La coyuntura electoral israelí, muy particular y pocas veces vista, en que en el transcurso de dos años concurren cuatro veces (por lo menos, hasta ahora) a las urnas para elegir los diputados del parlamento (Kneset) quienes luego, en forma indirecta, por medio de alianzas y acuerdos parlamentarios elegirán al primer ministro y resto del gabinete y funcionarios, nos brinda la oportunidad de contrastar con el bíblico argumento que somos el «pueblo elegido» por el ser supremo para sus fines divinos en la tierra. No pretendo ofender a los creyentes con tamaña comparación, pero al ser dos situaciones que involucran a «los judíos» en situaciones que los ponen en los dos lados de la decisión: como objetos de la misma por un ser superior y como sujetos que la ejercen para la elección de un gobernante (en este caso, terrenal y transitorio). Pero será que son opciones dicotómicas? Tal vez haya quien pueda opinar que en ambos casos los «muchos» están en una parte de la ecuación y un «Uno» en la otra. Y en el caso de la cuestión religiosa ya se ha escrito mucho y hay eruditos que con mucha mayor formación que yo lo han evaluado en los escritos post bíblicos que rigen al judaísmo pero el caso del gobierno de Israel es actual, casi único y por lo tanto menos analizado. Y es que, en realidad, los ciudadanos israelíes con derecho a voto tal vez no tienen en verdad la posibilidad de elegir, ya que en las últimas elecciones, incluyendo la próxima por realizarse según las encuestas, no haya mayorías claras y luego de prolijas alianzas sigue siendo primer ministro una persona que, pese a causas judiciales avanzadas y no obtener más que el 30% de los votos en promedio. O sea que 7 de cada 10 votantes israelíes no lo eligen y, sin embargo, sigue en el puesto. Es conocido el chiste respecto a que si hay dos judíos habrá tres opiniones, pero Israel es un país en el mundo actual, que ha sabido ganarse un lugar entre las naciones más avanzadas del planeta pese a las circunstancias más adversas que enfrenta, desde el antisemitismo mundial que trocó en un antiisraelismo visceral de izquierda y de derecha, hasta los concretos enemigos militares que acechan y atacan la vida de todos sus habitantes a diario. Y lo pudo hacer gracias a grandes consensos nacionales sobre temas que, no importaba a quien le tocaba gobernar, eran prioridad y no se discutían. Y eso está cambiando, con lo peligroso que puede ser para el futuro y la sustentabilidad del Estado de Israel, que para los que vivimos en la diáspora es un faro que ilumina nuestras existencias. Tal vez la creciente población ultraortodoxa de distintas orientaciones y su activa participación en la vida política israelí, por lo menos para votar y dar escaños a diputados de esa ideología, que luego contribuyen a formar gobierno, nos puedan aportar un elemento más de análisis para entender la caótica situación política descripta. Cualquier similitud con la situación de la comunidad (kheilá) judía de Buenos Aires y alrededores, NO es pura coincidencia. Imaginen si extrapolan lo que hace la actual conducción de AMIA en Argentina si en Israel esos sectores (minoritarios igual que en Argentina pero que pueden llegar al poder como ya lo demostraron) ocupan cargos como el de primer ministro. Y aliados y socios que no sean ultraortodoxos van a encontrar, como lo hacen en Argentina, en algunos pocos buscadores de prestigio, ególatras o simplemente oportunistas que de otro modo no tendrían oportunidad de ejercer cargos de tamaña importancia. Y lo hacen mal, por supuesto, de espaldas a la gran mayoría de la población, y sobre todo poniendo en peligro la sustentabilidad y la tranquilidad del pueblo. En Israel y en Argentina.
Sepa el pueblo judío elegir, porque de eso depende nuestro futuro..
Leonardo Feiguin para Plural Jai