Parasha Ree

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Libro Devarim / Deuteronomio (11:26 a 16:17)

Resumen de la Parasha


Moshé pone ante el Pueblo una bendición y una maldición, aclarando que la bendición sería válida si los Benei Israel cumplieran los Mandamientos del Eterno y, caso contrario, la maldición sería válida si se desviaran de Su camino.  El Pueblo, con su comportamiento, elegiría entre observar o rechazar Sus leyes.

Una vez entrados a Eretz Israel, se llevaría a cabo una ceremonia en el monte de Gerizim donde pronunciarían la bendición, y otra en el monte de Eval donde pronunciarían la maldición, y en su transcurso se informarían las consecuencias de la bendición y la maldición.

Moshé expuso, después, una cantidad de leyes religiosas, civiles y sociales cuyo objeto era regular la vida de la Nación en la Tierra Prometida.  Primeramente se refirió al principio del culto centralizado, actuando contra las prácticas idólatras, debiendo destruirse todos los lugares que se conquisten, donde se sirviera a dioses extraños, como también sus altares, estatuas, ídolos y esculturas.

Todos los sacrificios, holocaustos que se traigan ante Hashem, serán presentados ante el lugar que Él elija.  Esas ofrendas deberán ser comidas allí.  Nunca se comerá la sangre, pues está prohibido.

El Pueblo de Israel fue advertido sobre no imitar los terribles y espantosos ritos de las cananeos, quienes llegaban a quemar a sus hijos e hijas para adoración de sus ídolos.  Todo falso profeta que intentara hacer adorar ídolos, debía ser muerto.  También todos los pobladores de alguna ciudad que el Eterno dio para residencia de los Benei Israel y en ella se practicara cualquier tipo de idolatría, sus integrantes debían ser muertos y la ciudad destruida. 

Está prohibido realizarse incisiones en el cuerpo ni en la cabeza en señal de duelo.  Por ser un Pueblo Santificado, no podrán comer alimentos abominables, por lo que Moshé recuerda los animales, aves y peces permitidos de comer y los prohibidos.  También estableció que un segundo diezmo de la producción anual del suelo (maaser shení), debía ser traído por el yehudí al Santuario, a fin de que lo consumiera en ese lugar.  Quien viviera lejos del Santuario, podía traer su equivalente en dinero y adquirir una comida festiva para comerla con su familia y los levitas.  Al final del tercer y sexto año de cada ciclo de shemitáel diezmo debía ser entregado a los pobres (maaser oni), levitas huérfanos y viudas.

Al final de cada séptimo año (shemitá), durante el cual la tierra debía permanecer en barbecho, todo acreedor condonará al deudor lo que le hubiere prestado; no le exigirá a su prójimo o a su hermano, por haberse proclamado la remisión del Eterno.

Un esclavo hebreo que hubiere sido vendido en cautiverio debe ser liberado al comienzo del séptimo año.  Si el esclavo eligiera permanecer al servicio de su patrón, se le perforaría una oreja por haber preferido la esclavitud a la libertad, contraviniendo el deseo de Hashem.

Moshé recordó las festividades de Pésaj, Shavuot y Sucot, con sus leyes, y destacó que se debía peregrinar hasta el Santuario llevando ofrendas, según sus posibilidades de ofrendar, conforme a la bendición que el Todopoderoso le haya dado.


