“El hombre o la mujer que hiciere un voto nazirita de abstinencia por amor a Hashem…” (Bamidbar 6:2)
Tres mundos. Pensamiento, acto y habla. Tres mundos que se pueden impurificar.
La parashá de esta semana trata del nazir. El nazir, quien busca purificarse y acercarse a Hashem, se abstiene de tres cosas: cortarse el pelo, beber vino y quedar “tamé” (impuro ritualmente a través del contacto con un cadáver).
Estas tres separaciones vienen a corregir faltas en los tres mundos: pensamiento, acto y habla.
Pensamiento: El pelo crece de la cabeza, que es donde se asienta el pensamiento. Por eso, el cortarse el pelo simboliza corregir las imperfecciones de la esfera del pensamiento.
Acción: La “tumá” corresponde a la esfera de la acción. La principal fuente de tumá resulta del contacto con un cadáver, pues antes de la muerte, el cuerpo era el epitome de la vida y de la acción.
Habla: El vino representa la función del habla. De allí proviene la frase que dice: “Donde entra el vino, sale el secreto”. Los secretos se comunican por medio de palabras. Por medio del habla. La corrección de la esfera del habla se efectúa por medio de la abstinencia del vino.
En correspondencia a estos tres mundos están los tres “korbanot” (ofrendas): Olá, Jatat y Shlamim. El Olá corrige las faltas del pensamiento; el Jatat corrige las faltas de la acción, y el Shlamim corrige las faltas del habla.
El habla combina pensamiento y acción, cuerpo y alma. El habla es la síntesis de lo material y lo inmaterial. Pues sin pensamiento no puede haber habla, y sin el movimiento y la posición determinada de los labios no puede haber emisión de palabras.
Fijémonos un instante en el Shlamim: La palabra Shlamim proviene de la misma raíz que la palabra Shalom, que significa “condición de ser completo, perfecto”. La unificación de todas las partes en un todo.
Así como el habla es la unificación del pensamiento y la acción, el Shlamim unificaba tres elementos de la ofrenda:
1- El mizbeaj (altar)
2- El Kohen que ofrenda el sacrificio, y
3- La persona que trae la ofrenda.
¿De qué modo el Shlamim unificaba estos tres elementos?
Parte de la ofrenda de Shlamim se colocaba en el mizbeaj. Otra parte la comía el Kohen, y la tercera parte la comía el suplicante. Por consiguiente, el Shlamim unificaba todas las partes del servicio del Beit haMikdash, así como el habla une el pensamiento y la acción.
Es muy interesante que, de los tres Avot (Patriarcas), solamente Yaakov trajo Shlamim. ¿Por qué? Yaakov es la síntesis de Abraham e Yitzjak. Y asi como el Shlamim corresponde al habla, que es la síntesis del pensamiento y la acción, Yaakov era la síntesis de sus dos predecesores. Y lo más interesante de todo, es que el Midrash cuenta que Yaakov jamás pronunció una palabra en vano. Él es símbolo y epitome del atributo del habla, y necesariamente, debía traer Shalom entre Israel y su Padre Celestial.
Del mismo modo, vemos que el Shlamim no se trajo antes de la entrega de la Torá, pues únicamente a través de los Diez Mandamientos (o, literalmente, las diez “emisiones de habla”) se nos capacitó para presentar la ofrenda de Shlamim.
(Shem mi Shmuel)
Parashat Nasó es la parashá más extensa de todo el año.
Contiene 176 versículos, que es precisamente la misma cantidad de versículos que contiene la parashá más larga de Naj (Profetas y Hagiógrafos). Y 176 es también la cantidad de páginas que contiene el Tratado más largo del Talmud de Babilonia, Bava Batra.
Parashat Nasó es tema de un vasto número de Midrashim, y en el Zóhar aparece explicada en gran detalle. Más que cualquier otra parashá. ¿A qué se debe toda esta grandeza? Parashat Nasó casi siempre cae después del Shabat que viene con posterioridad a la fiesta de Shavuot, que es el momento de la entrega de la Torá. Por eso, en la semana que sigue a la entrega de la Torá, nuestros Sabios corporizaron todo ese enorme entusiasmo y amor a la Torá agrandando y ampliando la parashá que llega tras su entrega.
