Parasha Beshalaj, comentario del Rabino Jonathan Sacks y Haftará

Resumen de la Parashá

El relato de esta parashá comienza señalando que Hashem condujo a los israelitas, a su salida de Egipto, por un camino dentro del desierto hacia el mar Rojo, evitando así atravesar tierra de los filisteos, con ejércitos enemigos y la posibilidad de guerra, para que no se arrepintieran de su salida.

El Todopoderoso los guiaba de día por medio de una columna de nubes y durante la noche, por una columna de fuego. En su partida de Egipto, Moshé llevó los restos de Iosef.

El pueblo había acampado en Etam, en el extremo del desierto. Luego Hashem ordenó que regresaran y acamparan frente al Mar Rojo.

Una vez que el pueblo de Israel salió de Egipto, el Faraón arrepentido de habérselo permitido, decidió perseguirlos armando un fuerte ejército.

Cuando los israelitas vieron aproximarse al ejército egipcio, se aterrorizaron y se quejaron a Moshé, ante una posible muerte en medio del desierto. Pero Moshé le respondió que el Eterno los salvaría de los egipcios y que sería Él quien lucharía por ellos. Así fue que la columna de nubes se colocó detrás del pueblo y se transformó en un oscuro velo que oscureció a los egipcios.

Moshé extendió su mano sobre el mar y el Eterno envió un fuerte viento que dividió las aguas del mar y lo puso seco.

Así los israelitas pudieron cruzar el mar.  Los egipcios los siguieron dentro del mar junto con sus carros y caballos, y se atoraron en la arena húmeda las ruedas.

Nuevamente Moshé extendió su mano y las aguas se cerraron, ahogando a los egipcios y sus animales.

El pueblo entonó una canción triunfante, alabando el poder del Todopoderoso por haber eliminado a los hostiles.

Durante tres días el pueblo transitó en el desierto sin encontrar agua. Ya con sed, comenzaron a murmurar contra Moshé y en Mará encontraron aguas amargas.

El Eterno mostró un tronco que al ser echado en esas aguas, las endulzó.

Así saciaron su sed y continuaron su marcha hacia Elim, donde había doce fuentes de agua y setenta palmeras.

Allí acamparon.

El pueblo protestó ante Moshé y Aharón por la falta de comida, añorando lo vivido en Egipto.

El Eterno dijo a Moshé que haría llover pan del cielo y que el pueblo lo debía recoger.

Así a la noche hubo carne de codornices y a la mañana siguiente cayó el man (maná), el que tenía el sabor de la comida que cada uno quería degustar.

El man caía todos los días, menos en Shabat, por lo que en el sexto día debían juntar porción doble.

Así fue como comieron durante los cuarenta años de transitar hasta llegar a la tierra prometida.

Acamparon en Refidim y nuevamente, el pueblo reclamó a Moshé por la falta de agua.

Hashem le ordenó a Moshé que tomara su vara y golpeara una roca del monte Jorev, y salió agua. Este lugar fue llamado Masá Merivá.

Y vinieron los amalecitas (la tribu de Amalec) y atacaron a los israelitas y combatieron en Refidim.

Moshé pidió a Yehoshúa que eligiera los hombres más fuertes para luchar, y él, Moshé, junto a su hermano Aharón y a Jur, subieron a la cumbre de la colina.

Cuando Moshé alzaba sus manos, Israel dominaba y cuando las bajaba, Amalec dominaba.
Aharón y Jur sostenían alzadas las manos de Moshé, con gran firmeza.  Así, el pueblo judío pudo vencer, derrotando a Amalec.

Hashem ordenó a Moshé instruir a Yehoshúa, sobre la recordación de lo ocurrido.  Por la traición que cometió Amalec al atacar al pueblo de Israel, su tribu debía ser destruida y su recuerdo borrado a través de las generaciones.


