Jeremías vivió en el reino de Judá antes de su caída a manos de los Babilonios y la consecuente destrucción del Beit HaMikdash y el exilio. Después de la destrucción del Gran Templo de Jerusalem, Jeremías también se exilió, pero en Egipto.
Jeremías difundió su profecía por todo el Reino de Juda y ella se basaba en los castigos que recibirían los judíos si no abandonaban su conducta y no retornaban a la senda de Adon-i.
Esta profecía, como muchos pasajes de la Torá, nos dice que el que se mantiene en la senda de Adon-i será como «un árbol a la vera de un río, que extiende sus raíces junto a la corriente, será fructífero y sus hojas estarán verdes aun en tiempos de sequía. Pero quien se aparte de la senda de Di-s será como un arbusto en tierra desértica.»
Este tipo de maldiciones y bendiciones se repiten en esta época de la historia, previa a la destrucción del templo pero también figuran en la Torá, con largas listas de maldiciones para los que se alejen del camino, y bendiciones para los que cumplan las Mitzvot. El mensaje parece simple; si hacés lo que yo digo te va a ir bien, y si no lo hacés te va a ir mal.
La historia en este caso le dio la razón a nuestro profeta, ya que los reyes y el pueblo de Judea no cambiaron su manera de actuar. Los Babilonios no solo destruyeron el templo, sino que los echaron de su tierra y comenzó así el exilio de Babilonia.
Pero en el inicio de esta haftará también dice: «El pecado de Judá está escrito con cincel de hierro con punta de diamante». ¿Si hubiesen cambiado su manera de actuar, Nabucodonosor no hubiese conquistado Yerushalaim?
¿Es tan simple la vida, que si hacemos las cosas bien, nos va bien y si las hacemos mal nos va mal? ¿Nosotros modificamos los designios de Di-s con nuestras acciones?
Una vez me dijeron: «si hacés todo bien no hay nada que te pueda salir mal», con el tiempo me di cuenta que la vida no funciona así. El mensaje que nos dejan estas profecías es que a pesar de que el futuro no depende solo de lo que hacemos, seguramente lo que hacemos determina cómo afrontaremos nosotros lo que nos depara el futuro. Como dice nuestro Profeta, podemos elegir vivir el futuro como un arbusto solo en el medio del desierto, exiliado de nuestra historia, o afrontar el futuro como un árbol que extiende sus raíces y comparte la vida con un río. El agua del río no siempre alcanza para que todas las hojas de nuestro árbol sean verdes como quisiéramos, pero sí para ayudarnos a que veamos nuestras hojas un poco más verdes.
Nuestro río y nuestras raíces son nuestro judaísmo; nuestras tradiciones, nuestras costumbres, y nuestra particular manera de ver el mundo que nos hace vivir la vida junto a otros que quieren compartir el mismo río y nos permiten crecer junto a ellos.Fabián David Holcman