(Jidushei ha Rim sobre Iturei Torá)
“Que Hashem te bendiga y te proteja” (Bamidbar 6:24)
Había una vez un rey que tenía un amigo muy querido que vivía en Siria. El rey quiso honrar a su amigo y lo convocó a su palacio, situado en Roma. El rey lo agasajó con gran majestuosidad y le entregó cien piezas de oro puro para que llevara de regreso a su país.
En el camino de regreso, el amigo del rey fue atacado por una banda de asaltantes que le robaron no solamente las cien piezas de oro, sino todos los otros bienes que poseía.
Los reyes de carne y hueso podrán hacer regalos de gran extravagancia, pero no tienen forma de garantizar que sus bendiciones permanezcan siempre en manos de quien las recibió. Pero cuando es Hashem el que nos bendice, Él sí tiene el poder, no solamente de bendecirnos, sino también de conservar y proteger la bendición, para que esta permanezca siempre junto a nosotros. A prueba de ladrones.
Ese es el significado más simple del versículo “Que Hashem te bendiga y proteja esa bendición para que no se pierda”. ¡Ni la más sofisticada caja de seguridad podrá ofrecernos la misma garantía!
(Midrash Tanjuma Naso 10, Rabenu Bejaie)
“Su ofrenda era: un tazón de plata, con un peso de ciento treinta (siclos), y una palangana de setenta siclos del siclo sagrado; ambos repletos de sémola mezclada con aceite por ofrenda vegetal” (Bamidbar 7:13-14)
Una conversación imaginaria.
“¡Guau! ¡Qué concierto! ¡Nunca oí a la Sinfónica de Londres tocar tan pero tan bien! ¡La Primera de Brahms fue absolutamente soberbia!”
“¿Te parece?… Yo la semana pasada fui a un recital de los Boston Pops y te puedo asegurar que tocaron la misma música…”
O, por ejemplo…
“El Yago de Ian McKellen es sin lugar a dudas una de las interpretaciones shakespeareanas más contundentes de este siglo…”
“Si, pero ¿es la única tragedia que escribió Shakespeare?
Siempre lo mismo: Otelo, y después Hamlet y después Macbeth y después el Rey Lear, y otra vez Otelo. Una vez cada tanto se acuerdan de incluir Timón de Atenas o Antonio y Cleopatra, pero fuera de eso siempre la misma historia…”
Una vez que Moshé terminó de construir el Mishkán, lo consagró, junto con todos sus utensilios y vasijas.
Entonces los Príncipes de Israel llevaron ofrendas para inaugurar el Mizbeaj (altar). Día tras día, cada príncipe, representando a su tribu, llevó sus ofrendas. Durante doce días consecutivos llevaron sus ofrendas. La Torá describe fielmente cada una de las ofrendas de cada uno de los príncipes, y todas son idénticas. Absolutamente idénticas: “un tazón de plata, con un peso de ciento treinta (siclos), y una palangana de setenta siclos del siclo sagrado; ambos repletos de sémola mezclada con aceite por ofrenda vegetal; un cucharon de oro de diez (siclos) lleno de incienso; un toro joven, un carnero, una oveja en su primer año por ofrenda ígnea; un macho cabrío por sacrificio expiatorio; y por ofrenda pacifica festiva: dos vacunos, cinco carneros, cinco machos cabrios, cinco ovejas en su primer año”.
No es una lista breve. La Torá registra esta misma lista una y otra vez. Doce veces, en total.
¿Por que la Torá no dice que los doce príncipes trajeron todos ofrendas idénticas? La Torá no dice en vano ni una sola palabra, ni siquiera una letra o un punto. Si la Torá menciona una aparente redundancia doce veces, debe haber un motivo valedero.
La respuesta es que las ofrendas no eran idénticas. Cada una contenía en sí el entusiasmo individual del príncipe que la trajo. Cada una estaba permeada de la personalidad única de su dueño, de su propia devoción personal, de su propia lucha espiritual.
Igual que dos músicos que toman una melodía idéntica y le infunden cada uno su propia individualidad; o como un actor que es capaz de arrancar una interpretación nueva y original a partir de líneas que fueron dichas y repetidas durante cientos de años, asi tambien cada uno de los doce príncipes de las tribus de Israel trajo junto con su ofrenda su propia individualidad, y la singularidad de su tribu, como ofrenda a su Creador.
