Por el Prof. Luis Fuensalida
Un día martes como ayer, pero 14 de Julio como hoy, hace 232 años, en 1789, con la toma de la Bastilla se iniciaba el proceso de la Revolución Francesa que nos dio la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, un mensaje que expresaba, que todo ser humano nace libre y con igualdad de derechos, y posibilitó el inicio de nuevos tiempos, tiempos de libertad y los primeros pasos de la democracia como régimen político, que se expandió, más temprana o más tardíamente, en todo el Occidente.
Las bases del proceso revolucionario lo encontramos en el mundo de las Ideas, en las corrientes filosóficas que constituyeron la Ilustración, en las obras de Montesquieu, de Voltaire y de Rousseau, y en donde se plasmaron principios para una sociedad más justa, con libertad e igualdad, que paulatinamente fueron posibilitando el reconocimiento de los Derechos Universales del Hombre, incluidas aquellas minorías, como los judíos de Francia.
Hasta aquel momento, la vida de los judíos en Francia se caracterizó por las persecuciones y la segregación, es así que en 1182 los judíos fueron obligados a dejar muchas ciudades y confiscadas sus propiedades, luego en el 1240 durante el reinado de Luis IX se dio lugar a la llamada Disputa de París, también conocido como el Juicio al Talmud, pues se consideraba que en una serie de sus pasajes habían citas blasfemas al Cristianismo, el acusador fue Nicolás Donin, un judío converso que basó su acusación en 35 cargos, por su parte la defensa estuvo a cargo del Gran Rabino de París, Iejiel ben Iosef, a quién le impusieron una serie de restricciones en cuanto como podía argumentar su alegato, la sentencia del tribunal conformado por arzobispos fue condenatoria, consideraron al Talmud como un peligro para la cristiandad y dos años después, en 1242, una veintena de ejemplares, fueron decomisados y luego quemados en acto público.
Algo más de medio siglo más tarde, en 1306, el rey Felipe IV para sanear las finanzas del reino inició una campaña persecutoria e injusta contra la orden cristiana de los Templarios, contra los lombardos y también contra los judíos, sobre estos firmó un decreto real que propició su expulsión organizada y la apropiación de sus bienes y sus ganancias, fue el 22 de julio de 1306, un día después de una fecha de duelo para nuestro pueblo, Tishá BeAv.
Pero pese al decreto real citado, y si bien durante los siglos XIV y XVIII fueron expulsados decenas de miles de judíos de Francia, para cuando comienza el período de la Ilustración, aún vivían en tierras galas, en particular en Bordeaux y Avignon, algo más de 40.000, y ellos fueron los primeros en la historia europea en adquirir sus derechos de igualdad y el status de ciudadanos de la mano de la Revolución Francesa.
Sin embargo, aquellas ideas plasmadas en las obras de los pensadores franceses de la Ilustración y que posibilitaron el proceso revolucionario, no precisamente reflejaban una defensa del pueblo judío, por ejemplo el caso de Voltaire, un ferviente anticlerical, que también tuvo expresiones hostiles hacia los judíos, como ser, “…no encontrarás en ellos más que un pueblo ignorante y bárbaro, que desde siempre une la más sórdida avaricia a la más detestable superstición”, lo que le llevó a sostener una viva controversia con el pensador judío portugués Isaac Pinto radicado en Ámsterdam.
En el caso de Montesquieu, fue un acérrimo enemigo del fanatismo religioso y opinaba que ese era un factor del odio a los judíos, pero su visión tolerante no se traducía expresamente con la libertad, mientras que Jean Jacob Rousseau, su posición era más favorable como queda plasmada en la siguiente frase, “…dispersos sobre la tierra, sometidos, perseguidos y despreciados por todas las naciones, han conservado sin embargo sus características, sus leyes, sus costumbres, su amor patrio desde la primera unión nacional, cuando parecía haber desaparecido todo lo que les mantenía unidos, es así que Atenas, Esparta y Roma han perecido y no han dejado descendencia en esta tierra, Sión, deshecha, no perdió a los suyos…”.
Producida la revolución, y tras dos años de deliberaciones, donde los representantes del pueblo francés reunidos en la Asamblea Nacional, en 1791 aprobaron que los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, también eran extensibles a los judíos, por lo tanto adquirían el status de Ciudadanos de pleno derecho, un tema analizado por el historiador judío francés José Salvador en su obra, “París, Roma, Jerusalén o la cuestión religiosa en el Siglo XIX”, editado en la década de 1860, un pensador, que ha sido considerado desde, un proto-sionista, hasta de un apologista de la asimilación, pero que hoy se lo considera un teórico de la renovación del pensamiento religioso en la Francia del siglo decimonono, un pensador liberal, defensor de la Revolución Francesa y la Ilustración y ferviente defensor de la condición judía ante los polemistas cristianos de su época.
