Parashá Naso

Parashá Nasó – Levanta 

Libro Bamidbar / Números (4:21 a 7:89)

RESUMEN DE LA PARASHA

Comienza la parashá, con la orden el Eterno a Moshé, de censar a los descendientes de Guershon, Merari y Kehat, todos varones de treinta a cincuenta años, aptos para servir en el ejército.

El censo reveló que la descendencia de Guershon sumaba dos mil seiscientos treinta varones, la de Merari tres mil doscientos y los de Kehat dos mil setecientos cincuenta varones.

Hashem asimismo indicó cuáles serían las tareas que debían cumplir, como ser los gersonitas debía transportar las cortinas del Tabernáculo, los velos del atrio, los utensilios para el servicio en el altar.  Por su parte, los hijos de Merari, debían portar las tablas, travesaños, columnas y zócalos del Tabernáculo.  Los componentes del Kehat, debían transportar las vasijas más sagradas.

El Todopoderoso indicó a Moshé que ordenara a los Hijos de Israel que sacaran de los campamentos a todo leproso o impuro.  También ordenó ciertas leyes:

1. Si alguien cometiera un pecado contra su prójimo, confesándolo, debía restituir el valor del daño más un quinto de monto original y llevar ante el Cohén una ofrenda de culpa como expiación. 

2. Si un marido sospechaba que su esposa le era infiel, debía presentarse ante el Cohén con su querella y entonces el Sumo Sacerdote tomaba agua santa y la mezclaba con polvo del piso del Santuario.  Posteriormente juramentaba a la mujer y debía beber esa agua, y si era culpable sufría daños con deformidades en su cuerpo y su juramento, que estaba escrito en un rollo, era borrado en el agua.  En este caso, la mujer debía morir.  Si era inocente, se la bendecía con maternidad.

3. Todo aquel, hombre o mujer, que prometiera consagrarse completamente al Todopoderoso por un cierto tiempo, (un nazir), debía abstenerse de beber vino y bebidas fuertes provenientes de la uva.  Debía dejar crecer sus cabellos ilimitadamente y no tomar contacto con ningún cadáver.  Si lo hiciera accidentalmente, impurificándose de esta manera, debía raparse la cabeza, ofrecer un sacrificio de expiación, y comenzar nuevamente su tiempo de nazareo.  Cuando finalizaba sus días de consagración, llevaba un sacrificio, se afeitaba la cabeza, y quemaba sus cabellos en el fuego del sacrificio.

4. Los Cohanim debían bendecir al Pueblo con una alabanza especial: «¡El Señor te bendiga y te guarde!  ¡Haga el Señor resplandecer Su rostro sobre ti y tenga de ti compasión!  ¡Alce el Señor Su rostro sobre ti y te conceda la paz!».

El Mishkán fue inaugurado el primero de Nisán, después del primer año de la salida de Egipto.  Los dirigentes de las doce tribus acercaron donaciones de carros y bueyes para el traslado del Tabernáculo y sus elementos.  También acercaron como regalo, platos, cubiertos y vasos de oro y plata, cada elemento uno por cada tribu, y también animales para sacrificio. 

Moshé escuchó la voz del Eterno, que le hablaba desde arriba del Arca del Testimonio, entre los dos querubines.


