Parasha y Haftara Jaie Sará con comentario del Rabino Jonathan Sacks

Parashá Jaye Sará – Vida de Sará

Libro Bereshit / Génesis (23:1 a 25:18)

Resumen de la Parasha

Comienza la parashá de esta semana relatando la muerte de Sará quien tenía ciento veintisiete años de edad. Sará murió en Kiryat Arba, Hebrón y en ese lugar Abraham compró un campo y la cueva de Majpelá para sepultarla allí. Abraham guardó duelo por su esposa.

Abraham ansiaba casar a Itzjak, su hijo, y para ello encargó a su sirviente Eliézer encontrar la mujer apropiada para Itzjak. Abraham hizo prometer a Eliézer que no elegiría esposa entre las hijas de los cananitas. Tenía que ir a la tierra natal de Abraham y encontrar allí a la compañera para Itzjak.

Eliézer se aprestó para llevar a cabo la orden de su amo y así preparó diez camellos cargándolos con muchos regalos que Abraham le dio, y comenzó su viaje hacia Aram Naharaim, la tierra de nacimiento de Abraham. Llegó por la noche y junto a un pozo fuera de la ciudad, rogó a Hashem para que pudiera encontrar la persona adecuada para Itzjak. Así en su oración al Eterno, dijo que pediría agua a una joven que estuviera junto al pozo, y sería aquella que le respondiera que daría agua a él y sus camellos. Esa sería la mujer elegida por el Todopoderoso.

Pero antes de finalizar Eliézer con su plegaria al Eterno, llegó al pozo Ribká a llenar su cántaro y Eliézer corrió hacia ella para pedirle agua. Ribká le dio de beber y prontamente sacó agua para dar a los camellos. Eliézer entendió que ella era la mujer designada por Hashem y le dio regalos. Eliézer se inclinó y se prosternó ante el Eterno, bendiciéndolo por Su bondad hacia Abraham. Ribká era nieta de Najor, hermano de Abraham.

Luego Ribká llevó a Eliézer hacia su casa y él contó todo lo acontecido hasta ese momento. Un hermano de Ribká, Labán salió al encuentro del visitante. Toda la familia estuvo de acuerdo con su unión con Itzjak y así es que permitieron que Ribká viajara a la tierra de Canaán para su casamiento.

Ribká conoció a Itzjak y éste la desposó.

Abraham tomó como esposa a Keturá y tuvo con ella otros seis hijos. Dio regalos a todos sus hijos, pero dejó toda su herencia a su querido hijo Itzjak. Abraham murió a la edad de ciento setenta y cinco años y fue enterrado por sus hijos Itzjak e Ishmael en la cueva de Majpelá junto a Sará.

comentario del Rabino Jonathan Sacks ZL

Traductor: Carlos Betesh
Editora: Michelle Lahan
 
 
En 1966, un niño de tez negra se instaló con sus padres en un barrio de Washington, cuyos habitantes eran de tez blanca. Sentado con sus dos hermanos y sus dos hermanas en el escalón del frente de la casa, esperaban ver cómo serían recibidos. Nada ocurrió. Los transeúntes que pasaban los miraban, pero ninguno los saludó ni esbozó una sonrisa. Todas las historias tenebrosas que habían escuchado acerca de cómo los blancos trataban a los negros parecían ser una realidad. Años más tarde, al escribir sobre esos primeros días en su casa nueva, él dijo «Yo sabía que no seríamos bienvenidos aquí. Sabía que no nos querrían. Sabía que no tendría amigos aquí. Sabía que no deberíamos habernos mudado a este lugar…»  
 
Mientras meditaba sobre el tema, una mujer blanca que volvía del trabajo pasó por la vereda de enfrente. Giró la cabeza hacia los niños y les dijo «¡Bienvenidos!» Entró en su casa y con una gran sonrisa les trajo una bandeja con sándwiches y bebidas, haciéndoles sentir como en casa. Ese acto –escribió más adelante el joven– cambió su vida. Le dio un sentido de pertenencia que antes no había tenido. Le permitió darse cuenta de que, en un tiempo en que las relaciones raciales en Estados Unidos eran tensas, una familia negra podía sentirse como en casa en un barrio blanco y que podían crearse relaciones independientemente del color de la piel. A través de los años, no dejó de admirar a esa mujer de la vereda de enfrente, pero lo que prevaleció definitivamente en su memoria fue ese saludo espontáneo. Derribó un muro de separación y convirtió a extraños en amigos.  
 
