Reyes II 7:3-7:20
Es maravilloso que en la Haftará de esta semana, que tiene solamente 17 psukim (versículos), tengamos tal diversidad de temas para encarar. Opté por ahondar en la pequeña historia de los 4 metzoraim (leprosos) dentro del gran relato.
En una breve reseña, el texto nos narra que nos encontramos con 4 individuos afectados por esta desagradable afección leprosa. Tal como nos dice la Parashá en la Torá, la costumbre era separar a los afectados por este mal del resto del pueblo y ubicarlos fuera de los límites de la ciudad hasta que el Cohen pudiera determinar que estaban sanados y expiados.
Pero volviendo a nuestro relato, estas 4 personas se encontraban ya fuera de la ciudad de Shombrón (Samaria), capital del Reino de Israel, durante el reinado de Iehoram. Al ver la hambruna que afectaba a la ciudad producto del sitiado que había instaurado el Rey Hadad de Aram, optaron por tratar de buscar alimento en el campamento de los invasores, aún con el riesgo de que los quisieran matar.
Nuestros protagonistas llegan a los límites del asentamiento de los aramitas y se encuentran con una realidad inesperada. Todos los pobladores del campamento habían huido, pero habían dejado sus pertenecías. Esto se produjo porque Hashem había hecho oír ruidos de carruajes y grandes ejércitos, asustando a la población que temió por su vida, tal como lo había presagiado el profeta Elisha.
Luego de saciar su hambre, decidieron dar aviso de lo ocurrido en el palacio de Shombróm. De este modo, la ciudad se pudo recuperar de su situación angustiante. Hasta aquí una parte del relato, fantástica historia de final feliz. Pero qué podemos aprender sobre lo sucedido y aplicarlo a este siglo XXl sin ciudades sitiadas, sin lepra y sin reyes.
Los metzoraim vieron que se encontraban en una situación límite y sin perspectivas de solución. Para poder salvarse era necesario cambiar de actitud y asumir un riesgo en el que ponían en peligro hasta su propia vida. Es muy común que cuando nos suceden cosas buenas y felices, nos convertimos en los artífices de nuestro maravilloso estado. En cambio, cuando sucede lo contrario y la situación se torna negativa, incómoda y desagradable, resulta que la responsabilidad es de la coyuntura, de los otros que son malas personas y, si somos creyentes, la culpa es de el Supremo que no escucha nuestras súplicas. ¡Qué injusta es la vida!
Estas cuatro personas tal vez no sean cuatro, sino que somos nosotros mismos en distintas facetas de nuestra propia conducta. Muy parecido a los cuatro hijos que vimos unos días atrás en nuestro Seder de Pesaj.
Volviendo a nuestros protagonistas, tuvieron que analizar la situación y tomar un curso de acción para modificar el estado en el que se hallaban. De hecho, finalmente comprobaron que lo que a priori parecía una situación de alto peligro finalmente no lo fue. Entonces vemos que debemos ser artífices de nuestro propio destino, a través de nuestras acciones, sabiendo que D´s nos acompaña y protege en «todo lo que hacemos».
Los cambios suceden por acción y no por lo que pensemos o por la intención que tengamos. De hecho, hasta los mismos yehudim tuvieron que estar dispuestos a sacrificar el corderito y marcar sus casas para ser libres. Sin esa acción, no hubiesen salido de Mitzraim (Egipto).
Es por eso, que en esta era donde todo se terceriza, debemos ser nosotros los que nos hagamos cargo de la acción, y generemos los cambios.
Ari Alster