La política de la envidia

Rabino Jonathan Sacks Z´L
Traductor: Carlos Betesh
Pocas cosas en la Torá resultan más revolucionarias que su concepción del liderazgo. 
Las sociedades antiguas eran jerárquicas. Las masas eran pobres, destinadas a padecer hambre y enfermedades. Generalmente eran analfabetas. Eran explotadas por los gobernantes como mecanismo de adquisición de poder y riqueza sin considerar que las personas eran merecedoras de derechos individuales – concepto que recién aparece en el siglo XVII. En determinadas ocasiones les armaban una vasta organización laboral para la construcción de edificios monumentales destinados a glorificar a los reyes. En otras, los obligaban a ingresar al ejército para contribuir a los designios imperiales de los gobernantes. 
Los gobernantes frecuentemente tenían el poder absoluto sobre la vida y la muerte de sus súbditos. Los reyes y faraones no eran solamente jefes de estado; también ostentaban la máxima jerarquía religiosa, ya que se los consideraba hijos de los dioses o aún semidioses. Su poder no dependía del consentimiento de sus gobernados. Se los consideraba como parte de la estructura del universo. Así como el sol reinaba en el cielo y el león lo hacía entre los animales, así dominaban los reyes a su pueblo. La naturaleza funcionaba de tal forma, y la naturaleza era sacrosanta. 
La Torá discrepa esencialmente con esa forma de ver las cosas. No solo los reyes, sino todos nosotros, sin diferenciación de cultura, color, clase o credo, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. En la Torá, Dios convoca a Su pueblo especial, Israel, a dar los primeros pasos hacia lo que eventualmente podría ser una sociedad igualitaria – o para ser más precisos, una sociedad en la cual la dignidad, el kavod, no dependa del poder, la riqueza o un azar del nacimiento. 
De ahí que el concepto, que será tratado más extensamente en la parashá de Koraj, del liderazgo como servicio. El título más alto acordado a Moshé en la Torá es el de eved Hashem, “servidor de Dios.” (Deuteronomio 34:5). Su mayor elogio fue que “era muy humilde, más que cualquier otra persona en la tierra.” (Números 12: 3). Liderar es servir. La grandeza está en la humildad. Como señala el libro de Proverbios, “El orgullo del hombre lo hará descender, pero el humilde de espíritu retendrá el honor” (Proverbios 29: 23). 
La Torá apunta en dirección a un mundo ideal, pero no supone que lo hayamos alcanzado, ni que aun estemos cerca. El pueblo liderado por Moshé, como muchos de nosotros hoy en día, tenía una tendencia hacia la ambición, la aspiración, la vanidad y la auto indulgencia. Asimismo, compartían el deseo humano de status y honor. Y Moshé tuvo que reconocer ese hecho. Este sería una de las mayores fuentes de conflicto en los meses y años venideros, y es uno de los principales temas del libro de Bamidbar. 
¿De quiénes estaban celosos los israelitas? La mayoría no aspiraba a ser como Moshé. Reconocían que él era el hombre que hablaba con Dios y a quien Dios respondía. Él hizo milagros, llevó las plagas a los egipcios, dividió el Mar Rojo, sacó agua de una roca para el pueblo y el maná del cielo. Pocos eran los que tenían la audacia de creer que podían hacer tales portentos.
Pero sí tenían motivo de resentimiento por el hecho de que el liderazgo religioso estaba conferido a una sola tribu, la de los Leví, y a una sola familia de esa tribu, los Kohanim, los descendientes de Aarón. Ahora que el Tabernáculo estaba consagrado y el pueblo estaba por iniciar la segunda fase de su travesía desde el Sinaí a la Tierra Prometida, había un gran riesgo de que aparecieran la envidia y la animosidad. 
Esa es una constante a través de la historia. Nosotros deseamos, dice Shakespeare, “el don de este hombre y la amplitud de este otro.” Esquilo dijo “Está en el carácter de muy pocos el honrar a un amigo que ha prosperado, sin envidia.”[1]  Goethe advirtió que “aunque el odio es activo, y la envidia pasiva, hay un solo paso del uno al otro.” Los judíos deben sentir esto en carne propia. Hemos sido envidiados con frecuencia, y aún más frecuentemente, esa envidia se ha transformado en odio, con funestas consecuencias. 