El joven del relato, Stephen Carter, fue profesor de derecho de la Universidad de Yale, y
escribió un libro sobre lo que aprendió ese día. Lo tituló Civility (Civilidad)1. Ahí nos cuenta que el nombre de la mujer era Sara Kestenbaum, fallecida cuando era muy joven. Agregó que no fue casual que se tratara de una mujer judía religiosa. «En la tradición judía,» comenta, ese acto de civilidad se llama jesed,»hacer un acto de bondad, que a la vez deriva de la creencia de que todos los seres humanos fueron creados a la imagen de Dios». La civilidad, agrega, «puede en sí considerarse como una forma de jesed: requiere de un sentimiento de bondad hacia nuestros semejantes, incluso siendo desconocidos, cosa que no suele ser para nada fácil». Al día de hoy, comenta «cierro los ojos y no puedo dejar de sentir en la boca el placer de esos sándwiches de queso crema que devoré ese domingo por la tarde en el que descubrí cómo un simple acto de civilidad, genuino y modesto, puede cambiar una vida para siempre2».  
 
Yo no conocí a Sara Kestenbaum, pero años más tarde, después de haber leído el libro de Carter, di una conferencia para la comunidad judía en la zona de Washington en la que ella había vivido. Les conté la historia de Carter, que no habían oído antes. Pero asintieron al recordarla. Uno de ellos dijo, «Sí, es la clase de cosa que ella hubiera hecho». 
 
Algo de esto seguramente estaba en la mente del servidor de Abraham, innominado en el texto pero que la tradición identificó como Eliezer, cuando arribó a Nahor, en Aram Naharaim al noroeste de la Mesopotamia, con la misión de hallar una esposa para el hijo de su señor. Abraham, que no le había dado indicaciones precisas. Simplemente le indicó que la elegida fuera de su propia familia extendida. Sin embargo, Eliezer propuso una prueba:  
 
Señor, Dios de mi señor Abraham, haz que tenga éxito hoy, y muestra bondad hacia mi señor Abraham. Aquí estoy de pie frente a esta fuente, y las hijas de los lugareños se acercan para extraer agua. Le pido que cuando yo le diga a una de esas doncellas, ‘Por favor permíteme tu jarra para que yo pueda beber’, y ella me conteste, ‘Beba usted, y también daré agua a los camellos’ – que sea ella la elegida para Vuestro servidor Ytzjak. De esta forma sabré que ha otorgado bondad (jesed) a mi señor». (Génesis 24:12-14)  
El uso de la palabra jesed aquí no es casual, ya que es exactamente el mérito que estaba buscando en la futura esposa del primer niño judío, Ytzjak, y lo halló en la persona de Rebeca.  
 
También es el tema del Libro de Ruth. Es la bondad de Ruth hacia Naomi, y la de Boaz hacia Ruth que el Tanaj busca enfatizar como antecedentes de David, el gran bisnieto, que resultaría ser el rey más grande de Israel. Los sabios remarcaron que las tres virtudes más importantes del carácter judío son la modestia, la compasión y la bondad3. Jesed, que yo definí como «la bondad en acción4,» es fundamental para el sistema de valores judíos.  
 
