La parashá de Shoftim es la fuente clásica de los tres tipos de liderazgo en el judaísmo, llamado por los sabios, las “tres coronas”: el sacerdocio, el reinado y la Torá[1]. Esta es la primera declaración en la historia del tema de los principios, expuesta por Montesquieu, en el siglo XVIII en su L’Espirit des Lois (El espíritu de las leyes), que luego fue el factor fundamental en la constitución norteamericana en lo referente a la “separación de los poderes”[2].
El poder, en el ámbito humano, se debe dividir y distribuir, no debe concentrarse solo en una sola persona o cargo. En el Israel de la era bíblica había reyes, sacerdotes y profetas. Los reyes gozaban del poder secular y gubernamental. Los sacerdotes eran los líderes en el ámbito religioso, presidiendo los servicios del Templo y otros rituales, y eran quienes daban directivas en términos de santidad y pureza. Y los profetas eran los ordenados por Dios para ser críticos de la corrupción del poder y para guiar al pueblo en cuanto a la vocación religiosa, en caso de que se apartaran de ella.
Nuestra parashá trata sobre estos tres roles. Pero sin duda, la que más llama la atención es la sección de los reyes, por varias razones. Primero, porque es la primera orden emitida por la Torá que incluye una explicación acerca de lo que hacen otros pueblos: “Cuando hayan entrado a la tierra que el Señor vuestro Dios les legó, hayan tomado posesión de ella y se hayan asentado y dirán: “Pongamos un rey por sobre nosotros para que nos gobierne, como todas las naciones que nos rodean…” (Deuteronomio 17:14). Normalmente, en la Torá, la orden es que los israelitas sean diferentes. El hecho de que esta orden sea una excepción fue suficiente para que los estudiosos, a través de los siglos, hayan señalado que hay cierta ambivalencia sobre el concepto de la monarquía en sí.
Segundo, el pasaje es notablemente negativo. Nos dice lo que el rey no debe hacer, más que lo que sí debe hacer. No debe “adquirir un gran número de caballos”, “tomar muchas esposas” ni «acumular grandes cantidades de oro y plata” (Deuteronomio 17:16-17). Estas son las tentaciones del poder, y como aprendimos en todo el Tanaj, aun los líderes más grandes (incluso el mismo Rey Salomón) eran vulnerables a ellas.
Tercero, y acorde con la idea judía fundamental de que el liderazgo es servicio, no dominación, status ni superioridad, se le ordena al Rey que sea humilde: debe leer la Torá en forma constante “para que pueda aprender a reverenciar al Señor su Dios… y no considerarse superior a sus congéneres israelitas” (Deuteronomio 17:19-20). No es fácil ser humilde cuando todos se postran ante ti y tienes el poder de la vida y la muerte sobre tus súbditos.
De ahí, la gran variación entre los comentaristas acerca de si la monarquía es una institución buena o es peligrosa. Maimónides sostiene que nombrar a un rey es una obligación; Ibn Ezra, que es una autorización; Abarbanel, que es una concesión y Rabenu Bajia que es un castigo – una interpretación conocida por John Milton en uno de los períodos más volátiles (y anti monárquicos) de la historia de Inglaterra[3].
Sin embargo, existe una dimensión positiva y excepcionalmente importante de la monarquía. Al rey se le ordena estudiar constantemente:
“…y él debe leer todos los días de su vida para que aprenda a reverenciar al Señor su Dios y seguir cuidadosamente las palabras de esta ley y estos decretos; no considerarse mejor que los demás israelitas ni apartarse de la ley, ni a la izquierda ni a la derecha. Entonces él y sus descendientes gobernarán por mucho tiempo en su reino de Israel”. (Deuteronomio 17: 19-20)
Más adelante, en el libro que lleva su nombre, a Ieoshúa, el sucesor de Moshé, se le ordena en términos parecidos:
Mantén este Libro de Leyes siempre en tus labios; medita sobre él de día y de noche, para que puedas tener el cuidado de hacer todo lo que en ella está escrito. Entonces serás próspero y exitoso. (Ieoshúa 1: 8)
Los líderes aprenden. Este es el principio en cuestión. Es cierto que tienen asesores, ancianos, consejeros y una corte interna de sabios y estudiosos. Y sí, los reyes bíblicos tenían profetas: Samuel a Saúl, Natán a David, Isaías a Ezequías, etc., para trasmitirles la palabra de Dios. Pero los que son los responsables del destino de la nación no deben delegar la tarea de pensar, leer, estudiar y recordar. No les está permitido decir: tengo muchas tareas pendientes, no tengo tiempo para libros. Los líderes deben ser estudiosos, Bnei Torá, “Hijos del Libro,” si es que les corresponde dirigir y guiar al Pueblo del Libro.
