El libro de Bamidbar comienza con u censo de los israelitas. Es por eso que en las traducciones se lo conoce como el libro de Números. Esto plantea una serie de preguntas: ¿cuál es el significado de este acto de contar? ¿Y por qué justamente aparece en el comienzo del libro? Además, ya se habían hecho dos censos previamente y este sería el tercero en el lapso de un año. Ciertamente, con uno solo habría sido suficiente. Adicionalmente, ¿tiene algo que ver el conteo con el liderazgo?
Para comenzar, parecería haber una contradicción. Por un lado, Rashi dice que los actos de contar en la Torá son gestos de amor por parte de Dios:
Porque ellos (los hijos de Israel) son queridos por Él, Dios los cuenta a menudo. Los contó cuando estaban por salir de Egipto. Los contó después del episodio del Becerro de Oro para determinar cuántos quedaban. Y ahora que estaba por presentarse ante ellos (en la inauguración del Santuario) los contó nuevamente (Rashi a Bamidbar 1:1).
Cuando Dios inicia un censo de los Israelitas, es para demostrar que los ama.
Por el otro lado, la Torá manifiesta en forma explícita que hacer un censo de la nación presenta muchos riesgos:
Entonces Dios le dijo a Moshé: “Cuando hagas un censo de los israelitas para contarlos, cada uno de ellos debe donar a Dios un rescate por su vida en el momento de ser contado. En tal caso, ninguna plaga caerá sobre ellos cuando los cuentas” (Éxodo 30:11-12).
Cuando, siglos más tarde, el Rey David contó al pueblo, hubo un furor Divino y setenta mil personas murieron
[1]. ¿Cómo puede ser esto si contarlos es una expresión de amor?
La respuesta está en la frase que la Torá utiliza para describir el acto de contar: se’u et rosh, literalmente “levantar la cabeza”. (Números 1:2) Esta es una expresión extraña y retorcida. El hebreo bíblico tiene muchos verbos para describir el acto de “contar”: limnot, lifkod, lispor, lajshov. ¿Por qué, entonces, la Torá no utiliza estas simples palabras para el censo, y utiliza la curiosa expresión de “levantar la cabeza” del pueblo?
La respuesta simple es la siguiente: en cualquier censo se tiende a concentrar en la totalidad: la masa, la multitud, la muchedumbre. Aquí tenemos una nación de sesenta millones de personas, una empresa con cien mil empleados o sesenta mil espectadores en un evento deportivo. La totalidad agrega valor al grupo o a la nación. Cuanto mayor la cifra, más poderoso es el ejército, más popular es el equipo, más exitosa es la empresa.
El hecho de contar produce una devaluación del individuo y tiende a hacerlo reemplazable. Si un soldado cae en la batalla, otro tomará su lugar. Si una persona deja una organización, puede contratarse a un reemplazante.
Es también notorio que las multitudes tienen la tendencia a hacer que el individuo pierda su capacidad de juicio independiente y que siga lo que hacen los otros. Llamamos a esto “comportamiento de manada” que a veces conduce a la locura colectiva. En 1841 Charles Mackay publicó su clásico trabajo Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds (Delirios populares extraordinarios y la locura de la muchedumbre), en el que describe la burbuja del Mar del Sur que en 1720 causó la pérdida de los ahorros de miles de personas, y la manía de los tulipanes en Holanda en la cual se gastaron fortunas por un solo bulbo de tulipán. Las grandes crisis de 1929 y 2008 responden a la misma psicología de masas.
Otra gran obra, The crowd, A Study of the Popular Mind (La multitud, un estudio sobre la mentalidad popular) de Gustav Le Bon (1895), muestra cómo las masas generan una “influencia magnética” que produce la transmutación del comportamiento individual en una “mentalidad grupal” colectiva. Como él lo expresó: “Un individuo en una multitud es un grano más de arena que el viento desplazará a su antojo”. Las personas dentro de una multitud se vuelven anónimas. Su conciencia es silenciada. Pierden la noción de la responsabilidad personal.
Las multitudes son extrañamente propensas a la conducta regresiva, a reacciones primitivas y al comportamiento instintivo. Son conducidas con facilidad por figuras demagógicas que apuntan a sus temores y a la tendencia a sentirse víctima. Tales líderes, señala Le Bon, son “elegidos especialmente entre los inestables, excitables y trastornados, individuos al borde de la locura
[2],” una notable predicción de la personalidad de Hitler. No es casual que el trabajo de Le Bon fue publicado en Francia en una época de creciente antisemitismo y del juicio de Dreyfus.
