Colonias judías en Argentina

Colonia Dora Calles con sulky 

La fundación de Colonia Dora coincide con la inauguración, en 1900, de la estación del Ferrocarril Central Argentino que lleva su misma denominación. El nombre lo eligió el propietario de las tierras, Antonio López Agrelo, quien, según algunos, se inspiró en el patronímico de su hermana y, según otros, en el de una de sus hijas. El hombre (Vizconde de Rivatua y cónsul de Portugal en la Argentina) arrendaba y vendía terrenos a inmigrantes de muy distintos orígenes: italianos, españoles, alemanes, árabes, checos, ucranianos, polacos y portugueses.  En 1910, López Agrelo le vendió, a la Jewish Colonization Association (JCA), terrenos donde se asentaron 80 familias judías provenientes de Rusia, de Polonia y, en menor medida, de Alemania. 
Entre ellos había un rabino, un maestro de idish, un herrero, un carpintero, un panadero, un sastre, y varios artesanos. Enseguida se abrieron dos almacenes (que vendían productos tales como arenque, pescado ahumado, aceitunas, salame kasher) y dos verdulerías cuyos dueños eran colonos judíos, anotó Manuel Alperin, hijo de uno de los primeros judíos que llegaron a la colonia, en su diario personal. La JCA también adquirió un solar de 1500 metros cuadrados donde, en 1911, abrió la primera sinagoga de la colonia. 
En el mismo lugar (donde hoy se encuentra el club Sportivo Colonia Dora) se inauguró también la escuela hebrea y la casa del maestro. Está claro que los judíos habían llegado tan necesitados de alimentos como de regocijo espiritual. Ese mismo año, la JCA compró 2980 hectáreas, divididas en 6 fracciones. La sexta resultó favorecida con mejores suelos, y sus integrantes prosperaron más rápidamente. Colonia Dora fue el escenario de una veloz integración entre los nuevos colonos, los criollos y los extranjeros que ya vivían en la zona. El 11 de Abril de 1991, el diario El Liberal, de Santiago del Estero, publico una carta de Manuel Alperín. Allí contaba: «Los judíos aprendieron de los nativos a trenzar el lazo, construir catres y enseres domésticos con maderas de la región «. Hubo que esperar hasta 1926 para que llegara a Colonia Dora la luz eléctrica y, cuando parecía que el progreso les daría una mano a los colonos, comenzaron los tropiezos económicos. Durante la década de 1930 los agricultores se empobrecieron de tal manera, que el éxodo se hizo inevitable. Uno de los problemas fue la langosta, que arrasaba con las plantaciones: «Mi papá y mi hermano la ahuyentaban haciendo ruido con tarros y bolsas vacías», recuerda Alperín en su carta. Para colmo de males, tanto las sequías como las crecidas del Río Salado tenían a mal traer a los agricultores. Para afrontar  tantas dificultades, y a impulso de la JCA, algunos agricultores se nuclearon, después de la segunda guerra mundial, en la cooperativa Colonos Unidos. 
En 1939, la JCA señalaba en un informe: «Hasta tanto no se realicen los trabajos proyectados hace tiempo, tendientes a retener un gran volumen de agua, que en la actualidad se pierde durante las crecidas del río, sólo una parte de los terrenos puede ser irrigada de un modo más o menos regular». Para la JCA, ésta era la razón de que, a menos de 3 décadas de la creación de Colonia Dora, quedaran sólo 20 de las 80 familias originales. Casi todas estaban instaladas en lotes de 30 hectáreas, con casa de ladrillo y galpones para almacenar y prensar la alfalfa (el cultivo que, junto al maíz, más les rendía). Todavía hoy la alfalfa de la zona da muestras de gran calidad. 
El mismo documento señala que, además de los colonos llegados a instancias de la organización del Barón Hirsch, había otras 20 familias judías que le habían comprado 1380 hectáreas a la sociedad Agrelo. Tan importante como el trabajo agrícola era la vida social de la colonia. En 1945, los dorenses fundaron el Salón y Biblioteca «Barón Hirsch». El día de su inauguración, Manuel Zusman pronunció un discurso que aún hoy emociona a los vecinos, cuando lo recuerdan: «Este será el hogar colectivo de todos los colonos y habitantes del pueblo para organizar actos culturales, conferencias, bailes, celebrar fiestas patrióticas, reuniones de carácter gremial, tratar los problemas económicos, analizar y cambiar ideas… y celebrar casamientos, que son momentos de expansión cultural y de fiestas culturales colectivas». Y lo califico de «templo de felicidad y centro de cultura»
La primera escuela de la zona también llegó de la mano de la JCA. 
A principio del siglo XX, en el extremo norte de la colonia, la Jewish abrió la escuela número 225, que (aunque parezca increíble) era trilingüe: Allí se hablaba quechua, idish y castellano. En la década de 1910, con la Ley Lainez, el colegio pasó a manos de la Nación y el establecimiento de enseñanza hebrea se trasladó a la casa de la familia Munz. Todavía hay vecinos que recuerdan a una de sus maestras, Rosa Ostinelli, quien solía llegar a caballo cuando se celebraba una fiesta patria y desfilaba con sus alumnos a paso redoblado. Hoy, Colonia Dora posee dos escuelas primarias, una secundaria y una de formación  docente, pero no se imparte en ellas educación judía: en esta zona viven en la actualidad sólo 4 personas de esa religión. 
A pesar de haberse convertido en ciudad, Colonia Dora mantiene el aire pueblerino. 
Sus habitantes van y vienen todavía en sulkys. Los carruajes se adueñan  a toda hora de las calles, excepto en el momento de la siesta, que (debido al calor extremo) se extiende desde el medio día hasta las 6 de la tarde. 
