La humanidad se enfrenta ahora a una crisis global. Quizás la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que la gente y los gobiernos tomen en las próximas semanas probablemente darán forma al mundo en los años venideros. No sólo darán forma a nuestros sistemas de salud, sino también a nuestra economía, política y cultura. Debemos actuar con rapidez y decisión. También debemos tener en cuenta las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. Al elegir entre las diferentes alternativas, deberíamos preguntarnos no sólo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué clase de mundo habitaremos una vez que pase la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros todavía estaremos vivos – pero habitaremos un mundo diferente.
Muchas medidas de emergencia a corto plazo se convertirán en una constante de nuestras vidas. Esa es la naturaleza de las emergencias. Adelantan los procesos históricos. Decisiones que en tiempos normales podrían llevar años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Tecnologías inmaduras e incluso peligrosas son puestas en servicio, porque los riesgos de no hacer nada son mayores. Países enteros sirven como conejillos de indias en experimentos sociales a gran escala. ¿Qué sucede cuando todo el mundo trabaja desde casa y se comunica sólo a distancia? ¿Qué sucede cuando escuelas y universidades enteras se conectan a Internet? En tiempos normales, los gobiernos, las empresas y los consejos educativos nunca estarían de acuerdo en realizar tales experimentos. Pero estos no son tiempos normales.
En esta época de crisis, nos enfrentamos a dos opciones particularmente importantes. La primera es escoger entre la vigilancia totalitaria o el empoderamiento de los ciudadanos. La segunda es elegir entre el aislamiento nacionalista o la solidaridad global.
Vigilancia subcutánea
Para detener la epidemia, poblaciones enteras deben cumplir con ciertas pautas. Hay dos formas principales de lograrlo. Un método es que el gobierno controle a la gente y castigue a los que rompen las reglas. Hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, la tecnología permite controlar a todo el mundo todo el tiempo. Hace 50 años, la KGB no podía seguir a 240 millones de ciudadanos soviéticos las 24 horas del día, ni podía esperar procesar eficazmente toda la información recogida. La KGB dependía de agentes y analistas humanos, y no podía colocar a un agente humano para seguir a cada ciudadano. Pero ahora los gobiernos pueden confiar en sensores omnipresentes y poderosos algoritmos en lugar de espías de carne y hueso.
En su batalla contra la epidemia de coronavirus, varios gobiernos ya han desplegado las nuevas herramientas de vigilancia. El caso más notable es el de China. Mediante una estrecha vigilancia de los teléfonos inteligentes de las personas, el uso de cientos de millones de cámaras de reconocimiento facial y la obligación de comprobar e informar sobre la temperatura corporal y el estado de salud de las personas, las autoridades chinas no sólo pueden identificar rápidamente a los presuntos portadores del coronavirus, sino también seguir sus movimientos e identificar a cualquiera con el que hayan estado en contacto. Una serie de aplicaciones móviles advierten a los ciudadanos sobre su proximidad a los pacientes infectados.
Este tipo de tecnología no se limita al este de Asia. El Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, autorizó recientemente a la Agencia de Seguridad de Israel a desplegar tecnología de vigilancia normalmente reservada para combatir a los terroristas para rastrear a los pacientes con coronavirus. Cuando el subcomité parlamentario competente se negó a autorizar la medida, Netanyahu la impuso con un “decreto de emergencia”.
Se podría argumentar que no hay nada nuevo en todo esto. En los últimos años, tanto los gobiernos como las empresas han utilizado tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, vigilar y manipular a las personas. Sin embargo, si no tenemos cuidado, la epidemia podría marcar un hito importante en la historia de la vigilancia. No sólo porque podría normalizar el despliegue de herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora las han rechazado, sino más aún porque significa una transición dramática de la vigilancia “sobre la piel” a la vigilancia “bajo la piel”.
Hasta ahora, cuando tu dedo tocaba la pantalla de tu smartphone y hacía clic en un enlace, el gobierno quería saber exactamente sobre qué estaba haciendo clic tu dedo. Pero con el coronavirus, el foco de interés cambia. Ahora el gobierno quiere saber la temperatura de tu dedo y la presión sanguínea bajo su piel.
