Porque hay conversaciones que son imprescindibles
Por Gabriela Fernández Rosman
Anochece en Buenos Aires un día templado o más bien cálido. La cronista espera que la licenciada Diana Wang finalice su consulta. Oriunda de Polonia, nacionalizada en la Argentina, tiene una actividad intensa y variada. Ella es psicoterapeuta, es escritora y da conferencias. Se define a sí misma como especialista en vínculos y emprendedora de memoria.
Licenciada Diana Wang
Una mujer de estatura pequeña y cordialidad grande, vestido negro y entallado, y collar, me invita a entrar con sonrisa de por medio a un ambiente austero, sobrio, pero con cierto aire juvenil. Estantes con muchos libros, alguno que otro adorno y un cuadro sobre paredes blancas.
Cafecito de por medio comenzó la entrevista; sabíamos que el foco no era un tema fácil pero le solté la primera pregunta como si fuera una carta a su pasado.
-¿A qué edad supo que significaba la palabra HOLOCAUSTO?
-La palabra Holocausto es tardía. En mi infancia mis padres lo llamaban “LA GUERRA” así, con mayúsculas, sonaba con mayúsculas. No era “la guerra” dicha al pasar en medio de una oración sino “LA GUERRA” con mirada misteriosa y tono sombrío. La palabra es de origen griego y su etimología refiere a “todo quemado” obviamente relativo al proceso al que recurrieron los alemanes de quemar a los judíos gaseados en los hornos crematorios. La serie “Holocausto” emitida en 1979 instaló y difundió la palabra.
-Podría resumir en pocas palabras qué fue el HOLOCAUSTO.
–La Shoá denomina al plan sistemático del exterminio del pueblo judío de la faz de la Tierra. El plan fue puesto en acción primero en Alemania y luego se extendió a los países europeos ocupados por Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Aunque hubo otras minorías designadas a ser exterminadas (gitanos, discapacitados físicos y mentales, homosexuales, opositores políticos), solo el pueblo judío lo fue en su totalidad sin importar en qué lugar estuvieran. La “teoría racial”, una superchería científica, era el sustento del plan que era parte de un Plan Maestro en el que la “raza aria” tendría la supremacía sobre todas las demás. Si Alemania no hubiera sido derrotada le habrían seguido todos los colectivos étnicos que no consideraban “arios” (eslavos, latinos, orientales, negros, etc).
– ¿Por qué la colectividad judía dice SHOA en vez de HOLOCAUSTO?
–Holocausto es el nombre de un ritual en el que un grupo humano ofrece a un animal en sacrificio a los dioses para ser perdonado por algún pecado cometido. De este modo, si ése fuera el nombre, hay dos elementos inconsistentes con los hechos: los judíos no fuimos voluntariamente al sacrificio y tampoco sucedió por algo que hubiéramos hecho. Los judíos fuimos arreados en contra de nuestra voluntad a la muerte por el mero hecho de haber nacido judíos, no fue por nada que hubiéramos hecho aunque los alemanes se ocuparon de generar narrativas herederas del antisemitismo histórico en las que se nos acusaba de haber provocado la Primera Guerra Mundial y la derrota de Alemania, de ser artífices del comunismo y del capitalismo, de la inflación, de la desocupación y de todo lo malo que sucedía.
La palabra Shoá, por el contrario, es una palabra en hebreo que denomina a la desolación, al arrasamiento, a la destrucción. Sigue siendo para mi gusto una palabra que no termina de nombrar lo que pasó, porque en hebreo refiere a fenómenos naturales, inundaciones, irrupciones de volcanes, terremotos, mientras que lo que sucedió acá fue decidido por el ser humano.
– En su casa ¿sus padres hablaban del tema?
–Muy poco pero el tema campeaba sobre nuestra vida. Nuestra “familia” eran los otros sobrevivientes amigos de mis padres y cuando estaban entre ellos era inevitable que comentaran lo vivido, y yo lo escuchaba, eran como sobre entendidos, nadie me explicó de qué hablaban pero yo entendía y no preguntaba. El tema no existía públicamente, no se hablaba en la escuela. Yo era la polaquita que había aprendido castellano cuando llegué pero nunca fui relacionada con la guerra en Europa.
– ¿Qué diferencias notaba entre su familia y la de los otros niños?