Los sabios se basaron en los actos de Dios mismo. Rab Simlai enseñó:  
 
«La Torá comienza con un acto de grandeza y concluye con un acto de grandeza. Comienza con Dios vistiendo al desnudo – ‘El Señor Dios hizo para Adán y su mujer vestimentas de piel y los vistió,» (Génesis 3:21) – y concluye cuando Él se ocupa de los muertos: Y Él, (Dios) enterró (a Moshé) en el Valle.» (Deuteronomio 34: 6) (Talmud Babli, Sota 14a)  
 
Jesed, dicen los sabios, es dar refugio a los necesitados, alimento a los hambrientos, asistencia a los pobres, cuidado a los enfermos, contención a los deudos y la provisión de un entierro digno para todos; lo que se transformó en el elemento constitutivo de la vida judía. A través de muchos siglos de exilio y dispersión, las comunidades judías fueron construidas en base a esas necesidades. Eran jevrot, «sociedades amigables,» cada una de ellas.  
 
En el siglo XVII en Roma, por ejemplo, había siete sociedades dedicadas a la provisión de ropa, zapatos, camas, sábanas y frazadas para cobijar en invierno a los niños, pobres, viudas y prisioneros. Dos de esas sociedades reunían dotes, vestidos y 
préstamo de alhajas para la boda de las novias necesitadas. Una sociedad se dedicaba a visitar enfermos, otra a ayudar a las familias que estaban de duelo y otra más a los rituales de los fallecidos (lavado de los cuerpos antes del entierro y el servicio funerario en sí). Había once becas para fines religiosos de estudio y plegaria, y otra destinada a juntar fondos para los judíos que vivían en Tierra Santa. Un grupo se ocupaba de las actividades vinculadas a la circuncisión de los recién nacidos y, por último, otro donaba a los necesitados las mezuzot para las puertas, el aceite para las luminarias de Janucá y las velas para Shabat5.  
 
Jesed, dijeron los sabios, era en algunos aspectos aún más elevado que la tzedaká:  
Nuestros maestros nos enseñaron: el amor y bondad (jesed) es más grande aún que la caridad (tzedaká) de tres maneras diferentes: La caridad se implementa mediante dinero, mientras que amor y bondad puede realizarse con dinero o sin él, directamente con la persona. La caridad está destinada sólo a los pobres, mientras que amor y bondad pueden darse a pobres y ricos. La caridad es para los seres vivientes, mientras que amor y bondad pueden darse a los vivos y a los muertos. (Talmud Babli, Suca 49b)  
Jesed, en sus múltiples formas, se transformó en sinónimo de la vida judía y en uno de los pilares que la sostuvieron. Los judíos brindaron bondad unos a otros porque era «la manera de Dios» y también porque tanto ellos como sus familias tenían un conocimiento íntimo del sufrimiento y sabían que no había a quién acudir. Fue un camino hacia la gracia en épocas oscuras. Suaviazó el golpe por la pérdida del Templo y de los rituales. 
 
En una oportunidad, cuando R.Yojanan salía caminando de Jerusalem, R. Ieoshua lo siguió. Al ver el Templo en ruinas, R. Ieoshua exclamó: ¡qué calamidad que este lugar esté destruido, pues es el lugar para la expiación de las iniquidades de Israel!» R.Yojanan dijo: «Hijo mío, no te apenes, pues tenemos otra vía de expiación que no es menos efectiva. ¿Cuál es? Es mediante los actos de amor y bondad, sobre los cuales dicen las Escrituras: ‘Yo deseo amor y bondad, no sacrificios'». (Osias 6: 6)6.  
 
Mediante el jesed, los judíos humanizaron el destino pues, creían ellos que el jesed de Dios humaniza el mundo. Como Dios actúa con nosotros con amor, también nosotros estamos llamados a actuar amorosamente uno con otro. El mundo no opera solamente sobre la base de los principios impersonales como el poder y la justicia, sino también en base a los factores profundamente personales como la vulnerabilidad, la cercanía, el cuidado, el reconocernos como individuos con nuestras necesidades y potencialidades particulares.  
 
También, agregó una palabra al idioma inglés. En 1535, Myles Coverdale publicó la primera traducción de la Biblia Hebrea al inglés (tarea que había comenzado William Tyndale, que pagó con ello su vida ya que fue quemado en la hoguera en 1536). Fue ahí que se encontró con que la palabra jesed no tenía ningún equivalente en inglés que captara su significado. Fue entonces que acuñó al término «amor y bondad».  
 