Ahora bien, tal como lo señalé, las ideas de la Ilustración dieron lugar a un proceso que buscó una sociedad más libre, justa e igualitaria, pero en relación al pueblo judío, en el mejor de los casos, predicaron la tolerancia o denunciaron los prejuicios y las proscripciones, pero no fueron suficientes para desterrar el antisemitismo, algo que lo analizó excelentemente el historiador inglés Paul Johnson en su obra La Historia de los Judíos, “…los filósofos franceses del siglo XVIII ayudaron a los judíos a obtener la emancipación, pero también legaron una nefasta herencia…muy especialmente Voltaire…así se añadió otra capa en los aluviones históricos de la polémica antijudía. Sobre las bases paganas que sostuvieron el edificio del cristianismo, se elevó una estructura secular, que, en cierto sentido, era la más peligrosa de todas, pues aseguraba que el odio a los judíos persistiera, aún después de la declinación del espíritu religioso que antes había sido la base de ese odio…el nuevo antisemitismo secular desarrolló inmediatamente dos temas distintos y contradictorios, por un lado, siguiendo a Voltaire, los intelectuales comenzaron a ver a los judíos adversarios oscurantistas que impedían el progreso de la Humanidad, por otra parte, las fuerzas conservadoras y tradicionalistas descontentas de las nuevas ventajas logradas por los judíos con el desmembramiento del Antiguo Régimen, comenzaron a considerar a los judíos como aliados e instigadores de la anarquía, ninguna de las tesis eran ciertas, pero ambas fueron aceptadas…”.
En cuanto al período bonapartista, Napoleón tuvo actitudes ambiguas respecto a los judíos, por un lado, al expandirse su imperio, llevó consigo las consignas y principios de la revolución, entre ellos el derecho a la emancipación, e influyeron en mayor o menor medida en las distintas regiones conquistadas, también admitió el ingreso de judíos a las fuerzas armadas y a la administración pública, pero les limitó ciertas áreas del comercio, restringió el derecho de vivir en ciertas regiones de Francia, suspendió por 10 años la devolución de las deudas contraídas con judíos y sus verdaderos objetivos fueron, en el plano interno la asimilación, para lo cual convocó en mayo de 1806 a una asamblea de notables y rabinos que se conoció como el Sanedrín de Napoleón, y en el plano internacional, obtener el apoyo de los judíos franceses y de las keilot en los países conquistados para lograr el apoyo para posicionarse en Palestina, algo que no había podido tras la derrota naval de la bahía de Abukir o batalla del Nilo, a manos del almirante inglés Horacio Nelson en 1798, y que para el emperador era un punto estratégico, pero, con sus claros y oscuros, Napoleón en cierta forma permitió el acceso a la Modernidad de los judíos de gran parte de la Europa occidental.
Es así, que hasta pasada la mitad del siglo decimonono, el pueblo judío de aquella parte de Europa, vivió una atmósfera de igualdad y tranquilidad, pero entre mediados de 1870 y 1880, las cosas fueron cambiando, primero surge en 1879 el término Antisemitismo basado en cuestiones raciales y en acusaciones que representaban al judío como el responsable de la corrupción de la Sociedad, ambos argumentos apuntalados por un antijudaísmo cristiano basado en pseudos argumentos teológicos, una corriente que se extendió desde el Imperio Alemán hacia Francia, y por otro lado, en 1880 con el asesinato del zar Alejandro II del Imperio Ruso, se inician los progroms y con estos, más allá de las matanzas en suelo ruso, también la inmigración hacia la Europa occidental que activó nuevamente los prejuicios y en la que Francia no estuvo exenta.
Es así, que el momento de mayor virulencia del antisemitismo francés se dio con el Caso Dreyfus en 1894, cuando el capitán de artillería, Alfred Dreyfus fue acusado de ser espía para el Imperio Alemán, es llevado a juicio, condenado, degradado y expulsado del ejercito francés, con pruebas fraguadas, y al mismo tiempo, autoridades católicas incitaron el odio hacia los judíos, sin embargo, cuando el clima antisemita en la sociedad francesa hacia incierta la vida de la comunidad en tierra gala, el escritor Emile Zola, en 1896 publica en el periódico La Aurora un magistral alegato en defensa del militar, con el título “Yo Acuso”, que posibilitó una revisión del caso, donde se comprobó la falsedad de las pruebas, la identificación del verdadero culpable, un oficial francés no judío, y la inocencia de Dreyfus, quién fue reincorporado al ejército con todos los honores y prosiguió una brillante carrera militar distinguiéndose en la 1ª Guerra Mundial, que le valió sendas condecoraciones y su retiro con el grado de Coronel.
