Por el prof. Luis Fuensalida
Continuando con el análisis propuesto en la columna del miércoles pasado, con respecto al equilibrio geopolítico y geoeconómico que le posibilita a China mantener relaciones con las tres potencias de Oriente Medio, y ya habiendo abordado los significativos vínculos israelíes – chinos, ahora lo haré con los existentes con la República Islámica de Irán y el Reino de Arabia Saudita.
Veamos el caso Irán – China, donde las relaciones entre ambos se ha ido fortaleciendo desde la revolución iraní de 1979, y evolucionando positivamente a medida que se fue profundizando el aislamiento internacional sobre el régimen de Teherán, sin olvidar, que durante el conflicto Irak – Irán en los años 80, Beijing fue un importante proveedor de armamento de los iraníes.
Ya en el presente siglo, mientras los EE.UU. y la U.E. aplicaban sanciones económicas y financieras a Irán, el gobierno chino mantuvo sus relaciones comerciales posibilitando así bienes y servicios que otros países se negaban a proporcionar, y de esa forma aliviar la situación iraní, más allá que en el 2010, Beijing decidió diplomáticamente apoyar las sanciones señaladas.
Por otra parte, tanto cuando la administración republicana de Donald Trump decidió abandonar el Acuerdo Nuclear del 2015, como en el presente, con el intento del gobierno demócrata de Joe Biden, China ha adquirido un rol importante, en el primer caso, convirtiéndose en el eslabón para romper el aislamiento iraní y luego, en la actualidad, asumiendo un rol de negociador significativo.
Ahora bien, tanto para Irán como para China, los beneficios de una sólida relación, es mutua, mientras Teherán logró burlar el aislamiento, Beijing ha tenido una constante fuente energética, el petróleo iraní, y asimismo, un mercado donde sus bienes y servicios no tienen competencia, es así, que las grandes empresas chinas, tanto de capitales públicos, privados y mixtos, han ocupado el vacío dejado por la empresas occidentales, en particular, los gigantes en telecomunicaciones, caso Huawei y ZTE, más allá de las trabas que Washington les aplicó.
Es evidente, que el vínculo entre estos actores internacionales, se le puede calificar de vital, ya que por su posición geográfica, Irán es de importancia para la llamada Ruta de la Seda que promueve China con sus inversiones por miles de millones de dólares en proyectos de infraestructura, por el caso, a finales de marzo del año ppdo., firmaron un Acuerdo de cooperación estratégica por 25 años, que contempla la financiación de dichos proyectos, por este Acuerdo, China realizará inversiones en el sector energético por u$s.400 mil millones, mientras que Irán garantiza el suministro estable de petróleo y gas, a precios competitivos para el sector industrial chino.
Este Acuerdo constituye una sociedad estratégica que se corresponde con los objetivos en el plano internacional, tanto del anterior gobierno persa como del actual, del presidente Ebrahim Raiza, de un perfil más duro y conservador que el anterior, y el pasado 15 de enero, los cancilleres de ambos países, Wang Yi y Hossein Amir Abdollahian, han rubricado y ratifican la cooperación económica y geopolítica, y que no sólo contempla el sector energético como lo señalé, sino también los de transporte, energía y seguridad, en síntesis, el Acuerdo se enmarca en los siguientes objetivos: 1) en relación al juego de transición del Poder Global entre los EE.UU. y China, 2) en relación a la visión geopolítica de Beijing para Oriente Medio, en particular, y de la multilateralidad en general, y 3) tiene un fuerte significado estratégico para la diplomacia de Irán.
Veamos ahora los vínculos entre el Reino de Arabia Saudita y China, algo más que sólo petróleo, sin olvidar que nos referimos al mayor productor y al mayor importador de crudo a nivel mundial, en el caso de China a partir del 2017.
Justamente, en ese año, el rey Salman Ibn Abdullaziz viajó a Beijing para encontrarse con el presidente Xi Jimping y reafirmar los lazos entre ambos países, especialmente, porque los saudíes saben que el precio del barril no volverán a sobrepasar los u$s.100, y esto los obliga a diversificar sus activos económicos.
Para China, no es sólo asegurarse su demanda de petróleo, sino también reafirmar sus inversiones en infraestructuras necesarias para su proyecto de conectarse con Europa, prueba de esto son los Acuerdos firmados por más de u$s 65 mil millones, un ejemplo, la posibilidad de adquirir el 10% de las acciones de la empresa petrolera estatal ARAMCO, teniendo en cuenta, que China es el 2do. destino de la producción de crudo, detrás de Japón, lo que convierte al gigante asiático en el principal socio comercial de los saudíes.
Sin embargo, estas relaciones tienen sus contrapuntos desde la visión geopolítica, por un lado China ha apoyado al gobierno de Yemen, que es respaldado por la coalición que lidera el Reino, pero por otro lado, en el conflicto sirio ha apoyado al régimen de Bashar al Asad, que cuenta con el respaldo de Teherán, hasta ahora, antagonista de los saudíes.
