Parasha y Haftara Tetzave Con comentarios del rabino Jonathan Sacks

 

 Cuentes
Libro Shemot / Éxodo (30:11 a 34:35)

Resumen de la Parashá 

Comentario del Rabino Jonathan Sacks

Algo nuevo ingresa en el judaísmo con la parashá Tetzavé: Torat Kohanim, el mundo y la mentalidad del sacerdote. Rápidamente adquiere una dimensión central en el judaísmo. Domina el siguiente libro de la Torá, Vaikrá. Hasta ese momento, sin embargo, la presencia de los sacerdotes había sido marginal.
 
La parashá de esta semana señala por primera vez la idea del caracter hereditario en el pueblo judío – Aarón y sus descendientes varones – y su rol como oficiante del Santuario. Por primera vez vemos a la Torá hablando de las vestimentas de oficio: los ropajes usados por los sacerdotes y el Sumo Sacerdote en el lugar sagrado. Por primera vez también encontramos la frase lekavod ule-tiferet utilizado para las vestimentas, “por la gloria y la belleza” (Éxodo 28: 2). Hasta ese punto, kavod en el sentido de gloria u honor, había sido atribuido solamente a Dios. En cuanto a tiferet, esta es la primera vez que aparece en la Torá, abre una nueva gran dimensión en el judaísmo, la estética.  
 
Todos estos fenómenos están relacionados con el Mishkán, el Santuario, el tema de los capítulos precedentes. Emergen del proyecto de hacer un “hogar” para la infinitud de Dios en un espacio finito. Aquí les quiero hacer una pregunta: ¿esto tiene algo que ver con la moralidad? ¿Con el tipo de vida que estaban llamados a llevar y las relaciones de unos con otros? Si fuera así, ¿cuál sería la conexión con la moralidad? ¿Y por qué aparece el sacerdocio precisamente en este lugar del relato? 
 
Es habitual dividir la vida religiosa del judaísmo en dos dimensiones. Por un lado, el sacerdocio y el Santuario, y por el otro, los profetas y el pueblo. Los sacerdotes se enfocaban en la relación entre el pueblo y Dios, mitzvot bein adam le Makom. Los profetas, en la relación entre el pueblo y sus semejantes, mitzvot bein adam lejaveró. Los sacerdotes supervisaban el ritual y los profetas hablaban sobre ética. A un grupo le incumbía la santidad, al otro, la virtud. No se necesita ser santo para ser bueno. Sí se necesita ser bueno para ser santo, es un requerimiento inicial, no de lo que trata la santidad. La hija del Faraón, que rescató a Moshé en su infancia, era buena pero no santa. Son dos ideas distintas.
 
En este ensayo quiero cuestionar ese concepto. El sacerdocio y el Santuario hicieron una diferencia moral, no solo espiritual. Entender cómo lo hicieron es importante no solo para la comprensión de nuestra historia sino también para confirmar cómo conducimos nuestras vidas en la actualidad. Esto lo podemos ver analizando algunos experimentos recientes en el campo de la psicología moral.
 
Nuestro punto de partida es el libro del psicólogo norteamericano Jonathan Heidt, The Righteous Mind[1] (La mente virtuosa). Heidt plantea que en las sociedades contemporáneas seculares nuestro rango de sensibilidad moral se ha vuelto muy estrecho. Él denomina a esas sociedades WEIRD (raro) Western educated, industrialised, rich and democratic. (Occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas). Tienden a ver las culturas tradicionales como rígidas, empecinadas y represivas. Las personas de esas culturas tradicionales tienden a considerar que las personas de Occidente abandonan la riqueza de la vida moral.
 