A pesar de la sequedad reinante en la mayor parte de la provincia de Santiago del Estero, las inundaciones del Río Salado bañaron los campos de esa zona. La humedad, entonces, confiere un color interesante al paisaje. Árboles de todos los verdes (paraísos, san antonios y arbustos) hacen del camino por la ruta Nacional 34, un recorrido alegre. Si viaja para estar un día, espere el atardecer. Hay dorenses que desde Israel añoran la puesta del sol en Colonia Dora. El Cementerio Israelita de Colonia Dora tiene un portón principal (de hierro con un maguen David blanco y amarillo pastel) que se encuentra habitualmente cerrado, pero se puede ingresar al cementerio por la parte posterior, a través de una puerta pequeña que no tiene ningún tipo de inscripción. Se supone que el cementerio se inauguró en 1910, pero no existe certeza acerca de cuál fue el primer entierro.  
Las lápidas reconocibles  más antiguas  datan de 1930 y pueden verse cerca del portón principal. Las tumbas más nuevas, en cambio, están cerca de la puerta trasera. Una de las tumbas más antiguas presenta dos obeliscos. Corresponde a Samuel Berco, el único rabino que tuvo Colonia Dora, fallecido el 2 de mayo de 1933, a los 70 años. Desde su llegada en 1910, hasta su muerte, fue quien realizó los oficios religiosos en las Altas Fiestas, rezos sabáticos y casamientos. Por sus conocimientos de cirugía, también era el encargado de circuncidar a los varones recién nacidos. Además, faenaba personalmente y vigilaba las vísceras de los animales que comía la comunidad judía dorense. Los vecinos cuentan que muchas de las leyendas en hebreo que todavía se leen en las lápidas de mármol fueron labradas por el religioso. Tal vez una de las muertes más inverosímiles que registre este cementerio es la de Mariano Sujovolsky, quien falleció en 1945, a los 41 años, atragantado con una manzana que comía mientras sembraba con apuro. 
El último entierro realizado en el cementerio de Colonia Dora fue el de Moisés Saslaver, que murió el 10 de Enero de 1990. Era un agricultor que había instalado un almacén con despacho de bebidas en Añatuya.
Colonia Dora Calles con sulky (2da) 
La primera escuela de la zona también llegó de la mano de la JCA. 
A principio del siglo XX, en el extremo norte de la colonia, la Jewish abrió la escuela número 225, que (aunque parezca increíble) era trilingüe: Allí se hablaba quechua, idish y castellano. En la década de 1910, con la Ley Lainez, el colegio pasó a manos de la Nación y el establecimiento de enseñanza hebrea se trasladó a la casa de la familia Munz. Todavía hay vecinos que recuerdan a una de sus maestras, Rosa Ostinelli, quien solía llegar a caballo cuando se celebraba una fiesta patria y desfilaba con sus alumnos a paso redoblado. Hoy, Colonia Dora posee dos escuelas primarias, una secundaria y una de formación  docente, pero no se imparte en ellas educación judía: en esta zona viven en la actualidad sólo 4 personas de esa religión. 
A pesar de haberse convertido en ciudad, Colonia Dora mantiene el aire pueblerino. 
Sus habitantes van y vienen todavía en sulkys. Los carruajes se adueñan  a toda hora de las calles, excepto en el momento de la siesta, que (debido al calor extremo) se extiende desde el medio día hasta las 6 de la tarde. 
A pesar de la sequedad reinante en la mayor parte de la provincia de Santiago del Estero, las inundaciones del Río Salado bañaron los campos de esa zona. La humedad, entonces, confiere un color interesante al paisaje. Árboles de todos los verdes (paraísos, san antonios y arbustos) hacen del camino por la ruta Nacional 34, un recorrido alegre. Si viaja para estar un día, espere el atardecer. Hay dorenses que desde Israel añoran la puesta del sol en Colonia Dora. El Cementerio Israelita de Colonia Dora tiene un portón principal (de hierro con un maguen David blanco y amarillo pastel) que se encuentra habitualmente cerrado, pero se puede ingresar al cementerio por la parte posterior, a través de una puerta pequeña que no tiene ningún tipo de inscripción. Se supone que el cementerio se inauguró en 1910, pero no existe certeza acerca de cuál fue el primer entierro.  
Las lápidas reconocibles  más antiguas  datan de 1930 y pueden verse cerca del portón principal. Las tumbas más nuevas, en cambio, están cerca de la puerta trasera. Una de las tumbas más antiguas presenta dos obeliscos. Corresponde a Samuel Berco, el único rabino que tuvo Colonia Dora, fallecido el 2 de mayo de 1933, a los 70 años. Desde su llegada en 1910, hasta su muerte, fue quien realizó los oficios religiosos en las Altas Fiestas, rezos sabáticos y casamientos. Por sus conocimientos de cirugía, también era el encargado de circuncidar a los varones recién nacidos. Además, faenaba personalmente y vigilaba las vísceras de los animales que comía la comunidad judía dorense. Los vecinos cuentan que muchas de las leyendas en hebreo que todavía se leen en las lápidas de mármol fueron labradas por el religioso. Tal vez una de las muertes más inverosímiles que registre este cementerio es la de Mariano Sujovolsky, quien falleció en 1945, a los 41 años, atragantado con una manzana que comía mientras sembraba con apuro. 
El último entierro realizado en el cementerio de Colonia Dora fue el de Moisés Saslaver, que murió el 10 de Enero de 1990. Era un agricultor que había instalado un almacén con despacho de bebidas en Añatuya.
Recopilación realizada por Fabián Zentner
Fuente: Shalom Argentina, huellas de la colonización judía

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