El rostro del mal

Rabino Jonathan Sacks Z»L

Traductor: Carlos Betesh

Después del 11/9 cuando el horror y el trauma habían quedado atrás, los norteamericanos se preguntaron qué había pasado y por qué. ¿Fue un desastre? ¿Una tragedia? ¿Un crimen? ¿Un acto de guerra? No parecía conformar con ninguno de los paradigmas preexistentes. ¿Y por qué había ocurrido? La pregunta más frecuente sobre Al Qaeda fue “¿por qué nos odian?”
Con posterioridad a esos eventos, el pensador norteamericano Lee Harris escribió dos libros, Civilization and its Enemies (La Civilización y sus enemigos) y The Suicide of Reason (El suicidio de la razón)[1] que constituyeron algunas de las respuestas más estimulantes del pensamiento de la década. El motivo de las preguntas y la imposibilidad de hallar respuestas dice Harris, es que Occidente ha olvidado el concepto de enemigo. La política liberal democrática y la economía de mercado han creado cierto tipo de sociedad, una determinada manera de pensar y un tipo de personalidad característica. En su esencia está el personapersonaconcepto del actor racional, la persona que juzga sus actos por sus consecuencias y elige la opción de máxima. Esa persona cree que para cada problema hay una solución, para cada conflicto una resolución. La forma de lograrlo es sentarse, negociar y hacer un balance de qué es lo mejor para todos. 
En ese mundo no hay enemigos, simplemente conflictos de interés. Un enemigo, dice Harris, es simplemente “un amigo para el cual aún no hemos hecho lo suficiente.” En el mundo real, sin embargo, no todos son liberales democráticos. Un enemigo es “alguien que está dispuesto a morir para matarte. Y mientras que es cierto que el enemigo siempre nos odia por un motivo, es su motivo, no el nuestro.”
Ve un mundo distinto al nuestro, y en ese mundo nosotros somos el enemigo. ¿Por qué nos odian? Contesta Harris: “Nos odian porque somos su enemigo.”[2]
Sea cuál fuera lo correcto o incorrecto de lo postulado por Harris, el concepto esencial es verdadero y profundo. Podemos ser ciegos mentalmente y considerar que nosotros – nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestra civilización – vemos las cosas de una sola manera, o por lo menos eso es lo que elegiría cualquiera que tenga la posibilidad de hacerlo. Solo el fracaso absoluto en comprender la historia de las ideas puede explicar este error, un error peligroso. Cuando Montezuma, líder de los aztecas, se encontró con Cortés, el comandante de la expedición española de 1520, él supuso que estaba tratando con un hombre civilizado de una nación civilizada. Ese error le costó la vida y al año ya no existía más la civilización azteca. No todo el mundo ve las cosas como nosotros, y como dijo alguna vez Richard Weaver, “El problema de la humanidad es que se olvida de leer las actas de la última reunión.”[3]
Esto explica el sentido de la inusual orden al final de la parashá de esta semana. Los israelitas han escapado del peligro aparentemente inexorable de los carruajes del ejército egipcio, el de la tecnología bélica más avanzada de la época. Milagrosamente el mar se dividió, los israelitas cruzaron y los egipcios, con los carruajes atascados en el barro, no pudieron avanzar ni retroceder, pereciendo por el retorno de la marea.
Los israelitas cantaron una canción y al fin parecían ser libres, cuando ocurrió algo inexplicable e inesperado. Fueron atacados por un nuevo enemigo, los amalekitas, una tribu nómada del desierto. Moshé dio instrucciones a Ieoshúa para que se prepare para la batalla. Lucharon y vencieron. Pero la Torá señala que no fue una batalla cualquiera:
Entonces el Señor dijo a Moshé: ‘Escribe en este rollo algo que sea recordado y asegúrate de que Ieoshúa lo oiga, pues Yo borraré completamente el nombre de Amalek de bajo el cielo.’ Moshé construyó un altar y lo llamó El Señor es mi Estandarte. Dijo, ‘La mano está en el trono del Señor. El Señor estará en guerra con Amalek por todas las generaciones.’ (Éxodo 17:14-16)
