Por el Prof. Luis Fuensalida
En la trágica actualidad que atraviesa Afganistán, busqué en mi biblioteca un libro que recuerdo haberlo comprado hace una década, “Afganistán, como espacio vacío” del profesor de Desarrollo Económico de la Universidad de New Hampshire, el Dr. Marc W. Herold, el que a pesar del tiempo transcurrido, nada más actual, a la luz de lo que constituye sin dudas para mi, un rotundo fracaso, no sólo de los EE.UU., sino de todo Occidente, y es esto lo que trataré de exponer en mi columna de hoy.
En el mencionado texto, su autor reproduce las palabras del periodista británico Gwynne Dyer, que prueban los errores pasados y presentes en el abordaje del conflicto afgano, “…Afganistán siempre ha sido un problema infernal para los estrategas occidentales, como lo fue en tiempos pasados para los británicos y rusos. Es un país fácil de invadir, pero casi imposible de ocupar a largo plazo debido al terreno accidentado, a las profundas divisiones étnicas, pues si consigues que unos grupos étnicos se alíen contigo, los otros automáticamente se enemistan en tu contra, y a la profunda xenofobia fomentada en la cultura afgana por tantas invasiones extranjeras…”, realmente creo que es una de las mejores síntesis que he leído para describir el cuadro de situación, el medio, los actores, sus características, sus conflictivas interrelaciones, y como perciben al tercero, algo que evidentemente EE.UU. y sus aliados no dimensionaron en toda su realidad.
Este país, ubicado en Asia Central, que limita al oeste con la República Islámica de Irán, al norte con las ex repúblicas soviéticas de Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, al noreste con China por el corredor de Waján y al sur y sureste con Pakistán, ha sido objeto de las ambiciones expansionistas europeas pero siempre se convirtieron en la tumba de aquellas aspiraciones colonialistas o de consolidar espacios estratégicos durante la Guerra Fría, que con una población estimada en algo más de 36 millones de habitantes, y un PBI per capita de u$s577, su economía se basa en la explotación agrícola, la cría de ganado ovino y en riquezas minerales que aún no han sido explotadas en gran escala, por ejemplo, Uranio, Cromo, Zinc, Esmeraldas e Hidrocarburos, pero no puedo dejar de destacar el tema del cultivo de la amapola, del que se extrae el opio, base de la producción de la heroína, y que ha constituido una de las principales fuentes de ingresos del Talibán.
Ahora bien, ¿quiénes son el Talibán?, en una población multiétnica y multicultural, el 43% de la misma corresponde a la comunidad Pastún, que habita las regiones del sur y el este de Afganistán, y es el principal componente del Talibán, aunque entre sus filas también hay, tayikos (21% de la población), uzbecos, árabes y punjabis, sin olvidar combatientes provenientes de otras regiones, como el caso de los chechenos, en cuanto a palabra Taliban, en árabe significa, “estudiantes”, plural de Talib o estudiante, y que en lengua pastún se le da el sentido de “estudiantes religiosos”, y representan la expresión del Islamismo Radical Sunnita, con estrechos vínculos con el movimiento Wahabita, aunque con discrepancias internas, pero que coinciden en la imposición de tradicionalismo o rama hanafi, escuela del imán Abu Hanifa.
El fundador del movimiento fue Mohammad Omar o el Mullah Omar, quién murió en el 2013 en Karachi, Pakistán, fue uno de los líderes de la resistencia a la invasión soviética en la década de los años 90, que 1994 se dio a conocer con la toma de la ciudad de Kandahar, la que fue en ese entonces apoyada por gran parte de la población ante el caos reinante, y la visión de justicia y orden del talibán les ayudó a que en otoño de 1996 tomaran las capital del país, Kabul, y declararan la constitución del Emirato Islámico, y con el, la imposición de un régimen islamista extremo y brutal, donde la principales víctimas fueron la mujeres y niñas, prohibiéndosele la educación e imponiéndole la burka como vestimenta, además de prohibir la música, cines y teatros y otros medios de comunicación, en síntesis la aplicación estricta de la Sharia.