-Viví en un barrio con inmigrantes españoles e italianos, veía las diferentes comidas, los diferentes idiomas, las diferentes costumbres, el tema de la Shoá nunca estuvo presente en aquellos años de infancia. Aprendí a cantar morrinhas en casa de los gallegos -gallegos de verdad- que vivían enfrente, a comer esas ricas pastas con pomodoro en lo de los genoveses de al lado y a jugar a la rayuela saltando número por número igual que los otros chicos, todos queriendo ir de la tierra al cielo, con las mismas ganas, las mismas ilusiones, las mismas esperanzas.
– ¿Cuántos familiares suyos fueron asesinados durante el Holocausto?
–El que más dolía, el que más sigue doliendo, es la desaparición de Zenus, el hermano mayor que nunca conocí. Mis padres, como hicieron tantos otros, lo entregaron a una familia cristiana para asegurar su supervivencia cuando la de ellos era casi imposible. Milagrosamente sobrevivieron y cuando lo fueron a buscar les dijeron que había muerto pero que “no recordaban dónde lo habían enterrado”. Nunca supimos si siguió vivo. Si lo estuviera hoy tendría 82 años y tal vez tuvo hijos que son sobrinos que nunca conocí. Sigue doliendo como duelen los desaparecidos a sus familias, esas muertes que no terminan de estar confirmadas que transforman a los que no pudimos enterrar en presencias fantasmales, siempre pueden aparecer.
– Usted es psicóloga pero dedica gran parte de su tiempo a dar charlas sobre el tema HOLOCAUSTO, ¿qué la motiva a hacer esa tarea?
–Al principio fue la sorpresiva noción de que ser hija de sobrevivientes era otra categoría de mi identidad, una que no había considerado. Luego fue la secreta esperanza de encontrar a aquel hermano desaparecido, de saber qué había pasado con él, lo que me hizo estudiar, aprender, adentrarme en los laberintos misteriosos de aquel horror, viajar, buscar. Ahora, cuando ya acepté que nunca sabré qué le pasó, lo que me estimula es que conocer y entender lo que pasó es una potente lección que tenemos la obligación de transmitir. La Shoá, es decir, el plan de exterminar a todo un pueblo, esté donde esté, sin causas concretas, tan solo por el hecho de haber nacido en este caso judío, es un hecho sin precedentes en la historia de la Humanidad. Los genocidios tienen causas económicas, políticas, geográficas o religiosas. En este caso no fue ninguna de esas sino la supuesta “teoría racial” que es una falsedad científica, no existen razas entre los humanos, somos la raza humana, sin sub-razas, nuestras diferencias son morfológicas, exteriores y superficiales. Y si esto que no tuvo precedentes en la historia sucedió, es un precedente y puede volver a pasar. Por eso es tan importante seguir transmitiendo el proceso que nos puede llevar, alguna otra vez, a que se repita y seguir intentado su prevención. No nos está funcionando bien porque hechos similares han seguido sucediendo una y otra vez, no igual, pero con la misma cuota de horror, crueldad e injusticia (en Guatemala, en el genocidio de la etnia ixil, se inventó el “feticidio”), y siempre en contextos de gobiernos despóticos.
– ¿Cree que hay una conciencia verdadera de lo que significó el HOLOCAUSTO en la historia de la humanidad?
-En algunas personas sí, pero creo que pocas. La mayor parte asocia Holocausto con seis millones, Auschwitz y hornos crematorios, algo que pasó lejos, hace mucho y con judíos, o sea, otros. La comprensión de que sus lecciones afectan a nuestra realidad cotidiana, a que conocerlas nos puede permitir ver los brotes antes de que se hagan incontrolables, todavía sigue estando lejos. La Shoá, si bien tuvo al pueblo judío como destinatario central, es un fenómeno que nos habla de lo humano, del poder, de la codicia y la manipulación de gobiernos que necesitan aglutinar a su gente alrededor de un enemigo común, inventado, construido y difundido con insistentes campañas de propaganda para modelar las opiniones y, como en la Alemania hitleriana, conseguir que su gente vaya a la guerra y se haga matar. El pueblo alemán fue víctima del nazismo que llevó a la muerte a millones de sus ciudadanos sometidos y engañados por quien creían un líder salvador. Es una lección que el mundo todavía espera aprender. Muchos siguen esperando líderes salvadores.
-Usted publicó varios libros de su autoría. ¿Puede hablar de los niños escondidos del Holocausto a Buenos Aires?