Definiendo la Realidad

Rabino Jonathan Sacks S´L´


Traductor: Carlos Betesh
Editor: Abraham Maravankin

Uno de los dones de los grandes líderes, del cual cada uno de nosotros puede extraer una enseñanza, es que enmarcan la realidad para el grupo. Definen su situación. Especifican los objetivos. Articulan las opciones. Nos dicen en qué lugar estamos y hacia dónde vamos de una manera que ningún satélite de navegación podría igualar. Nos muestran el mapa y la destinación y nos ayudan a elegir esta ruta y no esta otra. Ese es uno de los roles más importantes de transmisión educativa, y nadie lo hizo de manera más extraordinaria que Moshé en el libro de Deuteronomio.
He aquí cómo lo hace al comenzar la parashá de esta semana:
Vean, estoy poniendo delante de ustedes en el día de hoy la bendición y la maldición – bendición, si obedecen las órdenes del Señor vuestro Dios que les estoy presentando hoy; maldición, si desobedecen las órdenes del Señor vuestro Dios, y si se apartan del camino que yo les estoy indicando, siguiendo a otros dioses que ustedes no han conocido. (Deuteronomio 11: 26-28).
Y aquí con palabras aún más fuertes, Moshé lo expresa más adelante en el libro:
Vean, pongo ante ustedes en el día de hoy la vida y lo bueno y la muerte y lo malo…y llamo al Cielo y a la Tierra como testigos hoy, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Por lo tanto, elijan la vida, para que puedan vivir ustedes y sus hijos. (Deuteronomio 30: 15,19)
Lo que está haciendo aquí Moshé es definir la realidad para la próxima generación y para todas las subsiguientes. Lo hace a modo de prefacio de lo que seguirá en los próximos capítulos, principalmente la confirmación sistemática de la ley judía, cubriendo todos los aspectos de la nueva nación en su tierra.
Moshé no quiere que el pueblo pierda de vista el motivo principal, abrumándose con los detalles. La ley judía con sus 613 preceptos es detallada. Busca la santificación de todos los aspectos de la vida, desde el ritual diario hasta la estructura misma de la sociedad y sus instituciones. Su objetivo es modelar un mundo social en el cual podamos transformar hasta las ocasiones aparentemente seculares, en encuentros con la Divina Presencia. Pese a los detalles, dice Moshé, las opciones que pongo antes ustedes son realmente bastante simples.
Nosotros, le dice a la generación futura, somos únicos. Somos una nación pequeña. No tenemos el número, la riqueza ni el armamento sofisticado de los grandes imperios. Somos más pequeños aún que muchos de nuestros vecinos. Por el momento ni siquiera tenemos nuestra propia tierra. Pero somos diferentes, y esa diferencia define de una vez por todas quiénes somos y por qué. Dios nos ha elegido para hacernos Su lugar en la historia. Nos liberó de la esclavitud y nos eligió como Su socio del pacto.
Y esto no se debe a nuestros méritos. “No es por vuestra virtud o vuestra integridad que van a tomar posesión de la tierra.” (Deuteronomio 9: 5) No somos más virtuosos que otros, dice Moshé. Es porque nuestros antepasados – Abraham, Ytzjak y Yaakov, Sara Rebeca, Rajel y Lea – fueron las primeras personas que respondieron al llamado del único Dios y lo siguieron, venerando no a la naturaleza sino al Creador de la naturaleza, no al poder sino a la justicia y a la compasión, no a las jerarquías sino a una sociedad de igual dignidad que incluye en su ámbito de cuidado a la viuda, el huérfano y el extranjero.
No piensen, dice Moshé, que vamos a poder sobrevivir como nación entre las otras naciones, adorando lo que ellos adoran y viviendo como viven. Si lo hacemos, estaremos sujetos a la ley universal que ha gobernado el destino de las naciones, desde los albores de la civilización hasta hoy. Las naciones nacen, crecen, florecen; después se vuelven complacientes, luego corruptas, se dividen y por último, mueren, para ser recordadas solo en los libros de historia y en los museos. En el caso de Israel, pequeña e intensamente vulnerable, ese destino ocurrirá más temprano que tarde. Eso es lo que Moshé llama “la maldición.”
La alternativa es simple – aunque demandante y detallada. Consiste en adoptar a Dios como nuestro Soberano, Juez de nuestros actos, Marco de nuestras leyes, Autor de nuestra libertad, Defensor de nuestro destino, Objeto de nuestra veneración y amor. Si predicamos nuestra existencia sobre algo – sobre Uno – vastamente más grande que nosotros, entonces nos elevaremos más que lo que podríamos hacerlo solos. Pero eso exige una lealtad total a Dios y a Su ley. Esa es la única forma de evitar la decadencia, la declinación y la derrota.
No tiene nada de puritanismo esta visión. Dos de las palabras clave de Deuteronomio son amor y felicidad. La palabra “amor” (la raíz a-h-v) aparece dos veces en Éxodo, dos en Levítico, ninguna en Números y 23 veces en Deuteronomio. La palabra «alegría» (con la raíz s-m-j) aparece una vez en Génesis, Éxodo, Levítico y Números pero doce veces en Deuteronomio. Moshé sin embargo, no oculta el hecho de que la vida bajo el pacto será demandante. Ni el amor ni la alegría vienen en una escala social sin códigos de auto represión y compromiso con el bien común.
