Dos episodios simultáneos y aparentemente inconexos en relación a la clásica imagen de la niña Anna Frank han desatado furor y polémica en redes en torno al tema, en especial por parte de personas e instituciones judías. Por un lado, el programa Showmatch en Argentina usa esa imagen como parte de una escenografía en un concurso de talentos, y por otro lado la revista chilena Velvet como imagen de un artículo sobre adolescencia y encierro. En ambos casos las retracciones fueron inmediatas y ambos medios propusieron medios de reparación por el uso inapropiado de la imagen.
Valen algunas reflexiones en relación al asunto, más allá del origen o el fin antisemita de los episodios; en ambos casos es claro que no ha habido posturas antisemitas ni ahora ni antes.
Dicho esto, me resultan llamativos los siguientes fenómenos:
- Que la discusión posterior al asunto esté centrada en la “interna” en torno al hecho.
- Que el hecho, ajeno al mundo judío, dé pie a seguir profundizando divisiones
- Que es evidente que nadie tomó el episodio como una amenaza antisemita; habría unido.
- Que el problema no es el antisemitismo, sino la ignorancia.
Por otro lado, en relación al uso de símbolos o signos, vale la pena reflexionar:
- Hasta qué punto los iconos se independizan de su contexto como cualquier objeto de arte de su autor. “Guernica”, la obra de Picasso, es sobre lo sucedido en “Guernica” y Ernesto Guevara fue un guerrillero, pero ambos son iconos culturales cuyo significado está en permanente construcción o desconstrucción.
- Los judíos hemos hecho una tarea tan profunda y exhaustiva en relación a la memoria que, pasados ochenta años, los símbolos que representaron nuestra tragedia singular, la Shoá, están siendo exportados y usados libremente, con el riesgo de que se usen equivocadamente.
- Una vez que la Shoá está instalada (aun entre los negadores) en la percepción de la Humanidad, el siguiente paso será velar por su uso en lugar de su abuso; incluidos nosotros mismos. Que detrás de la imagen venga el relato singularizante.
- Que no son los símbolos judíos los únicos abusados. Sucede que el colectivo judío somos muy sensibles a cómo se nos de-nomina, sea en el discurso o en el arte.
- Que si como judíos pedimos exactitud y uso respetuoso de símbolos y términos, también nosotros seamos cuidadosos en no abusar y desnaturalizar conceptos: no hay nada “banal” en el mal ni nada “líquido” en el amor u otros sentimientos.
En definitiva: ojo con el “lugar común”, la propia ignorancia, y la auto-simplificación de nuestra compleja naturaleza; y seamos conscientes que la Shoá nos sucedió a nosotros y sólo a nosotros pero como tanto legado judío, su simbolismo es de todos los hombres. No traslademos al uso por parte de terceros nuestro ancestral sentido de la persecución. A veces, simplemente, la gente es ignorante.
Por Ianai Silberstein