Esta es una declaración muy extraña, y contrasta marcadamente con la forma en que la Torá habla de los egipcios. Los amalekitas atacaron a Israel durante la vida de Moshé una sola vez. Los egipcios oprimieron a los israelitas durante un tiempo extendido, esclavizándolos e incluso comenzando un proceso de genocidio al asesinar a cada niño israelita. Toda la narrativa sugeriría que si hubo una nación que fuera el símbolo del mal, sería Egipto.
Pero lo opuesto resulta ser cierto. En Deuteronomio la Torá declara: “No odies al egipcio, porque tú fuiste extranjero en su tierra.” (Deuteronomio 23:8) Poco después, Moshé repite la orden sobre los amalekitas, agregando un detalle significativo:
Recuerda lo que te hicieron los amalekitas cuando saliste de Egipto. Cuando estabas agotado y deteriorado, se enfrentaron contigo en tu travesía y atacaron a los que estaban en la retaguardia; no temieron a Dios… Borrarás el nombre de Amalek de bajo el cielo. ¡No lo olvides! (Deuteronomio 25:17-19)
Se nos ha ordenado no odiar a Egipto, pero nunca olvidar a Amalek. ¿A qué se debe esa diferencia? La respuesta más simple es recordar la declaración de los rabinos en la Ética de los Padres: “Si el amor depende de una causa específica, cuando dicha causa finaliza, también finaliza el amor. Si el amor no depende de una causa específica, entonces nunca muere.”[4] Lo mismo es aplicable al odio. Cuando este depende de una causa específica, termina cuando la causa desaparece. El odio sin causa, sin ninguna base, dura eternamente.
Los egipcios oprimieron a los israelitas porque, según palabras del Faraón, “Los israelitas se están tornando muy numerosos y demasiado potentes para nosotros.” (Éxodo 1:9) Su odio, en otras palabras, sobrevino por el temor. No era irracional. Los egipcios habían sido atacados y conquistados por un pueblo extranjero conocido como los Hyksos, y el recuerdo de ese período seguía siendo agudo y doloroso. Los amalekitas, en cambio, no estaban siendo amenazados por los israelitas. Atacaron a un pueblo que estaba “cansado y deteriorado,” especialmente aquellos que estaban “en la retaguardia.” En síntesis, los egipcios temían a los israelitas porque eran fuertes. Los amalekitas atacaron a los israelitas porque eran débiles.
En la terminología actual, los egipcios eran actores racionales, los amalekitas no. Con actores racionales puede haber una paz negociada. Las personas envueltas en un conflicto finalmente se dan cuenta de que no solo están destruyendo al enemigo, también se están destruyendo a ellos mismos. Eso es lo que los asesores del Faraón le dijeron después de siete plagas: “¿No se da cuenta de que Egipto está arruinado?” (Éxodo 10:7). Se llega a un punto en el que los actores racionales comprenden que la búsqueda del propio interés se ha vuelto destructiva y aprenden a cooperar.
Eso no ocurre con actores no racionales. Emil Fackenheim, uno de los grandes teólogos post Holocausto, observó que hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes desviaban trenes que llevaban suministros para su propio ejército con el fin de trasladar a los judíos a los campos de exterminio. Estaban tan motivados por el odio que estaban dispuestos a arriesgar su propia victoria militar con tal de llevar a cabo el asesinato sistemático de los judíos europeos. Eso fue el mal por el mal en sí mismo.[5]
Los amalekitas funcionan en la memoria judía como “el enemigo” en el sentido de Lee Harris. La ley judía sin embargo, especifica dos formas completamente diferentes de acción en relación con los amalekitas. Primero, está la orden de librar la guerra contra ellos. Eso es lo que Samuel le dijo a Saul que hiciera, orden que este no cumplió plenamente. ¿Esa orden sigue siendo aplicable hoy en día?