Moshé sabe que las personas piensan y actúan con una modalidad a corto plazo, prefiriendo el placer de hoy a la felicidad de mañana, la ventaja personal al bien de la sociedad como tal. Hacen tonterías, tanto individual como colectivamente. Por eso a lo largo de Devarim insiste reiteradas veces en que el camino al florecimiento a largo plazo – lo ‘bueno’, la ‘bendición,’ la vida misma – consiste en hacer una simple elección: aceptar a Dios como Soberano, hacer lo que es Su voluntad, y las bendiciones vendrán. Si no, tarde o temprano serás conquistado y dispersado y sufrirás más de lo que imaginas. De esta forma, Moshé definió la realidad para los israelitas de su tiempo y de todos los tiempos.
¿Qué tiene que ver esto con el liderazgo? La respuesta es que el significado de los eventos nunca es evidente por sí mismo. Siempre está sujeto a interpretación. A veces, por torpeza, temor o falta de imaginación, los líderes se equivocan. Neville Chamberlain definió el desafío a la asunción del poder de la Alemania Nazi como una búsqueda de “la paz para nuestro tiempo.” Tuvo que aparecer Churchill para concluir que estaba equivocado, que el verdadero desafío era la defensa de la libertad contra la tiranía.
En el tiempo de Abraham Lincoln hubo un gran número de personas que estaban a favor y en contra de la esclavitud, pero fue Lincoln el que definió la abolición como el paso necesario para preservar la unión de la nación. Fue su visión profunda la que le permitió afirmar en la Segunda sesión Inaugural, “Con maldad contra ninguno, con caridad para todos, con la firmeza del derecho que nos da Dios para ver lo correcto, luchemos para terminar la tarea a la que estamos abocados: cicatrizar las heridas de la nación.”[1] No permitió que la abolición ni el fin de la Guerra Civil, fueran tomados como un triunfo de un bando sobre el otro, sino que los consagró como una victoria de toda la nación.
Expliqué en mi libro sobre religión y ciencia, The Great Partnership[2] (La gran sociedad) que existe una diferencia entre la causa de algo y su significado. La búsqueda de las causas requiere explicación. La búsqueda del significado requiere interpretación. La ciencia puede explicar pero no interpretar. Las diez plagas de Egipto, ¿fueron una secuencia natural de eventos, un castigo Divino o ambas cosas? No existe experimento que pueda resolver la cuestión. La división del Mar Rojo, ¿fue una intervención Divina en la historia o un viento anormal del este que dejó a la vista un antiguo banco de arena? ¿Fue el Éxodo un acto de liberación Divino o una serie de coincidencias fortuitas que permitieron la fuga de un grupo de esclavos? Cuando todas las explicaciones causales han sido expuestas, la calidad del milagro – un evento que cambió el curso de la historia, en el cual vemos la mano de Dios – permanece. Cultura no es naturaleza. Hay causas en la naturaleza, pero solo en la cultura hay significados. El Homo Sapiens es un creador singular de cultura, animal buscador de significados, y eso influye en todo lo que hacemos.
Viktor Frankl solía enfatizar que nuestras vidas están determinadas no por lo que nos ocurre sino por cómo respondemos a lo que nos ocurre, y ello depende de cómo interpretamos esos eventos. Este desastre, ¿es el fin del mundo o es la vida la que me pide que haga un esfuerzo heroico para que yo pueda sobrevivir y ayudar a otros a hacerlo? La misma circunstancia puede ser interpretada en forma diferente por dos personas, llevando a una a la desesperación y a la otra a un acto de heroísmo. Los hechos son los mismos pero los significados dramáticamente distintos. La forma en que interpretamos el mundo afecta el modo en que le respondemos, y son nuestras respuestas las que modelan nuestras vidas, tanto en forma individual como colectiva. De ahí las famosas palabras de Max De Pree “La primera responsabilidad de un líder es definir la realidad.”[3]
En toda familia, comunidad, organización, hay pruebas, desafíos  y tribulaciones. ¿Eso conduce a discusiones, acusaciones y recriminaciones? ¿O el grupo lo ve como un evento providencial que puede conducir a un buen futuro (“un descenso que conduce a un ascenso” como solía decir el Rebe de Lubavitch)? ¿El grupo trabaja unido para aceptar el desafío? Mucho, quizás todo, dependerá de cómo define el grupo su realidad. Eso a su vez depende del liderazgo que ha tenido hasta el momento, o de la ausencia del mismo. Familias y comunidades fuertes tienen un claro sentido de cuáles son sus ideales, y no son alejados de su curso por los vientos de cambio. Nadie hizo esto más poderosamente que Moshé de la manera en que monumentalmente enmarcó la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, la bendición y la maldición, siguiendo a Dios por un lado o eligiendo los valores de las civilizaciones vecinas por el otro. Es debido a esa claridad que los hititas, cananeos, perizitas y iebusitas ya no existen más, mientras que el pueblo de Israel sigue con vida, pese a sus extraordinarios cambios históricos circunstanciales.
¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿Qué es lo que estamos intentando lograr y qué clase de pueblo aspiramos ser? Estas son las preguntas que los líderes ayudan a preguntar y responder a un grupo, y cuando el grupo lo hace en forma conjunta es bendecido con una resiliencia y fortaleza excepcionales.

                      

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