, enfrentarnos a nuestras propias ideas y comenzar así a caminar el difícil camino hacia la libertad.

Nos encontraremos en este libro con la elección que D’s hace de Moshé para liderarnos hacia la tierra prometida.

Nuestro profeta al no ser entendido aparece ante el pueblo como el que balbucea, y no como el que dice la verdad, nos dice Edery, z’l.

Así, muchas veces, nos encontramos no siendo entendidos, sólo fragmentos pasan de boca en boca, lógicamente tergiversados como si se tratara del teléfono roto, de palabras, comentarios, y en el camino la verdad se pierde.

Y por qué no querríamos enterarnos de la verdad?

Y cómo vamos a escuchar a D’s sino podemos escucharnos a nosotros mismos?

Nuestra Haftará concluye con una profecía de esperanza, nos habla del futuro, de los hijos, de aquello que seremos capaces de construir, consagrando así a D’s.

Que podamos este Shabat Shemot escucharnos a nosotros mismos y escuchar a nuestros semejantes.

Norma Dembo



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