El Talibán ha tenido y tiene actores estatales y no estatales aliados o bien que los apoyan, en el primer caso podemos citar al Reino de Arabia Saudita, la República de Pakistán y el Emirato de Qatar, en el segundo, la Red Al Qaeda, la organización Tehrik o Talibán pakistaní, la Red Haqqani, los Movimientos Islámicos de Uzbekistán y de Waziristán, entre algunos de los grupos islamistas radicales, en su mayoría reconocidos como terroristas, tanto por los gobiernos donde actúan como por la ONU.
Ahora bien, la pregunta que hoy se hacen muchos es, ¿cómo han logrado recuperar el poder?, a lo que intentaré ser lo más sintético posible, tras la intervención militar de los EE.UU. y la OTAN, en el 2001, en el marco de la llamada Guerra contra el Terrorismo, el Talibán si bien derrocado y disperso, se fue reagrupando en particular en el vecino Pakistán, donde contó con la importante ayuda de los servicios de inteligencia y seguridad pakistaníes, y en el territorio afgano, la equivocaba estrategia desplegada por Washington, que costó muchos “daños colaterales”, eufemismo para no decir muertes inocentes, les sirvió para agitar la consigna de “lucha anti-colonialista”, sin olvidar la corrupción endémica en el gobierno afgano apoyado por Occidente, y como es obvio, en el accionar de toda organización terrorista, la violencia, pero dirigida a aquellos afganos que se alistaban en las FF.SS. y en las FF.AA., como así también, los ataques sobre intelectuales, periodistas, activistas de DD.HH. o del colectivo femenino.
Y a esta altura del análisis, quiero apuntar a la miopía de Occidente, en relativizar el factor tribal y la idiosincrasia del pueblo afgano, en la década de los años 80 los soviéticos implementaron una estrategia para romper el tribalismo, privilegiando las ciudades sobre las zonas rurales y crear polos de desarrollo que posibilitaran la emigración del campo a la ciudad y con ello debilitar el marco tribal, sin embargo, con su draconiano accionar Moscú lo que logró fue la emigración masiva a Pakistán donde en su los campos de refugiados se reafirmaron los lazos tribales y se robusteció la militancia yihadista en busca de venganza y reivindicación, que con el apoyo de sauditas, de los EE.UU. y los pakistaníes, contribuyó a la guerra perdida por la URSS y su humillante salida de Afganistán.
Casi una década y media más tarde, los EE.UU. y sus aliados, en el ya mencionado marco de Guerra contra el Terrorismo, intentaron sin una estrategia clara, y menos convicción, edificar un orden en el caos creado por el conflicto entre los Señores de la Guerra, y el Talibán cayó por las mismas razones que hoy ha caído la débil estructura gubernamental afgana, las relaciones tribales o mejor dicho, de los jefes tribales, de aliarse con el más fuerte, a lo que debemos sumar que a diferencia de los soviéticos, EE.UU. y sus aliados, dirigieron sus inversiones al campo rural en lugar de las ciudades, una inversión sentenciada al fracaso pues fue imposible competir con las ganancias producto del cultivo de la amapola y el narcotráfico consecuente, posibilitando al Talibán fortalecerse y donde las elites urbanas no se desarrollaron debidamente para realizar emprendimientos de infraestructuras o proyectos industriales, en suma, concretar un sistema político, social y económico, digamos más civilizado, y donde la corrupción se devoró las ayudas militares y financieras, y se alimentó en medio de una cultura de tolerancia de la misma e incluso de hasta su legitimación, y de esta manera convertir a Afganistán en el último acto, hoy el más cruel y llamativo, de una serie de fracasos de Occidente en sus intervenciones en zonas de conflicto, tal como también ha sucedido con la Libia pos Khadafi, y que como primera reflexión nos muestra que no se puede transformar una sociedad con características primitivas con parámetros occidentales, parámetros que le llevaron a Occidente evolucionar desde el Medioevo a la actual Posmodernidad.