(El Rambán, oído de boca de Michael Treblow)
“Moshé tomó los vagones y los bueyes y se los dio a los leviim… Y a los hijos de Kehat no les dio; pues el servicio sagrado estaba sobre ellos, transportaban sobre los hombros” (Bamidbar 6:6-9)
Imagínate que estás sentado en la primera fila del Carnegie Hall. La orquesta está a punto de entonar los famosos acordes iniciales de la Quinta de Beethoven: “Da, da, da, Da… Da, da, da… -y entonces, para tu horror, toda la orquesta toca una nota exactamente un semitono más alto de lo que escribió Beethoven: “¡Da!”. El sonido es como alguien que arrastra las uñas por el pizarrón, algo insoportable, imposible de describir.
La música no perdona. Funciona absolutamente enclaustrada en un sistema cerrado. Basta un paso afuera de la escala, afuera del sistema, para que nos rechinen los dientes.
Sin lugar a dudas, el más grande músico que alguna vez vivió fue el Rey David. En el Salmo 119, David Hamélej alaba a Hashem. Dice: “Tus jukim (leyes que sobrepasan el entendimiento humano) fueron para mí canciones”.
¡Qué bello sentimiento! El Rey David alaba a Hashem diciéndole que los misterios de las leyes de Hashem, los jukim, le sonaron como canciones.
No obstante, el Talmud (Sotá 35a) nos dice que por culpa de ese sentimiento, Hashem dejó que el Rey David cometiera un error que ni siquiera un niño de jardín de infantes no cometería. Un error que condujo a la muerte de Uza, el hijo de Avinadav.
El error del Rey David consistió en traer el Arca Sagrada a Jerusalem en un vagón. La Parashá de esta semana nos dice que la razón por la que Moshé no les asignó vagones a Bnei Kehat fue porque no les hacían falta. Bnei Kehat eran los encargados de transportar el Arca Sagrada sobre los hombros. El Arca no podía transportarse en un vagón.
¿Qué fue lo que estuvo fuera de lugar en la alabanza del Rey David, para que le hiciera cometer semejante error, y por qué recibió precisamente ese castigo? ¿Qué tiene que ver la canción con el vagón?
En hebreo, la palabra “vagón” es agalá, que se relaciona con otra palabra, igul, que significa “circulo”. La música existe en un sistema limitado, encerrado por las estrecheces de la tonalidad. En cada octava, se vuelve a repetir. La música podrá ser “la mas profunda de las artes, siendo profunda, por debajo de las artes” (E.M. Forster), pero no obstante existe dentro de una estructura finita.
Una nota fuera de la escala es algo simplemente imposible de soportar. Como el ruido que hacen las uñas en el pizarrón. Una transgresión más allá de las fronteras de la esfera musical. Como un círculo fuera del cual nada puede existir: la música es un sistema fijo.
La esencia del jok, estatuto, es que existe afuera de los sistemas que somos capaces de comprender. Existe fuera de la O ajustada y universal de este mundo. Se encuentra eternamente más allá del alcance del hombre, fuera de su sistema de reconocimiento.
Ahora podemos entender la aptitud del castigo que recibió el Rey David. El cometió una falta al colocar en un vagón el Arca Sagrada, que, en este mundo, es la representación quintaesencial de la jok, la sabiduría sobrenatural. Él tratoó de hacer que viajara en una agalá, en un igul. En un círculo. En la escala musical. Quiso que los infinitos misterios del jok viajaran en el círculo de este mundo finito.
(Talmud Sota 35, Rabí Moshe Shapiro, oído de boca de Rabí Yosef Brown)
“Que Hashem te ilumine Su rostro y te conceda gracia” (Bamidbar 6:22)
Podrá haberse activado el transmisor de radio más potente del mundo, de 50.000 vatios de fuerza, pero si del otro lado no encendieron la radio, no se va a oír nada.
En el versículo que citamos, la “gracia” significa que uno halla favor a los ojos de los demás. Pero la pregunta es obvia: si Hashem nos ilumina Su rostro, ¿qué duda puede haber de que habremos de hallar favor a los ojos de los demás? ¿Para qué hace falta otra brajá más, de que también habremos de hallar gracia a los ojos de los demás?
Puede ocurrir que poseamos las mejores virtudes, pero nadie se dé cuenta. Nuestras virtudes pueden vivir como una princesa encerrada en la torre de un castillo, sin que nadie reconozca nuestra verdadera forma de ser.