La respuesta inequívoca brindada por el Rabino Najum Rabinovitch fue ‘No’.[6] Maimónides sentenció que la orden de destruir a los amalekitas sólo era aplicable si se negaban a firmar la paz y a aceptar las siete leyes Noájidas. Luego agregó que la orden no era más aplicable ya que Senajerib, el asirio, había transportado y reubicado a las naciones conquistadas de tal forma que no era posible identificar la etnicidad de ninguna de las naciones originarias contra quienes habían ordenado a los israelitas combatir. También señaló en su Guía para los Perplejos que la orden sólo era aplicable a las personas con una determinada descendencia biológica. No debía aplicarse en términos generales a los enemigos u odiadores del pueblo judío. De tal forma que la orden de librar una guerra contra los amalekitas ya no es aplicable.
Sin embargo, hay una orden bien distinta, la de “recordar” y “no olvidar” a Amalek, cosa que cumplimos anualmente en la lectura del pasaje de la orden de los amalekitas tal como aparece en Deuteronomio en Shabat Zajor, antes de Purim (la conexión con Purim es que Hamán el “Agaguita” se presume que es descendiente de Agag, rey de los amalekitas). Aquí Amalek se ha transformado en un símbolo, más que en una realidad. 
Al dividir la respuesta de esta manera, el judaísmo marca una clara distinción entre el antiguo enemigo que ya no existe y el mal personificado por el enemigo, que puede aparecer nuevamente en cualquier lugar y en cualquier momento. Es fácil en tiempos de paz olvidar que el mal yace apenas debajo de la superficie del corazón humano. Esto nunca ha sido más exacto que en los últimos tres siglos. El nacimiento de la Ilustración,la tolerancia, la emancipación, el liberalismo y los derechos humanos persuadió a muchos, incluyendo a los judíos, de que el mal colectivo había sido extinguido junto con los amalekitas. El mal fue entonces, no ahora. En esa era nacieron el nacionalismo, el fascismo, el comunismo, dos Guerras Mundiales, algunas de las tiranías más brutales conocidas, y el peor crimen del hombre contra el hombre. 
Hoy, el gran peligro es el terrorismo. Acá las palabras del filósofo político de Princeton, Michael Walzer, son especialmente apropiadas.
Donde veamos terrorismo, debemos buscar tiranía y opresión… Los terroristas buscan gobernar, y el asesinato es su método. Tienen su propia policía interna, grupos de choque, desapariciones. Comienzan matando o intimidando a los camaradas que se plantan en su camino, y luego proceden, si pueden, con la gente que dicen representar. Los terroristas son exitosos, gobiernan tiránicamente y su pueblo carga, sin el consentimiento, con los costos del régimen de los terroristas. [7]
El mal nunca muere – y al igual que la libertad – requiere vigilancia constante. Se nos ha ordenado recordar, no por el pasado sino por el futuro, y no por venganza sino por lo contrario: un mundo libre de venganza y de otras formas de violencia.
Lee Harris comenzó Civilization and its Enemies con estas palabras: “El tema de este libro es el olvido,”[8] y finaliza con esta pregunta: “¿Puede Occidente superar el olvido que es la némesis de toda civilización exitosa?[9] Es por eso que hemos sido conminados a recordar y no olvidar nunca a Amalek, no porque hoy exista ese pueblo histórico,sino porque una sociedad de actores racionales puede a veces creer que el mundo está lleno de actores racionales con los cuales es posible negociar la paz. Cosa que no siempre es así.
Raras veces un mensaje bíblico ha sido más relevante que este para el futuro de Occidente y de la libertad en sí. La paz es posible, da a entender Moshé, aún con un Egipto que nos ha esclavizado e intentado destruir. Pero la paz no es posible con aquellos que atacan a los pueblos que consideran débiles y que a su propio pueblo niegan la libertad por la cual dicen luchar. La libertad depende de nuestra capacidad de recordar y, cuando sea necesario, confrontar a “la banda de individuos despiadados,”[10] la imagen de Amalek a través de la historia. Algunas veces no hay otra alternativa que la de luchar contra el mal y vencerlo. Puede ser la única vía para la paz.  