El difunto Rabino Abraham Joshua Heschel solía decir: «Cuando yo era joven, admiraba el ingenio. Ahora que soy mayor, admiro más la bondad». Hay una gran sabiduría en estas palabras. Fue lo que hizo que Eliezer haya elegido a Rebeca como esposa para Ytzjak y, por lo tanto, para ser la primera novia judía. La bondad trae redención al mundo y, como en el caso de Stephen Carter, puede cambiar una vida. Wordsworth estaba en lo cierto cuando escribió que «lo mejor de la vida de un hombre (o de una mujer) son esos pequeños, innombrados, no recordados actos / De bondad y de amor7». 
 

Haftara Jaie Sará

Melajim l 1:1-31

La haftará de esta semana describe a un rey David envejecido, en concordancia con la parasha, que menciona que «Abraham era viejo, avanzado en días».

El rey David estaba envejeciendo y tenía un frío perpetuo. Se reclutó a una joven doncella, Abisag de Shunam, para servir y brindar calidez al anciano monarca.

Al ver que su padre envejecía, Adoniahu, uno de los hijos del rey David, aprovechó la oportunidad para preparar el terreno para su ascensión al trono de su padre tras la muerte de este último, a pesar de los deseos expresos del rey David de que su hijo Salomón lo sucediera. Adoniahu reclutó a dos personas influyentes, el Sumo Sacerdote y el comandante de los ejércitos de David, quienes han caído en desgracia de David, para defender su causa. Hizo arreglos para ser transportado en un carro con cincuenta personas corriendo delante de él e invitó a varios de sus simpatizantes a una fiesta festiva en la que dio a conocer sus ambiciones reales.

El profeta Natán animó a Bat Sheva , madre de Salomón, a que se acercara al rey David y le suplicara que reafirmara su elección de Salomón como su sucesor. Esto lo hizo, mencionando las acciones recientes de Adoniahu de las que el rey no estaba al tanto. Más tarde, Nathan se unió a Bat Sheva y al rey para expresar su apoyo a la solicitud de Bat Sheva. El rey David accedió a su solicitud: «De hecho», le dijo a Bat Sheva, «como te juré por el Señor Dios de Israel diciendo: ‘Seguramente Salomón, tu hijo, reinará después de mí y él se sentará en mi trono en mi en lugar, ‘seguramente, así lo juraré hoy «.

Sin lugar a dudas tanto la parashá, como la haftará nos hablan de la sucesión y continuidad del legado para la continuidad de un proyecto. Hasta hace no mucho tiempo atrás, los modelos familiares nos mostraban que los hijos eran los continuadores de lo que sus padres habían hecho ya sea como profesionales o como continuación de un negocio familiar.

Entiendo que hoy en día este modelo se ha agotado. Si yo soy medico o abogado o contador mis hijos no tienen por que seguir las mismas carreras. Entonces ¿qué se supone que debemos dejarle a nuestros hijos como legado?

Entonces nuestros sabios nos enseñan primero el midrash Tanjuma y luego el Rambam va en la misma línea, «Mahaze Avot siman la banim» los actos de los padres son el ejemplo para los hijos, en una explicación un poco más moderna nos dirían que nuestros hijos no escuchan lo que les decimos, sino que están atentos a lo que hacemos.

Esto no obliga también a buscar la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, y tal como aprendemos del Talmud «Haikar hu hamaze» lo más importantes son los hechos, podemos tener las mejores intenciones, pero si no lo redondeamos con hechos concreto, nuestros propósitos se habrán esfumado.

Es por eso amigos que el mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos, no es una gran empresa, ni una gran cuenta bancaría ni si quiera un hermoso consultorio, el mejor legados es un modelo sustentado con acciones y ejemplos concretos. Es por si supimos armarles un patrón sostenible, el sustento lo van a generar ellos mismos repitiendo con sus propios hechos, el legado para los que los continúen a ellos y así sucesivamente.

Los invito a que a partir de este instante construyamos un catálogo de acciones para que nuestros hijos tengan la materia prima para armar el suyo también.

Ari A. Alster

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