Cuando Yosef estaba en la cárcel en Egipto, Hashem hizo que hallara gracia a los ojos del guardia. A Yosef se lo llama Yosef haTzadik, Yosef el justo, no Yosef un justo, sino Yosef el justo. Yosef era la esencia misma de la rectitud, y aun asi Hashem tuvo que concederle que hallara favor a los ojos del guardia de la cárcel.
Hay gente que no es capaz de percibir las verdaderas virtudes de una persona, y muchas veces hasta cree que es lo opuesto de lo que en verdad es. Hace falta una brajá especial para que las virtudes de una persona sean reconocidas por el resto del mundo. Es la brajá de hallar gracia a los ojos de los demás, de que su receptor este encendido para nosotros.
(Deguel Majane Efraim)
“Todo hombre cuya mujer se descarriare…” (Bamidbar 5:12)
Hace cien años, nació una idea excepcional en una brillante mente judía. Era algo así: el hombre está separado de su vecino por una inmensa división, una brecha insalvable denominada “propiedad individual”. Si yo soy dueño de algo, significa que no lo puedes tener tú. En cierto sentido, mi posesión de un objeto te lo esta “robando”. La propiedad es robo. Y si pudiésemos crear una sociedad en la que todos poseyeran algo, nadie le tendría envidia a nadie. Lo que hace falta es redimir el Capital de las manos de la elite dominante y devolvérselo al pueblo.
El ideal comunista dio origen a distintos experimentos sociales, entre los cuales tal vez el más famoso haya sido la “granja colectiva”. Todos comían en un comedor comunitario, y cada miembro de la colectividad debía cooperar con lo que pudiese y tomar únicamente lo que necesitaba.
Probablemente, la aplicación más famosa y más exitosa del concepto corporitario haya sido el movimiento de los kibutzim en Israel. Sin embargo, hubo otros países en los que la idea también se arraigó fuertemente. En China, por ejemplo, cada comunidad contaba con una unidad económica y administrativa que controlaba la fuerza de trabajo y todos los medios de producción. Dicha unidad proveía el manejo centralizado de la industria, el comercio, la educación, la agricultura y los temas militares. Al vivir en forma comunitaria, los trabajadores llevaban a cabo tanto tareas industriales como agrícolas, y además mantenían una unidad militar. Todo era comunitario: las guarderías, los baños, las peluquerías, etc. etc. Los salarios y las gratificaciones eran controlados por el estado. Todos los productos se comercializaban a través de las agencias del estado.
Seguramente, les debió haber parecido un sueño utópico.
Pero ¿qué le pasó a ese sueño? Hoy en día, los últimos vestigios de la granja colectiva se han transformado en empresas capitalistas, o bien agonizan. ¿Por qué falló esta idea tan noble? Un aspecto inevitable de la vida colectiva fue la reevaluación del papel que juega la familia. En vez de dormir bajo el mismo techo con sus padres, ahora los hijos dormían en dormitorios especiales. Quién sabe quien le respondía al niño pequeño que a medianoche se despertaba gritando: “¡Mama! ¡Tráeme un vaso de agua!”. ¿Cómo se va a comparar a la supervisora del dormitorio con la madre de un niño?
En la parashá de esta semana hay un concepto muy extraño. En medio de la descripción de la organización del majané, el campamento judío, se produce una interrupción aparentemente ilógica en la que la Torá introduce, junto con otras mitzvot, la mitzvá de la “sotá”. La sotá es la mujer cuyo comportamiento ha provocado que su marido sospeche que es infiel.
La Torá prescribe el milagroso proceso a través del cual, en caso de demostrarse su inocencia, se ganaba la confianza absoluta de su marido. Pero ¿qué tiene que ver la sotá con el campamento judío?
El majané era el paradigma de la futura estructura social del pueblo judío. El majané representaba a la sociedad judía tal como habría de vivirse a lo largo de las generaciones. La Torá interpone la mitzvá de la sotá en medio de la descripción del majané para enseñarnos que la armonía de la sociedad en general debe ir precedida por la familia unida y feliz.
La familia constituye la base fundamental de la sociedad. Cuando se corrompe su delicado equilibrio, cuando se trata de hacer que conforme a los conceptos artificiales de una vida utópica, inevitablemente esos experimentos serán de corta duración y terminarán por desaparecer.
(Ramban, Rabí Moshé Eiseman)