Tomemos un ejemplo no moral: hace un siglo, para la mayoría de las familias británicas y norteamericanas (no judías) la cena era un evento social formal. Comenzaban con un rezo, agradeciendo a Dios por la comida que estaban por ingerir. Había un orden, en el cual los comensales eran servidos o se servían a sí mismos. La conversación durante la cena estaba regida por convenciones. Había temas a discutir y otros que eran considerados inapropiados. Hoy todo eso ha cambiado completamente. Muchos hogares británicos no disponen de una mesa de comedor. Una encuesta reciente señaló que en Gran Bretaña la mitad de las situaciones de comida se lleva a cabo en soledad. Los integrantes de la familia llegan en distintos horarios, sacan un alimento del freezer, lo calientan en el microondas, lo comen mirando televisión o la pantalla de la computadora. Eso no es cenar sino un pastoreo serial.
 
A Heidt le interesó el hecho de que los estudiantes norteamericanos reducen la moralidad a dos principios: uno vinculado con el daño y el otro con la ecuanimidad. Sobre el daño, pensaban como John Stuart Mill que decía que “el único motivo por el cual el poder puede ser ejercido con justicia sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, en contra su voluntad, es para evitar el daño al prójimo.”[2] Si no perjudica a los demás, estamos moralmente autorizados a hacer lo que nos plazca.
 
El otro principio es la ecuanimidad. No todos tenemos la misma idea de lo que es y no es ecuánime, pero a todos nos interesan las reglas básicas de la justicia: lo que es correcto para algunos debiera serlo para todos, haz lo que te gustaría que te hagan a ti; no acomodar las leyes a tu conveniencia, etc. Frecuentemente la frase moral que emite un niño pequeño es “eso no es justo.” John Rawls es el autor de la frase más conocida de nuestra época al respecto: “Cada persona tiene el mismo derecho a las más amplias libertades, siempre que sean compatibles con libertades semejantes de los demás.”[3]
Esa es la manera que piensa la gente WEIRD. Si es ecuánime y no daña, es moralmente permisible. Sin embargo – y este es el punto fundamental de Haidt – existen por lo menos otras tres dimensiones de la vida moral como la entienden las culturas no WEIRD en el mundo.
 
Una es la lealtad, y su opuesto, la traición. La lealtad significa que estoy preparado para hacer sacrificios y por mi familia, mi equipo, mis correligionarios y ciudadanos en general, los grupos que me ayudan a ser la persona que soy. Tomo sus intereses seriamente, no solo los que a mí me conciernen.
 
Otra dimensión es el respeto por la autoridad, y su opuesto, la subversión. Sin esto, ninguna institución es posible, incluso quizás ninguna cultura. El Talmud lo ilustra con una famosa narrativa sobre un posible prosélito que se acerca a Hillel y le dice: “Conviérteme al judaísmo con la condición de que yo acepte sólo la Torá escrita y no la Torá Oral.” Hillel empezó enseñándole hebreo. El primer día le enseñó el alef-bet-guimel. Al día siguiente le enseñó guimel-bet-alef. El hombre protestó: “Ayer me enseñaste lo opuesto.” Hillel le replicó: “Ya ves, tienes que confiar en mí hasta para aprender el alef-bet. Confía en mí también con respecto a la Torá Oral.” (Shabbat 31a) La escuela, los ejércitos, las cortes, las asociaciones profesionales, hasta los deportes, todos dependen del respeto a la autoridad. 
 
El tercero resulta de la necesidad de circunscribir los valores que consideramos no negociables. No son míos y no puedo hacer lo qué quiera con ellos. Esas son las cosas que llamamos sagradas, sacrosantas, que no pueden ser tratadas con liviandad ni profanadas.
 
¿Por qué la lealtad, el respeto y lo sagrado no son considerados valores clave de la ética de las élites liberales de Occidente? La respuesta más fundamental es que las sociedades WEIRD se autodefinen como grupos de individuos autónomos que pugnan por sus propios intereses con un mínimo de interferencia de los demás. Cada uno de nosotros es un individuo autodeterminante con sus propios deseos, necesidades y requerimientos. La sociedad debería permitirnos lograr esos deseos lo máximo posible sin interferir en nuestra vida ni en la de los demás. A tal fin, hemos desarrollado principios de derechos, libertad y justicia que nos permiten coexistir pacíficamente. Si un acto no es equitativo y causa sufrimiento a algún otro, estamos dispuestos a condenarlo moralmente, no de otra forma.
 
