Hannah Arendt en “Los orígenes del totalitarismo” para llamar la atención sobre el error de no haber considerado seriamente lo que los propios nazis decían, y particularmente por no relevar al antisemitismo –aquel primitivo odio a los judíos- como un insulto al sentido común, cita un viejo chiste en el cual un antisemita afirma que los judíos provocaron la I Guerra Mundial, a lo que un amigo le responde “Sí, los judíos y los ciclistas”. “¿Por qué los ciclistas?” pregunta el antisemita. “¿Por qué los judíos?” replica el amigo.
El chiste no es particularmente divertido pero envuelve una enseñanza sobre el absurdo del antisemitismo, atingente en momentos que se conoce la biografía de Daniel Jadue elaborada por sus compañeros del Liceo Alemán. En ella lo definen ya en su adolescencia como “un antisemita”, ven en su futuro la posibilidad de “limpiar la ciudad de judíos”, y sugieren como regalo práctico “un judío para hacerle puntería”. Lo anterior no pasaría de una racista y discriminadora burla si lo que los amigos advertían, no hubiera sido luego una constante en la vida pública de Jadue. En efecto, era un afinado prólogo de su trayectoria vital.
El anuario ha sido actualizado recientemente por la organización internacional de Derechos Humanos Centro Simón Wiesenthal, que destacó al precandidato presidencial en el Top Ten de los antisemitas del mundo, dudoso honor pero elocuente manifestación de la gravedad de sus reiterados dichos anclados en añejas teorías de conspiración judía y control de medios de comunicación.
Pero ¿Que impide a muchos distinguir los claros trazos de judeofobia que ya manifestaba Daniel Jadue al egresar del Liceo Alemán? La apatía general no puede explicarse sólo en el paso del tiempo ni tampoco relativizarse a la luz de las características propias de un anuario juvenil. En palabras de Magris, la ambigüedad es un pretexto de los débiles para disimular su incapacidad de discernir, tal como como un daltónico que ve en la hierba y en las amapolas colores indistinguibles.
Hay también en el silencio lo que Adorno y sus colaboradores en el Instituto de Investigación Social de Fráncfort denominaron antisemitismo secundario, una forma sutil de odio a los judíos que se articula como una “opinión no-pública” y que sólo esporádicamente se manifiesta de manera explícita.
Es cierto, han transcurrido años pero el prejuicio de Jadue no ha amainado, por el contrario se ha sofisticado, burlando los cuestionamientos e incorporando nuevos componentes a medida que las circunstancias históricas le ofrecen diferentes pantallas de proyección. Sin embargo, en palabras de Arendt, todas las explicaciones dan la impresión de ser “apresurada y fortuitamente concebidas, para velar un tema que tan gravemente amenaza nuestro sentido de la proporción y nuestra esperanza de cordura”. De allí que el antisemitismo de Jadue no por absurdo mute en irreal.
Gabriel Zaliasnik
Profesor de Derecho Penal
Facultad de Derecho Universidad de Chile