Ahora bien, durante el período entre guerras, en Alemania comienza a incubarse el Huevo de la Serpiente, el Nazismo, que llega al poder en 1933 con todo su bagaje de odio antijudío, pero en Francia la comunidad judía confiaba en que ese clima de antisemitismo no llegaría, sin embargo, en noviembre de 1938 un joven judío polaco, nacido en el seno de la República de Weimar, Herschel Grynszpan, residente en París, motivado por la expulsión del Reich de judíos de origen polaco, entre los que se encontraba su familia, asesina en la sede diplomática alemana parisina al agregado Ernst Von Rath, esto causó un efecto negativo no sólo en la comunidad judía francesa sino también en toda Francia, y las consecuencias fueron terribles, primero para los judíos alemanes, la Kristallnacht, pero también reavivó el antisemitismo en ciertos sectores de la sociedad francesa.
Con la 2ª Guerra Mundial y la ocupación nazi de Francia, donde para 1939 vivían algo más de 300.000 judíos, tanto en la región noroccidental ocupada por las fuerzas alemanas, como en la colaboracionista República de Vichy al sureste, se llevaron a cabo masivas deportaciones de judíos a los campos de concentración y exterminio, más de 70.000 judíos franceses fueron allí enviados y sólo sobrevivieron unos 2.500, muchos de ellos, al regresar tuvieron que lidiar ante la justicia para recobrar sus propiedades y bienes que le fueron arrebatados no sólo por los nazis, sino también por muchos franceses, sin embargo, la comunidad judía en Francia se fue recomponiendo y en las décadas de los años 50 y 60, se fue acrecentando con la llegada de judíos sefaradies, más de 250.000, provenientes del ámbito colonial, en particular de Argelia, Marruecos y Túnez.
En cuanto a la posición de Francia respecto a la creación del Estado de Israel, al momento de llevarse a cabo la votación el 29 de noviembre de 1947 en el seno de la Asamblea General de la recientemente creada ONU, su voto fue afirmativo, y durante la Guerra Fría, para el gobierno galo, Israel constituyó un aliado estratégico en la doctrina de contención del expansionismo e influencia soviética.
Sin embargo, tras la caída del imperio soviético y con la aparición de reivindicaciones identitarias y expresiones de extremismo religioso, en particular el Islam radical yihadista, sumado a una cada vez más creciente comunidad musulmana en Francia, se estima en la actualidad más de 7 millones, la situación de los judíos franceses se fue deteriorando paulatinamente, en particular por el accionar del terrorismo islamista clánico que comienzan a proliferar en esos verdaderos islotes que se conforman en complejos habitacionales en las afueras de las grandes ciudades, y esto se ha traducido tanto en ataques individuales, al mod0 Lobo Solitario, como a través de estructuras celulares o bandas que no necesariamente responden a una organización, pero si al ideario yihadista radical, pero para tener una idea de este accionar, en lo que va del Siglo XXI, se perpetraron 403 atentados con un saldo de 291 muertos y 942 heridos, quizás los más relevantes han sido los de Charlie Hebdo, 7 de enero del 2015, los de París, 13/14 de noviembre de ese mismo año y Niza, un 14 de julio como hoy pero del 2016, y si nos enfocamos a aquellos ataques donde los blancos fueron específicamente judíos, podemos señalar, en el 2006 es asesinado Ilian Halimi en París, el del 2012 en Toulouse frente a una escuela un rabino y tres niños, en el 2014 en Sarcelles, un grupo de violentos gritando “muerte a los judíos”, quemaron comercios de la colectividad y rodearon una sinagoga, en el 2015 la toma de rehenes en un comercio kosher de París, en síntesis, en el 2014 se denunciaron 423 crímenes de odio contra judíos, en el 2015 subió a 851, este crecimiento del antisemitismo a llevado a que más del 40% de judíos franceses haya considerado hacer aliá, y de hecho en los últimos dos años la mayoría de los olim son procedentes de Francia, una Francia que a 232 años de aquella gesta que pregonaba, Libertad, Igualdad y Fraternidad, que declaraba la Emancipación de los Judíos, hoy queda muy poco.