La lealtad, el respeto y la santidad no se desarrollan de manera natural en las sociedades seculares basadas en la economía de mercado y en la política democrática liberal. El mercado erosiona la lealtad. Invita a no permanecer con lo que hemos usado hasta ahora sino a cambiar para algo mejor, más barato, más veloz, más nuevo. La lealtad es la primera víctima de la “destrucción creativa” del mercado del capitalismo.
El respeto por los representantes de autoridad – políticos, banqueros, periodistas, titulares de corporaciones – ha estado en franca caída desde hace muchas décadas. Estamos viviendo una época de pérdida de confianza y muerte de la deferencia. Hasta al paciente Hillel le habría resultado difícil enfrentar a alguien que citara el credo de Pink Floyd en 1979: “No necesitamos ninguna educación, no necesitamos ningún control de pensamiento.” 
 
En cuanto a lo sagrado, también se ha perdido. El matrimonio ya no es considerado una comunión sagrada, un pacto. En el mejor de los casos es tomado como un contrato. La vida misma está en peligro de perder su santidad con la difusión del aborto y la demanda desde el inicio de la “muerte asistida” hasta el final.
 
Lo que hace que la lealtad, el respeto y la santidad sean valores morales clave, es que crean una comunidad moral en contraposición a un grupo de individuos autónomos. La lealtad liga al individuo al grupo. El respeto crea estructuras de autoridad que hace que las personas funcionen de manera efectiva en grupos. La santidad liga a las personas en un universo de moralidad compartido. Lo sagrado es el lugar en el que entramos en lo que es-más-grande-que-uno-mismo. El mismo acto de reunión en congregación nos puede elevar a un sentido de trascendencia en el cual unimos nuestra identidad con la del grupo.
 
Una vez comprendida está distinción, podemos ver cómo el universo moral de los israelitas fue cambiando a través del tiempo. Abraham fue elegido por Dios “para que pudiera enseñar a sus hijos y a su familia el camino del Señor haciendo lo correcto y lo justo.” (tzedaká umishpat; Génesis 18:19). Lo que buscaba el servidor de Abraham al buscar una esposa para Itzjak era bondad, jesed. Estas eran las virtudes proféticas clave. Como dijo Jeremías en nombre de Dios:
 
“Que los sabios no se orgullezcan de su sabiduría, los poderosos de su fuerza ni los ricos de su riqueza, sino que el que declame lo haga por esto: porque posee la comprensión de conocerMe, que Yo soy el Señor que derrama bondad, justicia y virtud (jesed, mishpat utzedaká) sobre la tierra, pues en estas Yo me solazo.” (Jeremías 9: 22-23)
 
La bondad equivale al cuidado, lo opuesto al daño. Justicia y virtud son formas específicas de ecuanimidad. En otras palabras, las virtudes proféticas son cercanas a las que prevalecen hoy en día en las democracias liberales de Occidente. Esa es una medida del impacto de la Biblia hebrea sobre Occidente, pero ese es tema para otra ocasión.El punto en cuestión es que la bondad y la ecuanimidad se refieren a relaciones entre individuos. Hasta el Sinaí, los israelitas eran solo individuos, aunque formaban parte de la familia extendida que había pasado junta en el Éxodo y el exilio. 
 
Después de la Revelación del Sinaí, los israelitas se transformaron en el pueblo del pacto. Tenían un soberano: Dios. Una constitución escrita: la Torá. Aceptaron ser “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éxodo 19: 6). Pero el incidente del Becerro de Oro mostró que no habían comprendido aún lo que era ser una nación. Se comportaron como una horda. “Moshé vio que el pueblo estaba corriendo salvajemente y que Aarón había permitido que estuvieran fuera de control, siendo el hazmerreir de los enemigos” (Éxodo 32:25). Esa fue la crisis para la cual el Santuario y el sacerdocio fueron la respuesta. Transformaron a los judíos en una nación.
 