De ahí, el significado de una de las características salientes del judaísmo: su particular insistencia (como ninguna civilización anterior) sobre la dignidad e integridad del individuo. Nosotros creemos que todo ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios. Los sabios afirman que cada vida equivale al universo entero
[3]. Maimónides escribió que cada uno de nosotros debe considerar que nuestra próxima acción puede cambiar el destino del mundo
[4]. Cada opinión discrepante se registra cuidadosamente en la Mishná, aunque la ley diga lo contrario. Cada versículo de la Torá es capaz, dicen los sabios, de producir setenta interpretaciones. Ninguna voz, ninguna opinión es silenciada. El judaísmo nunca permite perder nuestra individualidad frente a la multitud.
Existe una maravillosa bendición mencionada en el Talmud para ser pronunciada al ver a seiscientos mil israelitas congregados en un lugar. Dice así: ”Bendito eres Tú, Señor… que disciernes los secretos
[5]”. El Talmud explica que cada persona es diferente. Todos tenemos distintos atributos. Tenemos nuestros propios pensamientos. Solo Dios puede penetrar en la mente de cada uno de nosotros y saber lo que pensamos, y la bendición se refiere a esto. En otras palabras, aún en una muchedumbre donde, visto por la gente, los rostros no son distinguibles, Dios se relaciona con nosotros como individuos, no como parte de la multitud.
Ese es el significado de la frase “levantar la cabeza” que se usa en el contexto de un censo. Dios le dice a Moshé que existe el peligro, al censar una nación, de que cada individuo sienta que es insignificante. “¿Qué soy yo? ¿Qué diferencia puedo lograr? Soy solo uno entre millones, una mera ola en el océano, un grano de arena en la costa, polvo en la superficie de lo infinito”.
En oposición a eso, Dios le dice a Moshé que el pueblo levante su cabeza mostrando
que cada uno de ellos cuenta; que cuentan como individuos. Efectivamente, en la ley judía un davar she-be-minyan, algo que es contado, vendido individualmente más que por peso, nunca es anulado, aun cuando es parte de miles o millones de cosas semejantes
[6]. En el judaísmo, un censo siempre debe ser realizado de tal manera que se señale nuestro valor como individuos. Cada uno de nosotros tiene sus dones. Existe una contribución que solo yo puedo hacer. Levantar la cabeza de alguien es un reconocimiento, un gesto de amor.
Sin embargo, hay un mundo de diferencia entre individualidad e individualismo. La Individualidad significa que soy único, y un miembro valioso del equipo. El Individualismo es cuando no soy para nada parte del equipo. Estoy solo interesado en mí mismo, no en el equipo. El sociólogo de Harvard, Robert Putnam, le asignó a esto un famoso nombre al ver qué en Estados Unidos cada vez más personas se anotaban para jugar al bowling en forma individual, y no como parte de un equipo. Llamó a este fenómeno “Bowling solitario” (bowling alone)
[7]. La profesora del MIT Sherry Turkle llama a nuestras amistades electrónicas de Twitter y Facebook =no amistades cara a cara sino “Solos juntos
[8]”. El judaísmo valora la individualidad, no el individualismo. Como dijo Hillel, “¿Si soy solo para mí, qué soy?
[9]”
Esto tiene implicancias en el liderazgo judío. No estamos en el negocio de contar números. El pueblo judío siempre fue poco numeroso y sin embargo, logró grandes cosas. El judaísmo tiene una profunda desconfianza de los líderes demagógicos que manipulan las emociones de las multitudes. Moshé en la Zarza Ardiente nos habla de su incapacidad de ser elocuente. “Yo no soy hombre de palabras”. (Éxodo 4:10) Pensó que eso era una limitación para ser un líder. De hecho, resultó todo lo contrario. Moshé no deslumbró al pueblo con su oratoria. Más bien, los elevó a través del aprendizaje.
Un líder judío debe respetar a los individuos. Deben “levantar sus cabezas”. Si deseas liderar un grupo, ya sea grande o pequeño, debes siempre transmitir el valor que le asignas a cada uno, incluyendo a los excluidos por los demás: la viuda, el huérfano y el extranjero. Nunca debes manipular a la gente apelando a las emociones primitivas del odio o el miedo. Nunca avanzar pisoteando las opiniones de los otros.
Es difícil liderar una nación de individuos, pero es el liderazgo más desafiante, inspirador y fortalecedor de todos.