Para los racionalistas, intelectuales y científicos es solo una invención humana.
Para el ensayista francés, Gerald Messadie, «el Satán es un fantasma obsceno que está en la droga, la violencia y la inanición. Es un pretexto para derramar sangre».
¿Y para el judaísmo? ¿Diablo, Satán, ángel del mal? ¿Qué es? ¿Qué busca? ¿Qué quiere? ¿Existe?
En la plegaria cotidiana de Arbit, que el judío observante reza todas las noches, hay una invocación a Di-s llamada «Ashkibeinu» (recuestanos) en la que entre otros pedidos al Creador se le dice : «…quita de nosotros al enemigo, a la peste, a la espada (la guerra), el hambre y la inquietud y saca al Satán de delante de nosotros y de detrás de nosotros y cúbrenos con la sombra de tus alas …»
Se trata de la referencia más recurrente que aparece en nuestras fuentes, pero que de ninguna manera es la única. ¿Cómo se filtra entonces el Satán en la tradición judía?. Recordemos que uno de los motivos por lo cuales se toca el Shofar en Rosh Hashana es «Learbev et a Satán» (confundir al Satán). En un momento decisivo en que Di-s juzga al hombre y a toda la humanidad, el Satán incita al castigo. Es más, el Satán provoca, obliga a la transgresión todo el año excepto en Iom Kipur donde la santidad del día lo doblega (ver más adelante).
El Satán, como todo lo oculto y misterioso, despierta curiosidad y asombro y ha encontrado de parte del vulgo respuestas basadas en la superstición, la ignorancia, cuando no en cierta deformación idolátrica (no hago referencia a los adoradores del Satán, concepto ajeno a nuestra religión). Aún con cierta
resistencia, los sabios judíos, en especial los cabalistas, no dejaron de abordar el tema indagando desde las propias fuentes tradicionales en las que se pueden rastrear claras referencias al Satán y bastante menos sobre la transmutación de almas (guilgul neshamot), posesión de espíritus y raramente, algún exorcismo.
La palabra Satanás es griega y proviene del hebreo Satán (שָּׂטָן). La primera vez que la Torá hace referencia al Satán es en relación con el ángel (sí, al ángel) que se cruzó en el camino del mago Bilam que iba a maldecir al pueblo hebreo por encargo del rey moabita, Balak (Números 22,22). Es interesante ver en este versículo que el ángel cumple la función de desviar con lo cual una primera definición sería que Satán es el que desvía.
El Satán va a aparecer con un rol más definido, como un ser que pone a prueba al hombre, es en el libro de Job (que el Talmud atribuye a Moises) en donde el Satán dialoga con el Creador diciéndole que Job es un hombre incondicionalmente creyente porque todo le sonríe en su vida y así es fácil creer. Di-s autoriza a que Job sea puesto a prueba de la que su fe sale airosa luego de enormes sufrimientos y pérdidas.
El libro de Job abre sus puertas a la larga discusión filosófica y teológica judía que perdura hasta el día de hoy. ¿Por qué al hombre bueno le va mal y al malo le va bien?. También hay referencias a Satán como opositor tal como lo dijera el Rey David: «Di-s me ha dado paz, pues no hay satán (adversario) ni mal que temer (I Reyes 5:3). En la Biblia hebrea también aparece satán como traidor… entonces los príncipes de los filisteos se enojaron contra él (contra David) y le dijeron a Ajish, despide a este hombre para que vuelva al lugar que le señalaste y no sea para nosotros satán (traidor) y se nos vuelva enemigo …» (Samuel I, cap. 29, vers 4). En los Salmos del rey David aparece Satán como fiscal o acusador algo que se afianzaría en la tradición judía. «…Pon tú un hombre malvado sobre él y tómele su diestra un satán …» (Tehilim 109:6).
Una referencia muy directa y contundente ya no de un atributo, sino de una figura con peso propio, aparece en el libro del profeta Zacarías (Zejaria): «… Me mostró al Sumo Sacerdote Josué el cual estaba delante del ángel de Di-s y Satán estaba a su mano derecha para acusarlo. Y dijo Di-s a Satán: Di-s te reprenderá, oh Satán, Di-s que escogió a Jerusalén te reprenderá…». (Zejaria 3: 1-2).