El servicio del Santuario oficiado por los Kohanim con sus vestimentas usadas le-kavod, “por honor,” estableció el principio de lo sagrado. El Mishkán en sí personificó el principio de lo sagrado. Montado en el centro del campamento, el Santuario y su servicio convirtió a los israelitas en un círculo en cuyo centro estaba Dios. Y aunque después de la destrucción del Segundo Templo no hubo más Santuario ni sacerdocio operativo, los judíos encontraron sustitutos que cumplían la misma función. Lo que Torat Kohanim trajo al judaísmo fue la coreografía de santidad y respeto que ayudó a los israelitas a caminar y danzar juntos como nación. 
 
Dos hallazgos de investigación recientes resultan relevantes en este punto. Richard Sosis analizó una serie de comunidades voluntarias reunidas a lo largo del siglo XIX, algunas religiosas,hu otras seculares. Descubrió que las religiosas tenían un promedio de vida más de cuatro veces mayor que la contraparte secular. Hay algo de la dimensión religiosa que podría ser importante, hasta esencial, para sostener una comunidad.[4]
 
Sabemos ahora en base a una considerable evidencia neurocientífica que tomamos nuestras decisiones más en base a nuestras emociones que a la razón. Personas cuyos centros emocionales han sido dañados (específicamente la corteza ventromedia prefrontal) pueden analizar alternativas con gran detalle, pero son incapaces de tomar buenas decisiones. Un interesante experimento reveló que los libros académicos sobre ética resultan más sustraídos de las bibliotecas que los de otras ramas de la filosofía.[5] La capacidad de razonamiento moral, en otras palabras, no necesariamente nos hace más morales. La razón es frecuentemente algo que utilizamos para racionalizar decisiones tomadas en base a la emoción.
 
Esto explica la presencia de la dimensión estética del servicio del Santuario. Posee belleza, gravitación y majestuosidad. En la época del Templo también había música, coros de Levitas cantando salmos. La belleza habla a la emoción y la emoción habla al alma, elevándonos de maneras que la razón no logra, a las alturas del amor y el sobrecogimiento y elevándonos encima del angosto sendero del “sí mismo”, al círculo en cuyo centro está Dios.
 
El Santuario y el sacerdocio introdujeron la ética de la kedushá, la santidad, a la vida judía, lo cual afirmó los valores de la lealtad, respeto y lo sagrado, creando un ambiente de reverencia; la humildad sentida por el pueblo una vez que sintió los símbolos de la Divina Presencia en su seno. Como escribió Maimónides en su célebre pasaje de la Guía de los Perplejos (III:51). No nos comportamos en presencia de un rey como lo hacemos frente a la familia o amigos. En el Santuario el pueblo sentía que estaba en presencia del Rey.
 
 La reverencia otorga poder al ritual, la ceremonia, las convenciones sociales y la civilidad. Ayuda a transformar a individuos autónomos en un grupo de responsabilidad colectiva. No es posible sostener una identidad nacional o incluso un matrimonio, sin lealtad. No se puede socializar generaciones sucesivas sin un respeto por la autoridad. No se puede defender los valores no negociables de la dignidad humana sin un sentido de lo sagrado. Es por eso que la ética profética de la justicia y compasión debía ser suplementada por la ética sacerdotal de la
 
 
santidad.