Y el haber utilizado la expresión “ hasta ahora”, en cuanto a la tradicional rivalidad entre Irán y Arabia Saudita, es porque el fin de semana se ha dado un aparente giro geopolítico entre estos dos actores, a seis años que en medio de una agudizada crisis, cerraran sus respectivas embajadas en Teherán y en Riad, que recordemos, esta situación se dio por la alianza estratégica entre las sombras entre Israel y el Reino, en particular en el teatro de operaciones de Yemen, y que llevó a que el 3 de enero del 2016 fuera atacada la embajada saudí en Teherán, como así también, no hay que olvidar que el pasado miércoles, el embajador saudí en el Líbano, Waled Bukhari, calificó a la organización político terrorista Hezbollah, el Proxy más importante de Teherán, como una amenaza a la seguridad y a la paz en el mundo árabe, como respuesta a los dichos del líder de la organización chiita, Hassan Nasrallah, que se refirió al monarca saudí como terrorista, no obstante, el lunes 17 del actual, arribaron a tierras saudíes, tres diplomáticos iraníes para asistir en la ciudad de Yeda, a la reunión de la Organización de Cooperación Islámica.
Por otro lado, recordemos que tanto Israel como Arabia Saudita, respaldaron en el 2018 la decisión del presidente Trump de abandonar el Acuerdo Nuclear, y que el gobierno israelí como la monarquía saudí se oponen al proyecto hegemónico regional iraní, en particular tras el fin del conflicto en Siria, en conclusión el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Teherán y Riad, no es oficial, sólo una declaración del diputado iraní Yalili Rahimi Yahanabadi, que es miembro del Comité de Seguridad Nacional y Política Exterior del parlamento persa, pero que obliga a un monitoreo, tanto desde Washington como de Jerusalén.
Vayamos buscando conclusiones a la pregunta, ¿cómo el régimen de Beijing ha podido evitar el conflicto en sus relaciones con las tres potencias, Israel, Irán y Arabia Saudita?.
Al inicio de mi análisis, la semana pasada, señalé la complejidad de Oriente Medio y las relaciones conflictivas o no, entre los citados actores, sin embargo, China siempre ha tenido el objetivo de tener relaciones estables con los países de Oriente Medio, dejando de lado, tanto cuestiones religiosas e ideológicas y políticas, esto ha llevado a China a no tomar de manera decisiva parte en las polarizadas posiciones, sino en aparecer como socio en el ámbito económico y esto, ha constituido para los tres actores regionales una importante veta para el comercio y las inversiones mutuas, teniendo en cuenta, que China no ejerce presión ideológica ni cuestiona ni condiciona a los gobiernos de los actores involucrados en sus políticas en DD.HH., como si lo hacen EE.UU. y la U.E.
China, en sus relaciones en Oriente Medio tienen tres objetivos: 1) seguridad energética, 2) ampliar las actividades de sus empresas tecnológicas y 3) asegurar sus inversiones en función de su Mega Proyecto, la Nueva Ruta de la Seda, y estos objetivos se articulan de manera diferente de acuerdo a las relaciones particulares con cada una de las tres potencias regionales.
Sin embargo, más allá del éxito que hasta el momento ha marcado estas relaciones, cuanto más se implique China, podría llegar el punto en que será difícil que no haya consecuencias geopolíticas y es posible y probable, que los problemas no vengan de los tres actores citados, sino que provengan de los EE.UU., pues como lo señalé, para Washington las relaciones e inversiones chinas en Israel y Arabia Saudita, aliados estratégicos, son considerados como una amenaza a su Seguridad Nacional, y en cuanto a los vínculos con Irán, constituyen un desafío directo a la política de sanciones impuestas y al limite que se quiere imponer a Teherán respecto a su programa nuclear, que dicho sea de paso, la habilidad de la diplomacia iraní ha llevado a una desorientada administración demócrata a un callejón sin salida, en las conversaciones que se están llevando a cabo en Viena, y ha facilitado a Irán a seguir ganando tiempo, e incluso a que EE.UU. baraje la posibilidad de aceptar un Irán como potencia nuclear limitada.
Finalizando la columna de hoy, 2da. parte de la iniciada la semana pasada, quiero recordar una frase que dice, “…el enemigo de mi enemigo, es mi amigo…”, sin embargo, en el contexto que hemos abordado, surge la pregunta, ¿ y el amigo de mi enemigo, es mi enemigo?, algo que deberá responder particularmente Israel, en un escenario regional que se está dinamizando, no sólo con la posibilidad de reanudación de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita, sino también en la iniciativa de Argelia, cuyo presidente, Abdel Majad Tebboune a invitado a los cinco partidos palestinos, entre ellos Al Fatah y el Hamas, para buscar un consenso frente a la presencia israelí en los territorios de Judea y Samaria, y por supuesto en un escenario global que como siempre he dicho, se caracteriza por una interdependencia compleja.