Los grandes estadistas de nuestro tiempo así lo entendieron, por lo menos en términos seculares. William Gladstone, que fue Primer Ministro de Inglaterra durante cuatro períodos, tenía una biblioteca de 32,000 libros. Sabemos, porque anotaba en su diario el nombre de cada uno de los que terminó de leer, que leyó 22,000. Suponiendo que lo hizo a lo largo de 80 años (murió a los 88), se aproxima a un promedio de 275 libros por año, más de cinco por semana a lo largo de su vida. También, escribió muchos textos sobre varios temas, desde política y religión, hasta literatura griega, y su erudición era frecuentemente impresionante. Por ejemplo fue, según Guy Deutscher en su Through The Language Glass[4] (A través del cristal del lenguaje), la primera persona en advertir que los griegos no tenían el sentido del color, y que la famosa frase de Homero “el mar de color del vino” se refería más a la textura que al color.
Si visitas la casa de Ben Gurión en Tel Aviv verás que, mientras que la planta baja es de una austeridad casi espartana, en el primer piso hay una gran cantidad de papeles, periódicos y 20,000 libros, además de otros 4000 en su casa en Sde Boker. Igual que Gladstone, Ben Gurión era un lector voraz además de ser un autor prolífico. Antes de dedicarse a la política, Benjamín Disraeli fue un escritor famoso. Winston Churchill escribió casi 50 libros y ganó el Premio Nobel de Literatura. Leer y escribir es lo que diferencia a los estadistas de los meros políticos.
Los dos reyes más grandes de la antigua Israel, David y Salomón, fueron autores: David, de los Salmos, y Salomón, del Cantar de los Cantares, Proverbios y Kohelet/Eclesiastés. La palabra bíblica que se asocia con los reyes es jojmá, “sabiduría”. Salomón era conocido específicamente por su sabiduría:
Cuando todo Israel escuchó el veredicto que había dictaminado el Rey, quedaron fuertemente impactados porque percibieron que tenía la sabiduría que le había legado Dios para administrar justicia.
La sabiduría de Salomón era más grande que la de todas las personas del Este, y más que toda las de Egipto…De todas las naciones hubo gente, enviada por todos los reyes del mundo, que acudía para escuchar la sabiduría de Salomón. (Reyes I 10:4-24)
Cuando la Reina de Sheba vio toda la sabiduría de Salomón… quedó deslumbrada. Le dijo al Rey, “el informe que he escuchado en mi país acerca de tus logros y tu sabiduría, es veraz. Pero yo no lo creí hasta que pude verlo con mis propios ojos. En realidad, solo describía la mitad. La riqueza y la sabiduría exceden por lejos lo expresado en el informe…” Todo el mundo pedía audiencia con Salomón para escuchar la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. (Reyes I 10:4-24)
Debemos resaltar que la palabra jojmá, sabiduría, tiene un significado ligeramente distinto en la Torá, más comúnmente asociada con los sacerdotes, profetas y reyes. Jojmá significa sabiduría humana universal, más que una herencia especial de los judíos y del judaísmo. Un Midrash señala que “Si alguien te dice ‘Existe sabiduría en las naciones del mundo’, créele. Pero si dicen ‘Hay Torá en las naciones del mundo’, no lo creas”. En general, en términos contemporáneos jojmá se refiere a las ciencias y las humanidades: cualquiera de ellas que nos permita ver al universo como la tarea de Dios y del hombre a la imagen de Dios. La Torá es la herencia moral y espiritual particular de Israel.
El caso de Salomón es particularmente importante porque, pese a toda su sabiduría, no fue capaz de superar las tres tentaciones expuestas en la parashá: adquirió un gran número de caballos y esposas, y acumuló grandes riquezas. La sabiduría sin Torá no alcanza para evitar que el líder se someta a la corrupción del poder.
Aunque pocos de nosotros estemos destinados a ser reyes, presidentes o primeros ministros, está en juego un principio general. Los líderes aprenden. Leen. Estudian. Se toman el tiempo para familiarizarse con el mundo de las ideas. Solo así logran tener la perspectiva de ver las cosas más allá y más claramente que los demás. Ser líder judío significa dedicar el tiempo a estudiar tanto la Torá como la jojmá: jojmá para entender al mundo cómo es. La Torá consiste en comprender al mundo como debiera ser.
Los líderes nunca deben dejar de aprender. Es así como crecen y enseñan a otros a crecer junto con ellos.