El pudín de emergencia
Uno de los problemas a los que nos enfrentamos al trabajar en la vigilancia es que ninguno de nosotros sabe exactamente cómo se nos vigila, y lo que los años venideros podrían traer. La tecnología de vigilancia se está desarrollando a una velocidad vertiginosa, y lo que parecía ciencia-ficción hace 10 años es hoy en día una noticia vieja. A modo de experimento, piense en un hipotético gobierno que exige que cada ciudadano lleve un brazalete biométrico que monitorice la temperatura corporal y el ritmo cardíaco las 24 horas del día. Los datos resultantes son acumulados y analizados por los algoritmos del gobierno. Los algoritmos sabrán que estás enfermo incluso antes de que te des cuenta, y también sabrán dónde has estado y a quién has conocido. Las cadenas de infección podrían acortarse drásticamente, e incluso cortarse por completo. Se podría decir que tal sistema podría detener la epidemia en su camino de contagio en cuestión de días. Suena maravilloso, ¿verdad?
La desventaja es, por supuesto, que esto daría legitimidad a un nuevo y aterrador sistema de vigilancia. Si sabes, por ejemplo, que he hecho clic en un enlace de Fox News en lugar de un enlace de la CNN, eso puede enseñarte algo sobre mis puntos de vista políticos y tal vez incluso mi personalidad. Pero si puedes vigilar lo que sucede con mi temperatura corporal, presión sanguínea y ritmo cardíaco mientras veo el video clip, puedes averiguar lo que me hace reír, lo que me hace llorar y lo que me hace enojar mucho.
Es crucial recordar que la ira, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos como la fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica la tos también podría identificar las risas. Si las empresas y los gobiernos empiezan a recoger nuestros datos biométricos en masa, pueden llegar a conocernos mucho mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y entonces no sólo pueden predecir nuestros sentimientos sino también manipularlos y vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un político. La monitorización biométrica haría que las tácticas de hackeo de datos de Cambridge Analytica parecieran algo de la Edad de Piedra. Imagina a Corea del Norte en 2030, cuando cada ciudadano tenga que llevar un brazalete biométrico las 24 horas del día. Si escuchas un discurso del Gran Líder y el brazalete capta las señales de ira, estás acabado.
Se podría, por supuesto, abogar por la vigilancia biométrica como una medida temporal tomada durante un estado de emergencia. Desaparecería una vez que la emergencia haya terminado. Pero las medidas temporales tienen el desagradable hábito de durar más que las emergencias, especialmente porque siempre hay una nueva emergencia acechando en el horizonte. Mi país natal, Israel, por ejemplo, declaró el estado de emergencia durante su Guerra de Independencia de 1948, lo que justificó una serie de medidas temporales, desde la censura de prensa y la confiscación de tierras hasta reglamentos especiales para hacer pudín (no bromeo). La Guerra de Independencia se ganó hace mucho tiempo, pero Israel nunca declaró el estado de emergencia, y no ha logrado abolir muchas de las medidas “temporales” de 1948 (el decreto de emergencia del pudín fue abolido misericordiosamente en 2011).
Incluso cuando las infecciones por coronavirus se han reducido a cero, algunos gobiernos ávidos de datos podrían argumentar que necesitan mantener los sistemas de vigilancia biométrica porque temen una segunda oleada de coronavirus, o porque hay una nueva cepa de Ébola que está evolucionando en África central, o porque… ya se hacen a la idea. En los últimos años se ha librado una gran batalla por nuestra privacidad. La crisis del coronavirus podría ser el punto de inflexión de la batalla. Porque cuando a la gente se le da a elegir entre la privacidad y la salud, normalmente elige la salud.
La policía del jabón
Pedirle a la gente que elija entre la privacidad y la salud es, de hecho, la raíz misma del problema. Porque esta es una falsa elección. Podemos y debemos disfrutar tanto de la privacidad como de la salud. Podemos elegir proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus no instituyendo regímenes de vigilancia totalitarios, sino más bien dando poder a los ciudadanos. En las últimas semanas, algunos de los esfuerzos más exitosos para contener la epidemia de coronavirus fueron orquestados por Corea del Sur, Taiwán y Singapur. Aunque estos países han hecho también cierto uso de las aplicaciones de rastreo, han confiado mucho más en las pruebas exhaustivas, en la información honesta y en la cooperación voluntaria de una población bien informada.