Reyes 18-1 a 39

El Eterno ordena a Moshe que cuando cuente a Losacor  Benei Yisrael, cada uno deberá dar medio sheqel como rescate; deberán ser contados y los hombres mayores de veinte años. El dinero será para el servicio del tabernáculo y como expiación. Se hará una fuente de cobre para lavar, y será puesta entre el santuario y el altar de cobre; se le pondrá agua con la que se lavarán las manos y los pies Aharon y sus hijos antes de su servicio

De los ingredientes especificados por El Eterno se hará el aceite hoy de la unción, con el que será ungido el tabernáculo y todos sus utensilios. También con él se ungirá a Aharon y sus hijos; no se podrá hacer este aceite por parte de otras personas, pues será cortado del pueblo. También se hará incienso aromático con los ingredientes que El Eterno indique, el cual será muy santo; quien haga incienso semejante será cortado del pueblo. El Eterno designó a Betsalel y Oholiav, a quienes dio sabiduría para trabajar en los diseños de los utensilios. El Eterno recuerda la importancia de guardar el Shabat, porque es estatuto perpetuo entre Él y Su pueblo; quien lo profanare morirá; seis días se trabajará, pero el séptimo es reposo

Cuando El Eterno terminó de hablar con Moshe, le entregó dos tablas de piedra escritas por Él. Al ver el pueblo que Moshe se demoraba en bajar, pidió a Aharon que le hiciera dioses para que fueran delante de todos. Aharon pide las joyas para este efecto, y con estos objetos hace un becerro de oro. El pueblo entonces comenzó a regocijarse, ofreciendo holocaustos y comiendo. El Eterno le dice a Moshe que el pueblo se corrompió y que hará una sola nación con él, pero Moshe intercede recordando las promesas a nuestros antepasados

Al bajar y ver lo ocurrido, Moshe se encendio en ira y quebró las tablas en el monte; también quemó el becerro y con sus cenizas mezcladas con agua dio de beber a los Benei Yisrael. Aharon le explica lo que sucedió y Moshe pregunta quién está por El Eterno, y se le unieron los hijos de Levi, quienes mataron tres mil hombres. Moshe dice al pueblo que subirá de nuevo al monte para ver si El Eterno perdona el pecado de Yisrael

El Eterno le dice a Moshe que sea él quien vaya al frente del pueblo, porque Él podría consumirlo, y por ello el pueblo vistió de luto. Moshe hizo el Tabernáculo afuera del campamento y cuando entraba a él la nube se posaba a la entrada y El Eterno hablaba con él cara a cara. Yehoshuä no se apartaba de en medio del Tabernáculo. El Eterno le dice a Moshe que ha hallado gracia en Sus ojos, por lo cual Moshe le pregunta en qué se sabrá que él ha hallado gracia; El Eterno le dice que él no verá Su rostro, pero le proclamará Su Nombre delante de él, y será misericordioso con quien Él considere, y será clemente con quien Él decida. Moshe verá Su espalda mas no Su Rostro

El Eterno le ordena a Moshe alisar dos tablas para escribir las mismas palabras que escribió en las primeras piedras. Moshe subirá de nuevo al monte; El Eterno proclama Su Nombre con Sus Atributos de Misericordia y Moshe una vez más intercede por el pueblo. El Eterno le dice que no hará Yisrael como los pueblos que Él echará de Kenaan, ni hará alianza con ellos

Se deberán guardar las fiestas, para lo cual le menciona Pesaj, el Shabat, Shavuot, la fiesta de las primicias y la fiesta de la cosecha. Ningún varón se presentará a El Eterno con las manos vacías. No se ofrecerá cosa leudada con la sangre de los qorbanot, ni se dejará hasta la mañana nada del qorban de Pesaj. Serán llevadas las primicias de los primeros frutos a la casa de El Eterno. No se cocerá el cabrito en la leche de su madre

El Eterno ordena a Moshe que escriba las palabras; él ayunó por cuarenta días con sus noches y escribió las diez palabras. Cuando Moshe bajó del monte su rostro resplandecía, por lo que el pueblo temía acercársele. Moshe llamó a los príncipes de Yisrael y les relató lo que El Eterno le dijo en el monte. Cuando Moshe hablaba con El Eterno se quitaba el velo, pero después se lo ponía de nuevo

 

 

 

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