Hasta la semana pasada el Rabino Dany Dolinsky, desde la NCI de Montevideo, repasó algunos de los conceptos y textos vinculados a los días que comenzarán a contarse cuando entre la noche el próximo lunes, Rosh Hashaná. Cuando recuerdo cómo llegábamos hace un año a estas fechas tan centrales en la vida comunitaria, cuando todavía en Uruguay no habíamos tenido siquiera una primera “ola” de la pandemia y la experiencia era aun soportable e incluso, tal como se manifestaba, motivo de orgullo, cuando preparamos y elegimos la liturgia que incluiríamos en los rezos, en verdad no teníamos cabal idea de cómo viviríamos en el año que comenzaba, y que ahora finaliza: 5781.
Cuando pienso en estas interrogantes acerca de la vida y la muerte (después de todo, en un sentido sobre-simplificado es eso lo que está en juego hasta Iom Kipur cuando se cierran “las puertas del cielo” – Neilá) se me mezclan dos textos y melodías que están intencionalmente vinculadas una con la otra. Me refiero a la versión de “Unetané Tokef” de Leonard Cohen Z’L, “Who by Fire”, basada en la versión que escucho en mi sinagoga cada año; versión que carga consigo una tradición milenaria. Las interrogantes centrales del piut o poema, sea el original o el versionado, volvieron a ser tan vigentes como en los peores tiempos de nuestra tribulada historia. La diferencia es que si bien la pandemia se expandía y causaba estragos en el mundo, en nuestro pequeño Uruguay parecía controlable. En ese espíritu asumimos el desafío de rezar en comunidad, bajo estrictos protocolos, pero realmente no sabíamos que nos esperaba. “Unetané Tokef” adquiría cierta noción de lo finito, pero todavía no la dimensión casi trágica que, por otro lado, el judaísmo elude.
En vísperas de este año 5782, cuando en Uruguay han muerto ya más de seis mil almas, entre ellos también muchos judíos, cuando al mismo tiempo la vacunación ha sido exitosa y la plaga existe pero su efecto parece neutralizado, y si bien los protocolos no serán muy distintos al año pasado, estoy seguro que abordaremos los textos que nuestra tradición nos propone desde una percepción muy diferente. Del estupor y la ignorancia de hace un año habremos atravesado, de un Iom Kipur a otro, un tiempo de prueba, de humildad, y de confianza propia y mutua. Nadie imaginó esa cantidad de muertos, y cuando se sumaban por decenas cada día, y cuando tenían además nombre propio para muchos, todos queríamos hablar de la luz al final del túnel; todos queríamos anunciarla, pero casi nadie podía verla.
Tal vez lo que “Unetané Tokef” y “Who by Fire” nos obliguen a pensar, cada año, es que la interrogante no sólo es ineludible, sino que también significa. Aun en el mejor de los tiempos posibles, “temer” al futuro (en un sentido teológico) supone ubicarnos en nuestro justo lugar en el mundo que nos rodea. No saber, no controlar, y por unos instantes “entregarnos” a lo que sea que entendamos por trascendencia, es un buen ejercicio de humildad y ubicuidad. El año pasado no sabíamos suficiente; este no sólo sabemos, también experimentamos. Si en adelante nada cambia, todo será en vano.
En medio de los “días piadosos” se cumplirán los plazos previstos para verificar, o descartar, un nuevo avance del virus como consecuencia de la conducta de los uruguayos en la noche del 24 de agosto pasado, “Noche de la Nostalgia”, fecha patria uruguaya si las hay. Coincidencia o no (hay quienes gustan de leer signos y señales en todos lados), mientras los uruguayos en general esperaremos con expectativa los datos de esos días, los judíos uruguayos estaremos expresándonos de la forma que solemos hacerlo en estas fechas del calendario hebreo: con introspección, arrepentimiento, perdón, y reparación; para retomar el ciclo de la vida, ahora con la noción cierta, y muy triste, de que la vida es un regalo y una oportunidad.
Oportunidad, sin embargo, que una criatura microscópica puede jaquear y matar ante el menor descuido, paralizando el mundo, diezmando su población, y destruyendo economías y sociedades tales como las conocíamos hasta ahora. Como nunca, la pregunta básica “quién vivirá y quién morirá” adquirirá una dimensión no sólo teológica o filosófica, sino histórica. Aun así, vivir depende en buena medida en cómo nos comportamos en comunidad, cómo nos vinculamos, cómo nos acercamos al otro. Los tapabocas no tapan la mirada, y siempre podemos reconocernos en ella.
Que seamos inscriptos en el Libro de la Vida.
Fuente: www.tumeser.com