La vigilancia centralizada y los castigos severos no son la única forma de hacer que la gente cumpla con las directrices beneficiosas. Cuando a la gente se le comunican los hechos científicos, y cuando la gente confía en que las autoridades públicas les comuniquen estos hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto incluso sin un Gran Hermano que les vigile. Una población auto-motivada y bien informada es usualmente mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada.
Considere, por ejemplo, lavarse las manos con jabón. Este ha sido uno de los mayores avances de la historia de la higiene humana. Esta simple acción salva millones de vidas cada año. Aunque lo damos por sentado ahora, fue sólo en el siglo XIX cuando los científicos descubrieron la importancia de lavarse las manos con jabón. Anteriormente, incluso los médicos y enfermeras iban de una operación quirúrgica a otra sin lavarse las manos. Hoy en día, miles de millones de personas se lavan las manos diariamente, no porque tengan miedo de la policía del jabón, sino porque entienden los hechos. Yo me lavo las manos con jabón porque he oído hablar de virus y bacterias, entiendo que estos pequeños organismos causan enfermedades, y sé que el jabón puede eliminarlas.
Pero para lograr tal nivel de cumplimiento y cooperación, se necesita confianza. La gente necesita confiar en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Ahora estos mismos políticos irresponsables podrían sentirse tentados a tomar el camino del autoritarismo, argumentando que no se puede confiar en que el público haga lo correcto.
Normalmente, la confianza que se ha erosionado durante años no puede reconstruirse de la noche a la mañana. Pero estos no son tiempos normales. En un momento de crisis, las mentes también pueden cambiar rápidamente. Puedes tener discusiones amargas con tus hermanos durante años, pero cuando ocurre alguna emergencia, de repente descubres una reserva oculta de confianza y amistad, y te apresuras a ayudar. En lugar de construir un régimen de vigilancia, no es demasiado tarde para reconstruir la confianza de la gente en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Definitivamente deberíamos hacer uso de las nuevas tecnologías también, pero estas tecnologías deberían servir para dar poder a los ciudadanos. Estoy a favor de controlar la temperatura de mi cuerpo y la presión sanguínea, pero esos datos no deberían utilizarse para crear un gobierno todopoderoso. Más bien, esos datos deberían permitirme tomar decisiones personales más informadas, y también hacer al gobierno responsable de sus decisiones.
Si pudiera hacer un seguimiento de mi propia condición médica las 24 horas del día, aprendería no sólo si me he convertido en un peligro para la salud de otras personas, sino también qué hábitos contribuyen a mi salud. Y si pudiera acceder a estadísticas fiables sobre la propagación del coronavirus y analizarlas, podría juzgar si el gobierno me está diciendo la verdad y si está adoptando las políticas adecuadas para combatir la epidemia. Siempre que se hable de vigilancia, recuerde que la misma tecnología de vigilancia puede ser utilizada normalmente no sólo por los gobiernos para vigilar a los individuos, sino también por los individuos para vigilar a los gobiernos.
La epidemia de coronavirus es, por lo tanto, una prueba importante de ciudadanía. En los días venideros, cada uno de nosotros debería decidir confiar en los datos científicos y en los expertos en salud, en lugar de en teorías de conspiración infundadas y en políticos egoístas. Si no tomamos la decisión correcta, podríamos encontrarnos renunciando a nuestras más preciadas libertades, pensando que es la única manera de salvaguardar nuestra salud.
Necesitamos un plan global
La segunda opción importante que enfrentamos es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad mundial. Tanto la propia epidemia como la crisis económica resultante son problemas globales. Sólo pueden resolverse eficazmente mediante la cooperación mundial.
En primer lugar, para derrotar al virus necesitamos compartir información a nivel mundial. Esa es la gran ventaja de los humanos sobre los virus. Un coronavirus en China y un coronavirus en Estados Unidos no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero China puede enseñar a los EE.UU. muchas lecciones valiosas sobre los coronavirus y cómo tratarlos. Lo que un médico italiano descubre en Milán por la mañana temprano podría salvar vidas en Teherán por la tarde. Cuando el gobierno del Reino Unido vacila entre varias políticas, puede obtener consejos de los coreanos que ya se han enfrentado a un dilema similar hace un mes. Pero para que esto suceda, necesitamos un espíritu de cooperación y confianza global.