Asimismo la miopía de EE.UU. y Occidente, se vio reflejada en no diferenciar correctamente entre la capacidad de las elites locales, las que gobiernan, las que aspiran gobernar y las que uno desee que gobiernen, algo necesario si se busca construir una sociedad con instituciones fuertes y estabilizadas, y donde los casos de Libia y porque no también Irak, se pueden sumar a la trágica realidad de Afganistán.
En el discurso del presidente Biden del día 16 del actual, en donde reconozco que a diferencia de otros mandatarios, asumió su responsabilidad de un acto de gobierno, dijo algo que es puntual a lo señalado, “el objetivo no fue llevar la democracia a Afganistán, sino combatir al terrorismo…”, y es una cruel verdad, pues la democracia no puede ser el punto de partida de un proyecto de país sino el fin último al que se debe aspirar y construir, y eso equivale a un proceso de madurez de una sociedad a través de generaciones, porque la democracia no se impone sino que es el esfuerzo, el sacrificio, la educación y el respeto por el otro, por el diferente, para lograr libertad, estabilidad y prosperidad, algo que en líneas generales ha funcionado en Occidente, pero imposible de lograr en sociedades tan distintas como la afganas, o las del Magreb o del África Subsahariana.
Finalizando mi columna de hoy, y parafraseando a Andrés Oppenheimer, mis conclusiones del tema Afganistán son las siguientes: la miopía estratégica de Occidente, en particular la errada lectura de inteligencia estratégica de los EE.UU., que ha sobrevaluado su poder duro sobre el softpowers, sumado a una corrupción endémica, el islamismo radical de raíz sunnita y el narcotráfico han posibilitado el fracaso de la intervención occidental y la retoma del poder del Talibán, a lo que debemos plantearnos, ¿cuál es el objetivo del Talibán?, el principal, la conformación del Emirato Islámico, pero en veinte años puede ser que hayan modificado alguna de sus estrategias, pues la sociedad afgana ha cambiado, donde también se hace y se hará sentir el poder de las redes sociales, y que en la visión islamista talibán, el poder se monopoliza en la figura del emir y el consejo de mulás, y no a través de cualquier otro sistema político, como lo intentó Afganistán con las presidencias de Hamid Karzai y el reciente derrocado Ashraf Ghani, y el nuevo emirato, según quién aparece como su líder Mullah Abdul Baradar, ¿podrá articular la instauración de la Sharía, pero dejando de lado la violencia extrema?, lo que si estoy seguro que al menos dos actores estatales ven de diferente manera a lo que lo hace Occidente al régimen talibán, China, que tal como lo expuse en mi columna del 4 de este mes, ve a Afganistán como un eslabón importante en su proyecto del Corredor Económico China-Pakistán, y que ya ha recibido a una delegación del Talibán en Beijing, pues en definitiva para el gobierno chino, nunca fueron una organización terrorista y para sus intereses, lo importante es la estabilidad del régimen afgano y no quién lo detente, y el otro actor es Rusia, que a diferencia de casi la totalidad de legaciones extranjeras en Kabul, no ha evacuado su embajada y continua trabajando, una posición que ha quedado plasmada en las declaraciones del representante del Kremlin para Asuntos Afganos, Zamir Kabulov, al reiterar las reuniones entre el gobierno ruso y el Talibán, por lo que creo que toda iniciativa en el seno de la ONU, y en particular en el Consejo de Seguridad, que tenga como objetivo condenar o sancionar al nuevo régimen afgano, chocará con el Veto de ambas potencias, y finalmente, el interrogante que preocupa a la comunidad internacional, ¿más allá del perfil que adquiera el régimen Talibán, quizás adecuado a un presente diferente al de veinte años atrás, se constituirá en un Estado promovedor del Terrorismo Islamista Radical a nivel global, tal como lo es el régimen teocrático iraní o respetará los Acuerdos de Doha de febrero del 2020?, en síntesis la única certeza es la incertidumbre y los temores del afgano de a pie, el emergente drama humanitario, dentro de Afganistán como las migraciones forzadas y la cuestión consiguiente de los refugiados, y por supuesto, el fracaso rotundo de Occidente en gestionar y resolver los conflictos.