Los líderes deben estar advertidos de los peligros de la envidia, especialmente en relación a las personas lideradas. Este es uno de los temas que unifican la larga y aparentemente desconectada parashá de Nasó. Vemos en él a Moshé confrontando tres fuentes potenciales de envidia. La primera estaba dentro de la tribu de Leví. Sus miembros tenían motivo de resentimiento por el hecho de que el sacerdocio había sido destinado a uno solo de sus descendientes, Aarón, hermano de Moshé. 
La segunda tenía que ver con los que no eran de la tribu de Leví ni familiares de Aarón, pero que consideraban que tenían el derecho a la santidad, especialmente el de tener una relación intensa con Dios como la que profesaban los sacerdotes. La tercera estaba relacionada con el liderazgo de las otras tribus, que sintieron que habían quedado desplazadas del servicio del 
Tabernáculo. Lo vemos a Moshé lidiando secuencialmente con todos estos peligros potenciales. 
Primero, asigna a cada clan de los Leví una tarea especial: cargar las vasijas, adornos, y el marco del Tabernáculo en ocasión de los traslados de un lugar a otro. Los elementos más sagrados fueron asignados al clan de Kehat. A los Guershonitas se los responsabilizó por las telas, cubiertas y cortinados. Los Meraritas debían llevar las tablas, barras, postes y conectores utilizados en la estructura del Tabernáculo. En otras palabras, cada clan tenía un rol y un lugar particular en la solemne procesión en la que la casa de Dios transitaba por el desierto. 
A continuación, Moshé trata con los que aspiran a un nivel más elevado de santidad. Esto parecería ser el caso del Nazirita, el individuo que jura aislarse para servir al Señor (Números 6:2) No debían beber vino ni ningún derivado de la vid; tampoco cortar sus cabellos ni impurificarse por contacto con un cadáver. Ser Nazirita era aparentemente una manera de asumir una especie de aislamiento asociado al sacerdocio, una forma de lograr un grado más avanzado de santidad.[2] 
Por último, Moshé se dirige al liderazgo de las tribus. El relato decididamente repetitivo del Capítulo 7 de nuestra parashá detalla las ofrendas de cada una de ellas en ocasión de la dedicación del altar. Eran todas idénticas, y la Torá podría haber evitado describir en detalle a cada uno de los obsequios, que eran comunes a las demás tribus. Pero esa repetición tiene por objeto enfatizar que cada una de ellas tuvo su momento de gloria. Cada una, al hacer su donación para la casa de Dios, adquiriría su cuota de honor.
Estos episodios no constituyen la totalidad de Nasó pero son suficientes para señalar un principio, que cada líder y cada grupo debe considerar con seriedad. Aun cuando en teoría la gente acepta que la dignidad sea igual para todos y que ven al liderazgo como servicio, las pasiones disfuncionales persisten. Las personas siguen resentidas por el éxito de otros. Continúan pensando que el honor otorgado a otros debería haber sido para ellos. Rabí Eleazar HaKappar dijo: “La envidia, el deseo y la búsqueda del honor sacan a la persona del mundo.”[3]
El hecho de que estas sean emociones destructivas no impide que algunas personas – quizás a la mayoría de nosotros – las experimenten cada tanto, y nada lleva a poner más en riesgo a la armonía del grupo. Ese es uno de los motivos por los cuales el líder debe ser humilde. No debe sentir ninguna de esas cosas. Pero el líder también debe percibir que no todo el mundo es humilde. Cada Moshé tiene su Koraj, cada Julio César su Casio, cada Duncan su Macbeth, cada Otelo su Yago. En muchos grupos existe un potencial perturbador conflictivo, quizás movido por una sensación de herida a su autoestima. Suelen ser los enemigos mortales de los que ejercen el liderazgo y pueden causar un daño profundo al grupo. 
No hay manera de eliminar el peligro totalmente, pero Moshé, en esta parashá, nos dice cómo hacerlo. Honrar a todos por igual. Prestar especial atención a los grupos potencialmente conflictivos. Hacer que cada uno se sienta valorado. Otorgar a cada persona un momento de atención general, aunque sea de manera ceremonial. Dar ejemplo personal de humildad. Hacer que quede bien claro que el liderazgo es un servicio, no un factor de status. Encontrar la forma para que los que sienten una especial pasión lo puedan expresar, y asegurar que  todos tengan la oportunidad de contribuir. 
No existe posibilidad alguna de evitar la política de la envidia, pero hay maneras de  minimizarla y nuestra parashá es una lección objetiva de cómo hacerlo.
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