Los países deben estar dispuestos a compartir la información abiertamente y buscar humildemente asesoramiento, y deben poder confiar en los datos y las opiniones que reciben. También necesitamos un esfuerzo mundial para producir y distribuir equipo médico, sobre todo equipos de pruebas y máquinas respiratorias. En lugar de que cada país trate de hacerlo localmente y acapare cualquier equipo que pueda conseguir, un esfuerzo global coordinado podría acelerar enormemente la producción y asegurar que los equipos de urgencia sanitarios se distribuyan de forma más justa. Al igual que los países nacionalizan industrias clave durante una guerra, la guerra humana contra el coronavirus puede requerir que “humanicemos” las líneas de producción cruciales. Un país rico con pocos casos de coronavirus debería estar dispuesto a enviar un equipo precioso a un país más pobre con muchos casos, confiando en que cuando posteriormente necesite ayuda, otros países acudirán en su ayuda.
Podríamos considerar un esfuerzo mundial similar para reunir personal médico. Los países actualmente menos afectados podrían enviar personal médico a las regiones más afectadas del mundo, tanto para ayudarles en su hora de necesidad como para adquirir una valiosa experiencia. Si más adelante el foco de la epidemia se desplaza, la ayuda podría empezar a fluir en la dirección opuesta.
La cooperación mundial es vitalmente necesaria también en el frente económico. Dada la naturaleza global de la economía y de las cadenas de suministro, si cada gobierno se ocupa solo de lo suyo sin tener en cuenta a los demás, el resultado será el caos y una crisis cada vez más profunda. Necesitamos un plan de acción global, y lo necesitamos rápido.
Otro requisito es llegar a un acuerdo mundial sobre los viajes. Suspender todos los viajes internacionales durante meses causará tremendas dificultades, y obstaculizará la guerra contra el coronavirus. Los países deben cooperar para permitir que al menos un pequeño grupo de viajeros esenciales sigan cruzando las fronteras: científicos, médicos, periodistas, políticos, empresarios. Esto puede hacerse alcanzando un acuerdo mundial sobre la pre evaluación de viajeros por parte de su país de origen. Si sabes que sólo se permite subir a un avión a los viajeros cuidadosamente supervisados, estarás más dispuesto a aceptarlos en tu propio país.
Lamentablemente, en la actualidad los países apenas hacen ninguna de estas cosas. Una parálisis colectiva se ha apoderado de la comunidad internacional. Parece que no hay adultos en la sala. Uno habría esperado ver ya hace semanas una reunión de emergencia de los líderes mundiales para llegar a un plan de acción común. Los líderes del G7 lograron organizar una videoconferencia sólo esta semana, y no resultó en ningún plan de este tipo.
En crisis mundiales anteriores, como la crisis financiera de 2008 y la epidemia del Ébola de 2014, los Estados Unidos asumieron el papel de líder mundial. Pero la actual administración de EE.UU. ha renunciado al trabajo de líder. Ha dejado muy claro que se preocupa por la grandeza de América mucho más que por el futuro de la humanidad.
Esta administración ha abandonado incluso a sus aliados más cercanos. Cuando prohibió todos los viajes de la UE, no se molestó en dar a la UE ni siquiera un aviso previo, y mucho menos en consultar con la UE sobre esa drástica medida. Ha escandalizado a Alemania ofreciendo supuestamente mil millones de dólares a una empresa farmacéutica alemana para comprar los derechos de monopolio de una nueva vacuna Covid-19. Incluso si la administración actual finalmente cambia de rumbo y presenta un plan de acción global, pocos seguirían a un líder que nunca asume la responsabilidad, que nunca admite errores y que rutinariamente se adjudica todo el mérito a sí mismo mientras deja toda la culpa para los demás.
Si el vacío dejado por los Estados Unidos no es llenado por otros países, no sólo será mucho más difícil detener la actual epidemia, sino que su legado seguirá envenenando las relaciones internacionales durante los próximos años. Sin embargo, cada crisis es también una oportunidad. Debemos esperar que la actual epidemia ayude a la humanidad a darse cuenta del grave peligro que supone la desunión mundial.
La humanidad debe tomar una decisión. ¿Viajaremos por la ruta de la desunión o adoptaremos el camino de la solidaridad mundial? Si elegimos la desunión, esto no sólo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Si elegimos la solidaridad mundial, será una victoria no sólo contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras epidemias y crisis que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI.
Por Yuval Noah Harari