Finalmente, el último lugar en la Biblia hebrea, en el libro de I Crónicas: «… pero Satán se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese censo de Israel…» ( I Crónicas 21-1). Es evidente por estas fuentes que Satán es una fuerza desviadora lo que más adelante en el pensamiento talmúdico tomaría forma como Ietzer Hara (instinto del mal), fuerza impulsiva en el hombre que lo lleva a desviarse de los preceptos o acosarlo para que no los cumpla. De manera tal que Satán es una creación divina con una finalidad propia: poner a prueba al hombre. Satán no es una figura con cola y tridente (muchas veces aparece así en el imaginario popular) sino una parábola: es el ente que tienta al hombre a hacer el mal. De tal forma Satán está presente en cada ser humano para inclinarlo hacia la transgresión. Satán libra una guerra en el alma de cada humano.
En el Talmud, Satán es citado esporádicamente: «El que cumple un precepto se compra un defensor y el que transgrede un precepto consigue un acusador» (Ética de los Padres 4: 11). Según este texto no es el Satán el que acusa sino que la mala acción es la prueba de la acusación. Según otra fuente talmúdica, «el Satán no es más que el mal instinto» (Baba Batra 15 ).
La Biblia hebrea fustiga también a las personas que «… sacrificaron hijos e hijas a los demonios…» (Salmos 106: 37). El rey David parce haber tomado el texto de la Torá: «… Y no sacrificarán más sus sacrificios a los demonios tras los cuales erran. Esta es ley eterna para ellos por todas las generaciones…» (Levítico 17: 7-8). Una de las transgresiones más graves del rey Rehavam (uno de los hijos de Salomón), fue que nombró sacerdotes para el culto al demonio y el rey Ioshiahu, defensor ardiente del monoteísmo hebreo, destruyó estos altares paganos. De manera tal que la demonología parece asociada en la Torá con la idolatría y por ello la Torá no deja de proclamar lo que se lee en el Sidur antes de sacar la Torá para su lectura pública: «… Y a ti te fue mostrado eso para que sepas que el Creador, él es Di-s y no hay nadie fuera de él …» (Deuteronomio 4: 35).
Rambán, Najmánides, famoso cabalista español, no dudaba de la existencia de demonios que vivirían en el desierto. A su vez, Rambám, Maimónides, el gran doctor y codificador español, no cree en ellos y ni siquiera los cita en su monumental obra filosófica— religiosa, Moré Nebujim (Guía de los Descarriados). Por influencias de la Qabalá fue avanzando una idea que se popularizaría entre los siglos XVII y XVIII en las juderías de Europa Oriental: el Dibbuk (el apegado) que haría referencia a un espíritu demoníaco que invade a un ser viviente. Leyendas populares judías hacían referencia a espíritus pecaminosos o frustrados a los que se les niega refugio normal y se ven obligados a adherirse a infortunados que viven en la tierra. La idea del Dibbuk encontró un lugar en la Qabalá de Rabí Itzjak Luria, Ari Hakadosh, y más tarde llegó a la literatura judía con la famosa obra El Dibbuk de Shai Anski y Satán en Goray, novela del afamado Itzjak Bashevis Singer, premio nobel de literatura 1978 (también figura en otras obras del autor)
El rabino Menashe Ben Israel, promotor desde Holanda del retorno de los judíos a Inglaterra, hace extensa referencia en su libro Nishmat Jaim (alma de vida) a inquietos demonios. Citando a Maimónides dice en el libro que la creencia en estos espíritus es parte de lo que la Torá prohíbe y no tiene que ver con la sabiduría «sino con la confusión y la ignorancia». Sin embargo, el rabino Menashe Ben Israel también dice que si se niega la existencia de demonios «deformariamos lo que dicen con simpleza ciertos textos que habría sino que explicar apelando a filósofos ateos».
Si bien ciertos rabinos mequbalím son capaces de realizar exorcismos, la tendencia general del judaísmo es rechazar esas prácticas, ya que el mal debe ser erradicado con la práctica del bien. Lamentablemente hoy día no pocos judíos han quedado contaminados por cierto fetichismo y supersticiones que van contra su esencia y son víctimas de inescrupulosos personajes que lucran con la ignorancia y la irracionalidad. No hay en la Halajá (ley judía) ninguna disposición ni procedimiento exorcista porque el judaísmo no concibe que el alma de una persona sea poseída por una fuerza exterior. Inclusive todo el tema de transmigración de almas es foco de discusiones. El famoso rabino Saadia Gaón en su proverbial libro Emunot Vedeot (Creencias e Ideas), rechaza la transmigración aunque hoy hay rabinos que la aceptan. Saadia Gaón atribuía estas y otras creencias supersticiosas a influencias de otras religiones. Igual camino tomarían los rabinos medievales Itzjak Albo y Hasdai Crescas.
En estos temas tan esotéricos no esta dicha la última palabra, ya que como dice el refrán popular las brujas no existen, pero que las hay, las hay.
Por Natalio Steiner, codirector del periódico Comunidades