Bernard-Henri Lévy

Bernard-Henri Lévy nació en Beni Saf, Argelia, 5 de noviembre de 1948 en el seno de una familia judía sefardita que se trasladó a Francia en 1954.

Licenciado en Filosofía en la Escuela Normal Superior Francesa, fue corresponsal del periódico parisino Combat, para el que trabajó en Bangladesh durante la guerra de liberación contra Pakistán. A su regreso a París, en 1976, fue uno de los fundadores de la corriente de los llamados nuevos filósofos (nouveaux philosophes) franceses, como André Glucksmann y Alain Finkielkraut, críticos con los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68. Así fue como pasó a ser un filósofo discutido, acusado de «intelectual mediático» y narcisista por sus detractores, pero valorado por su compromiso moral en favor de la libertad de pensamiento por sus defensores.

El que fue definido como el filósofo más estudiadamente despeinado de Francia, es acreditado alumno de Jacques Derrida ha sido siempre una mezcla de ‘maître à penser’ y vedete mediática. Sionista declarado, solía jactarse de su influencia sobre Sarkozy y sobre algunas de sus decisiones en política exterior (fue clave en embarcar a la OTAN en la intervención de Libia y se ha permitido hacer una declaración de guerra contra Bashar el Asad).

Ya septuagenario, aparte de apuntalar su fama de donjuán –por su relación extramatrimonial con Daphne Guinness, heredera del imperio cervecero, ha transitado los escenarios con su monólogo ‘Looking for Europe’ en los teatros de Occidente, justo antes de las elecciones. La razón que manifestó para embarcarse en esta empresa la definió como: “Veo fuego en mi casa” y no se refiere a la del boulevard Saint-Germain, ni al ‘palais’ de la Zahia de Marrakesh, sino a “Europa”.

Justamente ‘Europa en llamas’, es el título del manifiesto que han firmado una treintena de intelectuales como Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, Milan Kundera y Salman Rushdie.

En ese monólogo defiende los valores democráticos y liberales contra la amenaza de los populismos. También acaba de publicar su libro The empire and the five kings, (Henry Holt & Company Inc) que trata sobre la pérdida de liderazgo mundial de los Estados Unidos y cómo los cinco poderes, los antiguos imperios: Rusia, China, Turquía, Irán y el islamismo radical; están debilitando los valores que han distinguido nuestra civilización occidental.

La primera posibilidad, sostiene, sería su desaparición de Europa del mapa del mundo y convertirse en un campo de batalla entre los americanos –que van perdiendo su poder– y los nuevos cinco imperios que tratan de superarlos. Podemos acabar, dice, siendo un terreno intermedio, donde unos tratarán de superar a los otros. La solución sería que el continente europeo saque ventajas de esta situación y despierte, lo que le permitiría convertirse en una nueva superpotencia. Pero lo que es seguro es que, en la nueva configuración del mundo, el paraguas americano ya no funciona. Donald Trump lo ha dicho muy claramente, pero ya Obama lo dijo antes; concluye.

En un reciente reportaje se refirió al populismo, un tema que hoy también afecta al cono sur. En el mismo respondió que “la amenaza de los populismos es contra las ideas, la inteligencia y la belleza. También es una amenaza contra la complejidad de las cosas, contra la convivencia. Contra todo eso. Los demócratas y liberales tienen que despertar y tienen que pelear. Son demasiado tímidos. Yo reclamo un despertar: tal es el sentido de esta obra. No es sólo reclamar la atención. Los europeos liberales no queremos las soluciones sencillas de Podemos, de los independentistas o de Vox, y por eso tenemos que despertar y hablar fuerte, recogiendo el poder real de la palabra y asumir nuestras opiniones. Si eres partidario de Europa y del capitalismo, lo dices pero en voz muy baja. Por ejemplo, esta guerra contra las élites es una desgracia y un suicidio para las sociedades democráticas de Occidente. Todo eso lo tenemos que decir antes de que sea demasiado tarde”.

Respecto a las consignas antisemitas escuchadas en las manifestaciones parisinas Lévy afirma que “El problema real no es sólo que el grupo haya insultado a Finkielkraut, sino que todos los que estaban alrededor, o sea, los “chalecos amarillos” de París y otras ciudades, no se hayan levantado en contra y hayan dicho: “¡No en nuestro nombre!”. Los periodistas en Francia dicen que es un grupo pequeño. Pero explíquenme entonces por qué el grupo grande no ha condenado esta agresión.

Afirma que estamos viviendo el tercer gran periodo de antisemitismo en Francia y Europa. El primero fue al final del siglo XIX, el segundo durante los años treinta, y el tercero es hoy. Las dos primeras etapas sabemos cómo terminaron: de la peor manera posible y en forma de suicidio para las sociedades europeas. Lo que nos alienta respecto de este tercer momento es que, al menos, conocemos las lecciones del pasado”.

Respecto al “antisionismo” considera que lo que necesita un antisemita es una razón y convencer a la gente de que hay buenas razones para odiar a los judíos. “¿Qué van a decir hoy? ¿Que los judíos tienen un cromosoma diferente? ¿Que han matado a Cristo? No, claro, eso ya no funciona. La única manera que tiene el antisemitismo para funcionar hoy es diciendo que los judíos son amigos de un Estado que es muy malo y es posiblemente fascista en el trato con respecto a otro pueblo, el palestino. Si consigues construir esta cadena de sentido, entonces puedes crear un movimiento antisemita real en Europa. En términos de mecánica ideología y política, la única manera es esa. Yo soy judío, pero no sionista. Si yo fuera sionista viviría en Israel y creería que el destino de los judíos es ese”.

Hablando en el 38o Congreso Sionista Mundial, el filósofo hizo un llamamiento para mantener a los judíos de la diáspora en el centro del movimiento sionista en medio de un aparente intento de la derecha y las organizaciones religiosas de tomar el control de las principales instituciones sionistas.

“La Diáspora no es una especie de remanente descartado por la historia. Más bien, es algo que debería integrarse en la corriente principal del sionismo”, dijo Levy al congreso en un discurso en línea.

“En la vida de la diáspora, digamos alguien que sea rumano, italiano, estadounidense o francés, hay algo muy noble en la existencia de estos judíos, algo que no se puede reducir a la expectativa de ir a Jerusalén”, dijo. “No creo que la existencia en la Diáspora, en el exilio, sea de ninguna manera inferior”.

Respecto a la solución para el problema con los palestinos, afirma que esta es la de los dos estados, aunque el odio ciego de Hamás a Israel impide cualquier posible negociación.

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