–“Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires” se centra en la salvación de los niños judíos durante el Holocausto. Es una gesta poco conocida encarada con determinación y valentía por los padres que hicieron lo posible y lo imposible por asegurar la supervivencia de sus chicos. Con el testimonio de 30 sobrevivientes que fueron niños, seguí paso a paso el proceso de su salvación. Mis padres eran adultos durante el Holocausto, para mí lo vivido por los niños era un tema que desconocía y que me resultaba vital porque se ligaba con lo que podía haber vivido ese hermano que nunca conocí y que nunca fue recuperado. Los niños de mi libro tuvieron más suerte, incluso alguno pudieron reencontrarse con alguno de sus progenitores o con algún familiar y recuperar su identidad por completo. Otros han quedado fluctuando entre dos identidades, dos historias, entretejidas, combinadas, dialogando en su interior y haciéndose preguntas que a veces no tuvieron respuestas. Cada historia revelaba un aspecto diferente según las edades, según su experiencia de rescate y cuidado, el contexto rural o urbano, el momento y el país. Todos fueron niños escondidos. Escondidos físicamente, ocultos en graneros o altillos, en orfanatos o conventos y escondidos en su identidad, con otros nombres, otras historias, otras familias. Algunos pudieron recuperar alguna fotografía o retazos de historia y otros vivieron con sus memorias fragmentadas, sin fotografías ni documentos. En todos la misma fuerza vital, la misma emoción pensando en las duras decisiones de sus padres, en los momentos de tristeza y desazón, en las memorias evanescentes y a veces borrosas. Hoy adultos y mayores, disfrutaban del milagro de haber construido familias, hijos y nietos, proyectos y realizaciones, vidas provechosas y satisfactorias, todas evidencias de un milagro que parecía imposible. Ante la pregunta de si anidaban deseos de venganza por la crueldad de lo vivido, la respuesta era unánime: mi reivindicación está en la familia, en que la cadena pudo ser reconstruida porque si queda una semillita de vida, la vida es más fuerte que la muerte.
– ¿Piensa que debería hablarse del tema en las escuelas oficiales?
-Sin ninguna duda. Pero no alcanza con contar lo que pasó y hacerlo dos horas una vez por año. Si lo que pasó no se enmarca en un contexto significativo que implique al presente y el aquí y ahora, entra por una oreja y sale por la otra, es como hablar de Atila y los Hunos. La Shoá debe ser tomada para estimular la formación de ciudadanos responsables que comprendan por qué vivir en un estado democrático nos previene de algo así. Hay temas que rodean a la Shoá que se pueden aplicar de un modo directo y concreto a las vidas de los chicos en las escuelas: como el bullying, seguir a la manada, no advertir los propios prejuicios, no saber deconstruir los mensajes de la publicidad y la propaganda, naturalizar la corrupción y los engaños, no desarrollar el juicio crítico, aprender a debatir y escuchar opiniones diferentes y tantas cosas más. Todo esto puede ser tomado del estudio de la Shoá y debiera atravesar toda la formación, desde el jardín de infantes hasta el post doctorado.
– ¿Cómo se le puede explicar a un niño la SHOA?
–A cada persona hay que hablarle en el código que puede comprender. Se puede hablar con los niños de éste y de todos los temas pero hay que hacerlo respetando lo que su edad les habilita. Lo que no hay que hacer, ni con los niños ni con los adolescentes ni con los adultos, es regodearse con el horror, “arrojarles cadáveres sangrantes” según decía Jack Fuchs, un querido sobreviviente que ya no está con nosotros. La crueldad estimula el morbo y parece tener un fuerte impacto y por ello suele ser usada como herramienta para conmover. Pero ese impacto tiene el efecto contrario el obturar la capacidad de pensar y entender y lo que queda es un regusto desagradable que regurgita, asquea y repele. Contar alguna historia personal con la que los chicos se puedan identificar, de alguien que sobrevivió y que incluya la participación de un rescatador, son elementos que permiten hablar sobre la Shoá sin espantar ni asustar y dejar la enseñanza de que hay gente que hace cosas malas y hay otra gente que hace cosas buenas, aún a riesgo de su vida. Y eso se puede ejemplificar con algo que pase en la clase o en el grupo o en el barrio y transformarlo en comprensible, operativo y con sentido.
Diana Wang recibió varios premios
- 1999, Mención de Honor en el Primer concurso de novela de Acervo Cultural Editores por Con una piedra en el zapato.
- 2002, Premio al “trabajo en la enseñanza y transmisión… hito en la Argentina ética y humanista” otorgado por la Legislatura de Buenos Aires.
- 2006, Premio Moisés por su labor en la difusión y transmisión de la Shoá otorgado por la Sociedad Hebraica Argentina.