SHOFTIM – JUECES 4:4-5:31

Nos encontramos en la época de los Jueces, entre la muerte de Ieoshúa bin Nun y el nacimiento del profeta Shmuel.

Nuestro pueblo está asentado ya en la tierra prometida, pero rodeado de naciones paganas con la práctica de la idolatría que en ellas reinaba.
Esta fuerte Haftará encuentra un paralelo claro con la parashá correspondiente. Mientras acá nuestra profetisa Déborah alienta y acompaña a Barak bn Abinojam a hacer frente a nuestro enemigo Iavin, rey de Cnaan, en la parashá nos encontramos con Miriam, parte fundamental de nuestro pueblo, alabando a D´s con su hermosa canción al lograr cruzar el Iam Suf. También la batalla final para vencer a Sisera, general del ejército enemigo, ocurre a orillas del arroyo Kishón, agua del Iam Suf, agua del Kishón.
Una vez más se le agradece a D´s por ayudarnos a pasar un momento tan difícil y dar un paso más adelante en hacer de nuestra tierra realmente nuestro lugar, en el mundo y en nuestro corazón. Se opone a la ira y a la idolatría; es un momento donde nos unimos todos en nuestro interior, nos hacemos ejad.
El agua es el símbolo de la creación, de la Torá, del vientre materno, sin agua no hay vida. Es notable la cantidad de alusiones al agua que encontramos tanto en la Haftará como en la parashá. Esto nos habla sin duda de la enorme presencia de la mujer en nuestra historia.
Vemos en el versículo 6 que D´s ordenó que Déborah impartiera justicia, en esos momentos era el juez el que conducía al pueblo. ¿Una mujer en lugar de juez en aquellos momentos? Así es, con el correr de los tiempos algo se fue oscureciendo y las mujeres quedamos más unidas a fantasías supersticiosas y tantas otras cosas…
Pero de un modo u otro la mujercita ha luchado por el lugar que considera que le corresponde. ¿Pensamos el lugar que en nuestra tradición tiene la mujer, una mujer jueza en aquel entonces? ¿Conduciendo a un pueblo? Y pensar que creemos haber avanzado tanto desde aquel entonces cuando en verdad sólo estamos recuperando lentamente el lugar que las mujeres tuvimos en nuestro pueblo.
Vamos descubriendo cada día, a través de las enseñanzas de Rabeinu Ale, cómo y cuánto sin la presencia y la acción de la mujer la historia de nuestro pueblo no hubiera sido posible o hubiera sido bien distinta. Si bien la palabra de los profetas, las haftarot, no forman parte de la Torá en sí mismas, tienen una profunda relación la mayor parte de las veces. También en la Torá está Miriam, la que da el agua, la que sobre el agua preserva la vida de nuestro líder Moshé, la que con su cántico, su poesía, agradece.
Bien sabemos que el agua es una representación de la Torá, de aquello esencial que necesitamos para vivir. También acá, como dijimos, es el agua del Kishón la que arrastrará los despojos del enemigo. Y será una mujer la que con valor ha recibido desde A´d la capacidad y la fortaleza para hacer frente al enemigo y nunca perder la esperanza.
Otra mujer, ya no de nuestro pueblo pero que forma parte de nuestra Haftará, es Iael. Considerando nuestra causa justa, valerosamente atrae a Sisera, y ofreciéndole un descanso, termina matándolo con una estaca y un martillo. Esta mujer no cree, como nos dice Edery, en el nacionalismo estrecho, sino que busca la justicia y la nobleza.
La lucha continúa todos los días. Tal como cada uno de nosotros realiza su lucha cotidiana, nuestro pueblo no baja los brazos. Felizmente, muchas veces es para sostener panderetas para agradecer, para cantar, para defender nuestro lugar.
Estamos todos juntos. A pesar de nuestras diferencias, hombres y mujeres necesitamos unos de otros para lo cotidiano que en verdad es lo trascendental, en el día día a través de los tiempos.

Norma Dembo

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