Por el Prof. Yehuda Krell
El próximo miércoles 4 de mayo se cumplirán 140 años de la legislación de las famosas Leyes de Mayo de 1882 del zar Alejandro III, que tenían por objeto asfixiar la vida social y económica de los judíos en Rusia y provocar así su abandono de la tierra de los zares.
Las nuevas normas venían a poner fin a un año de prolongados y sangrientos pogromos, llamados por los judíos con el nombre de ‘Tormentas en el Negev’, una denominación bíblica que les permitía referirse a los mismos eludiendo la férrea censura de prensa impuesta por el régimen sobre la difusión de los violentos hechos.
Los disturbios y las atrocidades se extendieron desde abril de 1881 hasta mayo de 1882, principalmente en la parte suroeste del Imperio Ruso, especialmente en las regiones de la actual Ucrania, y paulatinamente se fueron extendiendo a otros vastos territorios de la Zona de Residencia judía. Los severos desórdenes estallaron como reacción al asesinato del zar Alejandro II, promovido por el movimiento revolucionario Naródnayia Volia (voluntad del pueblo), los verdaderos autores del crimen, y por las incitaciones y presiones de periódicos antisemitas y de importantes funcionarios gubernamentales quienes acusaban a los judíos de ser autores del magnicidio.
Los pogromos coronaban una escalada de antisemitismo que se había espiralizado en la Rusia zarista durante el siglo XIX. Con el ascenso del zar Alejandro III, los funcionarios del gobierno, encabezados por el ministro del Interior Nikolai Pavlovich Ignatiev, no solo no impidieron que estallaran los pogromos sino que los alentaron, lo hicieron para distraer a la población en general de la crisis política que siguió al asesinato. Ante la queja de la dirigencia judía, Ignatiev les espetó que las fronteras del oeste estaban abiertas a los judíos, dando a entender la acción que debían seguir los judíos para superar los sucesos.
Cuando la opinión pública mundial comenzó a expresar su consternación y protesta por los trágicos hechos, el gobierno ruso aquietó a los alborotadores, muchos de ellos fueron detenidos pero recibieron sentencias leves. Ignatiev fue destituido de su cargo y su sucesor, el conde Dmitry Tolstoy, tomó medidas para sofocar los disturbios. Se dictó un memorándum ordenando la reducción de las prácticas represivas contra los judíos, en cuyo margen, Alejandro III indicaba con una nota manuscrita la siguiente acotación: ‘No debemos olvidar nunca que los judíos crucificaron a nuestro Señor y derramaron su preciosa sangre’.
Para aplacar los ánimos se elaboró una nueva legislación hacia los judíos, con el nombre de las ‘Leyes de Mayo’, este reglamento que estaba encaminado a estrechar aún más la vida judía, sobre todo en el plano social y económico. A pesar de ser denominadas ‘leyes temporales’, su vigencia se extendió hasta la Revolución Rusa de 1917.
Las Leyes de Mayo determinaron: la prohibición para los judíos de establecerse en nuevas aldeas, incluso dentro de la Zona de Residencia, solo podían residir en las colonias judías ya existentes, regla que tenía por objetivo la muerte lenta de los shtetls. Se limitaba las operaciones de venta y arrendamiento de bienes inmuebles en poder de los judíos ubicados fuera de las ciudades y pueblos. Los judíos no podían comerciar los domingos y días festivos cristianos, con el consiguiente daño comercial.
Se les prohibió también dedicarse a la agricultura o vivir en un área agrícola. Esta regulación no solo perjudicó el sustento de los judíos, sino que también fortaleció la afirmación de que los judíos no se dedicaban a actividades productivas. Los judíos que vivían en las aldeas fueron reubicados en grandes ciudades, lo que redujo aún más sus medios de subsistencia y su capacidad para ganarse la vida.
Las leyes de mayo generaron, con los años, nuevos reglamentos: en 1886 se emitió un edicto de expulsión contra los judíos de Kiev, en 1887 las cuotas de judíos en la educación se endurecieron, solo un 10% podía estudiar dentro de la Zona, 5% fuera de la Zona con la excepción de Moscú y San Petersburgo, donde la cuota se mantuvo en el 3%. Así, en muchas ciudades, una gran cantidad de estudiantes judíos no pudieron matricularse en escuelas y universidades, o les resultó imposible completar sus estudios.
En 1889, a los judíos se les prohibió registrarse en el colegio de abogados. La proporción de médicos judíos que podían trabajar en el ejército no podía superar el 5%, Al final del reinado de Alejandro III, se revocó la licencia otorgada a los judíos para vender alcohol.
En la primavera de 1891 Moscú fue vaciada de judíos (con la excepción de una pequeña minoría considerada útil), aproximadamente 20.000 judíos fueron expulsados de Moscú. En 1892 se dictó el Decreto de Ciudades, por las cuales se prohibía a los judíos participar en las elecciones locales a pesar de su gran número en muchas ciudades de la Zona de Residencia, esto permitió que comarcas de mayoría judía quedaran sujetos a una minoría que gobernara contra sus intereses.
Constantine Pobiedonostsev, quien fue el Fiscal Jefe del Santo Sínodo, además de consejero y amigo personal del zar, admitía con franqueza ante una delegación judía, que el régimen del zar quería que un tercio de los judíos rusos emigren, que un tercio esté de acuerdo en convertirse y que el otro tercio se muera de hambre.
Las leyes del antisemitismo estatal ruso lograron su cometido, pues llevaron a muchos judíos a buscar refugio en otros países, provocando uno de los más grandes exilios judíos de toda su historia. Desde el comienzo de los disturbios hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, unos 2,5 millones de judíos emigraron de Rusia. Dos millones de ellos a Estados Unidos, 150.000 a Gran Bretaña y el resto a la Argentina, unos 115.000, Canadá y Sudáfrica. Una minoría que apoyaba las ideas sionistas optó por emigrar a Eretz Israel, unos 60.000 en dos corrientes migratorias. Cambiaba así drásticamente la dispersión demográfica judía mundial, y nuevas historias se estarían por escribir.