El sábado 5 de enero de 1895, a las 9 hs. de la mañana en la Plaza de Armas de la academia militar de París se leyó la sentencia y luego se llevó a cabo una degradación humillante al capitán Alfred Dreyfus de origen alsaciano e hijo de una familia judía adinerada.
Todo comenzó en la mañana del sábado 13 de octubre de ese año cuando el capitán Dreyfus recibió un extraño citatorio. Debía presentarse el lunes por la mañana ante el comandante en jefe vestido con ropa civil. La orden le llamó profundamente la atención, pero cumpliendo con las órdenes el capitán se presentó. Al hacerlo, se encontró frente a dos oficiales y dos policías, y su sorpresa fue aún mayor cuando se le exigió que escribiera la solicitud de devolución de documentos que se le habían entregado antes de salir a las últimas maniobras militares.
Comenzó a escribir, y rápidamente se detuvo al darse cuenta qué algo se estaba tramando contra él, y temblando inquirió: ¿Qué significa esto?, uno de los oficiales le espetó en la cara: ‘!Dreyfus! !En nombre de la ley queda arrestado! Se le acusa del delito de alta traición’. Dreyfus exigió saber cuál era el delito y cuál era la evidencia. Se le contestó que la evidencia ‘era abrumadora’.
Dreyfus reaccionó protestanto y afirmando que era inocente y que era víctima de ‘un asombroso plan’ urdido contra él. Se lo estaba acusando de haber traicionado a Francia al enteregar secretos del Estado a Alemania, país que humilló a los franceses en la guerra de 1870/71.
El Capitán fue llevado a prisión, y no fue hasta el 10 de noviembre en que el arresto tomó estado público al ser difundido por la prensa nacional, en la que se destacaba el periódico antisemita ‘La Libre Parole’ de Édouard Drumont. El diario imprimía 200.000 ejemplares al día, y tituló la noticia de la detención con letras de catástrofe: ‘Alta traición. Arresto del oficial judío Alfred Dreyfus’. La acusación mostro a las claras la existencia en la sociedad francesa de un núcleo de violento nacionalismo y antisemitismo difundido por la prensa sensacionalista.
El 19 de diciembre, ante la presencia de siete jueces, se inició la corte marcial que juzgaría al capitán. Tras cuatro días de vagos testimonios, con pruebas apócrifas y una defensa sin convicción, los jueces deliberaron. Entonces llegó la orden del Ministerio de Guerra de setenciar a Dreyfus, los oficiales votaron unánimamente a favor de hallar culpable al acusado por alta traición.
La ceremonia de degradación se programó para el sábado 5 de enero. A las 7:20 hs. de la mañana, una compañía de caballería apareció en la prisión donde estaba alojado Dreyfus, lo esposaron y lo condujeron en un carro tirado por cuatro caballos frente al cual iba toda la compañía. Para la ceremonia, cada batallón de la guarnición de París envió dos compañías para darle pompa al evento.
Sin contar a diplomáticos y periodistas, solo unas pocas personas privilegiadas fueron invitadas a la ceremonia, entre ellos se encontraba Theodor Herzl, corresponsal del periódico vienés ‘Neue Freie Presse’, quien dos semanas antes había acudido a la sala del tribunal y presenció el anuncio del veredicto de culpabilidad del capitán. No se permitió la entrada al público en general, pero se estima que más de 20.000 parisinos se reunieron detrás de las rejas de las puertas de la escuela o siguieron la escena trepados sobre los tejados cercanos.
A las 8,45 hs. se abrió una puerta en la plaza de armas y salió un pequeño grupo de soldados, en el centro estaba Dreyfus rodeado por ellos, al ubicarse en el centro del patio se colocó frente a él el general Paul Darras, a caballo, y desenvainó su espada. Dreyfus se encontraba con su espada en la mano y una pistola atada en cruz. El secretario de la corte leyó el veredicto, luego Darras declaró: ‘Alfred Dreyfus, es usted indigno de llevar las armas en nombre del pueblo francés, por lo cual lo despojamos de sus filas’.
La multitud comenzó a gritar: ¡Muera el traidor! ¡Mueran los judíos! Dreyfus estaba impávido, con los labios muy apretados, en un momento levantó los brazos y gritó: ¡Juro que soy inocente, viva Francia! La gente reaccionó gritándole ‘Judas’ y ‘Muera el traidor’, a lo que Dreyfus contestó: Soldados, niegan de sus filas a una persona inocente. Soldados, humillan la dignidad de una persona inocente ¡Larga vida a Francia! ¡Viva el ejército!
Un sargento mayor de la Guardia Republicana se acercó a Dreyfus, rasgó con violencia las cintas de su sombrero y mangas, las rayas rojas cosidas a lo largo de sus pantalones, arrancó las hombreras y las tiras del rango, tirándolas al suelo a los pies de Dreyfus. Luego tomó la espada de la mano de Dreyfus y con lentitud la partió en su rodilla. Dreyfus volvió a gritar: “¡Viva Francia! Soy inocente. ¡Lo juro por mi esposa y mis hijos!”. Con sus ropas rotas, le hicieron caminar en derredor del patio de armas entre las filas de soldados. Varios oficiales le gritaron: “¡Judío traidor!” Dreyfus les gritó en respuesta: “¡Les prohíbo dañar mi honor!”. Luego fue esposado y entregado a la policía civil.
Al pasar frente a un grupo de periodistas, les gritó: ‘Informen a toda Francia de que soy inocente’. Algunos de los periodistas respondieron con gritos insultantes y la multitud detrás de las puertas de hierro seguía insultandolo, a lo que el capitán les contestó: ‘Ustedes no tienen derecho a insultarme ¡Viva Francia!’. La respuesta de los periodistas fue el insulto.
Como espectador de la degradación, Herzl quedó profundamente sensibilizado por las escenas vividas, él conocía el antisemitismo popular vienés pero nunca le había prestado demasiada antención. Pero en París conoció la dimensión del poder populista del antisemitismo de una sociedad moderna, secularizada y parlamentaria. Como corresponsal del juicio, constató el crecimiento del antijudaísmo y a partir de Dreyfus comenzó a implicarse emocionalmente en la llamada ‘cuestión judía’.
En sus despachos al periódico, Herzl relataba con estupor la nueva paradoja creada: en la Francia republicana estalló un brote de antisemitismo, en el mismo país que 100 años antes bregó, desde su famosa Revolución, por la emancipación judía y por la creación de un nuevo judío moderno y laico. Es ahora esa misma sociedad quien ve en el judío a la víctima propiciatoria para canalizar las crisis de la sociedad moderna.
Como lo define Herzl, El Caso Dreyfus fue para él la expresión de una enfermedad muy grave, aquella que refleja el fracaso de la asimilación judía a la sociedad moderna y simultáneamente representa la resignificación de un antisemitismo moderno. En otras palabras, para Herzl, el juicio y la degradación fue el acicate para iniciarlo en el sionismo y escribir su Estado Judío, mientras para Dreyfus fue el comienzo de su calvario y un largo tormento.