La importancia de la conferencia no fue sólo por el nivel de asistencia, que incluía a representantes de organizaciones de la ONU, la UE, la Liga Árabe, el CCG y los Estados miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Japón, sino también por el llamamiento urgente a actuar y las decisiones inmediatas adoptadas.
El príncipe Faisal bin Farhan, ministro saudí de Asuntos Exteriores, transmitió un mensaje contundente, que se reflejó en las resoluciones finales de la conferencia, y advirtió del peligro de que Afganistán se convierta en un refugio para grupos terroristas y extremistas.
Otro mensaje fue el del primer ministro de Pakistán, Imran Khan, que instó a Estados Unidos a desvincular al gobierno de Afganistán -en referencia a los talibanes con los que ha estado en conflicto- de los 40 millones de ciudadanos afganos. También instó a no vincular el reconocimiento del nuevo gobierno a los ideales occidentales de derechos humanos.
Entre los mensajes importantes está el que pidió el secretario general de la OCI, Hissein Ibrahim Taha, que es que las partes afganas trabajen para promover los intereses del pueblo afgano, proteger las vidas, renunciar a la violencia y establecer una paz duradera para lograr la estabilidad y una vida decente y próspera para el pueblo afgano.
De hecho, la responsabilidad y la presión recaen sobre los talibanes, el partido gobernante en la actualidad, para que dejen de lado las diferencias, creen confianza interna y externa y demuestren que son capaces de dirigir un país.
Taha expresó el compromiso de la OCI de apoyar el proceso de paz en Afganistán y de cooperar en los esfuerzos para lograr la paz. También aumentará su labor humanitaria en ese país a través de su misión en Kabul con el apoyo de los Estados miembros, y a través de su recién creado enviado especial para Afganistán para coordinar la ayuda humanitaria y el compromiso político.
Desde que los talibanes tomaron el control del país en agosto, la situación se ha descontrolado. Las cifras son aterradoras y extremadamente preocupantes. Según la ONU, alrededor de 23 millones de personas (la mitad de la población) se enfrentan ya al hambre. Los centros de salud están desbordados de niños desnutridos, alrededor del 70% de los profesores no reciben su salario y millones de niños están sin escolarizar.
Mientras tanto, el invierno es implacable en Afganistán y el COVID-19 acecha en cada esquina. Desde el punto de vista económico, la moneda se desploma mientras los precios de las necesidades básicas cotidianas se disparan, el comercio y la inversión se detienen, el sector financiero está destrozado y los servicios sociales se han colapsado. Esta es una receta para el desastre que se está desarrollando en la sombría realidad actual y en el futuro previsible, política, social y económicamente, ya que la gente se verá abocada a la pobreza extrema, al desplazamiento y a la inmigración, lo que significa un aumento de la inestabilidad, del tráfico de personas y de las violaciones de los derechos humanos, de las actividades ilegales, del extremismo y del terrorismo, dentro y fuera del país.
Los talibanes necesitan desesperadamente el reconocimiento internacional para poder acceder a los miles de millones de dólares que Afganistán tiene congelados en el extranjero y a la ayuda internacional. Aunque el ministro de Asuntos Exteriores del gobierno talibán estuvo presente en la conferencia y realizó una declaración como representante de las autoridades afganas, no fue invitado a la foto oficial de grupo ni los talibanes fueron reconocidos en los documentos oficiales. La comunidad internacional dejó claro que, para obtener el reconocimiento, hay que cumplir algunas condiciones. Sin embargo, quien paga el precio de este estancamiento es el pueblo afgano. Es necesario hacer algunos compromisos para salvar la vida de los afganos y el futuro de Afganistán de la desintegración total.
Los talibanes deben darse cuenta de que no pueden actuar al margen de los principios y obligaciones de la Carta de la ONU, la Carta de la OCI y los acuerdos y convenios internacionales, incluidos los derechos humanos, ni pueden gobernar exclusivamente sin la participación de todos los afganos, incluidas las mujeres, en todos los aspectos de la sociedad y la gobernanza.
La comunidad internacional no puede seguir castigando al pueblo afgano con sanciones que lo privan de ayuda humanitaria y de recursos económicos para el funcionamiento de las instituciones, las escuelas y los hospitales. Debe haber medios para entregar la ayuda y la financiación necesarias a través de canales legítimos y aceptados. Mientras tanto, debe crearse un proceso de compromiso y diálogo sostenidos entre la comunidad internacional y las partes afganas. Estas serán las tareas prioritarias por delante de los mecanismos establecidos por la OCI en la conferencia.
La OCI tomó decisiones muy críticas con la creación de un fondo fiduciario humanitario, bajo la égida del Banco Islámico de Desarrollo, que sirva de vehículo para canalizar la ayuda humanitaria a Afganistán en colaboración con otros actores internacionales.
También ha lanzado un programa de seguridad alimentaria para Afganistán, y ha solicitado a la Organización Islámica para la Seguridad Alimentaria que lleve a cabo los trabajos necesarios en este sentido. También, y de forma significativa, la OCI organizará una delegación de destacados eruditos religiosos y ulemas dirigida por la Academia Internacional de Fiqh Islámico para que se comprometa con las partes afganas en cuestiones como, entre otras, la tolerancia y la moderación en el islam, la igualdad de acceso a la educación y los derechos de la mujer en el Islam.
Hay esperanza de salvar a Afganistán, pero el tiempo es esencial.